Variedad buscada por los conocedores, es la joya de la viticultura alemana pero en la Argentina hay muy pocos ejemplares; cuáles probar
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Quizá no sea la mejor carta de presentación para un vino decir que tiene aroma a kerosene (o, lo que es lo mismo, aromas emparentados con el petróleo). Pero lo cierto es que esa nota –en su justa medida, no exagerada– puede resultar muy atractiva, y de hecho es una de las características clásicas del Riesling. Esta variedad de uva que el lunes celebra su día internacional es la estrella indiscutible de los más prestigiosos vinos alemanes, que se cultivan en los valles de los ríos Rin y Mosela, y que también brilla en los blancos franceses de Alsacia.
Claro que tampoco se trata de acercar la copa al surtidor de la estación de servicio, que quede claro que esa no es la idea. Si bien las notas de kerosene tienden a aparecer en estos vinos con el paso de los años de envejecimiento en botella, son sutiles y además forman parte de una paleta aromática mucho más amplia y rica, que incluye aromas cítricos, frutales y florales, en vinos de muy buena frescura, perfil mineral y excepcional potencial gastronómico.
“Así como el Pinot Noir es considerada la variedad más sofisticada de las tintas, el Riesling es su equivalente en los blancos: es el que les gusta a los conocedores”, señala Alejandro Iglesias, sommelier de BonVivir. “Cuando es joven tiene un perfil aromático muy potente, de lima, manzana verde y flores, con una nota fresca de cera de panal. Cuando evoluciona con el paso del tiempo gana complejidad, y ahí puede aparecer esa nota que se le atribuye al petróleo, a los hidrocarburos”, agrega.
Conseguir un Riesling alemán en la Argentina es –con las actuales trabas para importar bebidas– casi imposible. Y la producción local de esta variedad es cada vez más escasa, como muestran las estadísticas del Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV). En los últimos 10 años se redujo un 23,9% la superficie plantada con Riesling, la que de por sí ya era pequeña. Hoy hay sólo 70 hectáreas en todo el país (de Chardonnay, para tener un parámetro, hay casi 6500 hectáreas).
Claro que el Riesling vivió mejores épocas en la Argentina: “En las décadas del 60 y 70, cuando el consumo de vino en la Argentina era casi 4 veces el actual, el Riesling era una de las variedades blancas más implantadas en nuestro país”, cuenta Ezequiel Ortego, enólogo de la bodega Trapiche Costa & Pampa, que cultiva esta cepa en Chapadmalal, provincia de Buenos Aires, donde obtiene un blanco de perfil cítrico y baja graduación alcohólica.
“Cuando comenzó a disminuir el consumo de vino fueron muchas las hectáreas de vid que se erradicaron, entre ellas muchas de Riesling –retoma Ortego–. Sumado a esto hubo un cambio en el paladar del argentino, a partir del cual el consumidor terminó volcándose más al vino tinto que al blanco, y eso finalmente hizo que muchos productores sacaran sus vides de uva blanca para plantar tintas”.
Además, señala Mariano Di Paola, enólogo de Rutini Wines, “antiguamente era una variedad que no se expresaba bien en Mendoza y que presentaba una sanidad complicada para manejar”.
Claro que, agricultura de precisión mediante, hoy se conoce dónde conviene plantar Riesling y cómo manejarlo para obtener grandes vinos. “El Riesling en Mendoza da muy buenos resultados en zonas altas donde desarrolla aromas cítricos, florales y minerales en su fragancia”, asegura Pablo Cúneo, enólogo de Luigi Bosca. Y agrega: “La superficie cultivada con Riesling siempre fue muy baja en comparación con las otras variedades blancas, sólo un 0,22%. Por eso siempre se lo utilizó en vinos especiales que buscaron diferenciarse en un segmento de alta calidad, y con un estilo de vino y formato de botella clásico de la variedad, dando crédito de su prestigio internacional”.
Eso se refleja en las botellas altas y estilizadas –”estilo Alsacia”–, como la de los Riesling de Rutini y Luigi Bosca, dos grandes exponentes de esta variedad que tienen muchas cosechas a cuestas.
Más recientes, aunque ya con vinos consolidados, son los bonaerenses de Trapiche Costa & Pampa, en Chapadmalal, y de Puerta del Abra, en Balcarce. “Esta es una variedad que madura lentamente en Balcarce logrando una muy buena complejidad aromática –dice Delfina Pontaroli, enóloga de Puerta del Abra–. Nos parece destacable la combinación de frescura y mineralidad de este vino, que se conjuga con un paladar suave y untuoso”.
Para los que buscan un Riesling de precio accesible, dos buenas opciones (tampoco hay tantas) son los que producen la bodega Doña Paula en su línea Estate, y la también mendocina Losance.
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