Desde España, donde vive gran parte del año, aguarda el inminente estreno de El reino, serie argentina de ocho capítulos que se emitirá por Netflix
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Pocos saben que se llama Ricardo Darín, como su papá y su abuelo. Para todos es el Chino Darín. Se crio en una familia de artistas y aunque tuvo sus dudas, decidió que su profesión y su hobby irían de la mano. Debutó profesionalmente en la novela Alguien que me quiera, en el 2010, y en la década siguiente no solo consolidó su carrera sino que logró trabajar tanto en nuestro país como en España. Allí, el Chino conoció a la actriz Úrsula Corberó, su pareja desde hace seis años, y desde entonces su vida es un poco nómade. Desde su casa en Madrid, el actor conversó con la nacion sobre El reino, serie argentina de ocho capítulos que se estrena el 13 de agosto en Netflix. Además reflexionó sobre su metièr, sus vínculos y su vida dividida entre Argentina y España.
–¿Cómo fue la experiencia de filmar la serie en dos etapas, antes de la pandemia y después, cuando ya se flexibilizaron las restricciones?
–Fue un proceso un poco largo. Arrancamos a filmar sin imaginar lo que se venía, y por suerte hicimos las escenas más complicadas al inicio: casi todo el primer capítulo sucede en un estadio, durante un evento multitudinario. Después vino el parate de más de seis meses, y fuimos de los primeros en retomar la filmación con la incertidumbre de que ya se estaba rodando en otras partes del mundo, con protocolos, pero nadie tenía experiencia.
–El reino habla de corrupción, de alianzas, de tejes y manejes en política, ¿qué te atrajo de la trama?
–La serie tiene muchas capas. Por un lado está el thriller, pero en el medio descubrimos conflictos de los personajes que tienen que ver con la oscuridad, no solo del contexto, sino de la personal; cada personaje tiene un secreto con el que convive. El reino se trata de un poco más que de corrupción y juegos de poder. Es un combo muy potente, y sobre todo me atrajo la oportunidad de trabajar con Marcelo Piñeyro y Miguel Kohan en la dirección, el terrible elenco con el que compartí el proyecto (Mercedes Morán, Diego Peretti, Nancy Dupláa, Joaquín Furriel, Daniel Fanego, entre otros), que es una serie grande de Netflix en nuestro país y además realizada por K y S, con quienes trabajé en varias ocasiones y siempre con experiencias increíbles. Fue fácil aceptar y encontré en mi personaje, Julio Clamens, algunas cuestiones que ayudaron a que pudiera valorar aún más el viaje de la serie.
–Tu vida se desarrolla desde hace algunos años entre España y Argentina, ¿es una decisión o se fue dando?
–Es algo que, en realidad, se fue dando. Tal vez en algún momento fantaseé con trabajar en España pero nunca fue un objetivo personal hasta que se me presentó la oportunidad, cuando me convocaron para hacer una película. Y a partir de ahí empezó a complicarse todo, porque en muchas cuestiones es ideal y está buenísimo pero es difícil tener una vida partida en dos territorios con amores, familia, amigos y todo desparramado por el mundo. De todos modos no me puedo quejar, soy un privilegiado.
–Que tu novia sea española también hace que tu vida esté repartida, entre las dos patrias...
–Es verdad. Nos conocimos en el 2015, en el rodaje de la serie La embajada. Llegué a España pensando: “son solo seis meses, dos proyectos y me las pico”. Pero conocí a Úrsula y todo cambió.
–Estabas en Buenos Aires cuando se declaró la pandemia por el Covid-19 y después viajaste a España, ¿cómo vivís los tiempos que corren?
–La pandemia me agarró en Buenos Aires filmando El reino y creo que fue duro, como para todo el mundo. Pero tuve el privilegio de vivir esos meses de cuarentena estricta en un contexto muy amable, con mi familia, compartiendo con mi novia en Buenos Aires. Y quizá podría no haber sido así; podríamos haber quedado todos separados. Tuvimos suerte. Me da la sensación de que hablamos de la pandemia como si fuera una cosa pasada, tenemos la fantasía de que siempre está por terminar. Sin embargo, me estoy haciendo a la idea que esto es algo con lo que nos vamos a tener que acostumbrar a convivir. Antes de empezar a rodar El reino, logré venir a España porque tenía algunas cosas de trabajo colgadas; fue en julio del año pasado y ya se empezaba a respirar la entrada al verano, el fin de no sé qué ola, pero esa situación esperanzadora duró un par de meses porque enseguida aumentaron los casos de Covid y volvieron las restricciones. Eso va replicándose en distintas partes del mundo, y es bastante desmoralizante.
–Padre, abuelos, tía, primos, todos artistas, ¿creés que tu destino podría haber sido otro?
–Me gusta pensar que podría haber sido cualquier cosa pero evidentemente no fue así (ríe). Terminé eligiendo la tradición familiar y a mucha honra porque lo mamé de chico, me parece súper atractivo y conozco de primera mano las distintas realidades que se viven en esta profesión.
–¿En qué otras alternativas pensaste?
–En la adolescencia tenemos que definir qué vamos a hacer con nuestra vida, y es algo bastante cruel para una persona de esa edad. En ese momento tenía un kilombo tan grande en la cabeza que no entendía nada. En mi familia hay muchos médicos también y pensé en seguir medicina. En una época, no sé por qué, me veía estudiando Derecho, y además fantaseé con estudiar ingeniería industrial porque me gustaban la física y la química. Y al final fui a lo que sentía más instintivo y menos una construcción mental. Terminó tirando la tradición familiar.
–A muchos hijos de actores les cuesta sacarse de encima ese estigma. En tu caso, lograste tener un nombre propio en poco tiempo, ¿lo percibís así?
–De chico me autoconvencí de que no hay justificación para una comparación de un chico de mi edad de la era digital, con un tipo que tiene más de 40 años de carrera y ha pasado por miles de experiencias y además es de otra generación, formado en otro contexto, con otras herramientas. Lo sentía injusto porque yo había empezado hacía cinco minutos y ya me estaban comparando con mi papá. Pero creo que en algún lugar pesa, sobre todo cuando lo escuchás repetido y siempre alguien te recuerda que si no hubieses sido el hijo de Ricardo Darín estarías laburando en una verdulería, como si hacerlo fuera algo malo e indigno.
–Entonces pesó mucho…
–Siempre lo vi como algo que había que construir porque indefectiblemente los prejuicios existen y la mirada del otro, a veces, está puesta en cosas que no aportan nada. Supe que tenía que luchar un poquito contra eso, no por demostrar nada sino por sentirme dueño de mi propio espacio. En una época lo sentí así y me propuse trabajar para cambiarlo. Después me olvidé porque las cosas van sucediendo en forma natural y los prejuicios, en general, no prevalecen.