Dar el salto
Hay una escena emblemática en la secuela de La historia sin fin, esa película que marcó la infancia de generaciones enteras, en la que Sebastián, el protagonista, tiene pánico a saltar desde el trampolín. En su fantasía, lo rodean cataratas ensordecedoras. El miedo lo paraliza. A medida que avanza la trama, claro, encontrará el valor necesario para “dar el salto”: esa metáfora tantas veces utilizada para aludir a los grandes logros que, en el caso del atleta chino Wang Zongyuan, se vuelve absolutamente literal. Ahora mismo, en esta zambullida, ahí donde aún no sabe, pero intuye, que la perfección de su clavado desde tres metros de altura lo hará ganar el título mundial en Budapest, Wang revive ese cosquilleo iniciático. Una emoción llena de burbujas: segundos de silencio líquido antes de salir otra vez a flote y abrazar la gloria
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