Cuál fue el camino para llegar a Rocca Box, su flamante muestra en el Abasto
- 5 minutos de lectura'
Siempre, en las historias de los grandes, la primera anécdota, el click que los condujo al estrellato, tiene que ver con la magia. Destino, tal vez, o como quieran llamarlo. Y el caso del fotógrafo Gabriel Rocca no es la excepción. Era un chico de 20 años que vivía con sus padres en una casa de Vicente López, refugiado en un cuarto empapelado con pósters de la revista Pelo. La música y esa movida del rock nacional lo venían movilizando, pero el shock absoluto fue el día que llegó a sus manos el primer disco de Sui Generis. En plena dictadura, el mejor refugio para soltar las alas eran los recitales. Y allá iba el joven Rocca, que no soñaba con ser fotógrafo sino músico, pero un día llevó una cámara. Y lo fotografió a Luis Alberto Spinetta en el festival Prima Rock.
El material parecía bueno, así que lo acercó a la revista que él mismo compraba religiosamente. A los dos días, ya estaba trabajando oficialmente con ellos, cubriendo bandas y participando en sus giras. De ahí en más, se transformó en el fotógrafo que captó los grandes momentos del rock nacional, y más tarde, también, en la lente que supo darle un touch de juego y modernidad a las marcas más reconocidas de la moda argentina.
–Con tu cámara, pasaste a ser parte del ADN rockero. ¿Qué situaciones viviste que aún te siguen impactando?
–Fueron años de mucho vértigo y adrenalina. A mis 23 tuve la fortuna y enorme privilegio de fotografiar a Freddie Mercury, Rod Stewart, Ian Anderson y Nina Hagen. También bandas como AC/DC, Iron Maiden, Whitesnake. Y un día terminé haciendo fotos en la casa de la figura más conocida en el mundo, Diego Armando Maradona. Ese retrato de Diego terminó siendo icónico. La verdad es que en mi vida de fotógrafo no hubo un plan. La idea no era a quién fotografiar sino entrar en el alma y sentimientos de cada personaje. Ahí está el secreto de mi disfrute.
–Cuando dicen “Rocca es rock”, ¿qué sentís?
–Tengo y tuve una vida de fotógrafo, y eso abarca un montón. Porque alguien con una cámara puede dedicarse a sacar fotos, pero otra cosa es producirlas, crearlas. Esto último es lo que siempre hice. Y producir lleva a generar situaciones para obtener esas imágenes. Pasé gran parte de mi vida viajando, de hotel en hotel, en lugares inhóspitos y tremendas urbes, siempre con grandes y talentosos equipos. Si eso tiene alguna similitud con el rock, bueno sí... Mi vida fue eso. O es eso.
–Muchos dicen que tenés el “no” fácil...
–No lo sabía... Será porque nunca hice ni haría nada que no me guste. La fotografía es un arte, un sentir. Esto se trata de conexión con la persona a retratar. Por supuesto trabajo para marcas que tienen un objetivo, generar una identidad de imagen y vender. Por eso interpretar esa ecuación es el desafío divino que hay que asumir.
–Ahora estás rockeando el Abasto. ¿De qué se trata Rocca Box?
–Es un nuevo formato museo para exhibir arte fotográfico. Propuse esto: una cámara escenográfica gigante que contiene una muestra interactiva analógica y digital donde se juntan el pasado, el presente y el futuro. Se trata de una experiencia para vivir y no para contar, basada en mis archivos del rock nacional de los 80, y montada en el emblemático edificio del Abasto. La muestra se puede visitar de manera libre y gratuita, hasta el 19 de noviembre.
–Muchos fotografiados, amigos y admirados tuyos, ya partieron. ¿Cuál es tu relación con la muerte?
–La muerte es parte de la vida. No somos eternos, pero la fotografía, a través de su poder mágico, eterniza momentos. Miro las fotos de aquellos años y siento que ese instante está absolutamente vivo. Que Charly García está saltando por encima de su piano mientras canta “No bombardeen Buenos Aires”. O que Luis Alberto Spinetta está acá, siempre. Con sus cuerdas únicas de guitarra. Ese talento sin tiempo que lo hace trascender generaciones.
–Sos de la generación Malvinas.
–Sí, de 1962. Me salvé por número bajo. Teníamos 18 años y estábamos saliendo de la secundaria. Recuerdo que nos íbamos enterando quién iba a Río Gallegos, quién terminaba en Malvinas, quién había subido al buque hundido por los ingleses. Por eso el rock fue tan importante para nosotros. Mientras vivíamos todo eso, Charly decía: “Si ellos son la patria, yo soy extranjero”.
–Y nació el rock solidario...
–Eso me toca muy de cerca. Existió ese polémico “Festival de la Solidaridad” en Obras para juntar ropa y alimentos, en 1982. Todo inolvidable por lo terrible que estábamos viviendo, pero en paralelo hice mi primera tapa para la revista Pelo. Fue muy fuerte estar en el escenario con Charly, León Gieco, Raúl Porcheto, Nito Mestre. Estábamos diciendo “esta guerra está mal” pero también juntando cosas –que nunca llegaron– para mandar porque todos conocíamos a alguien que estaba allá. Muchos años después me involucré con el caso de los chicos de la escuela Ecos, que murieron en un terrible accidente. En ese entonces creé la frase “todos somos, todos fuimos, todos podemos ser”, que ya es de todos y Ricardo Mollo la hizo canción. El rock siempre fue una gran tribu solidaria.
–Hoy estás muy tranquilo, ¿no?
–En lo personal, sí. Tengo dos hijos divinos, Salvador, de 28, y Santo, de 23. Mi mujer, Gaby, me hace crecer, siempre. En un mundo complejo de grietas y egoísmos, nos fortalecemos en nuestro mundo deseado.
–¿Cuándo sos un tipo audaz?
–Cuando hago cosas como una caja de 20 x 8 metros y 6 de altura para exponer arte. Supongo que soñar cosas alocadas, enormes, y lograrlas, tiene que ver con la audacia.
Más leídas de Sábado
Más de 80 años. La rotisería creada por un inmigrante español que se mantiene intacta y ofrece sabores "de antes"
De Plaza Italia a Villa Crespo. El corredor urbano que concentra cada vez más propuestas gourmet
"Ahora me conocen como 'la de los celulares'". Así se creó el primer movimiento viral contra las pantallas