El extenista se sumerge en el mundo digital creando copas en formato NFT, como la que se entregó a los ganadores de la Triple Corona del Polo
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Ace es el punto directo que se consigue a través de un saque que no puede ser contestado ni tocado por el adversario. En el arte de la entrevista no existe este término, pero a veces aparecen silencios demoledores o respuestas secas, sin rebote, que obligan a cambiar de set. David Nalbandian es campeón absoluto en estas cuestiones. Por acá sí, por acá no. Silencios. La raqueta por el mango en toda la charla que, desde ya, maneja él. “Estoy cansado de contar lo mismo toda la vida”, dice el tenista que llegó a ganarle a Nadal, Djokovic y Federer, que fue top ten del ranking durante 5 temporadas y participó en la histórica final de Wimbledon en 2002.
Desde que anunció su retiro en 2013, después de una vida apurada por la exigencia y las lesiones físicas, el chico de Unquillo (Córdoba) se dedicó a disfrutar y también reinventarse. Primero abrazó el mundo automovilístico, participó en diferentes rallys y al tiempo creó la fundación que lleva su nombre, desde donde promueve el desarrollo humano y la inclusión social de las personas a través de programas orientados a la salud y el deporte.
Ahora, se metió de lleno en el mundo digital, haciendo copas en formato NFT, que debutaron en el polo con los ganadores históricos de la Triple Corona.
–Del campo, el pueblo y las décadas compitiendo con los pies sobre la tierra a la realización de premios no tangibles. ¿Cómo se te ocurrió?
–Siempre me gustó innovar y esto es espectacular porque mezclamos lo tradicional con lo nuevo, lo digital con lo real. Junto a mis socios fundamos We are Phenix, un hub tecnológico multidisciplinario que desarrolla, produce y comercializa coleccionables deportivos digitales únicos. Le acercamos la iniciativa a la Asociación Argentina de Polo y, con motivo de su 100 aniversario, se realizó la entrega. La copa fue creada por el artista Alejandro Moy, que es súper prestigioso. Es la segunda copa en el mundo que se entrega en este formato.
–¿Cómo se explica fácil esto?
–Es cierto que suena rarísimo. Ellos mismos, que lo recibieron, nos preguntaron si iban a poder tenerla en su escritorio. Y la respuesta es sí, porque es como un iPad que viene en una cajita de acrílico. Y a cada jugador se lo mandamos a su billetera virtual, o sea pueden tenerla en su teléfono. El mes pasado el balón de oro se entregó con este formato. Es todo muy innovador.
–Innovación pura. ¿En tu vida también sos así?
–No, soy totalmente distinto. La realidad es que nunca fui muy tecnológico, ese no es mi fuerte. Lo mío siempre fue más tranquilo: montaña, pesca, esas cosas. Pero el año pasado, con mi socia, empezamos a hacer eventos con gente del tenis. Después se sumó mi otro socio y puso la pata digital. Es muy loco porque hace dos años me empezaron a llegar proyectos para invertir en este nuevo mundo intangible. Yo, la verdad, estaba muy lejos de todo. Pero me puse a estudiar y el universo de la tecnología es atrapante. Se dio paso a paso hasta lograr todo esto. Es muy interesante porque lo del polo lo vamos a replicar con otros deportes, como el fútbol, el paddle, el básquet.
–¿Seguís viviendo en Unquillo, el pueblo donde naciste?
–Sí, y no creo que jamás me vaya de ahí. Es mi lugar en el mundo, además están mis hijos y mis amigos de toda la vida. Es lo que elegí siempre y soy feliz ahí. Me levanto temprano, voy a la oficina. Hago deportes a la tarde, llevo y traigo a los chicos de sus diferentes actividades. Córboba es increíble y siempre pasan un montón de cosas. Además del clima y los paisajes, hay un turismo y una gastronomía que no paran de crecer. Somos una provincia espectacular.
–¡Con este discurso están para independizarse!
–No tanto. Porque también es cierto que Dios está en todas partes pero atiende en Buenos Aires.
–¿Tus hijos juegan tenis? ¿Te gustaría verlos profesionales?
–Sossie, la nena, tiene 9 años, y Theo recién 7. Juegan, sí, pero son muy chiquitos. De grandes mejor que elijan golf...
–O sea que de poder elegir en una próxima vida serías cualquier cosa menos tenista...
–No. Si me preguntás si valió la pena, ¡claro que valió la pena! Lo volvería a hacer, pero es muy sacrificado. El tenis no es para cualquiera. Hay lesiones y frustraciones. Muchas.
–¿Quién te sostuvo en esos momentos frustrantes?
–La familia siempre es lo más importante, pero también está la contención del grupo de trabajo, los amigos, el psicólogo. Un poco de todo. La verdad es que más que una personalidad especial, para jugar tenis profesional hay que tener un temple tremendo.
–¿Cómo es la contracara del personaje competitivo, el hombre del temple y la coraza?
–A mí me cambiaron los chicos. Cuando nació Sossie, que significa árbol de plátano en armenio, ya noté que era otro. Nunca había tenido paciencia con los chicos, ni siquiera con mis sobrinos. Pero desarrollé una tranquilidad y dedicación que jamás ejercí con nadie. Encima ellos son espectaculares, algo que no se puede creer.
–Te salieron “buenitos”.
–Yo no creo que salgan de una manera. A los chicos se los educa y se los cría. Hay que estarles atrás y dedicarles tiempo. Lo único que quiero es que sean felices y libres. Que disfruten. Por eso digo lo del golf. No les deseo una vida competitiva al extremo. A mí a los 12 años, con mi primer contrato, se me acabó la diversión.
–¿La recuperaste?
–Por supuesto. Con el automovilismo me divierto un montón, pero porque es un hobby. Lo otro lo hice por laburo, en cambio el tema de los autos surgió porque tenía tiempo. Entonces aparece el disfrute. Por supuesto, cuando hablo de hobby no me alejo de la disciplina, la cultura del trabajo, la planificación, el profesionalismo. Eso es algo que arrastro por naturaleza.
–Entonces vas a seguir en las pistas. ¿Algún sueño?
–No, ninguno. Me encanta, hice el campeonato argentino de rally, pero no puedo dedicarle todo el tiempo que merece. Por lo menos hoy. Tampoco es que me motiva participar en el Dakar.
–¿Algún otro hobby?
–Sí, me entusiasma hacer comida armenia. El keppe crudo me sale muy bien, y no es fácil porque hay que saber condimentar la carne, trabajarla de una manera especial. Y también las empanadas triangulares.
–No me digas que amasás.
–No, podría mentir, pero no. Las compro, che. Pero no doy detalles porque me van a bajar el puntaje.
–Ahí te salió el porteño...
–No, eso jamás.
–Bueno, ¿qué pasa con los porteños?
–Nada. Solo que elijo lo otro. Mi casa, el campo, mis hijos, los amigos de toda la vida. Yo tengo otro ritmo, no podría vivir como viven los porteños. Me encanta, pero para un rato.
–¿De qué temas no hablás con la prensa?
–De parejas, de política, de economía. Ya todo esto fue un montón.
–¿Te han tratado mal?
–No importa. Solo que no me interesa. No hablo. Soy así.
–¿Especial?
–Y sí. Cómo no voy a ser especial si nací un 1° de enero, entre cohetes.
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