El Día D, en Haedo. Son profesionales, pero los fines de semana recrean con precisión batallas de la Segunda Guerra Mundial
Desde hace siete años, la Asociación de Recreadores Históricos El grupo se compone de 40 personas que todos los sábados recrean batallas con precisión minuciosa
Durante la semana, Joaquín Oubiña es profesor de Historia en una escuela secundaria... pero esta gélida mañana de domingo se presenta como un teniente alemán de 1936. Desde hace siete años forma parte de la Asociación de Recreadores Históricos. No es su primera experiencia reproduciendo sucesos del pasado: “Empecé recreando luchas vikingas. Tenía la barba hasta el pecho y usaba armaduras de cuero... Pero cuando vi que estos chicos eran serios, dije: ‘Es hora de empezar a recrear batallas de la Segunda Guerra Mundial’. Y acá estamos”, cuenta mientras acomoda un sobretodo original del ejército alemán.
Atrás suyo, acomodados entre dos vagones de tren, varios de sus compañeros se quitan la ropa “de civil” para ponerse uniformes desgastados con maquillaje, botas de cuero, cascos, dagas y fusiles que solo disparan aire. Todos se preparan para “la batalla del puente”, la que pudo haber ocurrido en Normandía, que registrarán con cámaras de altísima definición.
Todos son argentinos y sus edades rondan entre los 20 y los 75 años. Son hombres, casi en su totalidad, con la excepción de una mujer invitada, que descubrieron en otro grupo de recreadores (sí, porque hay varios). Se dividen en dos flancos: los Aliados y los Alemanes. “Nazis no”, precisan. “Especialmente recreamos el día D, cuando los paracaidistas americanos llegan a Normandía”, explica Matías, que prefirió no revelar su apellido.
Su nombre “de ficción” es Matt Baker, tiene grado de Teniente, y una historia que puede recitar de memoria: “voló desde los Estados Unidos para ejecutar la Operación Overlord, en Normandía”, precisa. Dentro de su casco guarda una foto en blanco y negro de su novia de utilería. Además, fuma mucho. “Yo normalmente no fumo, pero cuando recreamos nos tomamos todo en serio. Es importante fijarse en esos pequeños detalles”, insiste Matías.
Además de ser uno de los fundadores de la Asociación de Recreadores Históricos, hoy coordina el bando Aliado. “Al principio éramos cuatro gatos locos y no teníamos el nivel que hoy estamos logrando. Cuando fuimos a nuestra primera Noche de los Museos, que nos convocó el Museo de Armas de la Nación, llegamos con réplicas de cartón pintadas, pero era lo que teníamos”, recuerda.
Hoy en día, muchas de los fusiles son impresiones 3D o airsoft con balines de goma. La ropa combina originales y réplicas. En ese sentido, son muy cuidadosos con no promover ninguna ideología. “Es por eso que nosotros quitamos todas las esvásticas de los uniformes, las gorras, incluso de los pines. No queremos que nos malinterpreten porque nuestro objetivo no es político”, justifica Oubiña.
La minuciosidad en las apariencias inunda las conversaciones de la Asociación. “Hay muchas discusiones. Por ejemplo, si es mejor usar piezas originales o réplicas para las recreaciones. Yo personalmente prefiero emplear réplicas”, opina Santiago Parisi, un joven universitario que viste como subsargento alemán. “Tratamos de corregirnos constructivamente unos a otros para poder llegar la precisión histórica que buscamos”, explica.
Arnoldo Ibáñez es comerciante, pero hoy se puso en la piel de un soldado alemán que viene del frente soviético. “Yo sabía de historia desde antes, pero cuando llegué acá me sentí un completo ignorante comparado con los demás. El nivel de detalle es impresionante”, sostiene. Él, como todos aquí, repiten la misma frase: “Este es un hobby caro”. Conseguir y armar los vestuarios lleva tiempo, requiere una gran inversión, y es regla absoluta tenerlo en condiciones para participar de las recreaciones.
El campo de práctica es en el Museo Ferroviario Raúl Scalabrini Ortiz, un depósito de trenes viejos en Haedo, partido de Morón, oeste del conurbano bonaerense. El lugar lo encontró Matías de casualidad. “Un día volvía del trabajo en tren y seguí de largo. Cuando di la vuelta, vi el letrero del museo y decidí contactarlos para hacer una sesión de fotos. De ahí nos hicimos socios. Incluso, nos donaron un vagón antiguo”, presume Matías. “Es de 1920″, arriesga uno de los muchachos. “No boludo, es de 1933, de Birmingham. Justo es de la época”, lo corrige otro.
Al subir al tren, te recibe una bandera de Estados Unidos y, a un lado, una biblioteca. “Acá tenemos los libros que usamos para investigar cada batalla”, explica Oubiña. Uno de los camarotes fue adaptado como cocina y al fondo, vaciado de asientos, tienen una especie de salón multiusos.
“Acá nos cambiamos, guardamos algunas cosas y llevamos a cabo nuestras reuniones”, muestra Flavio Máximo Bertini que coordina el bando alemán. Al igual que Matías, Bertini es fundador del grupo y juntos son la batuta dentro de toda la Asociación. Aun así, las escenas de batalla las deciden en conjunto. Según ellos, experimentar en carne propia la vida de estos soldados es la parte más divertida. “Yo me compro chocolates y cigarrillos de la época, y en algún momento los quiero usar imaginando cómo era”, explica Alejandro Longobardi, que representa a un soldado de la Wehrmacht, fuerza de defensa alemana entre 1935 y 1945.
“No es que amamos la guerra, simplemente estamos honrando a quienes sirvieron o perdieron la vida por su país, dejando de lado a su familia y sus tradiciones”, justifica Luciano Rey mientras marcha al puente donde sucederá la escena que grabarán hoy. El preparativo dura más que la escena, pero los festejos premonitorios avistan un éxito seguro. “Todos en sus puestos, cámaras, micrófono...”, comanda Bertini.
“Schnell schnell, lass uns die Brücke sprengen. Vorsicht, Sprengstoff (Rápido rápido, vamos a explotar el puente. Cuidado, explosivos)”, grita Parisi. Tres soldados alemanes marchan hasta el centro del puente y tiran en el suelo dos bombas de harina que Matías fabricó la semana anterior. Es una de esas tardes diáfanas en las que el sol no calienta. Suenan un silbatazo y dos estruendos. En los espectadores se provoca un espasmo eléctrico. El resto, estoicos, se mantienen con mirada férrea, no parecen pestañear. Hay silencio, el humo se disipa y ningún puente explota, solo hay humo. Después, comienza a sonar una alarma de bomba.
Parte del ejército aliado avanza sobre un Jeep Willis original de 1941. Se detienen a cinco metros del puente. Comienza el intercambio de bombazos, hasta que se vacían de petardos. Un aliado sale de su escondite y cae seco, grita y solloza: “Help, Help”. El médico se arriesga, valeroso, y lo levanta. Los alemanes disparan sin tregua desde el puente. Alguno grita “boludo, si es del cuerpo médico”. “A mí no me importa nada”, responden. El herido llega a un lugar seguro, lo intentan reanimar, pero la herida maquillada es muy grande.
Una última pelea se da entre dos cabos de bandos contrarios. El alemán le dice al aliado: “Vos desarmame primero y luego me matás. El malo no puede ganar”. Haciendo caso, el aliado se lanza en contra del enemigo y lo desarma. Saca su cuchillo -original-, forcejean unos segundos y ambos encauzan el puñal entre el brazo y las costillas. El alemán muere. Hay silencio. Después empiezan las sonrisas cómplices, Nazis y Aliados comienzan con el parloteo. “¿Tenemos la toma?”, pregunta Flavio al camarógrafo.