Roberto “Perlita” Parlamento se asoció al Club Ciudad en 1963 y, desde entonces, es un jugador infaltable: cuál es el secreto de su vitalidad y su destreza
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Quien se cruce con Roberto Parlamento por el barrio de Caballito jamás podrá imaginar que ese señor canoso, de lentes, ojos claros y andar sereno es, a los 92 años, un ejemplo de vitalidad. Cada sábado Roberto prepara su bolsito y viaja en colectivo hasta el Club Ciudad de Buenos Aires, para jugar junto a un grupo de socios que desde hace mucho tiempo también se convirtieron en sus amigos y en donde se luce como un firme defensor de fútbol 5 (o seis, o siete). Un tiempista, de esos que con un toque milimétrico hacen “tac” en el momento justo para despejar el peligro.
En poco más de nueve décadas, fue testigo directo de toda la evolución que tuvo Buenos Aires, tanto en lo social como en lo político y lo edilicio, y eso comparte Tito (o Perlita, deformación de sus otros apodos provenientes de su apellido: “Parla” y “Parlita”) con LA NACION, en una charla que sirve para comprender todo lo que pasó en la Argentina en todo este lapso y que gracias a su nivel de detalle permite viajar con él al pasado.
- ¿Cómo eran sus padres?
- La familia Parlamento viene de la zona de Piamonte, al norte de Italia, cerca del lago Maggiore, a 40 kilómetros de Turín. Mi papá nació en 1896, se llamaba Landolfo (acá le decían Adolfo) y era autodidacta. En el primario lo echaron dos o tres veces, pero no por rebeldía, sino porque era un tipo inquieto, muy creativo. Luego trabajó en fábricas textiles, entre ellas en la de Giansevero Fila, el que creó la marca de indumentaria deportiva. Llegó a ser ayudante y a los 18 años justo comienza la Primera Guerra Mundial, así que tuvo que entrar en las filas. Me marcó mucho porque era muy independiente. Cuando yo empecé a estudiar en la Facultad de Farmacia y Bioquímica me dijo: “No trabajes bajo patrón, mejor poné una droguería”. Y mi mamá se llamaba Violante.
- ¿Cuándo deciden venir a Buenos Aires?
- Después de la guerra, mi papá ya tenía la idea fija de venir a Buenos Aires. Él había estado antes en Argentina, conoce a mi mamá, se casan y vienen con algo de dinero ahorrado. Pusieron una mini fábrica de entretela, pero llegó la época de la depresión americana en 1929 y se fundió.
- ¿Cómo era Buenos Aires en su infancia?
- En Buenos Aires, viví en varios barrios, pero crecí principalmente en Urquiza. Crecí en el barrio pobre, que lo llamábamos “La Siberia”. Quizás alguien lo recuerde aún. Le decían así porque no era Urquiza centro, sino Urquiza entre lo que era Republiquetas y casi General Paz, que por entonces era una avenida que casi no se usaba. Incluso, recuerdo camiones que pasaban con esos parlantes grandotes promocionando que la gente la use. Del lado de allá era todo campo y de este lado estaban las casas clásicas de las familias: el jardín adelante, el patio largo con la parra, los dormitorios, en el fondo las gallinas, los pollos, la higuera. Nunca faltaba eso, como no faltaba el limonero adelante. Todas las casas eran parecidas y la gente alquilaba.
- ¿Cuáles eran los juegos de aquella época?
- La infancia era distinta. En el barrio jugábamos a la pelota de trapo, a las bolitas y a las escondidas. Todo al aire libre, porque las calles eran seguras y no había muchos autos. Recuerdo especialmente las tardes de juegos con los amigos del barrio, todo muy sencillo. También jugábamos con figuritas, era un juego en el que tirabas las figuritas contra la pared y las que caían paradas se las ganaba el que las había tirado. La vida era más simple, pero muy linda.
- ¿Qué recuerdos tiene de su paso por el secundario y la universidad?
- Fui al Colegio Mitre, en el barrio del Abasto, y después estudié en la Facultad de Farmacia y Bioquímica. En esa época la carrera de Bioquímica te llevaba unos años más después de terminar Farmacia. Me gustaba mucho la salud pública, así que hice muchos cursos y terminé trabajando en la Municipalidad en temas de salud. Además, estuve involucrado en Auditoría y Gestión Sanitaria, haciendo cursos, trabajando en hospitales. Fui parte de la Sociedad Argentina de Auditoría Médica y en un momento me propusieron ser presidente, pero decidí no aceptar. Preferí dedicarme más a mi familia y no quería asumir una responsabilidad tan grande en ese momento. Aun así, seguí trabajando en el área de salud durante muchos años.
- ¿Cómo conoció a Lidia, su esposa?
- Nos conocimos en 1955. Yo estaba en Villa Gesell, en la casa de unos amigos, y un día mi amigo me dice: ‘Hoy va a pasar por acá mi prima que viene con una amiga’. Cuando llegó y la vi, supe que era ella. Me enamoré en el momento. Tenía esa magia. Era muy linda y muy seria también. Era de salir a bailar, le encantaba el rock y el tango. Pero cuando nos conocimos, me la jugué. Antes de que se fuera, le dije: ‘Necesito tu teléfono, ¿me lo vas a dar para que pueda llamarte cuando vuelva?’. Ella aceptó y, a los pocos días de regresar a Buenos Aires, la llamé. El primer encuentro fue en un asalto, esos bailes de antes que organizó su prima. Nos fuimos conociendo y a los tres meses ya no podíamos separarnos. Nos casamos en 1965 y somos muy felices desde entonces. Ella es hija única, igual que yo, pero de dos hijos únicos salió una familia grande: tenemos tres hijos, dos mujeres y un varón, y ya somos bisabuelos.
- ¿Qué salidas le gustaban más?
- Íbamos mucho a bailar. Ella bailaba muy bien el tango, y también el rock. Y a mí me gustaba mucho la música de Xavier Cugat y todas esas orquestas de ritmo centroamericano. Me acuerdo que, en uno de esos bailes, fue Alberto Castillo a un club de barrio donde tocaba la orquesta. Él cantaba y entre tango y tango se iba para atrás del telón, y nosotros, los pibes, nos trepábamos a las paredes linderas para verlo y pedirle que cantara. Era muy de barrio, muy familiar todo. Y más adelante, cuando ya estábamos casados, íbamos al Sunderland, un club que todavía sigue. El tango siempre nos acompañó. Íbamos los sábados a bailar después de que yo volvía de jugar al fútbol en el club. Ese fue nuestro plan de fin de semana hasta hace unos pocos años.
- ¿Siempre le gustó el deporte?
- Cuando era adolescente Buenos Aires fue sede de los primeros Juegos Panamericanos, en 1951. Y me enganché con el atletismo. Fui a entrenar a River, toda una curiosidad porque yo soy hincha de Boca. Pero con el estudio lo fui dejando. Y el fútbol me gustó siempre. Jugué de defensor toda la vida, era muy rápido y ahora no tanto.
- ¿Cómo llegó al Club Ciudad?
- Nos hicimos socios en 1963, porque entonces era de la Municipalidad. Y aquí sigo. Cada sábado preparo mi bolsito y viajo en colectivo hasta el club para jugar con los muchachos. Es un grupo con el que disfruto mucho más que un partido de fútbol.
- ¿Qué siente al poder seguir jugando al fútbol?
- El fútbol me da mucha vida. Los muchachos del club me bancan en todo, y eso me gratifica. A esta edad, uno sigue disfrutando. Hace poco fui al club en invierno, un día muy frío y lluvioso, y algunos muchachos más jóvenes me ponían como ejemplo. A mis hijos les dije: “El día que yo no vaya al club por voluntad propia o me cueste ir o para mí hacer ese viaje sea una carga, asustensé porque perdieron al padre que conocieron”. Porque para mí ir ahí es imprescindible desde hace rato. Lo hace imprescindible el entorno, el grupo. El grupo es espectacular, porque además del fulbito también compartimos el tercer tiempo o asados. Y además hago actividad física al aire libre, algo que a no tiene precio. Te juro que cada sábado vengo renovado.
- ¿Se disfruta llegar a esta edad?
- Se disfruta, claro. Sobre todo cuando los años pasan con buena salud. Aunque no es gratis. Este año fue muy duro porque murieron los tres últimos amigos del colegio con los que me seguía juntando. Siempre decíamos que éramos ‘sobrevivientes’. Cuando me llamaron para contarme, sentí un impacto enorme. Y ahora, ya no queda nadie. ‘La escuela ya no está’. Ya no está porque no quedan esos diálogos, esas charlas… Todo se volvió un monólogo. Era muy especial juntarse, recordar lo que vivimos, pero hoy solo quedan las historias. Esa es la parte triste de la longevidad.
- ¿Cuál es el secreto para llegar tan lúcido y activo a los 92 años?
- Yo lo atribuyo a tres factores. Hay algo que está comprobado, al menos hasta ahora, que es la herencia genética. ¿Cuáles son las evidencias? La línea materna, paterna o ambas. Mi abuela materna falleció a los 80 años en Italia (en una época donde cualquier enfermedad te mataba) y mi madre a los 100, ambas completamente sanas. En un segundo escalón ubico a la vida saludable: hacer deporte, ser una persona activa, no comer en exceso ni alimentos demasiado elaborados y evitar situaciones estresantes. Y me olvidaba de uno, muy importante: mirar a la izquierda y a la derecha antes de cruzar la calle.