Lejos de tratarse de una nueva moda, detrás de estos perros se esconden historias de rescate y maltrato con final feliz
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Las calles de Buenos Aires nunca fueron su hábitat natural o el lugar donde solían estar. Por sus características, el galgo nunca fue un perro de ciudad, pero de un tiempo a esta parte, se pueden ver una gran cantidad de ellos paseando en los barrios porteños o en distritos como Tigre, Vicente López y San Isidro en compañía de sus dueños. Detrás de cada uno de estos perros, seguramente haya una historia conmovedora. Porque la mayoría han sido rescatados de los galgueros, personas que los utilizaban para correr carreras (prohibidas por ley desde 2016) clandestinas.
“Desde que empezamos con Ayudá a un Galgo, hace 5 años, pudimos ubicar más de 400. La mayoría los llevamos a la ciudad de Buenos Aires, primero porque ahí están más seguros ya que hay menos chances de que vuelvan a ser usados para correr o cazar, y además porque hay mejor nivel adquisitivo para seguir un tratamiento con un veterinario de cabecera, porque lamentablemente muchos galgos tienen secuelas del maltrato. En varios casos los drogan para las carreras y su organismo se resiente”, dice Silvia Vasallo, fundadora a cargo de Ayudá a un Galgo (@ayudaungalgo), uno de los muchas ONG que surgieron en todo el país para rescatar del maltrato a esa raza que se caracteriza por su velocidad y pericia para cazar. Silvia vive en Bragado, siempre fue proteccionista de perros, pero desde que se topó en la calle en pleno centro de su ciudad con un galgo abandonado en pésimas condiciones, dedicó su vida a ayudarlos. Como ella, son muchas las ONG que se encargan de rescatarlos, curarlos y darlos en tránsito o adopción para que tengan una vida mejor.
Pandemia récord
A tono con la tendencia general 2020, en la que fue boom la adopción de mascotas durante la pandemia, también se produjo récord de adopciones de galgos: “Nosotros llegamos a hacer hasta 10 traslados por semana a distintos lugares, la mayoría de capital y alrededores. Y a otras ONG como la nuestra les pasó lo mismo. Hoy ya se volvió a la normalidad de 100 adopciones bien dadas, con seguimiento, al año -comenta Vasallo-. Apuntamos a darlos a familias de Capital porque el galgo en el interior es considerado un animal más, pero allá se los trata como miembros de la familia, se les provee de buen alimento y atención veterinaria. Los porteños están acostumbrados a invertir en su mascota, los consienten más”, sostiene Silvia, que ahora tiene unos 30 galgos bajo su cuidado.
Según asegura la rescatista, toda persona puede tener un galgo, pero hay que considerar que la mayoría son perros intensos que necesitan de estímulos para liberar esa energía. “En todos los casos se hace una entrevista de adopción bastante rigurosa porque queremos que el perro tenga la vida la merece y además porque así evitamos las devoluciones y el sufrimiento que implica para el animal volver. De todos los que dimos el año pasado, solo uno regresó -cuenta-. Lamentablemente algunos tardan mucho tiempo en ser adoptados, sobre todo si son machos. Pero no hay que dudar por la edad: el galgo es longevo, si lo cuidas bien vive muchos años”.
El cachorro es muy veloz y enérgico por eso no es para cualquiera. “Intentamos que vaya a una familia que se pueda ocupar y dedicarle tiempo. A los 3 o 4 años ya es un perro mas equilibrado”, describe Silvia, que necesita de voluntarios y ayuda económica para mantener a los perros que comen, en promedio, una bolsa de 15 kilos por mes cada uno. “Isabel Domínguez es una voluntaria que se ocupa de que a los galgos no les falte comida, haciendo llamados, pidiendo donaciones. Pero necesitamos más ayuda y con la crisis que dejó la pandemia se redujo mucho, es más complicado.”
Que Stitch fuera macho y cachorro, a Stephanie Monte no le importó: al contrario, aceptó feliz el desafío. Lo llevó a vivir con ella el año pasado cuando tenía 45 días. Su mamá estaba en una zanja en la ruta, malnutrida, y él junto con sus hermanitos fueron rescatados y dados en adopción. De hecho, Stephanie tuvo a una de sus hermanas un tiempo viviendo en su casa hasta que pudiera ser ubicada con una familia.
“Cuando trajimos Stitch el año pasado había solo dos galgos en el barrio. Pero con los meses se fueron sumando cada vez más que como Stitch habían sido rescatados por distintas fundaciones. Creo que últimamente los galgos se están adueñando del barrio” -dice Stephanie, feliz-. Es una raza muy activa e inteligente. Por ser cachorro, Stitch es un perrito muy travieso y cariñoso al que hubo que enseñarle trucos y pautas de conducta como esperar por su comida y para cruzar la calle, por ejemplo. Sale 5 veces al día, da dos paseos largos de más de una hora para que pueda drenar su energía y después tienen salidas más cortas para oxigenarse”.
Sin dudas, el año pasado, la vida de Stitch dio un vuelco: de haber podido ser usado para correr o cazar y ser sometido a todo tipo de maltratos, pasó a ser adoptado por una familia e incluso a convertirse en toda una celebridad en las redes porque tiene Instagram (@stitch.galgo) y TikTok, desde donde “muestra” su día a día a miles de seguidores.
El boom de galgos en la ciudad no se explica por la frivolidad de tener “al perro de moda”. Lo más probable es que detrás de cada uno de ellos, haya una historia de explotación y maltrato, que tuvo un final feliz.
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