En Saavedra, cuenta con un buffete familiar que trasciende las fronteras barriales; el plato más pedido es la “súpermilanesa” con cuatro huevos fritos
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En el Club Social y Deportivo El Tábano, ubicado en Rómulo Naón al 3000, calle empedrada, palpita la esencia de dos barrios porteños: Saavedra y Coghlan. Sus 93 años de historia, que conjugan tango, fútbol, bailes de carnaval y encuentros entre vecinos, están en parte reflejados en las cientos de fotos que decoran las paredes del El Tábano Buffet. Una parte destacada de este icónico club que ofrece a los visitantes un menú casero y abundante, como la especialidad de la casa, la SuperTábano, una milanesa gigante para compartir entre varios, que no defrauda.
Para dar una muestra de la raigambre que tiene este club con la identidad porteña alcanza con decir que uno de sus habitués fue Roberto ‘el Polaco’ Goyeneche, vecino de Saavedra y, como gran parte de los socios de El Tábano, hincha fanático de Platense. “Esta era nuestra segunda casa”, cuenta Roberto Goyeneche, hijo del legendario cantante que todavía vive en el barrio y que se suma a la charla que los dueños de El Tábano tienen con este medio.
“Esto es Coghlan, técnicamente, pero estamos a tres cuadras de Saavedra”, explica Sergio Ruggeri Silva, presidente de El Tábano, cuando se le consulta acerca de la pertenencia barrial del club. Y enseguida explica: “Como la sede original estaba a tres cuadras, en Saavedra, nos reconocemos como de ese barrio. Somos de dos tierras, Coghlan y Saavedra”.
La sede actual –la mudanza se realizó en 1972– tiene dos pisos. En su fachada, una pizarra anuncia el menú del día: “Brótola con puré mixto / Lentejas / Mila con fritas”. El salón del bodegón es amplio, dispuesto para unos 80 comensales y con detalles que refuerzan su sencillez: los cartelitos que informan el número de cada mesa tienen dibujos fileteados y algunos habitués que ya arrancaron su almuerzo tienen a mano sifones de litro o un pingüino con vino de la casa.
–Sergio, ¿cómo y cuándo nace El Tábano?
–La primera sede fue en las calles Melián e Iberá. Nació el 19 de septiembre como un movimiento de vecinos que se juntaron porque en ese momento, a causa del golpe de Estado contra Hipólito Yrigoyen, no se podían encontrar en los bares y otros lugares para desarrollar su vida social. El club en ese entonces tenía la función de ser lugar de encuentro de los hombres después de trabajar. Era una tradición pasar a jugar al billar con los amigos, a tomar algo antes de volver a la casa. Era como un paso obligado. Y los fines de semana ya venían con la familia. También era típico venir a comer al club y después irse todos juntos caminando a la cancha de Platense, que estaba más o menos a unas siete cuadras.
–¿De dónde surge el nombre?
–Viene de lo que era entonces el lema del diario Crítica: “Dios me puso sobre vuestra ciudad para ser como un tábano sobre el noble caballo, para picarlo y mantenerlo despierto”. La idea de este club era, justamente, mantener despierto al barrio. Y en 93 años estamos pudiendo hacerlo.
–¿Cuál es el secreto para cumplir tantos años?
–Hay una relación muy particular entre los vecinos y el club. De ida y vuelta. El Tábano es la reserva cultural del barrio. Este es un lugar donde el tango, la familia, el fútbol, los chicos, son una parte nuestra. Es muy difícil en un mundo globalizado poder conservar estos espacios. Hoy vas a algún bodegón y te dicen: “Esto está armado al estilo de los años ‘40″. No, este club no está armado. Es de 1930. Las sillas que ves tienen 60 años, los cuadros y fotos son auténticos.
La segunda casa del Polaco
–¿El tango todavía continúa con milongas en el club?
–Sí, dos sábados al mes hay milongas con orquesta en vivo. Y en la historia de El Tábano vinieron todos. Orquestas como la de Troilo, Di Sarli, D’Arienzo. Acá, la mayoría de los socios más grandes vos les hacés así [da dos golpes en la mesa] y te dicen todo: qué tango es, qué acordes, de dónde vino... Se conoce mucho de tango.
–¿Es verdad que acá cantó por primera vez el Polaco Goyeneche?
–Una teoría dice que acá cantó por primera vez, con una orquesta del barrio, la Celestino. Y otra, que debutó en un concurso de cantantes de tango en el club Deportivo Federal Argentino. Además de su posible debut artístico en El Tábano, en un baile de carnaval de esos que eran parte de la tradición del barrio, Goyeneche conoció a su mujer, Luisa.
Roberto, el hijo del Polaco, próximo a cumplir 75 años, interviene en la charla: “Él estuvo toda la vida ligado al club. El Polaco Goyeneche tenía tres sinónimos: El Tábano, Platense y Saavedra”. Alguno de los presentes, entonces, recuerdan la otra pasión del cantante: “¡Los pajaritos!”.
“Escuchame –continúa Goyeneche hijo–, papá nace en Iberá y Avenida del Tejar (actual Balbín) y El Tábano estaba en Melián e Iberá. Después se casó y fue a vivir en Malián entre Iberá y Tamborini. Te imaginás entonces que esta era nuestra segunda casa”.
Como una muestra del cariño hacia el club de su barrio, Goyeneche ayudó cuando la comisión directiva se embarcó en la quijotesca tarea de encontrar una nueva sede. “El Polaco armó dos shows, para los que trajo a los artistas del momento, en el club All Boys de Saavedra. Fueron dos noches en las que llovió torrencialmente. Menos mal que habían vendido todo antes, porque la demanda hubiera sido muy distinta”, cuenta Héctor Chiche Molina, vicepresidente del club y uno de los tantos futbolistas profesionales que surgieron del equipo de la entidad. Hay que sumar, también, al guardameta de Platense y la selección, Julio Cozzi, conocido como “el arquero del siglo” así como al “Marqués” Rubén Sosa, delantero del Calamar y Racing, campeón de la Copa América en 1959 con la selección argentina.
Un lugar para disfrutar
Hoy, el restaurante de El Tábano está lleno de fotos de estos ídolos. Muchos de ellos, de hecho, son los que forjaron la historia de la institución y que forman parte, como poéticamente dicen los socios, de “la filial del cielo” del club.
–¿Cómo definirían el restaurante?
–Con él logramos algo que queríamos, que era trascender las fronteras del barrio. Acá viene gente de lugares que no te podés imaginar. Si entrás a El Tábano Buffet, en Instagram, vas a ver gente que comenta, por ejemplo: “Vine de La Plata para conocerlo”. Logramos que vengan personas que no son del barrio, pero también que mucha gente tenga trabajo y que muchos vecinos que no conocían el club, a través del bodegón lo conozcan. Ven la carteleras de actividades, averiguan y vienen. Es un círculo virtuoso.
–¿A cargo de los platos hay una cocinera?
–Sí. Norma [Ruiz Orrego], que es una institución. Viene del club Sunderland, allí el marido era muy conocido. Falleció y ella siguió. Nosotros nos contactamos con ella hace unos cinco o seis años y hoy estamos felices. Además de Norma, al restaurante lo manejan todas mujeres. De casualidad, pero son todas mujeres. Todas brindan una atención que es una maravilla.
–¿Cuál es la especialidad de la casa?
–La SuperTábano. Es una milanesa gigante con cuatro huevos fritos. Vienen cinco muchachos grandotes a comer y les sobra. Acá se come muy bien. Rico, bueno y barato. Las tres cosas. Hay pastas también, hay de todo, pero la especialidad es la SuperTábano. Todo lo que servimos es bien casero, no hay nada del día anterior. Y viene mucha gente. Viernes y sábados hay que reservar porque se llena.
–La decoración también ayuda a crear cierto ambiente: banderines de fútbol, ídolos del tango, futbolistas y fotos antiguas de la historia del club...
–Sí, acá se pueden ver las fotos de señoras en los carnavales en los años ‘40. A veces es emocionante cuando gente de más de 80 años mira la pared y te dice: “Uy, mirá, a este jugador de Ferro yo lo conocí”, porque son fotos que no vas a ver en otro lugar que no sea acá. También nos vamos aggiornando en la decoración, porque hay nuevas generaciones. Hicimos un museo del juguete con chiches como yoyós, baleros, revólver de cebita, porque nos dimos cuenta de que hay gente de más de 50 que tiene melancolía y le gusta ver esas cosas.
–El buffet es relevante como lugar de encuentros, ¿verdad?
–Sí, lo más importante del restaurante, si yo tengo que definir, es que logró que los grupos de amigos lo busquen como un lugar de encuentro, para socializar. Nosotros tenemos cámaras, por ejemplo, y cada vez que vemos las imágenes y vemos a la gente reír, nos sentimos contentos. Es un lugar donde la gente viene a distenderse, a reír y a disfrutar.
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