La Raquel, en Castelli, a 168 kilómetros de Buenos Aires, estuvo muchos años cerrada por inundaciones y problemas edilicios, pero luego de seis años de reformas reabre al turismo; pertenece a la familia de Felicitas Guerrero
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“Para mí es mi segunda casa, me crié prácticamente ahí. Aunque no vivía en el chalet, sino en el campo de al lado, pasé largas temporadas en la estancia. De chica jugaba en los jardines, con los perros, que siempre hubo muchos. En la casa están mis raíces”, dice Cecilia Guerrero, sobrina bisnieta de Felicitas. Se refiere al famoso castillo de la ruta 2, como se lo nombre informalmente y se lo busca, a marcha más lenta cuando camino a la costa se pasa a la altura de Castelli, a 168 km de Buenos Aires. La estancia La Raquel, tal su nombre, pertenece a la familia de Felicitas Guerrero desde que heredaron los campos, luego de la trágica muerte de la joven de la alta sociedad porteña a manos de Enrique Ocampo, un enamorado despechado, en 1872.
La historia de Felicitas se respira entre las paredes centenarias de la propiedad, aunque la imponente casona se construyó años después de su muerte. Ella sigue viva en el recuerdo de la familia.
El casco de la estancia estuvo muchos años cerrado. El campo sufrió una fuerte inundación, la casa quedó aislada cerca de un año, solo se podía acceder en tractor. También tuvo problemas edilicios, el deterioro normal por los años. Después de un largo período de reformas de casi 6 años, ahora vuelve a abrir la tranquera para recibir visitantes para un día de campo y sumergirse en su historia centenaria vinculada íntimamente con Felicitas Guerrero y su familia. Es sin duda una de las estancias emblemáticas de la provincia de Buenos Aires con una fuerte tradición ganadera. Por su imponencia, la eligió Susana Giménez para hacer la presentación de su programa en 1996 junto a Julio Bocca, fue locación de la película El Ratón Pérez 2, se hicieron videoclips y publicidades.
El casco de la estancia estuvo muchos años cerrado. El campo sufrió una fuerte inundación, la casa quedó aislada cerca de un año, solo se podía acceder en tractor. También tuvo problemas edilicios, el deterioro normal por los años. Después de un largo período de reformas de casi 6 años, ahora vuelve a abrir la tranquera para recibir visitantes para un día de campo y sumergirse en su historia centenaria vinculada íntimamente con Felicitas Guerrero y su familia
Ahora se puede ver el castillo mejor desde la ruta, después de muchos años oculto entre la exuberante vegetación del jardín.
“Cuando era chica no se hablaba de Felicitas, era un tema tabú en la familia, porque su muerte provocó un dolor inmenso, pero de más grande intenté reconstruir la historia y aportar una versión oficial de su vida y del que puede ser considerado el primer femicidio del país, por la trascendencia que tuvo en esa época y en años posteriores”, explica Cecilia, que es Guerrero de pura cepa. Sus abuelos paternos, Esther y Luis, eran primos hermanos, hijos de dos hermanos de Felicitas.
Considerada “la mujer más linda de su época”, era dueña de los campos que habían pertenecido a su adinerado marido Martín de Álzaga. Grandes extensiones que llegaban al mar y que había obtenido la familia Álzaga como recompensa por colaborar con la Campaña al Desierto. Cuando él murió, ella en persona tomó conocimiento del trabajo rural y se ocupó de administrarlo con ayuda de uno de sus hermanos, algo que no era tan habitual para una mujer en esos años. Solía pasar temporadas en su estancia La Postrera también en Castelli, muy cerca de La Raquel. “Por su temperamento, –agrega Cecilia–, ella siempre insistía en hacer cosas que fueran distintas, tenía muchas inquietudes, eso es algo que siempre quedó en la familia.”
En esas tierras por entonces desoladas, un día de tormenta Felicitas se perdió en su carruaje. Un joven fue a su auxilio y la hospedó en su casa. Era Samuel Sáenz Valiente, el estanciero del que se enamoró y con el que planeaba casarse. Justamente festejan el compromiso la noche que fue asesinada.
Un campo modelo
Luego del asesinato, las propiedades las heredaron sus padres y años más tarde, las repartieron entre sus hijos; el matrimonio tuvo once, Felicitas era la mayor. Fue Manuel Guerrero el que recibió los campos de La Raquel y se propuso convertirlos en un establecimiento modelo, con tecnología de avanzada importada de Europa. Manuel trajo la raza Aberdeen Angus al país, por ejemplo. Fue precursor de la lechería en la Cuenca del Salado: despachaba por tren a Buenos Aires unos 18.000 litros diarios desde la Estación Guerrero. También montó una fábrica de manteca, queso y crema en 1888 y luego comenzó la construcción de la casa en 1894. Todos los materiales llegaron desde Europa, como era habitual en ese entonces. “No se sabe quién diseñó la casa, tuvo muchas intervenciones, la torre se hizo después y en la década del 40, una de las reformas las hizo Jorge Bunge”, recuerda Cecilia.
“Nada crecía en esos campos, no había un solo árbol. El paisajista que le dio vida al importante bosque con más de 300 especies que rodea la casa creó un microclima frente al río Salado. Como era una casa de veraneo, logró generar corredores de ventilación para que reciba viento. En el parque, en cada una de las abras entra el sol los dos días de equinoccio”, explica Cecilia. La casona, con el exterior color terracota y aires principescos por la torre que la corona, mantiene su mobiliario original, aunque la familia no sabe de dónde llegaron los muebles.
Valeria Guerrero, hija de Manuel (hermano de Felicitas) fue otra de las mujeres fuertes de la familia. Ella quedó a cargo de la estancia junto con su marido Juan Pablo Russo (no tuvieron hijos) y se desvivían por cuidar el casco y los jardines. Decidieron crear una fundación en la década del 70 que solía organizar diversas actividades culturales, especialmente conciertos. Cecilia, sobrina nieta de Valeria y Juan Pablo Russo, tocayo de su tío, están ahora al frente de la fundación. “Antes se hacían más encuentros culturales, pero como la situación cambió nos comprometimos con proyectos de ayuda a la comunidad y temas relacionados con medioambiente. Por ejemplo, creamos un área de neonatología único en el corredor de la ruta 2, merenderos, ofrecemos cursos gratuitos y fomentamos emprendimientos de hidroponía. Lo que recaudamos lo volcamos en asistencia y en el mantenimiento del casco”, explica Juan Pablo Russo.
Por ahora no se puede visitar el interior de la casa, porque siguen las obras y para el día de campo utilizan espacios exteriores y otras instalaciones del predio, pero se puede recorrer el parque y los senderos del bosque, visitar la huerta, el gallinero y estar atento para ver y escuchar a las aves que se acercan al lugar. Cecilia se encarga de dar una charla histórica a los visitantes: “La gente pregunta mucho, le interesa saber más de Felicitas, su historia sigue despertando curiosidad. Además, la casa simboliza la lucha constante de la familia por preservarla. Es el testimonio de familias que hicieron mucho esfuerzo por construir un país”.
Cuando las reformas estén listas, planean recibir pasajeros. Primero en las casitas de huéspedes y después en el casco, que cuenta con 5 habitaciones en suite. Ahora se está terminando la puesta en valor de la casa, con cambio total de cañerías, instalación eléctrica, restauración de techos y calefacción. Una nueva vida para La Raquel.
Informes: contacto@estancialaraquel.com y 113012-5000.
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