En su nuevo libro, “Antiestrés”, el autor colombiano asegura que es imposible tener una buena salud sin un manejo apropiado de lo que sentimos
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En medio de su carrera como médico cirujano, el colombiano Carlos Jaramillo, certificado en medicina funcional y con estudios de posgrado en fisiología y bioquímica, decidió comenzar a compartir y enseñar sus conocimientos no solo entre colegas y pacientes, sino también con todo aquel que quisiera emprender el camino hacia una vida de mayor bienestar.
Dispuesto a simplificar la complejidad que rodea los conceptos y creencias sobre los estilos de vida saludable, Jaramillo asegura: “Hoy lo más valioso no es el conocimiento, sino la capacidad para generar aprendizajes y lograr que todos podamos aprender a través de la experiencia”.
El primer paso en este camino lo dio en las redes sociales, donde conformó una comunidad digital que hoy alcanza más de 9 millones de seguidores; y luego con sus libros, que se convirtieron en best sellers reconocidos mundialmente: El milagro metabólico, El milagro antiestrés y Como.
Su nuevo libro, Antiestrés (Planeta), es una reedición de El milagro antiestrés (2020) con un cambio de tono, estilo y contenido, que incluye dos nuevos capítulos. Allí Jaramillo no solo explica qué es el estrés y cómo nos afecta, sino que brinda herramientas prácticas para manejarlo y poder vivir mejor.
Además de continuar con la divulgación virtual, actualmente dicta conferencias, cursos y talleres; realiza consultas desde su práctica médica y se dedica a la investigación y desarrollo de moléculas en empresas multinacionales del sector alimentario y nutracéutico.
–Cada vez se habla más del estrés, pero si tenemos que definirlo, ¿qué es exactamente?
–El estrés es simplemente una respuesta de adaptación natural y necesaria que tiene el cuerpo ante un evento interno o externo. Para poner un ejemplo: si tienes una infección en tu cuerpo es un evento interno que te está poniendo una carga y te está sacando de tu estado normal. Lo mismo sucede con un trauma, aunque es un evento externo. En estos casos esa reacción es necesaria y el cuerpo lo agradece. El problema es cuando empiezo a superar esa capacidad, ya sea tanto en el tiempo como en la cantidad del estresor o de los estresores, porque eso hace que mi sistema llegue a un punto en el que falla.
–¿Es decir que hay un estrés bueno y un estrés malo?
–Correcto. Hasta un punto, es una respuesta de adaptación necesaria, pero el sobreestímulo de esa respuesta de adaptación no lo es. El estrés de una persona que acaba de entrar a un nuevo trabajo, por ejemplo, es fácil de ver venir; pero cuando hay algo que aguantas durante años, eso se convierte en una sobrecarga y un día explotas. Ese estrés es el más frecuente y sin embargo la gente no lo ve hasta que se encuentra con sus consecuencias: un mal matrimonio combinado con el compañero de trabajo que todo el tiempo te está compitiendo y que no estás comiendo bien, que estás trasnochando o tomando unos traguitos de más. Por supuesto que las respuestas a los mismos estresores no son iguales en todas las personas, porque no todo el mundo los interpreta de la misma manera. La forma en cómo se va a comportar en ti y cómo se va a comportar en mí habla de la historia de nuestra vida y de nuestra biología.
–¿Por qué nos cuesta tanto identificar el estrés entonces?
–En realidad, es muy fácil de identificar. El problema es que la gente lo ve como una debilidad: ¿cómo voy a mostrar que trabajando 14 horas me estoy sintiendo cansado y agobiado? Hoy vivimos en el mundo del alto desempeño y del alto rendimiento, de cuánto has estudiado o cuánto dinero tienes, del aparentar y cumplir socialmente. Todo es un exceso de competencia donde llenamos la vida de 1000 cosas exteriores. Normalmente sabemos que estamos estresados, pero no queremos pellizcarnos, es decir, pararnos frente al espejo a sincerarnos, y ahí es donde está la solución. Siempre digo que es importante dejar de preguntarnos tanto el por qué de las cosas y empezar a preguntarnos el para qué. El por qué lo llenamos muy fácilmente con ego, en cambio en el para qué aparecen respuestas más interesantes.
–¿Quiere decir que el estrés está en nuestras manos, es decir, podemos modificarlo nosotros mismos?
–En la historia de los últimos 2000 años todo depende de un ser supremo, sea cual sea la religión que practiques, que decide si estás bien o mal. Después, la medicina occidental comenzó a plantear que todo se debe a algo genético, y no como causa de nuestros hábitos, por eso la solución está en la medicación y, una vez más, no es algo que dependa de nosotros. Sin embargo, el 90% del estrés viene de lo que comes, de lo que te pones, de lo que omites, de lo que no hablas, de cómo reaccionas. Especialmente el estrés mental, que es 100% mío. Siempre hay condiciones externas, como un ambiente de trabajo estresante, pero también siempre puedes hacer algo si tú lo identificas. A veces no podemos cambiar las cosas, pero sí nuestra forma de reaccionar. Se trata de tomar decisiones y hacer elecciones.
–Mencionás el estrés mental, ¿qué otros tipos de estrés hay?
–El estrés mental son tus creencias. Es decir, hay una emoción que se ancla a algo vivido (que puede ser real o no) ya sea del pasado, del presente o del futuro. Esa emoción genera un sentimiento y los sentimientos, a su vez, me generan creencias que me llevan a tener estrés mental. También está el estrés químico, que tiene que ver, por ejemplo, con lo que como y lo que consumo, y que genera una reacción bioquímica en mi cuerpo. Y por último, el estrés físico, como la exposición a luz azul, la falta de sueño, el sobreentrenamiento o la falta de entrenamiento. Muchos se combinan, es decir, un trastorno alimenticio es una combinación entre estrés mental y químico.
–Entonces hay muchos factores a los que prestar atención...
–Sí, desde cosas chiquitas hasta grandes: vivir cansados, no dormir bien, sentir que el sueño no nos repara, ganar peso, tener bruxismo, calambres, dolores musculares, gastritis, estreñimiento, reflujo, depresión, ansiedad o pánico, entre muchas otras. Lo importante es hacernos dueños del proceso. El problema es que desafortunadamente estamos a una consulta de distancia de que alguien nos diga: “No te preocupes, tómate esto”. Como profesionales de la salud, lo primero que tenemos que hacer es intentar que esa persona se adueñe de su proceso y su camino, y no solo repartir medicamentos.
–¿Y qué herramientas considerás básicas para prevenir el estrés?
–El estrés no se puede prevenir, porque la vida es frágil y cambia en cualquier momento. No estresarse es imposible y decir “de ahora en adelante no me vuelvo a estresar” es un planteo infantil. En cambio, se trata de domesticar el estrés, aprender a manejarlo. Es como surfear: puedes hacer que las olas te sacudan todo el tiempo y tragues agua, o aprender a pararte y a bailar con la ola. Para eso lo más importante es poner en orden tu vida. Las cosas empiezan a ser distintas y la vida se manifiesta de manera correcta cuando pones en orden lo que llamo los siete pilares: la alimentación, la actividad física, el sueño, la meditación, el manejo de las relaciones, la exposición a tóxicos y la disciplina.
–Sin embargo, no siempre es fácil lograr eso solos, ¿es importante pedir ayuda de profesionales?
–Sí, claro, pero también hay que entender que todas esas maravillosas personas son solamente guías, porque el camino tienes que recorrerlo tú solo. Tú tienes todo que ver. Muchas veces he recibido pacientes que me dicen: “Vine para que me cure la diabetes”. Yo no le curo la diabetes a nadie, te enseño para que tú te la cures. El que esté dispuesto a hacer eso tiene un camino a seguir y el que no, se encontrará con fármacos o salas de cirugía para tratar luego las consecuencias. Como decía un maestro: “Ser feliz es muy simple, lo difícil es aprender a ser simple”.
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