Cuarta generación de paisajistas, le impone a su estudio el ADN de su árbol genealógico junto a su hija Candela, que sigue sus pasos y continúa el legado familiar
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El paisajista que hoy camina bajo la misma sombra de los árboles que plantó su bisabuelo Charles Thays cruza los Bosques de Palermo, el Jardín Botánico o el Parque Lezama y siente el ADN familiar. Carlos Thays no solo lleva un apellido icónico, sinónimo de parques y jardines, sino que él también continúa el legado del horticultor, artista y científico que llegó de Francia a la Argentina en 1889. Del Thays francés que instaló la importancia del espacio público y diseñó buena parte de las plazas más lindas de la ciudad al actual paisajista que quiere desterrar la prolijidad pasaron miles de hectáreas sembradas. La pasión por el verde sigue intacta.
Hoy Carlos Thays, a los 63 años, dirige el estudio de paisajismo que lleva la impronta ilustre de su árbol genealógico. Entre otros proyectos desarrollaron el paisajismo del Highland Park Country Club, La Dolfina, Villa Ocampo, Terralagos y proyectos en estancias, urbanizaciones y chacras en Uruguay y España, entre otros. Lo acompaña en la aventura una de sus hijas cuyos pies también tienen raíz, como cantaba María Elena Walsh.
–¿Usted cuida el jardín de su casa?
–Al principio sí. Aunque ahora se ocupa mi esposa (María Inés Vilela, también paisajista). Aprendimos a trabajar juntos y aprendimos a divertirnos porque antes discutíamos. Peleábamos por la enredadera, la Santa Rita o el Ojito de poeta.
–¿Y quién ganaba la discusión?
–Perdíamos los dos. Por eso ahora hacemos lo que dice María Inés porque están buenísimas sus decisiones. Un jardín es algo muy personal, no se puede negociar. Tenemos el lugar lleno de plantas nativas, algunas especies están desde siempre, como la Dama de Noche o la Tibuchina. Pero el jardín es un espacio muy dinámico. Las plantas crecen, van mutando. Por eso la belleza es ilusoria, porque está en movimiento.
–¿Fue una obviedad que su hija Candela eligiera la carrera de Planificación y Diseño del Paisaje?
–No me pareció una obviedad, para elegir el paisajismo te tiene que gustar mucho. Me encantó su decisión. Candela tiene 24 años y está de viaje por un año. Le queda sólo la tesis. Plantea un crecimiento y pensamiento propios, no está tan interesada en trabajar conmigo. Es más cinematográfica en el sentido que entiende que los jardines son escenografías vivas donde suceden cosas, no cuadros fijos. Candela asocia los jardines con experiencias.
–¿Y sus otros hijos a qué se dedican?
–Damasia se está por recibir de arquitecta. Y Carlos Simón, el menor, es psicólogo. Habrá que indagar en la psicología de los jardines, que seguro tienen su propio análisis.
–¿Por qué quiere desterrar la idea de la prolijidad en el paisajismo, a diferencia de su bisabuelo, su abuelo y su padre?
–Me interesa la libertad de que pasen cosas sin la mirada estricta del control. Es parte de la vida. Y además, sacar malezas o cortar hojas secas es un trabajo. Las tareas que hace años ejercían los jardineros se están recuperando y los espacios vuelven a vincularse con la dinámica propia de las plantas. Ya no se piensan más como muebles que tienen que combinar.
–¿Cuánto influyó la pandemia en la revinculación que experimentamos con la Naturaleza?
–El encierro nos mostró que los jardines no son fotos, son películas como diría mi hija Candela. Durante todo ese tiempo pudimos descubrir que, según la hora del día y la estación, tienen su propia expresión. Y que hay que entenderlos como espacios vivos. La pandemia también encendió la alarma sobre el colapso y el maltrato al medio ambiente, la imperiosa necesidad de pensar en el reciclaje y en aportar al compost orgánico, por ejemplo, dejando de barrer las hojas. Finalmente a la catástrofe ambiental la tenemos a la vuelta de la esquina. Una enseñanza debe haber dejado sí o sí.
–¿Cuánto influye el ADN Thays a la hora de encarar un diseño de paisaje?
–Cada vez descubro cosas nuevas que no había visto antes. En los últimos 30 años ocurrieron cambios importantísimos a nivel mundial. Si las generaciones anteriores pensaban que diseñar paisajes era construir decorados ese paradigma ya dejó de ser el modelo. Hoy me interesa generar lugares que digan cosas sobre el sitio, que muestren las riquezas del medio ambiente. Y que asuman un compromiso, desde la investigación y la crítica. Apunto a repensar dinámicas a nivel personal y familiar. De mi padre, mi abuelo y mi bisabuelo siguen vigentes muchísimas cosas. Otras, no tanto. Los proyectos geniales seguirán siendo geniales por siempre. El concepto del espacio público que ofrece parques y sitios para estar y compartir es superador. Son lugares para encontrar serenidad y sentirse conmovido por los árboles y la fluidez del espacio. Siempre hay una experiencia nueva por descubrir en los parques diseñados por mi bisabuelo. Los jacarandás que plantó mi abuelo y caracterizan a Buenos Aires son una genialidad. Los trajo de los bosques subtropicales del norte. Igual que las tipas que plantó mi bisabuelo en Avenida Libertador. Esas gestiones no las voy a criticar jamás.
–¿Cuál es la identidad del jardín argentino después de décadas de copiar modelos europeos y franceses?
–Es una pregunta muy vigente. En los jardines argentinos de mediados y fines del siglo pasado se veían muchas especies exóticas. El romanticismo inglés fue una corriente que se extendió mucho y después llegaron los geométricos, los posmodernos, los neoclásicos. Hasta que a fines de 1900 en Argentina se entendió al paisaje como site specific, y desde entonces, los parques ya no se desentienden del lugar al que pertenecen. El color local ya es una necesidad que promueve asociar el paisajismo al contexto geográfico. La identidad hoy es un jardín que cuenta nuestra propia historia.
–¿Cómo fue el proceso de diseño del paisajismo en la Av. 9 de Julio cuando se incorporó el metrobús?
–Ese parque lineal tenía la vocación de generar una ciudad moderna, contemporánea, capaz de dar cuenta de los movimientos y la dinámica de la ciudad. Tuvo un costo. Hubo que mover 400 árboles, murieron 10, fue polémico el trasplante pero muy cuidadoso. La pregunta fue: ¿Cómo le devolvemos a la Avenida 9 de julio el carácter singular de avenida única? Decidimos plantar de nuevo un bosque lineal de árboles nativos y autóctonos con mucha floración y cierta ley caótica. Sin orden reconocible, pero bien rioplatense, conectado con Misiones y la selva. La ciudad ya no es más una ciudad europea, tiene conexión fuerte con este paisaje nativo. Y es desordenada, como el porteño. Así, la secuencia de lapachos, ceibos, jacarandás, pata de buey lucen desordenados. A propósito, como los carteles publicitarios. Una gran metáfora.
–¿Qué opina de la cantidad de espacio verde por habitante que hay en la ciudad?
–Es una ecuación despareja y baja (Según la OMS la cantidad de espacio verde por habitante en una ciudad es de 10 m2 y la Ciudad tiene 6 m2). La ciudad todavía tiene un potencial increíble con la zona del Sur y del Riachuelo. La transformación de barrios fabriles a residenciales, como ocurrió con el Támesis en Londres o el Senna, en París, aún está pendiente. Pero se trata de un accidente geográfico que enriquecería mucho a la ciudad y todavía no tiene llegada franca. Hubo una intención de balancear y llevar polos de desarrollo y espacios verdes a la zona sur. Pero no es tan sencillo, hay componentes sociales muy complicados y signados por tensiones.
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