Vivir dando examen. Cuando demostrar el valor propio se transforma en una tarea agobiante
Demasiado tiempo de nuestra vida está dedicado a demostrar nuestro valor en lo relacionado con lo que somos y hacemos; más que a vivir lo que nos toque desde la espontaneidad y la confianza.
Demostrar que somos honestos y no ladrones, que nos la bancamos y no somos cobardes, que somos leales y no traidores, o inteligentes y no tontos… El trabajo que da vivir demostrando es excesivo y no nos hace bien, ya que desangra la confianza en pos de que nos acepten y validen.
Esto tiene efectos significativos en la salud mental: no deja de ser estresante pasar parte de la existencia sintiendo que hay que demostrar el propio valor, como si hubiera un tribunal que está allí, sospechando y pidiendo siempre pruebas que certifiquen que somos valiosos y no seres de descarte.
Todos conocemos situaciones en las que, por ejemplo, alguien pasa parte de su vida tratando de demostrar a sus padres que es valioso, ya que si alguna vez no lograra dicho cometido se sentiría caer en un insondable abismo afectivo.
Termina siendo terrible vivir motorizados solo por la ansiedad de demostrar (a uno mismo o a los otros) que se es capaz, bueno, exitoso, etcétera, en vez de simplemente ejercer la vocación que se tiene, con las ganas y la confianza como combustible.
El escenario de las redes sociales es otro buen ejemplo de esto. En ellas existe un oscuro territorio al que se destierra a aquellos que no logran demostrar –según las pautas impuestas en cada plataforma– ser cancheros, agudos o lindos, en vez de pavos, lentos o feos. En ocasiones esa tensión está tan naturalizada que parece parte de la vida misma y queda oculto a la conciencia que es producto del miedo al antes mencionado destierro.
Si uno tiene que demostrar algo, en el fondo supone que hay una presunción negativa que tiene que ser refutada. Desde la inseguridad, las personas tienen que demostrar que se la juegan, que tienen levante, que saben hacerse un lugar en el mundo. No siempre quieren de verdad eso que dicen querer, sino que hacen lo que hacen para demostrar algo. Si con el tiempo logran serenarse un poco y dejar de lado el afán de comprobar cosas, lo que hagan será desde la confianza del querer genuino, sin ser dominados por el temor a no dar la medida.
Dado que todos fuimos chicos alguna vez, no está mal preguntarnos cuando hacemos algo si lo hacemos desde aquella frescura de otrora, cuando se jugaba por jugar, o lo hacemos para demostrar algo a una platea que pone el pulgar para arriba o para abajo en relación a nuestra valía.
Definir qué queremos y diferenciarlo de aquello que queremos demostrar ayudará a vivir mejor. Bastante ardua es la vida ya de por sí como para sumarle el vivir dando examen, atascados en la idea de que es el pulgar ajeno el que nos hará encontrar nuestro lugar en el mundo.
El autor es psicólogo y psicoterapeuta @MiguelEspeche
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