Su libro, “Si hay suelo no hay techo”, ya va por la 6ª edición a partir de la recomendación de Antonela
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Hace tiempo que las redes sociales se convirtieron en una fuente inagotable de consulta en temas vinculados con la crianza. En esas aguas casi siempre turbulentas, hay algunas cuentas que ofrecen calma. Que proponen parar la pelota para pensarse como padres, madres y también como personas. Una de ellas es la de Lucas Raspall, psicoterapeuta, autor de Si hay suelo no hay techo, un libro que reúne 50 de los posteos fundamentales de su Instagram (@lucasraspall).
Referente de la crianza positiva, Raspall vivió hace dos años un momento de gran exposición luego de que Antonela Roccuzzo compartiera una de las reflexiones de su publicación con sus millones de seguidores. A partir de ahí, el que no tuvo techo fue el libro: ya va por su sexta edición.
–De los 50 posteos, ¿cuál dirías que es el más importante?
–Yo creo que es el N° 2, el que habla del círculo de seguridad. Es una propuesta teórica que explica cómo nos debemos ofrecer como mamás y papás frente a nuestros hijos, independientemente de las edades. Ahí describo de qué se trata ser base y refugio para ellos.
–Hablás siempre de crianza positiva. ¿Es lo mismo que crianza respetuosa?
–No son lo mismo, pero hay equivalencias. La crianza respetuosa yo la pienso como un marco más ancho. Hay prácticas parentales que pueden ser respetuosas, pero no positivas. Ahí aparece un segundo marco más pequeño en el que las prácticas aparte de ser respetuosas son positivas y eso significa que van en clave o que facilitan el desarrollo de capacidades cognitivas, emocionales y sociales. Para que se entienda: una práctica respetuosa como la sobreprotección, no es positiva para el desarrollo del niño o la niña. No siempre las prácticas respetuosas son positivas, pero las positivas sí son siempre respetuosas.
–Hacés hincapié en la autorregulación de las emociones en los adultos para no trasladar nuestro enojo o frustración a los niños. ¿Cómo lo logramos?
–Fácil no es. Por eso alguien que se acerca a la lectura o a una charla sobre crianza positiva va a estar dando un paso importante porque empieza a escuchar cosas que le sirven para hacerse preguntas. Cuando uno nota que está alterado o contestando mal, o tiene una mala disposición hacia sus hijos, se va a dar cuenta de que ahí hay algo que no está del todo bien. Darse cuenta es un primer paso imprescindible, pero no suficiente. Después va a necesitar de los recursos que tiene cada uno, de las capacidades que pudo construir a lo largo de su vida. Y no son muy distintas a las que tiene que aplicar en el trabajo o en la calle. Cambia el escenario, que es el hogar, y los actores y actrices, que son los hijos.
–A veces en el trabajo uno se autorregula más que en su casa…
–Sí, a veces nos permitimos cosas con nuestros hijos, las personas que más amamos en el planeta, que no haríamos con nuestros jefes o compañeros de trabajo. Es llamativo eso. Yo intento tener presente que cuando entro a mi casa estoy entrando a un lugar sagrado. Como hacen los japoneses cuando dejan afuera el calzado porque van a entrar al templo, yo ingreso a mi templo, donde habitan las personas más importantes, y trato de dejar atrás los problemas. Por eso, además de la crianza respetuosa y la positiva también está la consciente. Son tres ejes que van en línea. En esto de entrar conscientemente, lo primero que hago es levantar la vista, mirar a mis hijos, saludarlos y abrazarlos. Vas entrando en sintonía. Pero si aún te sentís frustrado, molesto o irritable, hay que repetirse que ellos no tienen nada que ver. Y si por alguna razón sí tienen que ver, tenemos que entender que son chicos y tener, como adultos, una mirada más atenta, compasiva y sabia.
–También llamás a los berrinches “desregulación”. ¿Por qué? ¿Qué es lo que cambia?
–Cambia la mirada, la connotación negativa de la palabra. El berrinche está asociado a algo desproporcionado que el niño o la niña parece que nos hacen a propósito. Este concepto nos ubica en una situación distinta, de observación y comprensión porque nosotros sabemos lo que es sentirse así. Lo mismo sucede en la adolescencia. Si entendiéramos que los adolescentes están en proceso de construcción, podríamos ser más sensibles para no ir al choque. Lo que le pasa a un nene o nena de 3 años con el berrinche es lo mismo que le pasa a un adolescente de 13, están desregulados emocionalmente. Cuando uno se da cuenta de que es un conflicto propio de una etapa de transición y no un capricho, podemos tener una mirada más amigable.
–¿Qué hacer, entonces, cuando eso sucede?
–Hay que acompañar. Nunca dejar al niño solo o decirle “me voy hasta que se te pase”. Cuando un niño está desregulado te podes acercar, lo podes alzar, lo podés abrazar. Algunos permiten ese contacto y otros, lo rechazan. A algunos hay que darles espacio, pero eso no es dejarlos solos. Lo importante es entender que en ese momento las palabras no entran y entonces los padres o madres pueden intentar algún tono afectuoso para generar otra disposición. Ni bien empieza el “berrinche”, no es momento de explicar nada ni pedirles a que expliquen qué les pasa. Lo primero que hay que hacer es parar y observar qué necesitan.
Es como un semáforo: el rojo es parar y observar; el amarillo permite acercarse un poco físicamente, señalarle que estás cerca, y con el verde, cuando la desregulación empieza a ceder y las palabras tienen otra pregnancia y el contacto es un recurso importante, es posible avanzar. Recién después se le puede preguntar qué le pasó o qué siente. Eso es al final, pero la mayoría de las veces lo hacemos al principio y es peor. Con los adolescentes es igual. Solo cambian los tiempos: en lugar de que les dure 20 minutos como a un niño, puede ser que se extienda un día. El semáforo es el mismo.
–¿Por qué no sirve el sistema de premios y castigos?
–Es un sistema con el que uno puede adiestrar un perro, pero no una persona. El perro no tiene una función que nosotros sí tenemos que se llama ejercicio reflexivo. El trabajo que nos tomamos como mamás y papás es que nuestros hijos puedan ir formando un criterio, y para que se forme ese criterio hay que salir de la lógica de premios y castigos y entrar en otra dimensión que tiene que ver con ese ejercicio reflexivo en el que uno va explicando por qué es importante una cosa o advertir que otra puede ser peligrosa. Así ellos van desarrollando un pensamiento crítico y van forjando una serie de normas.
–Entonces si el castigo no es efectivo, ¿cómo les marcamos que algo está mal?
–Si hubo una transgresión de una norma que se había conversado previamente, por ejemplo, “no se usa el teléfono a la noche porque al otro día te despertás muy cansado”, y se transgredió, tiene que haber una consecuencia. Es natural que sea así, entonces esa consecuencia se la puede interpretar como un castigo. Pero si viene desde otra lógica en la que no hay tanto planteo previo, entonces ese castigo es algo vacío. Además, en esos casos no suele haber un ejercicio reflexivo posterior a la sanción.
–¿Cómo hacemos para poner límites firmes, pero amorosos?
–La firmeza tiene que ver con la seguridad. Por eso cuando ponemos un límite tenemos que estar convencidos. El límite no es un castigo, tiene que ver con una pauta de cuidado, lo voy a sostener firmemente porque si no, te estaría descuidando. La firmeza no tiene que ver con un maltrato. Y además, los límites deben estar explicados. Y sostenerlos. El “no” tendría que pasar siempre por la estación de la reflexión.
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