Defensores de la cepa insignia argentina. Laura Catena y Alejandro Vigil: “El Malbec es como un postre de chocolate, siempre lo van a pedir porque es rico”
Autores del libro Malbec mon amour, desafían a quienes ya buscan un sucesor para este vino
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La discusión arrancó hace unos años entre bodegueros, enólogos, críticos y periodistas. Incluso llegó a las charlas de sobremesa de algunos consumidores avezados. Tras una exitosa década en que el Malbec había logrado que las exportaciones de vino argentino crecieran a dos dígitos anuales, esta cepa parecía haber alcanzado su techo, manteniendo sus buenas ventas pero ya sin ese furor previo que había sorprendido a la industria a partir del cambio de siglo. La pregunta que circulaba entonces era si había que darle un descanso al Malbec y comenzar a buscar un sucesor. Salieron notas en diarios y revistas. ¿Es la hora de la Bonarda? ¿Hay que apostar al Cabernet Franc? “No sabés la bronca que nos daba escuchar esas cosas”, admite hoy Laura Catena, sentada junto al winemaker Alejandro Vigil en la flamante presentación del libro Malbec mon amour, escrito por ambos como una respuesta a esas discusiones.
“Este libro lo venimos pensando hace 15 años, pero nosabíamos si en ese momento existía un lector para algo así. Cuando de pronto algunos empezaron a pronosticar qué venía después del Malbec, entendimos con Alejandro que había que publicarlo. Teníamos la necesidad y responsabilidad de mostrar todo lo que es nuestro Malbec, su riqueza y su historia, su variedad e infinitas posibilidades”. Vigil asiente y como prueba de su fidelidad por esta cepa muestra un tatuaje que tiene en el brazo: un “Malbec” indeleble escrito junto con el nombre de uno de sus hijos.
La historia
¿Cuándo entendieron que el Malbec podía ser la gran cepa de la Argentina? “Empezó con nuestro primer Catena Malbec, en 1994″, cuenta Laura. “Ya mi abuelo estaba convencido de las posibilidades de esta cepa. Él le decía a mi papá: ‘Nicolás, no hay nada en Burdeos que sea mejor que nuestro Malbec’. Pero no lograba convencerlo. Luego vino Attilio Pagli, uno de los enólogos más reconocidos de Italia, y papá le preguntó dos cosas. Si acá se podía hacer un buen Sangiovese. Y cuál era para él lo mejor que había en el viñedo Angélica, en Lunlunta. Pagli se tomó un tiempo y volvió con una buena y una mala noticia. Respondió que el Sangiovese no era bueno, que no fuéramos por ese camino; pero que en cambio el Malbec de Angélica era increíble, una verdadera joya”.
El libro Malbec mon amour se presenta como un road trip que, a bordo de un auto, atraviesa kilómetros y siglos, cruzando espacio y tiempo para contar la historia de esta cepa en un diálogo repleto de ilustraciones y guiños artísticos. Una variedad muy antigua, nacida del cruce de otras dos uvas, la Magdeleine Noire y la Prunelard, que lleva más de dos mil años recorriendo viñedos en el mundo. En palabras de Laura, es “absurdo pensar el Malbec como una moda. ¿Cómo va a ser una moda algo que sobrevivió a todo, que casi se extingue dos veces en Europa (por la plaga de la filoxera en el siglo XIX y por una fuerte helada en 1956), que también sufrió en la Argentina (en la década de 1980 la mayoría de los viñedos fueron reemplazados por variedades más productivas) y que aun así se recuperó y sigue entre nosotros? El Malbec es como un postre de chocolate, siempre lo van a pedir porque es rico”.
Hoy nadie duda de que la Argentina es el paraíso del Malbec. Acá no solo encontró un clima ideal, sino que se adaptó a la enorme extensión del país, a sus suelos y alturas, desde la Patagonia hasta los valles del noroeste, sobrepasando los 2000 metros sobre el nivel del mar. “En materia de Malbec, la Argentina es el Viejo Mundo. Acá tenemos el previo a la filoxera, que crece sin necesidad de portainjertos. Es algo único en el mundo”, dice Laura. Un Malbec que llegó a la Argentina en 1853 de la mano del agrónomo Michel Aimé Pouget, contratado por Domingo Faustino Sarmiento para dirigir la recién creada Quinta Agronómica de Mendoza. Desde ese momento esta cepa creció hasta ser la más difundida en Argentina, con casi 60.000 hectáreas cultivadas en la década de 1960.
Que el Malbec sea la gran cepa nacional no significa que no haya otras variedades de muy alta calidad. “No se trata de sustitución, sino de seguir creciendo con diversidad”, dice Alejandro. “Podemos hacer excelentes Cabernet Sauvignon, excelentes Chardonnay. En estos años el Malbec encontró un gran compañero en el Cabernet Franc. Pero si me das una finca nueva y me dejás elegir qué plantaría ahí, no tengo dudas: plantaría más Malbec”.
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