Se definen como nómades digitales y combinan el empleo remoto con una vida alejada de los centros urbanos; internet satelital y horarios fijos para la jornada laboral, claves de esta dinámica
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Flor amanece a bordo de un velero, en pleno Caribe, y desayuna frutas con la brisa del mar sobre su cara. Podrían ser vacaciones, pero no: en breve, comenzará su jornada de trabajo. Con una computadora y conexión a internet, va a cumplir un horario, buscará alcanzar objetivos y tendrá reuniones con colegas de todo el mundo. La metodología no es una novedad: Flor y su marido, Germán Gigod (ambos de 35 años), ya llevan a cuestas un par de cambios de continente conservando sus trabajos, con la particularidad de que se trasladan en su propio velero, una embarcación que convirtieron en casa y oficina.
“Hace ocho años nos fuimos a Australia con un permiso del programa work and holiday. Nos gustó, nos quedamos, incluso nos convertimos en ciudadanos australianos. Yo soy bioquímica, trabajé en Buenos Aires y también en Australia de forma presencial, en laboratorios. Me encantaba, pero en un momento sentí la necesidad de un cambio y me convocó la idea del trabajo remoto –cuenta Flor–. Empecé a orientar todas mis acciones a eso, a encontrarlo. Después, sumé el deseo de viajar”. Así fue que con un empleo en la industria de la ciencia, pero esta vez como clinical data manager, coordinando equipos y analizando datos, Florencia empezó a trabajar junto a gente de Australia y también de India y Estados Unidos. “Cuando comenzamos a movernos, con el velero, uno de los grandes desafíos fue sostener los horarios con husos tan distintos”, dice, y aclara que ellos se definen como “nómades digitales”. Es decir: pueden llevar adelante sus actividades laborales desde cualquier lugar del mundo, siempre que logren acomodarse a los horarios de sus clientes, empleadores o compañeros. Una modalidad en ascenso y afianzada por la pandemia, que posibilita combinar el trabajo a distancia con la necesidad de salir de la ciudad y adoptar un estilo de vida basado en el contacto con la naturaleza, en lugares que antes de la conectividad podían ser considerados inviables o demasiado apartados, como... el medio del océano.
La idea de vivir en un barco fue de Germán, criado en una familia de tradición naviera. Él, que es software engineer (ingeniero en sistemas), ya trabajaba a distancia en forma independiente. Después de unas vacaciones en Fiji, en las que conoció a un chileno que emprendía desde su velero, supo que quería hacer lo mismo. Se lo comentó a Flor y juntos vieron decenas de videos en YouTube, conversaron con otros nómades digitales y arrancaron la aventura, que hoy los tiene recorriendo islas en el Caribe.
Ambos coinciden en que fue fundamental la preparación de las condiciones para cumplir con sus compromisos. El barco que compraron estaba listo para oficiar de vivienda, en excelente estado, con dos baños, cocina y dos camarotes. Le sumaron paneles solares para garantizar la energía, e internet satelital. “Starlink es totalmente necesario porque a veces tenemos que conectarnos desde lugares muy aislados y esto nos permite contar con conexión en lugares en los que de otra forma no tendríamos acceso a la web”, aclara Germán.
También deben adelantarse a las condiciones climáticas antes de decidir qué viajes hacer, hacia dónde ir. Hoy, por ejemplo, navegan dependiendo de la temporada de huracanes. “Nos parece fantástico que se hable de trabajo remoto y de la posibilidad que tiene de combinarse con otros intereses. Es un estilo de vida que puede ser positivo para las personas y para las empresas”, dicen Flor y Germán casi al unísono. Por eso, comparten la experiencia en su cuenta de instagram @vamos_avela. En su caso, el barco oficia de casa, ya que no tienen base en ninguna ciudad, pero esto responde a un momento presente, que según ellos mañana puede convertirse en traslados en auto o motorhome: “Lo que nos gusta es tener la posibilidad de no estar atados a un lugar sino poder ir moviéndonos y hacer lo que queramos”.
Si bien es cierto que el nomadismo digital suele asociarse al trabajo freelance, el caso de Iris Secchi (37), que es sales manager de una empresa argentina, demuestra que también puede llevarse a cabo trabajando en relación de dependencia. Su historia de alguna manera comenzó en 2017, cuando se fue con su madre de vacaciones a Cuba. En la playa conoció a un chico al que veía tipear sin descanso en su computadora. “Era escritor y estaba trabajando. Lo hacía desde cada lugar que visitaba. Fue la primera vez que escuché los conceptos ‘nómada digital’ y ‘remote work’. Un antes y un después, ahí supe que quería eso: poder trabajar y viajar al mismo tiempo”. Su empleo en Buenos Aires se afianzó en la modalidad home office durante la pandemia, pero en marzo de 2022, con las restricciones de viaje liberadas, ella y su novio decidieron seguir el deseo de irse de Argentina buscando lugares donde practicar kitesurf. La empresa que aun la contrata puso como única condición respetar los horarios y mantener la calidad de las videollamadas como si estuviera en una oficina.
Para prepararse, Iris no hizo más que comprar un módem 4G de back up y una batería externa. “Ahora estoy en Sudáfrica, en Langebaan, donde se sufren cortes de luz programados todos los días y puede fallar el wifi en cualquier momento. Me vino bárbaro tener esa previsión”, comenta. Ese tipo de dificultades técnicas son muy comunes en los destinos que elige junto a Federico, su pareja, ya que se mueven buscando viento, agua y verano para practicar su deporte favorito, y suelen recaer en lugares con poca infraestructura.
Al principio estaban muy poco tiempo en cada lugar, y eso los cansó. Ahora, en cambio, se van ordenando y permanecen entre un mes y tres meses, como máximo, con la idea de ver qué les sucede instalándose hasta seis meses, algo que planean probar en octubre. La prioridad, dicen, es estar en entornos naturales para hacer kite, pero siempre aprovechan para conocer lugares turísticos. “Me gusta este estilo de vida. Yo intento combinarlo con tener una base cuando llegamos a una nueva locación, buscando casas o hostels en donde asegurarnos privacidad, comodidad, internet y una buena mesa de trabajo. Por ahora no lo cambio porque realmente soy mucho más eficiente y proactiva trabajando en remoto, con un buen balance entre los deportes, el descanso y el trabajo” dice Iris.
Así, su rutina de trabajo no se diferencia mucho de la de sus colegas que lo hacen en oficinas o con la modalidad de home office tradicional, trabajando de 6 a 8 horas consecutivas. La diferencia es que ella pasa el resto de su día en la playa, y que sus pertenencias son solo las que caben en un carry on, más su equipo de kitesurf, lo que señala como una de las pocas desventajas: “Cuando perdemos o se rompe algo se siente mucho la ausencia, aunque no seamos materialistas sino muy desapegados de las cosas. Confieso sí que, a veces, me muero de ganas de tener un pijama”.
Un regreso diferente
Lucas Emma (39) es emprendedor tecnológico. En 2010 fundó en Córdoba, junto a su socio, SocialTools, una empresa que creció para convertirse en global rápidamente. Ese despegue lo llevó primero a Buenos Aires y luego a viajar e instalarse por diversos períodos en ciudades estadounidenses o europeas, en las que estaban sus clientes o inversores. “Mi vida estaba en una valija. Me encantaba y lo sostuve mucho tiempo, aunque sospechaba que muchas de esas reuniones que yo tenía de manera presencial podían resolverse de forma remota. Cuando en 2019 decidimos vender la compañía aproveché para regresar a Córdoba capital a pasar las fiestas en familia. Me quedé en el verano y sucedió lo que sabemos: en marzo se decretó la cuarentena. Nos quedamos, en principio, a la fuerza”, recuerda Lucas.
Durante la pandemia, Lucas compró un campo en las sierras, cerca de El Durazno, en Yacanto. Con su mujer, comenzaron a construir una casa, porque la idea era pasar cada vez más tiempo allí. Una aspiración típica, la del lugarcito para descansar. “Se me hizo muy presente el recuerdo de mi viejo: su sueño era vivir en las sierras. De lunes a viernes trabajaba y se iba el fin de semana, como recreo. Su idea era instalarse ahí tras el retiro, como jubilado, pero cuando llegó el momento no estaba en condiciones físicas de vivir en el medio de la nada. Me dije que no quería que me sucediera lo mismo, eso de trabajar toda mi vida y no poder disfrutar de algo así. Entonces comprendí que, por mi profesión, podía seguir trabajando desde las sierras. Y mi mujer, que es recruiter, también. No teníamos que darle explicaciones a nadie porque somos nuestros propios jefes”.
Así fue que se equiparon para instalarse en ese nuevo hogar, en el que hoy trabajan, pero también plantan árboles, crían gallinas y preparan las condiciones para hacer apicultura. “No tiene precio”, confirma Lucas. Cada vez que iban al campo estaban absolutamente desconectados. “Era genial para un par de días. Pero para la vida laboral, e incluso la social, una vez que decidimos instalarnos, necesitábamos sí o sí tener internet. Nos costó encontrar la solución a la mala conectividad y los cortes. Cuando conseguimos la antena de Starlink supimos que el proyecto era completamente realizable, con lo mejor de dos mundos: conectados en el medio de la nada”.
Lucas subió un hilo en su cuenta de X contando cómo fue el paso a paso de su mudanza al valle. Recibió muchas felicitaciones y consultas, pero también algunas críticas: “‘Te vas al medio de la nada y te conectás a internet, ¿por qué no mejor escuchar los pajaritos?’, me dijeron. Ese comentario para mí es de un mundo anterior, que asocia la ciudad al trabajo y los fines de semana y las afueras al relajo. Yo elegí hacer las dos cosas a la vez, estar en contacto con la naturaleza y no perder la posibilidad de trabajar de lo que sé hacer y me gusta”.
Son experiencias distintas que se motorizan en diferentes soportes, pero en todos los casos plantean el desafío de aprender a separar el tiempo de trabajo del tiempo libre. Coinciden en la necesidad de fijar horarios laborales y comprometerse a cumplirlos, con la voluntad de aprovechar luego el entorno y las actividades sin preocupaciones.
El imprescindible, sí, es garantizar la conectividad, que incluso tiene la función de apuntalar la vida social para poder tener novedades de familia y amigos, o noticias sobre la actualidad del país. En definitiva, son sugerencias y herramientas para lograr que, como dice Germán, “el trabajo se adapte a la vida y no la vida al trabajo”.