Pablo Tiffenberg se mudó de Entre Ríos a Uruguay para abrir una inmobiliaria, pero terminó fundando un ícono gastronómico que lleva más de 30 años
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Pablo Tiffenberg no imaginaba, durante sus días de escribano en una tranquila ciudad del norte entrerriano llamada La Paz, que años más tarde se convertiría en el fundador de uno de los pubs más emblemáticos de Punta del Este. Sin embargo, él siempre había querido mudarse a Uruguay y no le tembló el pulso a la hora de cruzar las orillas del Río Paraná junto a su familia para llegar al puerto esteño. En un primer momento había pensado en dedicarse a los bienes raíces, pero el destino torció su camino y terminó siendo el creador de un lugar que se convirtió en ícono de la noche en la península.
Todo surgió de casualidad, porque se enamoró de un quincho de dos pisos que estaba en alquiler. Era una casa simple, de familia, que exhibía una canoa y un remo en su entrada. Fue tal el flechazo, que Pablo la alquiló y en el verano de 1991 abrió Moby Dick. Por entonces, en la rambla del puerto aún no había casi movimiento, apenas algunos restaurantes como Seaport y Pepino. Tampoco había ningún pub de este estilo en la ciudad balnearia. Aun así, Moby Dick se abrió paso y 33 años más tarde sigue en pie, ya no como novedad sino como institución. Con su barra siempre activa –ofrecen más de 170 etiquetas de whisky–, su estilo marinero, el espíritu inglés y una ambientación que combina objetos antiguos con modernos en una decoración típica de las casas de campo de Gran Bretaña. Las reminiscencias al agua son múltiples, desde la famosa novela de Herman Melville hasta la vista a la bahía, la carta con foco en los sabores de mar y la Ocean Race: “La regata Whitbread –la vuelta al mundo a vela– fue un antes y un después para nosotros, ahí nos hicimos conocidos. Vinieron en el noventa y pico y nos pusieron de moda, porque estuvieron acá todos los días”, revive Pablo, el hijo mayor de Tiffenberg que hoy dirige el negocio. Entonces, Moby Dick se subió a la ola gastronómica que hizo explotar a Punta del Este en la década del 90, convirtiéndose en el lugar de encuentro tanto de personajes conocidos –del espectáculo, la política y los deportes–, como de turistas y lugareños.
De atardeceres a amaneceres, de fiestas temáticas a almuerzos tranquilos, Moby Dick abre todos los días y todas las noches del año: con su estufa a leña en invierno; con una versión playera en verano en un parador de Montoya; con actividades recreativas para todas las edades que se suman a la propuesta gastronómica.
En 2016, además, el restaurante cruzó el Río de la Plata para hacer el camino inverso que su creador y desembarcó en Buenos Aires, en la Costanera, en el festivo local que ocupó hace tiempo Los años locos. “Lo que nos enamora es que está emplazado en un local mítico de la ciudad, rodeado de otros lugares emblemáticos, lleno de historias y con muchísimas posibilidades. Tres pisos, varios salones, el patio. Dijimos: ‘¡Es acá o en ningún lado!’”, cuenta Pablo (hijo). En 2023, con esas mismas ganas de traspasar fronteras, el resto-pub llegó a Valencia.
–Pablo, ustedes tenían una vida armada en Entre Ríos. ¿Por qué tu padre decidió mudarse a Uruguay?
–Mi papá vino a Uruguay a cumplir el sueño de vivir en Punta del Este. Ya teníamos una casa, en la zona de Pinares. Toda la vida habíamos veraneado acá y él insistía con venirse, pero no le creíamos. Hasta que lo hizo. Dejamos atrás nuestra vida en Entre Ríos, que era muy linda: vivíamos en una ciudad llamada La Paz, casi en el límite con Corrientes. Él trabajaba de escribano, pero era incansable, siempre estaba buscando nuevos desafíos, con la compañía de mi mamá, Silvia, que estaba junto a él para apoyar y emprender. Vinimos cuando yo tenía 21 años, con mi hermano Fede.
–¿Y ellos llegaron con la idea de fundar Moby Dick?
–No, llegaron primero con la idea de abrir una inmobiliaria, un negocio del cual mi papá entendía bastante por su profesión. Incluso llegaron a alquilar un local en Gorlero. Hasta que un día, paseando por el puerto, se enamoró de la casita de Moby Dick y eso cambió el rumbo de sus vidas.
–¿Qué relación tenían hasta entonces tus padres con la gastronomía?
–En La Paz habíamos tenido el primer bar con cine en pantalla gigante, nos mandaban las películas desde los videoclubes de Buenos Aires, cuando todavía no existían en Entre Ríos. Y ahí de a poco empezamos a coquetear con la gastronomía, siempre guiados por la búsqueda incesante de mi papá que quería hacer algo fuera de la escribanía, que le resultaba aburrida.
–¿Con qué concepto abrió el pub?
–Mi viejo quería hacer algo distinto. Fuimos el primer pub de este estilo, nada más ni nada menos que en el puerto, un sitio ineludible para todos los balnearios del mundo. Papá puso mucho énfasis en la calidad de los productos y hasta viajó invitado a conocer el castillo de Chivas en Escocia. Hoy Moby Dick tiene más de 170 marcas de whisky. Por entonces, la escena era bien diferente, los inviernos eran muy duros, aguantábamos jugando al backgammon. Hasta que llegó el Conrad y de a poco empezó a transformar Punta del Este. Ahora, fuera de la temporada de verano hay mucha más gente, con muchísimos congresos, por ejemplo.
–¿Cómo era el quincho donde fundaron Moby?
–En realidad era una casita, la impronta se la puso un arquitecto llamado Jorge Macoco, un uruguayo especializado en diseño de barras. Incluso él fue quien sugirió bautizar al local Moby Dick. Era mucho más chiquito, lo fuimos ampliando, hacia arriba, hacia afuera con el deck y anexando el local lindero.
–¿De qué forma lograron posicionar al lugar como un clásico?
–Nos convertimos en un clásico por el trabajo y la dedicación constante de toda la familia. Hasta el día de hoy mi mamá sigue trabajando y poniéndole mucho cariño. Al principio la gastronomía estaba bastante inclinada por la cocina española por la cocinera, doña Elvira. Tortillas, langostinos al ajillo y las famosas rabas. Todo en una cocina muy pequeña, pero llena de amor. La propuesta se fue actualizando con las nuevas generaciones, ahora está Tomás también, mi hijo, que es la sangre nueva, con 23 años y muchas ganas. Mi hermano le agrega la experiencia y eso hace que Moby Dick mantenga su vigencia.
–¿Cuándo entraste vos al negocio?
–Arranqué en el año ‘93. Lo que hice fue convertirlo en un lugar más descontracturado. Me acuerdo que teníamos un grabador y un cassette que me había regalado un colega amigo de la City. Con ese cassette, hacíamos bailar a todo el mundo. Se cortaba, lo dábamos vuelta ¡y seguía la fiesta! Hoy tenemos un DJ residente.
–¿Qué famosos vinieron?
–Pappo tomaba varias birras, acumulaba la cuenta y después tocaba con la banda que hubiera ese día. Charly tocó hace dos años. Un día vino Luis Miguel, todos pensamos que era el doble, ¡hasta que llegó la seguridad! Se pidió un Martini y lo tuvimos que sacar por la cocina. Una vez Jacobo Timerman pidió que cerráramos las puertas con el boliche lleno y él invitó a todos, toda la noche. ¡Uf! ¡Pasó tanto y vinieron tantos! Gustavo Cerati, Fito, Naomi Campbell, Paulo Coelho, The Killers, Azúcar Moreno, los chicos de Electric Light Orchestra y Sammy Sosa, el mejor bateador del mundo. Por Moby pasaron deportistas famosos de todas partes. Nosotros como familia siempre estuvimos ligados al rugby, por eso auspiciamos un equipo que jugó el Seven de Punta, por el cual pasaron muchísimos Pumas e incluso Waisale Serevi, una eminencia del Seven mundial.
–¿Qué recomendás probar?
–Los pescados. La tabla del Atlántico –con cazuelita de pulpo, aros de calamar, pinchos de langostinos y fish and chips– es ideal para acompañar un trago o una cerveza helada. Y por supuesto, el chivito uruguayo, con jamón, queso, panceta, huevo frito, cebolla, tomate y lechuga.