Instalada en Buenos Aires, inauguró Barrakesh, un centro cultural para promover nuevos artistas
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En Dafne Cejas (32) coexisten dos mundos. Uno es el de las pasarelas cosmopolitas que la reciben con sus piernas eternas y su look etéreo. El otro es el de la mujer que regresó al terruño para plantar raíces y buscar la belleza desde otro lugar: el arte.
Con apenas 17 años, la chica de Villa María, Córdoba, era una promotora más en el Cosquín Rock cuando una scouter de la agencia Hype la descubrió con su metro 83, la mirada de lince y ese pelo en rebeldía. Fue así como en 2009 Dafne viajó a Buenos Aires, y casi sin escalas, llegó a Nueva York. No había pasado una semana y ya había hecho su primera editorial para Vogue Italia con el famoso fotógrafo Steven Klein. Después llegó París, Vogue Francia, y allí conquistó a todos los número uno de la moda con su belleza exótica, empezando por Riccardo Tisci, director creativo de Givenchy, que la eligió como imagen exclusiva de la marca.
También fue una musa para campañas y desfiles de Hermès, Max Mara, Louis Vuitton, Zac Posen o Zara. Desde hace tres años, dice Dafne, el arte se transformó en su nuevo proyecto de vida y por eso viajó de Nueva York a Buenos Aires junto a su marido, el fotógrafo Andrés Cigorraga Castex (39). En mayo de 2023, junto a otros socios, en el barrio de Barracas, inauguró Barrakesh, un centro cultural para promover nuevos artistas que ya tiene múltiples actividades para 2025. Todo, con un Martín Fierro de la Moda fresquito en la mano y su agenda de modelo completa. Los mundos de Dafne siguen girando y multiplicándose. “Mi universo está en expansión”, asegura.
–Como modelo pasaste de Villa María a Buenos Aires y a Nueva York casi sin escalas… ¿Te resultó un terreno hostil?
–Fue una de las tantas cosas maravillosas que me sucedieron en la vida. No fue un terreno hostil, creo que quizás porque todo pasó muy rápido y no dimensionaba lo que me iba sucediendo, a quién conocía, para quiénes comenzaba a trabajar, ante la lente de qué fotógrafo estaba posando. Siempre voy a recordar la pregunta de mi padre antes de irme y su preocupación por el paso que daba: “¿Por qué no podés ser modelo en la Argentina?”. Y yo lo tranquilicé con un “Voy un par de semanas y vuelvo”. Algo que nunca sucedió, y que terminó inevitablemente cambiando mi vida para mejor.
–Fuiste parte de una generación de modelos altas, flaquísimas y con un estilo especial, ¿sentías que formabas parte de una tribu?
–Hoy siento que ese fue un gran momento en la moda que estaba vinculada mucho más a lo artístico, a lo profundo, al talento, y en nuestro caso, a que construyéramos carreras estables y duraderas. Aunque no sentía que fuese parte de alguna tribu especial, es verdad que existía un estereotipo característico en esa etapa de la moda y por mis características físicas, rasgos, altura, fui parte de eso. Era un estereotipo que se consumía en Nueva York, muy diferente al que se consumía en la Argentina, entonces allí éramos modelos fashion, y acá quizás éramos unas raras y flacuchas. Creo que a todas nos cuesta vernos cambiando, pero nunca me molestó, de hecho, cuando entendí que ser modelo se trata de eso, de poder ser versátil y camaleónica, se volvió mi fuerte. Es algo que me divierte y se volvió parte de mi CV.
–¿El peso fue un tema conflictivo para vos?
–Fue un tema mucho antes de ser modelo. Nadie nace 100% cómodo con su cuerpo. El que tiene pelo lacio, quiere rulos; yo, delgada, quería tener mucho más cuerpo y curvas. Si bien me gustaba cómo era, me faltaba ese toque, sobre todo en la adolescencia, que todos cambian a tu alrededor y vos no. Mi complejo siempre fue que no podía ganar peso y quería ser más voluptuosa. Pero abandoné esa idea cuando comencé a trabajar como modelo y no tenía que hacer nada porque tenía las medidas perfectas. En ese momento, de hecho, mi dieta era malísima: comía comida chatarra y gaseosas y no subía un gramo. ¡Hoy mi metabolismo cambió y no puedo permitirme ese lujo! Así que tengo que cuidarme más.
–¿Un día para recordar?
–Mi primer desfile sin haber desfilado nunca en mi vida. Estaba aterrada, la pasarela era oscura, tenía miedo de caerme, pero fue espectacular. Fue el desfile exclusivo de Givenchy en París Fashion Week 2010.
–¿Conociste a Madonna?
–¡Sí! Primera semana en Nueva York, me manda mi agente a hacer un casting para mi primera editorial para Vogue Italia con el fotógrafo Steven Klein. El primer día comenzamos a medianoche, pleno invierno. Yo estaba en un tráiler envuelta en una manta, muerta de frío, probándome los vestidos, cuando de repente entra Madonna y como si nada se pone a mirar la ropa con la vestuarista. “Esta es Dafne, una modelo de Argentina”, me presentan. Ella me mira, me saluda, y enseguida le dice a su amigo Klein: “¡Mirá esa cara! Con ese pelo tenés que soltárselo para que quede más glamorosa, yo se lo soltaría”. Y me pide que me agache, me suelta el chignon que tenía, y me revuelve el pelo. “Así estás divina”, me dice, y se va. Cierra la puerta y todos los del tráiler que parecía que estaban ahí como si nada, se ponen como locos. “¡Ay dios, te tocó el pelo Madonna, no puede ser, estás bendecida!”, me decían, estaban todos emocionados.
–¿Alguna vez sentiste que te perdías algo en el camino?
–No sentí que me perdía, pero sí tuve un momento en el cual estaba muy estresada con el trabajo, los viajes, la vida fuera de casa, y entonces me tomé un tiempo para procesar todo eso y replantearme si era feliz haciendo lo que hacía, obviamente con mucha terapia de por medio. Y me di cuenta de que sí, era muy feliz. Entonces ese poder parar me sirvió para volver con más fuerzas. Siempre pienso que estas cosas son muy fuertes para una chica adolescente y que este trabajo te obliga a crecer de golpe, a tomar decisiones, a valerte por vos misma siendo quizás muy chica, y que en algún momento tenés que frenar y tomar conciencia de todo lo que viviste y estás viviendo para seguir adelante segura y confiada.
–¿El amor?
–Mi marido, (el fotógrafo) Andrés Cigorraga Castex, es mi cable a tierra. Nos conocemos hace 12 años, fuimos amigos primero, antes de casarnos, hace cinco años. Andy es el mejor compañero que podría haber elegido para un proyecto de vida juntos.
–Pasaste de la moda al arte, ¿te subestimaron?
–Al principio tuve alguna que otra crítica. Me llegaron a decir que yo era como las “Gallerinas”, título que le ponen a las chicas que trabajan en las galerías en Nueva York y son modelos. Es anecdótico y no me ofende. Tengo muchísimo apoyo de gente que pertenece al mundo del arte y me quedo con eso. Creo que ser modelo me sirve a la hora de convocar diferentes públicos. Pero soy de las que nunca busca el camino fácil, soy escorpiana, me gusta lo complicado. Estoy armando, en paralelo con la moda, mi camino en el mundo del arte. Los dos tienen en común el trabajo duro, el profesionalismo y la necesidad de formación constante. Nunca me gustaron las cosas improvisadas.