Con vinotecas históricas y otras que acaban de inaugurar, es una de las zonas porteñas donde más se disfruta de esta bebida; el rol de los pioneros y el trato personal son el sello distintivo
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Desde que Pámpano, winehouse que es a la vez vinoteca y bar de vinos, se instaló en la esquina de avenida Chivilcoy y Gabriela Mistral, en Villa Devoto, Cecilia Faisal y Javier Aversa dejaron de comprar y tomar vino en su casa. “¿Para qué, si vamos a lo de Charly?”, dice la pareja, que vive en el barrio hace más de 4 años e hizo del lugar fundado por Carlos Benzoni el elegido para desconectarse de un intenso día de trabajo. Salvo los lunes, que Pámpano está cerrado, la pareja, que vive cruzando la calle, repite el ritual varios días a la semana.
“Elegimos la botella que queremos, pedimos la provoleta con miel y semillas de sésamo o una tablita de quesos, y nos vamos a casa contentos. Siempre trato de buscar un lugar así, donde me sienta en casa”, confiesa Javier, que estableció una relación de complicidad y amistad con Charly, propia de lo que suele ocurrir en los barrios en los que todos se conocen y se saludan por su nombre. Claro que cada vez más hay más caras nuevas en las vinotecas y los restaurantes, a medida que el barrio ocupa un lugar cada vez más destacado en el mundo del vino.
En septiembre, la legislatura de la ciudad de Buenos Aires declaró Distrito del Vino a la zona comprendida por Villa Devoto, Villa del Parque y La Paternal (la antigua ruta de la industria vitivinícola en la que se transportaba el vino a granel que llegaba desde Mendoza). La Cámara de Comercio de Villa Devoto, principal impulsora del proyecto de ley, fue un paso más allá y bautizó Devoto Vid al barrio conocido por la cárcel y la Plaza Arenales, hoy renovado polo gastronómico.
El sábado pasado se estrenó ese título obtenido en la legislatura con una gran feria al aire libre de la que participaron las principales bodegas del país y todas las vinotecas de la zona, en la que se estableció el km 0 de la ruta del vino en la ciudad.
“La pandemia creó una nueva dinámica. Históricamente, por su lejanía con el centro, Devoto tuvo un carácter de barrio, donde en la semana la mayor parte de la actividad de los vecinos se realizaba afuera, en otras zonas, y se disfrutaba del barrio solo los fines de semana –comenta Jorge Mesturini, presidente de la Cámara de Comercio de Villa Devoto–. La pandemia modificó radicalmente esa ecuación y el barrio pasó a tener una actividad comercial creciente durante toda la semana. Con esta nueva propuesta se genera un ecosistema de emprendimientos vinculados al vino (gastronomía, eventos, formación) tanto de Devoto como de los otros barrios que integran el distrito”, resume.
En Devoto hay ocho vinotecas en un radio de pocas cuadras, de las cuales dos son verdaderas instituciones del barrio y están atendidas por sus dueños: la Casa de los Vinos Tombetta, que es una de las más antiguas de la ciudad y que en 2022 cumple 90 años (sobre Antonio López, esquina San Martín), y La Bodega de Bórbore, fundada por Carlos Bórbore, miembro de una conocida familia de bodegueros de San Juan que tenía el depósito de vinos a principios de siglo XX frente a su local, en avenida Mosconi al 3600.
“Nací adentro de una bodega, de chico no recuerdo otra bebida que no fuera vino”, dice Carlos, el menor de 8 hermanos, que se fue de la bodega familiar (hoy en manos de Aída Pulenta) para abrir el local.
Un tesoro bajo tierra
La vinoteca funciona en una pintoresca casa chorizo de 1915 con un hermoso jardín en el fondo, donde hay plantadas distintas variedades de vides (Pinot Noir, Malbec, Cabernet Sauvignon) y frutales, y en el que está enterrada una botella de vino especialmente diseñado por Ernesto Catena. “Todos los años invitamos un bodeguero para que haga la poda de las vides. En 2013 vino él, y entre las costumbres que tiene en su finca una consiste en enterrar una botella de vino en distintos lugares, poniendo marcas. Aquel día trasladamos esa costumbre a mi vinoteca. Es una botella que se la coloca adentro de un adobe de entre 15 a 18 kilos que se pone dentro de una caja de madera –cuenta Carlos–. Entre los dos hicimos un pozo de un metro de profundidad y lo tapamos. Lo regamos con un chorrito de vino, brindamos y lo dejamos ahí. Es el único adobe que tiene enterrado fuera de su finca”, dice con orgullo.
Ya pasaron más de 8 años desde ese día y todavía ese ritual de desenterrar el vino y degustarlo no sucedió: “Estoy esperando que venga él, que vive en el exterior, o su hijo para tomar la botella”, dice Carlos. A diferencia de las cruces que marcan la zona donde están enterrados los cofres de oro, unos racimos de uvas de plástico avisan donde hay que excavar para dar con ese tesoro vitivinícola.
Pero Bórbore no tiene necesidad de andar desenterrando botellas para disfrutar de un buen vino: su local es de los más nutridos de la zona (tiene más de 1800 etiquetas), con vinos de todas las provincias, ordenados por región (en lugar de por variedad) y para todos los bolsillos. Lo primero que llama la atención desde afuera son unas damajuanas dispuestas en el piso, que le dan un toque pintoresco al salón. “Son vinos sencillos, la calidad es buena, tenés que ser una mala persona para elaborar un mal vino porque la uva por sí sola es muy buena en Argentina –plantea–. Las damajuanas es lo más ecológico que hay y te llevás un vino agradable y económico porque equivale a 6 botellas. Acá tenemos opciones por 900 pesos, que es lo que cuesta la damajuana, hasta 75.000 pesos, que es lo que vale un Don Pérignon Vintage 2004 que es lo más caro que tengo”.
Más de la media porteña
Según Bórbore, el devotense está por encima de la media porteña en cuanto a consumo de vino. “Acá son amantes de esta bebida. En pocos años abrieron muchas vinotecas; yo fui la tercera y ahora hay ocho. En poco tiempo no tengo dudas de que llegaremos a las 20 o 25. Entre todas reunimos 4000 etiquetas, y en el país hay unas 9000 –dice Carlos–. Es un barrio marcado por esta bebida: en la década del 60, sobre Carlos López estaba la bodega Iglesias, que fraccionaba vinos, había envasadoras, depósitos mayoristas... la movida del vino fue muy importante en su momento. Proporcionalmente, acá se consume mucho más vino que en otros barrios”, sostiene.
Daniel Tombetta también destaca la historia de Devoto ligada al vino. “Es una zona donde había muchas bodegas y por eso, en 1932 se estableció el primer negocio de venta de vinos en el barrio, que era de mi abuelo –relata–. En realidad era almacén y despacho de bebidas. En esa época los vinos venían en barricas desde la estación de La Paternal. En carro, los traían rodando y acá lo bajaban al sótano, se le hacía un agujero a la barrica, se le clavaba una canilla a la madera y de despachaba suelto”.
El local empezó a vender solo vinos a partir de la década del 70. “A una cuadra de acá estaba la bodega Iglesias, que traía el vino a granel y como si fuese un camión cisterna lo descargaban directamente a unas piletas en el sótano. La gente que venía a comprar traía su botella. Eran otras épocas”, recuerda Daniel, que heredó la vinoteca de su papá, quien la recibió de su abuelo, y no sabe qué pasará con sus hijos. “Ellos se dedican a otras cosas”, dice.
En Bodega Amparo (una vinoteca de 40 años con 4 locales repartidos en Urquiza, Palermo, La Imprenta y Devoto), también destacan el amor de los devotenses por el vino. “De todos los locales que tenemos, el de acá se destaca por sobre el resto en cuanto a consumo. En este barrio hay un público muy aficionado, con mucha afinidad por el vino –sostiene Juan Pablo Maldonado–. La gente de Devoto tiene la tradición de ir a comprar vino a una vinoteca porque en esta zona hay muy buenas y confía en ellas. Prefiere ir a un local especializado que al supermercado, le gusta saber qué están comprando, preguntan, averiguan. Creo que le debemos mucho a los pioneros del barrio. Cuando abrimos acá en 2011, nos llamó la atención porque vimos que había un consumidor realmente informado”.
Las próximos pasos de la firma también incluyen a Villa Devoto: “El hecho de que haya sido nombrado Distrito del Vino y haya una exención de impuestos para cosas relacionadas con el sector le va a dar un impulso enorme –se entusiasma Maldonado–. Tengo proyectado abrir acá una cava, con venta al público, donde la vedette sea la cava y en donde se organicen degustaciones, charlas y talleres”, revela.
Aires de renovación
Ya con un aire más moderno y joven, sin perder la esencia barrial, se encuentran otras vinotecas como Pámpano (por el nombre que recibe la hoja de la vid), Delito Wines, Tiempo de Sabores, Vinoteca Devoto y Vinoteca Devoto Shopping. Pámpano tiene la particularidad de que además de vender botellas como cualquier vinoteca, por las noches es un winebar para ir a tomar algo. “Vendemos por botella, no por copa. Sí tenemos algún vino joven que se vende por copa, pero la idea es que vengas, te elijas una botella, te sientes y la tomes acá. No se cobra el descorche y los precios son los de la vinoteca. Si no la terminás, obviamente te la llevás a tu casa, porque la botella es tuya”, explica Carlos Benzoni, que abrió el lugar meses antes de la pandemia
A diferencia de las vinotecas históricas atendidas por sus dueños, Carlos no proviene del mundo del vino. “Trabajaba en financieras, en bancos, pero me quedé con poco trabajo y con mis hijos, que se estaban yendo de casa, decidimos poner este emprendimiento familiar. Uno de ellos trabajó muchos años en una bodega en el área de logística y de ahí vino la idea de poner una vinoteca, que además está justo enfrente de casa, apenas cruzando la calle”, resume Benzoni.
A pesar de que en el barrio había muchas y muy buenas vinotecas, notaron que faltaban lugares para sentarse a tomar vino. “Mi hijo es de salir mucho y me decía que este concepto de winebar estaba faltando en el barrio -comenta-. La verdad gente se enganchó mucho, es un lugar muy tranquilo, con música suave de vinoteca. No es una cervecería. El público del vino quiere venir a disfrutar y hablar tranquilos. Los jóvenes se engancharon mucho, son los que buscan probar cosas nuevas, raras, distintas. Los que están pendientes de las novedades. Quieren probar varietales nuevos”, resume Carlos. Las botellas van desde los 500 hasta los 4300 pesos.
“Tener algo así cerca, del que sos habitué, me encanta. En lo personal me gusta generar relaciones a largo plazo, siento que éste es mi lugarcito en el mundo. Cuando volvemos de algún lado tarde, si está abierto, pasamos a saludar”, cuenta Javier, que insiste que ya no tiene vinos en su casa. “¿Para qué? Pasamos, le decimos lo que queremos, si algo suave o frutado, o con más cuerpo, y Charly nos lo pone en la mesa. Nuestra cava es esta”.