Ante el mal y, sobre todo frente a los malos, nos quedamos atónitos
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No hablamos de las acciones malas en sí mismas, que pueden ser llevadas a cabo por gente más o menos buena en un mal día o una etapa oscura de su vida. No, nos referimos a eso que algunos llaman el Mal, con mayúsculas, y sobre todo, a los humanos que son brazos ejecutores del mismo de forma sostenida y militante.
La madre de Lucio Dupuy y su pareja podrían ser encarnación de lo que acá decimos. No es un impulso repentino, no es emoción violenta, no es arrebato ni “cadena suelta” en un día de furia, ni un producto del medio ambiente o de las condiciones socioeconómicas… No, es una acción metódica, fría, con un discurso autojustificante que barniza eso que acá, a falta de mejor término, llamamos “maldad”, si bien los profesionales de la salud mental suelen utilizar las palabras “psicopatía” o “perversión” a la hora de darle un matiz científico a la cuestión.
Ejemplos hay muchos, lamentablemente. Desde líderes terribles como Hitler, hasta asesinos seriales que llenan la grilla de los canales de televisión que se dedican a describir crímenes horribles. El malo a veces es un pequeño ser que sigue órdenes, como decía Hanna Arendt al hablar de “la banalidad del mal” o, en ocasiones, es un perverso que sabe bien qué hace y para qué lo hace, con un oscuro propósito que abreva en lo que se suele llamar “el misterio de la iniquidad”.
Algo de los malos tiene que ver con el poder, pero no el poder de generar sino el de controlar y manipular, degradando al otro para no sentirse tan solo en el pozo que habitan.
Generar vida, afectos, relaciones genuinas… eso es un poder, un buen poder. Pero los malos no pueden hacer eso, son existencialmente estériles, por lo que buscan controlar, cosificando a los otros vía manipulación, al punto de poder disponer de su vida o de su muerte en los casos más extremos. Los malos envidian a los buenos, y lo que les queda es someterlos, ya que no pueden emularlos.
Algo de los malos murió por dentro y es por eso que buscan matar aquello que les recuerda esa muerte interior que les impide sentir de verdad. Muchos apuntan a los chicos, como los abusadores que se enfocan en ellos para sus propósitos sórdidos porque no soportan la pureza que los niños representan.
No sabemos por qué hay malos en el mundo. Si sabemos por qué a veces hacemos cosas malas, pero no por qué hay quienes militan en el mal al punto de ofrecer su vida por la causa.
El misterio siempre le ganará a las explicaciones en este tema, pero algo del remedio sí conocemos: no emular a los malos entrando en su juego. Quien habita el infierno quiere compañía, y por eso se regodea cuando logra que otros se rebajen a su condición. El desafío, como siempre lo ha sido, es no entrar en el juego, y quedarse del lado de afuera del pozo.
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