Su platos clásicos son la tortilla y las rabas, junto con las carnes que destacaron desde el príncipe de Mónaco hasta Bono de U2
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Alberto de Mónaco y su amigo Federico –también príncipe, pero de Dinamarca– tuvieron suerte aquel mediodía de septiembre de 2013 en el que aparecieron sin aviso en El Obrero... ¡Consiguieron mesa! En esa época, el clásico bodegón de La Boca era un sitio de visita obligada para el turista internacional, que almorzaba o cenaba codo a codo con los trabajadores del barrio. Y no era fácil conseguir lugar.
De eso da cuenta la fallida visita en 1997 del entonces presidente de Estados Unidos Bill Clinton, que tuvo que dar media vuelta y quedarse con las ganas de probar la legendaria tortilla, o las rabas.
“Era mediodía y en esa época esto explotaba. Al salón entró su seguridad o su chofer para preguntar si había lugar, y mi hermano le dijo que no, que estaba lleno. Clinton ahí se baja del auto, la gente lo ve y empieza a sacarse fotos con él. Pero al final se fue. Había gente esperando mesa y vos no podés hacer levantar a los que están comiendo porque vino Bill Clinton”, cuenta Silvia Castro. Junto a sus hermanos, Pablo y Carlos, es parte de la segunda generación al frente de este bodegón fundado en 1954 por su padre, Marcelino, y su tío Francisco.
En sus casi 70 años de vida, El Obrero fue mutando al ritmo de un barrio que supo ser un bullicioso polo fabril y portuario, pero que hoy languidece y solo cobra vida cuando se encienden las luces de la vecina Usina del Arte. En todo este tiempo, El Obrero fue (alternativa o simultáneamente) fonda, bodegón, refugio de bohemios, atractivo turístico e imán de celebridades. Pero siempre destacó como un lugar familiar al que solo la pandemia le bajó las persianas.
En abril de 2022, tras dos años cerrado a causa del confinamiento, El Obrero volvió a servir sus napolitanas y su revuelto gramajo. E incluso el bife de chorizo que aun hoy asa en la parrilla montada detrás de la barra Jorge Melgarejo, con 62 años trabajando en este bodegón ubicado en Agustín Caffarena 64.
“Al Obrero lo fundaron mi papá y mi tío. Primero vino de Asturias mi papá, en 1950, y mi tío un poco después –cuenta Silvia–. Trabajó en muchísimos lugares de avenida Corrientes. Y en el año 1954, ya arrancó junto a mi tío con El Obrero, que en principio era una fonda”.
–¿Por qué en La Boca?
–Mi mamá siempre contaba que papá tenía un solo franco al mes. Uno de esos días salió a pasear, vino por acá y le gustó mucho. Porque en esa época, La Boca era un barrio alegre, concurrido, de familias.
–Bastante fabril, también.
–Sí, por eso El Obrero. Estaba la Usina Ítalo-Argentina, había frigoríficos, estaba la Ford. Había muchas fábricas y muchos obreros.
–¿Qué había antes en este lugar?
–Esto era un lugar de bebidas, de cartas. Mi papá compró el fondo de comerció y abrió una fonda en la que había solo dos o tres platos fuertes, muy nutritivos, para la gente de trabajo que necesitaba calorías. Tenía una ternerita guisada, alguna sopa, algún guiso. Cuando arrancó abría todo el día, pero el fuerte era el mediodía, por los obreros.
–¿Y cuándo empezó a cambiar su cocina?
–En los años 80, más o menos. Porque las fábricas cerraron, el puerto también, y empezó a venir otro tipo de clientela. Entonces hubo que incorporar platos nuevos, los típicos argentinos, como la milanesa a la napolitana o el revuelto gramajo, y así se convirtió en bodegón.
–¿Ya entonces había un ambiente en el que se mezclaba la bohemia?
–Sí, desde los 70. Venían muchos pintores y escritores: Rómulo Macció, Gorrochategui, Pérez Celis. Era muy bohemio este lugar, y muy lindo. Acá se mezclaba la gente de trabajo con la bohemia, y ahora sigue pasando. Viene el príncipe de Mónaco, pero también el mecánico de la otra cuadra. Para mí, eso es maravilloso.
–¿Hasta cuándo trabajó tu papá en El Obrero?
–Hasta que murió, en 2011. Y sigue estando, porque ahí están sus cenizas envueltas en la bandera de Asturias [señala la parte de arriba de la estantería detrás del mostrador, donde asoma el azul y amarillo de Asturias, los mismos colores que se repiten en las banderas y escudos de Boca Juniors colgadas en las paredes]. Vivió toda su vida acá. Amaba la Argentina. Acá también conoció a mi mamá.
–¿Cómo es esa historia?
–La llamamos “la ventanita del amor”. Al principio, cuando mi papá era soltero, vivía en una habitación que hay arriba del restaurante, y mi mamá vivía en la casa del fondo. Y bueno, así se conocieron.
–¿Tenés recuerdos de tu infancia en El Obrero?
–Con mi hermano mayor tomábamos el café con leche a la mañana, antes de ir al colegio, y esto estaba repleto de gente desayunando con su ropa de trabajo, los obreros con sus mamelucos. Lleno lleno, algo que ya no existe. Y después veníamos al salir del colegio, porque mi mamá también trabajaba acá. Me acuerdo de que mi papá me ponía los cajones de Coca-Cola para que yo me subiera y alcanzara la bacha para ayudar a lavar copas. Mi hermano cargaba las heladeras, era todo muy familiar.
Y de noche se ocupaban solamente tres o cuatro mesitas. Para mí era un placer porque mi papá me dejaba un sector del salón con los pizarrones vacíos para jugar a la maestra mientras él atendía a los pocos clientes que venían a cenar.
–Hoy hay una nueva generación en El Obrero, ¿no?
–Sí, ¡la tercera generación! Mi hija María Florencia, que tiene 37 años, se encarga de la atención al público.
Celebridades en las paredes
El espacio de las paredes de El Obrero es disputado por fotos familiares, banderas y escudos de equipos de fútbol de todo el mundo, así como un incontable número de fotos que dan cuenta de las celebridades –de todo tipo– que se sentaron a sus mesas en los últimos años. De Bono y Larry Mullen Jr. de U2 al chef peruano Gastón Acurio; de Gustavo Cerati a Susan Sarandon; de Daniel Barenboim a Eric Cantona: todos pasaron por su salón.
–¿En qué momento El Obrero comenzó a hacerse famoso?
–A partir de los 80, también. La ciudad empezó a tener una gastronomía más moderna, abrieron lugares nuevos, pero El Obrero siguió igual. Y hubo mucha gente que empezó a buscar los lugares antiguos, clásicos. Ahora los bodegones están de moda otra vez, pero en los 80 no había tantos.
–Y llegaron los famosos...
–Siempre fue a partir del boca a boca. Por ejemplo, Bono vino porque se lo recomendó el cineasta alemán Wim Wenders, y apareció por acá. Lo mismo que el príncipe Alberto de Mónaco, que vino con el príncipe de Dinamarca.
–¿Qué comieron?
–Carne: ojo de bife, lomo, bife de chorizo. Vienen mucho en busca de la carne.
–¿Las celebridades avisan antes de venir?
–Cuando vino Bono avisaron por teléfono que estaba viniendo. Esto estaba lleno, pero justo se desocupó una mesa y se la armaron como pudieron. Por lo general, no avisan. Así es como Bill Clinton vino sin aviso y se tuvo que ir porque no había mesa.
–¿Cuál es el plato que más sale?
–El revuelto gramajo, la milanesa napolitana, las rabas, el bife de chorizo.... Y la tortilla, que es increíble. Mucha gente dice que es la mejor tortilla que probó en su vida.
–¿Cuál es el secreto?
–No lo sé [se ríe]. Pero la gente ni bien entra, antes incluso de sentarse, ya pide: “Marchame una de rabas y una tortilla”.
62 años de experiencia
“Cuando vine de Formosa, en los años 50, al lado de El Obrero había un hotel de solteros. Yo bajé del barco en el puerto y apunté para acá, vine como si algo me iluminara”, recuerda Jorge Melgarejo, de 80 años, que desde los 18 trabaja en este bodegón.
“Estuve un tiempo en una fábrica plástica, pero empecé a almorzar y cenar con los hermanos Castro. Y cuando venía a las 5 de la tarde de trabajar los ayudaba a limpiar, a cargar heladeras. Me empezaron a tener aprecio y un día me preguntaron cuánto ganaba. Les conté la cifra y me dijeron: ‘¿Te gustaría trabajar acá? Te doblamos el sueldo’. Arranqué un lunes. Cuando vine ya me habían comprado un saco y Marcelino me dio la cartera de mozo. ‘¿Para qué es?’, le pregunté. ‘Vos vas a hacer la cuenta, vas a cobrar, como yo. Cualquier duda que tengas, preguntame’”.
Así, Jorge pasó por todos los puestos: fue mozo, pero también atendió el mostrador y desde hace años se encuentra a cargo de la parrilla, que de lunes a sábado enciende a las 7 de la tarde.
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