Cuando el varón es el que sufre violencia en la pareja
Las imágenes, como todas las que muestran los últimos instantes de la vida de una persona, son muy duras. La mano alza un puñal y, en una centésima de segundo, clava el arma en el pecho de quien, con sorpresa, mira su herida y se da cuenta de que va a morir en instantes.
Él 22 años, ella 24; tenían un hijito en común, aunque no convivían. La discusión se dio en la vereda del barrio y fue filmada por una cámara de vigilancia. Iban y venían, crispados en su plática, diciéndose vaya a saber qué cosas horribles, hasta ese segundo, el del puñal, que dio por terminado el pleito de manera atroz.
Por el crimen quedó detenida Nadia Navarro Montenegro, quien fue la que clavó el cuchillo que traía consigo en el corazón de Alejo Oroño, su exnovio y, ahora, fallecido padre del chiquito.
Los testimonios indican que él habitualmente sufría golpizas y, como suele suceder en este tipo de casos, temía denunciar a Nadia por vergüenza. A su vez, hay versiones de que no le habían tomado alguna denuncia que sí se animó a hacer porque, justamente, era varón y eso quitaba entidad a la cuestión.
El varón en el vínculo de pareja
Viene al caso el acontecimiento para señalar un tema que, no por menos numeroso que el de los femicidios, deja de ser importante y merece ser tenido en cuenta: la violencia física y psíquica vivida por varones en el vínculo de pareja.
Dentro del mar de muertes de mujeres en manos de sus parejas, entre las que hoy trágicamente se destaca el horror sublevante del crimen que segó la vida de Úrsula Bahillo, el asesinato de Alejo Oroño se pierde y, posiblemente, de no haber sido filmado su trascendencia no sería tanta.
Sin embargo, este tipo de violencia existe, y su abordaje se complica cuando se decodifica la situación desde una óptica limitada por sesgos ideológicos y políticos, que ven bandos en pugna y no personas atrapadas en su laberinto y a las que es importante poder ayudar de distintas formas, entre ellas, la acción de la Justicia.
Dejando de lado, justamente, el automatismo ideológico, vale entender que pecados y virtudes humanas no son patrimonio exclusivo de un género, y que pueden ocurrir situaciones dolorosas, dramáticas o delictivas que tengan mujeres o varones como protagonistas.
Justamente en ese sentido, y dada la menor cantidad de casos como el vivido por Alejo Oroño comparado con los femicidios que ocurren a diario, es importante ofrecer un lugar a los varones que sufren violencia en sus vínculos de pareja, quienes no solamente no tienen prensa y una conciencia social que les dé cabida, sino que siguen siendo el hazmerreír del barrio en muchos casos, al punto de que suelen esconder su situación impidiendo que se los ayude a salir de la misma.
Imaginemos a un hombre entrando a una comisaría para denunciar la violencia de su pareja. O los amigos de quien, en su vida conyugal, sufre vejaciones o situaciones que no sabe subsanar y que lo tienen atrapado. Difícil imaginar que se lo respete y se lo ayude a salir de la situación sin que tenga que pasar por el estigma de ser un “flojo”. No hay demasiados lugares, ni conceptuales ni institucionales, para ese tipo de casos.
Una trampa de la que es difícil de salir
Allí es donde es importante apuntar a una evolución acerca de lo que significa la hombría, ya que es una mirada estereotipada de la misma lo que torna doblemente difícil a los varones salir a mostrar sus golpes, sus claudicaciones o dolores para ser ayudados sin miradas mordaces o burlonas. La trampa que significa la confusión entre la genuina firmeza, por un lado, y la dureza blindada de “macho alfa”, por el otro, hace estragos.
Recordemos que toda persona que viva una situación en la que esté siendo degradada por un trato agresivo recurrente merece tener un lugar de respeto para, desde allí, poder sanar su circunstancia. Porque la violencia es violencia, y hay que sacarla del juego, sea quien sea quien la ejerza.
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