Frente a desconocidos o ante sí mismos, son muchos los que ocultan o tergiversan su dieta; por qué es tan importante soltar el (auto)engaño
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Todo el mundo miente. Minimizamos, exageramos, omitimos. Hay mentiras chiquitas, grandes, blancas, piadosas, descaradas, de todo tipo. Según la psicología, en general mentimos para obtener protección de alguna manera. Queremos protegernos a nosotros mismos de la vergüenza o de los conflictos. Protegemos nuestros intereses, nuestra imagen, nuestros recursos, incluso mentimos para cuidar a otros o para obtener lo que queremos (muy común en los niños). El punto es que algunas personas son buenas mintiendo a otros, y otras lo son mintiéndose a sí mismas.
Pero cuando se trata de lo que comemos, las mentiras buscan recovecos extraños en nuestro ser. Por ejemplo: cuando estamos satisfechos, pero queda un profiterol o una porción de pizza y pensamos: “Lo como y hoy no ceno”, aunque sepamos perfectamente, en algún lugar de nuestra cabeza, que no hay chance de no cenar esa noche. Es una mentira diseñada a medida para ese momento, que va a quedar expuesta en cuestión de horas, minutos, a veces segundos. Cosas que nos decimos a sabiendas de que chocan con lo que conocemos de nuestra realidad y sentido común. Parte de un autoengaño, autoconvencimiento, autosugestión, como aquellos que dicen “a partir de mañana voy a comer mejor”, porque es siempre “a partir de mañana”, nunca “ya”, o “de inmediato”. Son mentiras para proteger nuestra psiquis y no nuestro cuerpo: aparecen para disipar la culpa y la ansiedad... hasta la próxima vuelta.
Ahora bien; lo que se ha descubierto en los últimos años es que esta costumbre de no ser honestos sobre lo que comemos ni sobre nuestros hábitos, no es tan inofensiva como creíamos. Hay países donde el 70% de las personas basan sus decisiones de alimentación en la inundación de información de las redes sociales y no de su médico. Y ahí es donde se mezclan la salud, la presión de la norma estética, el cuidado del medioambiente, las restricciones, las alergias e intolerancias (reales e inventadas), el bienestar animal, con los descuentos y promociones imperdibles. Todo esto, además, se suma al hecho de que a los humanos nos cuesta recordar exactamente cuánto comimos y que, de acuerdo a lo que se espera de nosotros, tendemos a sobre estimar o subestimar la información.
Revisión necesaria
Muchas de las políticas públicas sobre alimentación estuvieron basadas en encuestas donde la gente miente, según International Journal of Obesity goes one step further. Miente acerca de cuánto come, miente sobre la calidad de lo que come, cuán seguido lo hace, y también sobre cuánta actividad física hace. También sabemos que parte de la industria alimenticia omitió y encubrió durante años información importante.
Hoy, sin embargo, vemos cómo se están revisando guías alimentarias y recomendaciones en todo el mundo. De a poco, esas decisiones ya no se basan en encuestas sino en estudios de observación, big data y mediciones directas.
También hay estudios que muestran cómo algunas personas realizan determinadas elecciones en público, pero no las hacen en privado. Lo hacen por la presión social (real o imaginaria) o para evitar el estigma. Y este fenómeno sucede de ambos lados: los que se cuidan y los que festejan lo opuesto. Por ejemplo: en una reunión laboral donde las personas no se conocen entre sí, pocos agarrarán la medialuna con dulce de leche, por miedo a ser juzgados. Y en un asado pospartido de fútbol, algunos comerán más carne de la que realmente desean. La conclusión es que rodeados de amigos, familia o pares realmente cercanos, uno es más honesto con su dieta.
Ahora bien; ¿a qué llamamos dieta? El término se refiere al hábito alimenticio de una persona y la OMS la define como el conjunto de alimentos sólidos y líquidos que un individuo o un grupo de individuos consume diariamente: eso depende de la disponibilidad, del costo y valor cultural de los alimentos, así como de los hábitos alimenticios.
Sin embargo, el uso común es otro. La dieta está definida por lo que comés, no por lo que podés o no. Quizás cuando hablamos de dieta deberíamos dejar de pensar en restricciones, y pensar de manera más honesta a integral para saber cuál es. ¿Qué comemos realmente? ¿Cuánto?
Siempre insisto , incluso en este espacio, sobre cuánto es “de vez en cuando”. Algunos mienten sobre su dieta mientras otros la niegan alegando intolerancias, restricciones, o elecciones que benefician el medioambiente. Por todo esto, sepamos que cuando decimos “rompí la dieta”, si la dieta es todo lo que uno come, no existe tal cosa como romperla, no existe un permiso. Lo que comemos en un conjunto y no son cosas por separado, donde algo está adentro o afuera. Quizás aceptando ese todo, aceptemos un poco quiénes somos con respecto a lo que comemos, lo que nos gusta y lo que queremos para nosotros.
Tal vez así, seamos más honestos con nuestras elecciones.