Axel Krygier: “A los 12 podía componer música en sueños”
Multiinstrumentista y compositor, creó la banda de sonido de Happyland, trabaja con Los Macocos para su próxima obra y está por sacar un disco solista
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Si algo me aburre, me alejo”, responde Axel Krygier, multiinstrumentista feliz y compositor de amplio espectro, cuando se lo consulta por el elemento lúdico recurrente en su música. “Me atrae como algo que busca desestabilizar. Parecido a esa habilidad que tienen los gatos para hacer que algo se mantenga con vida”, señala con una sonrisa. Y basta repasar sus numerosos trabajos para comprobar que es cierto. Desde sus comienzos en La Portuaria y discos solistas como Échale semilla (un caleidoscopio de pequeños mundos sonoros) a supergrupos como Sexteto Irreal (con Alejandro Terán, Christian Basso y otros), piezas musicales como la ominosa apertura de Okupas (¡ese contrapunto de trombones!) o bandas de sonido como la de El hombre que perdió su sombra (con sus maravillosas canciones de fantasía) y más recientemente Happyland, el satírico musical sobre Isabel Perón tras de ser derrocada por los militares, la obra de Axel Krygier siempre fue por el lado del juego, la diversión y la inteligencia. “Con Happyland me gustó pensar lo más descabellado e intentar realizarlo”, cuenta sobre el espectáculo de Alfredo Arias y Gonzalo Demaría que tuvo un reestreno exitoso en el San Martín hasta que las nuevas restricciones por el coronavirus lo dejaron en suspenso. “Me propuse ir a fondo en ideas que por ahí sólo en ese contexto podían ser útiles. Un jazz jungle medio exótico que al final también podía tener algo de Stravinsky o de Bach”, describe con entusiasmo.
–Lográs hacer música muy personal a partir de encargos, ¿qué te atrae de crear a demanda?
–Bueno, cuando me hacen un pedido es importante contar con la libertad de hacer lo que se me ocurra. Por lo menos al principio. Luego sí me gusta que me produzcan o que me pongan límite. Pero cuando me siento a componer lo hago esperando a que me llegue una buena idea. Y una vez que me llega, la trabajo. Lo que no hago, al principio, es partir del recurso. Lo que sé. No establezco una forma antes de empezar. Sé por dónde voy a ir, qué ingredientes voy a manejar, pero no uso una receta. Entonces en ese fluir aparecen cosas que me motivan a continuar. Construir ese paisaje musical. Es un trabajo muy intuitivo.
–Siempre fue así, ¿no? Desde que siendo muy joven grababas esos cassettes experimentales y creativos que por ejemplo llamaron la atención de Luca Prodan...
–Esa vez intervino el azar. Tuve el atrevimiento de ir al programa de Tom Lupo con mi cassette porque ahí rescataban experimentos de gente no famosa. Tom disfrutaba de eso. Y esa vez sucedió que llegué tarde a la radio y me tocó compartir piso con Luca que ya estaba de antes y se copó con lo que había llevado. Le hacía gestos a Tom como diciéndole “¡preguntame qué me pareció!” y así aprobarme. Hicimos buenas migas y al tiempo terminé tocando un par de veces con él, cuando me invitaba a que subiera al escenario. Era un tipo muy irónico y además sincero. No le interesaba caretearla con nadie.
–Tu música tiene un fuerte componente visual. ¿Qué del mundo de cine te fascinó en tus comienzos?
–Desde los 16 a los 23 vivía en la Cinemateca, en la sala Lugones, en el Cosmos. Iba en colectivo y me mandaba. Me vi todo Fellini, Tarkovski, Wajda, los hermanos Taviani. Recuerdo que cuando salió Win Wenders con Las alas del deseo había un tema de Nick Cave con saxo barítono que nos pegó mucho. Obviamente fui y me compré un saxo. No tenía plata, pero encontré alguien que lo vendía hecho pedazos, muy trucho, y gracias a eso terminé entrando en La Portuaria.
–Tus abuelos paternos vinieron de Polonia. ¿Es cierto que se conocieron y se casaron en el barco?
–Ya se conocían de antes. Pero es cierto que se casaron ahí. Aunque cuando llegaron y bajaron mi abuela le dijo a mi abuelo: “Nos casamos, pero somos novios”.
–¿Al principio no se gustaban?
–Se interesaban. Mi abuela fue la que lo trajo a él. Ya estaba acá y tenía su trabajo. Pero había perdido a toda su familia en Polonia por los pogroms de los rusos en los años 20. Al único que pudo traer fue a mi abuelo, su primo. Por eso quizás salí así (risas).
–Escuchando tu música se nota esa influencia polaca...
–Bueno, mi abuela se ponía a cantar canciones en ídish. Era algo realmente mágico (nota: se pone a tararear unos versos en ídish). Música rusa oriental, similar al klezmer. Todo eso me quedó de alguna manera.
–¿Y qué otras cosas escuchaban?
–Beatles, Pink Floyd, cantantes franceses o norteamericanos como Paul Williams. Mucha ópera rock: Fantasma en el paraíso, Jesucristo Superstar, No llores por mí Argentina. Mi vieja era más del jazz y de Bach. Y mi viejo del rock. Tocaba la guitarra también, componía. Los viajes que hacíamos a la costa era inventando canciones o escuchando Sui Generis.
–¿Tenés el recuerdo de ser niño y que la música se convierta en algo importante para vos?
–Sí. Algo que recuerdo y que en su momento me maravilló era que a los 11, 12 años, podía componer música en sueños. Eso me causaba un placer inmenso. Después, a los catorce, caminaba solo con mi walkman escuchando a Bach, Nino Rota, Erik Satie y me volvía loco. Me quedaba tan lleno que imaginaba obras clásicas, sinfonías, aunque recién más adelante estudié, me formé. Mi ideal siempre fue mezclar lo tecno con lo acústico. Y al día de hoy puedo decir que sigo un poco esa veta. El tema es que si uno no se forma a tiempo después quedás rengo toda la vida.
–¿En qué sentido?
–Digamos: yo sufro mis rengueras propias, sé cuales son. Cuando tenía quince me di cuenta de que si no me ponía estudiar inmediatamente, no iba a poder lograr lo que aspiraba. Porque si no tenés una formación temprana de piano, de armonía, de contrapunto, de composición, luego es más difícil de aprender. O sea, podés. Pero ya no formará parte de tu ADN. Yo me desesperé en su momento y le puse quinta al aprendizaje. Fue muy difícil acceder a lo que yo necesitaba, tardé muchísimo.
–Para concluir, ¿con qué estás ahora?
–Con varios proyectos musicales. Por las mañanas estoy con la música de una obra de Los Macocos que se estrenará en el Teatro 25 de Mayo. Y por la tardes, con un encargo del Goethe Institute. Un proyecto que se llama Beethoven Inconexo en el que no tengo que grabar o producir sino sólo escribir la música. Además pronto saco un nuevo solista en el que por primera vez trabajé con un productor, Emilio Haro. Me prometí que 2020 era el año de la colaboración y a pesar de la pandemia lo logré. Ya lo tenemos terminado.