En 1976, cuando California aún no era reconocida como región productora, sus vinos fueron los ganadores de una cata a ciegas ante reputados jueces franceses
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¿Se imaginan al humilde Estrella Roja de Belgrado arrebatándole el trofeo de la Champions League en 2002 a los “galácticos” del Real Madrid? ¿O a la Selección de San Marino –considerada la peor de todas– ganando por goleada la final de Qatar? Bueno, eso es lo que ocurrió el 24 de mayo de 1976 en una jornada que pasó a la historia con el nombre de “El juicio de París”. Ese día, un panel de grandes bodegueros y críticos franceses fueron parte de una histórica cata a ciegas en la que compitieron destacados exponentes de la élite del vino francés contra un puñado de ignotos vinos Californianos.
Y, para sorpresa de todos (jurado incluido), ganó California por goleada, echando tierra sobre las copas de los grandes vinos de Borgoña y de Burdeos. Grandes... y onerosos, que tuvieron que soportar que un Chardonnay del Valle de Napa que se vendía a tan solo 6,50 dólares obtuviera el primer puesto en los blancos, destacándose por sobre grandes Borgoña de más 100 dólares la botella. Días más tarde, cuando un periodista de la revista Time publicó la historia, algo cambió en el mundo del vino: California comenzaba a hablar de igual a igual con Europa, allanando el camino para el vino del Nuevo Mundo.
“El juicio de París hizo que se vea con otros ojos al vino de Estados Unidos primero, y después al del resto del Nuevo Mundo, porque en esa época los californianos eran los únicos que estaban elaborando vino aspirando a medirse con el Viejo Mundo”, comentó Alejandro Iglesias, sommelier y jurado de concursos internacionales. “El juicio de París fue uno de esos eventos game changer. Que un jurado francés haya elegido vinos californianos realmente cambió la historia, e incluso inspiró a muchos otros países, como la Argentina”, opinó por su parte Laura Catena, directora de la bodega Catena Zapata.
Tal es la relevancia que tuvo El Juicio de París, que al día de hoy botellas de sus ganadores –Chateau Montelena Chardonnay 1973 y Stag’s Leap Wine Cellars 1973– se exponen en el Museo Nacional de Historia Norteamericana, en Washington, como parte de la muestra permanente “101 objetos que contribuyeron a construir América”.
A ciegas
El protagonista principal de esta historia es un inglés llamado Steven Spurrier, entonces con 34 años, afincado en París, que se dedicaba a la venta de vino en su vinoteca Cave de la Madeleine, y había abierto poco tiempo antes L’ Academie du Vin, la primera escuela de vino de esa ciudad.
Ante la cercanía de la celebración del bicentenario de la independencia de los Estados Unidos, Spurrier decidió organizar una cata de vinos norteamericanos y franceses. Un amigo suyo, responsable del área de banquetes del Intercontinental Hotel de París, le cedió a tal efecto uno de sus salones el 24 de mayo de 1976, de 15 a 18, aunque le advirtió que debía terminar un poco antes, ya que a las 18 en ese salón se celebraría una fiesta de casamiento.
Spurrier sabía poco y nada de vino norteamericano, pero guiado por su curiosidad decidió visitar California junto a su socia Patricia Gastaud-Gallagher, para seleccionar personalmente los vinos que habrían de medirse contra los franceses.
Para el evento, Spurrier convocó a lo más destacado del mundo del vino y la gastronomía franceses. Así, el día de la cata, al Intercontinental llegaron representantes de esa aristocracia como Aubert de Villaine, propietario de la ya entonces icónica bodega Domaine de la Romanée-Conti, y Pierre Tari, secretario general de la Association des Grands Crus Classés, para integrar el jurado. También dijo presente –y su rol sería clave– el corresponsal de Time en París George M. Taber.
El organizador aclaró que había decidido que la cata sea a ciegas. Nadie se opuso, ¿o es que no eran capaces de distinguir con sus sentidos los grandes vinos franceses de los californianos?
Los vinos se sirvieron con sus botellas envueltas para ocultar las etiquetas. “Algunos jueces pudieron separar instantáneamente a un advenedizo importado de un aristócrata –escribió tiempo después Taber en su crónica del evento–. Más a menudo, el panel estaba confundido. “Esto es definitivamente California, no tiene nariz”, dijo un juez tras beber un Batard Montrachet 73 (Francia)”.
Pero pronto ocurrió lo inesperado. “En la primera sesión del tasting, los blancos de Borgoña fueron vencidos por los de California”, recordó Michael Silacci, ex enólogo de Stag’s Leap, una de las bodegas ganadoras de El Juicio de París (actualmente al frente de la bodega Opus One). “Después de eso, los jurados franceses se prometieron “no vamos a dejar que esto ocurra de nuevo con los tintos de Burdeos”. Pero sí ocurrió”, agregó.
Y de la sorpresa el jurado pasó rápidamente al arrepentimiento: “Taber, el periodista de Time, vio a algunos de los jueces pidiéndole a Spurrier que les devolviera sus puntajes, y le dijo a los organizadores que por favor no lo hicieran –relató Silacci–. Y ahí, al contar los votos, quedó expuesto claramente que el Cabernet Sauvignon californiano Stag’ s Leap Wine Cellars 1973 había vencido a los tintos de Burdeos”.
¿Y segundo? Segundo Francia, y nada menos que con el icónico Château Mouton Rothschild, un Burdeos con siglos de historia que había sido vencido por un tinto de una bodega con tan solo 6 años de vida. “Fue un hito para Napa Valley”, concluyó Silacci.
Arde Troya
“Judgment of Paris” fue el título con el que Taber publicó su crónica del evento en la revista Time del 7 de junio de 1976, pero no en referencia a la ciudad donde ocurrieron los hechos, sino a la mitología griega, que relata que París fue elegido por Zeus como juez para entregar la manzana de la discordia a la mujer más bella. Con la elección de Afrodita se desencadena la Guerra de Troya.
Justamente, con la nota de Time ardió Troya. El propio Spurrier debió cerrar su vinoteca parisina al ser acusado de prestarse a una campaña contra el vino francés, e incluso muchos de los jueces recibieron el título de “traidor”. Pero cuando el fuego se aplacó, comenzó a escribirse otra historia, la que comenzó a hacerle un merecido lugar a los blancos y tintos del Nuevo Mundo en el Olimpo del gran vino de alta gama.
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