El empresario cuenta cómo es trabajar junto a sus hijos y su mujer, Lara Bernasconi, y por qué no extraña los 90
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Tal vez en sus sueños infantiles aparecía algo de este presente brillante. Porque aunque sus primeros años de vida transcurrieron en la pobreza y con muchísimos obstáculos, él siempre estuvo conectado con la alegría y algo así como “el poder del deseo”.
La historia de Federico Álvarez Castillo, el exitoso empresario textil e inmobiliario, impacta. Tenía 10 años cuando quedó huérfano de padre; fue criado por su abuela mientras su madre trabajaba de sol a sol para poder comer. Ya adolescente, con marcado instinto de supervivencia y un ojo afiladísimo, empezó a proyectar. “Pasaba horas en el taller mecánico de mi abuelo, observaba en silencio. Después, mientras estudiaba en un industrial nocturno, empecé a trabajar para el papá de un amigo, llevando papeles. Todavía existían las tres clases sociales. La baja, la media y la alta. Y con esfuerzo y trabajo se podía avanzar. Hoy, lamentablemente, la realidad es otra porque el contraste es extremo. Algunos bañan en oro sus inodoros mientras muchísimos mueren de desnutrición. Evidentemente algo estamos haciendo mal”, plantea el hombre que a los 19 comenzó como cadete en la firma Fiorucci y en dos años ya era gerente de marketing.
En los 80 creó varias de las marcas icónicas de la moda argentina (Mango, Motor Oil, Bowen y Paula Cahen d’Anvers, junto a su exmujer), incursionó en el mundo de los autos en la década del 90, dándole forma al Renault 19 Colección, y pocos años después de la crisis de 2001, mientras las grandes marcas de lujo se iban del país, apostó a un segmento al que pocos se animaban. Con la creación de Etiqueta Negra, Federico Álvarez Castillo brilló, también, en el segmento de la indumentaria masculina. Y desde entonces, no paró de crecer.
–Dicen que hay que “soñar a lo grande”. ¿Sentís que lograste todo lo que te propusiste?
–Siempre tuve sueños que parecían simples, pero que en realidad eran muy grosos. Mi mayor deseo era ayudar a mi familia y formar la propia. Y ambas cosas las pude lograr. Después vino todo lo demás, pero eso fue, es y será mi gran orgullo.
–¿Cómo es trabajar en familia? Lo hiciste con tu ex; hoy con tus hijos...
–Recomiendo la experiencia. Con Paula [Cahen d’Anvers] trabajamos juntos 23 años y hoy ella maneja con plena libertad de decisión una parte importante de mi compañía. Me encantaría que mis 4 hijos [Josefina, fruto de su primer matrimonio; Luna e Indalecio, a quienes tuvo con Paula Cahen d’Anvers, e Iñaki, el hijo que tiene con Lara Bernasconi, su actual pareja] sigan en algunos de mis proyectos. Luna está haciendo una línea de productos con su nombre, que se verá en el próximo verano, e Indalecio estudia la carrera Administración de Empresas y trabaja medio día con nosotros en el área administración y ventas. Con Lara, además, estamos haciendo una nueva marca para niños que se llamará RUM RUM.
–¡Otra vez amor y trabajo!
–Sí, me encanta trabajar con ella y verla feliz. Nos complementamos muy bien. Me pasa con todos y eso es lo mejor que puede regalarme la vida. Josefina, mi hija más grande, está haciendo su carrera independiente y nos llevamos increíble. Estoy muy orgulloso. No hace falta aclarar que todos mis hijos son libres de elegir dónde trabajar, pero no voy a mentir... ¡Me encanta que trabajen conmigo! Toda la vida me esforcé para lograr esto, la familia. La tengo a mi mamá, a mi hermana Valeria, que está casada con mi gran amigo de la infancia, Oscar. Están sus 3 hijas y mi tribu: Lara, los 4 chicos, los nietos, Federica y Río, y las parejas de mis hijos.
–¿Qué pasa que están de moda los 90?
–Fueron potentes. En lo personal empecé a entender cómo se comportaban los mercados. Época de un presidente [Carlos Menem] que representaba un gobierno peronista denominado popular, pero que una de las primeras medidas que tomó fue privatizar empresas del Estado. Nadie entendía el porqué, sin embargo tuvo una gran aceptación. Y claro, el pueblo empezó a poder tener teléfono, un servicio de luz bueno, a volar, conocer el mundo, circular por autopistas. Ahí entendí que al mercado hay que darle lo que busca. Por supuesto que todo es complejo, pasó mucha agua bajo el puente, y hoy estamos frente a una nueva cruzada. Sigo creyendo que la Argentina es el mejor país del mundo para un argentino, que es tierra de oportunidades y que debemos apoyar a quien nos gobierne, sea quien sea. Solo con un mensaje conciliador y de unión podremos entrar en un círculo virtuoso.
–¿Qué extrañás de esos tiempos?
–No extraño los 90, no tengo melancolía. Mis marcas de hoy son mejores que las de entonces. Siempre que cambio algo es para superarme. Y nunca me gustaron los boliches. Ni en los 80 ni en los 90, mucho menos ahora. No bailo.
–¿Qué sabor te dejó el episodio del cordero, el chiste que salió mal en Punta del Este?
–Ese episodio ocurrió, sí. Un amigo lo tiró desde su helicóptero para hacerme una broma que claramente salió mal. Hoy es la primera vez que lo cuento porque él ya lo hizo público. En su momento me pidió que no lo nombrara y yo tengo códigos, me llamé a silencio. Y bueno, se sabe: el que calla otorga. Ese silencio hizo que el peso mediático cayera sobre mí y sobre Lara, pobre, que no tiene nada que ver con esta pavada, que ni siquiera es amiga del Pacha [Cantón]. La verdad es que no estuvo bueno, pero como nosotros nunca hicimos nada malo siempre estuvimos tranquilos moralmente.
–Hablando de Lara, alguna vez mencionaste el matching inmediato, como amor a primera vista. ¿Sos un romántico?
–Nos une el amor, tuvimos muchísima suerte al encontrarnos. Nos complementamos a la perfección. Ella es muy alegre y yo no tanto. Ella entrega el corazón, es muy auténtica y generosa, está en permanente evolución. Los dos somos muy celosos. Muchas veces ella se pasa y a mí, en vez de molestarme, me sucede que lo tomo como un acto de amor. Me gusta, me da seguridad. Esa que necesito y no sé pedir. A eso llamo matching. Somos como el azul y el verde, que se llevan bien. Nuestra relación está basada en la verdad.
–¿Qué es el mal gusto?
–El buen gusto, o el malo, son relativos. Yo no sigo la moda, solo hago colecciones pensando en mi propia necesidad, y a algunos les gusta y me siguen. No soy de juzgar porque creo en la libertad, en cómo cada uno quiere mostrarse. A mí me gusta mucho la tradición. No me interesan las marcas chinas ni lo descartable y no conozco Disney. Prefiero tener pocas cosas, pero buenas.
–¿Qué te inspira?
–Sigo a todo tipo de diseñadores, no solo a los de moda. Me inspira Foster en arquitectura, el escultor Anish Kapoor, Gordon Murray si hablamos de autos, Tom Ford, Ralph Lauren, el astillero finlandés Nautor’s Swan... Los autos son mi hobby, me encanta restaurarlos. Además son una buena inversión: estoy haciendo dos compañías alrededor de este mundo.
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