El diseñador cumplió 60 años en el mundo de la moda y aún viste a las celebridades más destacadas de la escena local
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No será París, ni Roma, ni Londres, sin embargo en Buenos Aires tenemos nuestra propia maison de alta costura dirigida por uno de los diseñadores más reconocidos del mundo, Gino Bogani, quien viene teniendo un 2022 bastante intenso: hace poco cumplió años y cerró la Semana de la Alta Costura en el Malba, donde presentó una colección retrospectiva de 180 vestidos diseñados por él a lo largo de 60 años. Además, recibirá el Premio Konex de Platino al Diseño de Indumentaria.
En su petit hotel de Recoleta, mientras tanto, se esconden las tijeras, las coloridas sedas y los terciopelos, pero también las cientos de historias de las divas que lo eligieron a él, con 60 años en el arte de la moda, para engalanarlas en los momentos más importantes de sus carreras. Ahora es casi de noche, acaba de despedir a la última clienta después de probarse el traje de novia. Isabel, una señora con delantal quien trabaja con él hace 35 años, es la encargada de conducir a LA NACION por la escalera hasta el Piano Nobile de este palacete catalogado como patrimonio de la Ciudad de Buenos Aires. La decoración es la del barroco italiano, con espejos, luz tenue y un tapiz de pared a pared. Se destacan las esculturas de una gran tortuga de plata y figuras de caballos: hay uno de hierro, otro de madera. Sobre una alfombra, en el centro del hall, brillan dos más de porcelana, de color turquesa furioso.
–¿Por qué tantos caballos, Gino?
–Me encantan. Soy Caballo en el Horóscopo chino, algunos me dicen que soy Caballo de madera, otros de fuego. Las esculturas turquesas me las regaló una clienta, no puedo decir quién.
–¿Y los elefantes de su collar?
–También me gustan, especialmente los de trompa para arriba. Pero además tengo una colección de elefantitos de todas partes del mundo. Una amiga me regaló uno y después me empezaron a traer todas elefantitos. Cuando suben a probarse se fijan si conservo el regalado por ellas.
En África los elefantes simbolizan buena suerte, longevidad y el éxito. Todo eso parece haber alcanzado Gino Julio Enrique Bogani, quien justamente nació hace 80 años en Libia, África. Con una camisa a cuadrillé de cuello levantado, sweater y pantalón gris haciendo juego con sus ojos, el creador posa frente al fotógrafo con la seguridad de un actor, o de un modelo. “Mis ojos pueden ser grises, o celestes, pero cuando me visto de marrón son turquesas”, afirma durante la entrevista realizada en su local.
“Me puedo quedar solo en casa, lo hago encantado”
Alto, y de porte elegante, tiene el privilegio de ser flaco por naturaleza: es capaz de comerse cuatro platos de ñoquis los días 29, cuando su cocinera los prepara en forma casera. Jamás pisó un gimnasio, pero sube y baja varias veces por días las escaleras de los cinco pisos del edificio dividido en dos: en las habitaciones a la calle están los ateliers, y en la parte de atrás vive solo. Su vida amorosa siempre fue un misterio y él prefiere que así permanezca. De noche va al cine, al teatro, cena con amigos, entre otras cosa. “Salgo bastante pero también me puedo quedar solo en casa. Lo hago encantado”, afirma. Ahí es cuando aprovecha para leer, tiene varios libros de fotografía y de arte que lo inspiran para crear al día siguiente.
Bogani nació esquivando bombas dentro del vientre de su madre durante la Segunda Guerra Mundial. Alma, era una argentina de vacaciones en Libia cuando conoció a su padre Francesco, un militar italiano. Con seis meses de embarazo fue sorprendida por un bombardeo, se escondió en un refugio y una viga la salvó. “27 personas murieron alrededor de ella. Fuimos los únicos sobrevivientes y estuvimos 16 horas y media entre los escombros y cadáveres hasta que nos recataron. Literalmente, vivió “el horror”, cuenta Bogani. A los pocos días de nacer Gino la familia fue a Italia. Pasó los primeros cinco años de vida en Florencia, “jugando frente a la cúpula Brunelleschi, o en la Piazza Della Signoria”. Cuenta que si bien era muy chico, “estar en contacto con el arte dejó en mí una impronta”. Luego vivió en Rosario, en Mar del Plata y finalmente en Buenos Aires. Su madre fue la “musa inspiradora”. Ella traía accesorios de Europa y las mujeres los querían comprar. Al mismo tiempo Gino empezó a fabricar prendas de tricote. En 1958 lanza su primera tienda, seguiría una más, y luego otra en la calle Uruguay y Juncal, en Buenos Aires, hasta tener una con su propio nombre en la entrada del Alvear Palace Hotel. Desde ese entonces, hasta hoy, Gino jamás dejó de crear.
–Además de fabricar prendas para la mujer, usted creó su marca de perfumes, diseñó vestuarios de películas y para el Colón. ¿Le gustaría lanzar su propia línea de ropa para hombres?
–Me encantaría hacerlo, pero es complicado en este país. Imaginate que yo siempre me vestí como se me daba la gana, desde muy joven caminaba por Barrio Norte con ropa diferente al resto. A veces me decían cosas, pero no me importaba nada.
–Según Oscar Wilde la moda es tan intolerable que debe cambiar cada seis meses. ¿Coincide?
–Sí. Es algo absurdo, pero sucede. Ya murieron los grandes creadores, se vendieron las empresas, las marcas, y eso influenció. La industria ahora quiere cambiar constantemente para vender y no es tan bueno. Se fabrican prendas iguales entre sí.
–¿Y el mejor momento de la moda argentina para usted cuál fue?
–Entre los 70 y los 90. Luego entró en cierta decadencia.
–¿Usted se considera una suerte de dandi porteño?
–Creo que tengo personalidad, carisma. Ya desde los siete años era así, cuando iba a la Dante Alighieri de Rosario y hacía un monólogo de un chico abandonado. Aparecía en escena de pijama celeste de seda con un candelabro, llorando y cantando.
A Bogani su trabajo lo apasiona hasta el punto de llegar a pasar tres noches en vela para terminar un vestido. “Eso era antes, ahora puedo estar una noche y media despierto trabajando”, aclara. Tiene una tijera favorita, la llamada Silver Shadow. Nadie la puede tocar. Se la compró hace casi medio siglo y fue así bautizada por una clienta al ver el amor que Bogani profesaba especialmente por ese instrumento. Su equipo está conformado por una secretaria y siete u ocho personas.
“Hago absolutamente todo acá. En algunos casos, para ciertos bordados, tengo una bordadora”, dice. En cuanto a su estilo se considera “vanguardista, pero tradicional para algunas cosas”. Le gusta ir contra la corriente. “Colorado y verde, por ejemplo, es una combinación que adoro”, asegura. En tema de colores, no tiene uno favorito, todo depende de la textura. “No es lo mismo un rosa pálido en un peau de soie que en otra tela”, aclara. Sus prendas deben conformar un conjunto destinado a “iluminar” a quien las luce.
Uno de los hitos de su carrera fue cuando estuvo junto a Gianni Versace, Emilio Pucci y Paco Rabanne durante el 1° Congreso internacional de la Moda en La Habana, en 1986. Además fue condecorado Cavalliere de la República Italiana y recibió la Orden del Mérito en grado de Commendatore.
El listado de celebridades que lucieron sus diseños parece interminable: Pinky, Mirtha Legrand, Susana Giménez, Graciela Alfano, María Luisa Bemberg, Norma Aleandro, Tini Stoessel, Natalia Oreiro, Leticia Brédice, Lizy Tagliani, Pampita, Julieta Ortega y muchas otras más. Explica que “antes de vestirla a Susana no hace falta preguntarle nada, la recontra conozco. Graciela Borges es como si fuera mi hermana”. En el mundo de las modelos se puede mencionar a Valeria Mazza, Mora Furtado, Andrea Frigerio y Mariana Arias, entre muchas otras que lucieron su ropa. Actualmente diseña los vestidos de Juana Viale para su programa de televisión. Además continúa creando para una serie de clientas en su atelier.
–¿Del exterior para quien le gustaría crear prendas?
–Me interesa la personalidad de la persona a vestir. Entre los hombres elegiría al actor Adrien Brody. En cuanto a las mujeres, Tilda Swinton, Cate Blanchett y Angelina Jolie, entre otras.
–¿Y a nivel local?
–A Moria Casán. Nunca me lo pidió, pero me gustaría crear para ella. Me parece una mujer inteligentísima. Siempre hizo lo que quiso. Primero tendría una larga charla para conocerla, saber qué quiere.