Formó una familia con el polista Eduardo Novillo Astrada y hoy difunde el trabajo de artesanos de todo el país
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Cuando visitó la Argentina como fotógrafa, en 2002, la puertorriqueña Astrid Muñoz quedó deslumbrada por los paisajes y la iconografía gauchesca de la Fiesta de la Tradición de San Antonio de Areco. Retrató caballos, domas y bailes para Condé Nast Traveler y Marie Claire. En ese entonces, cuando también era una supermodelo de nivel internacional, no imaginó que 10 años después se casaría con el polista Eduardo Novillo Astrada y que, por un tiempo, dejaría de ser conocida por su profesión.
De los tacos y los flashes a la exclusividad del polo, su vida dio un giro al casarse con el ex jugador de la Triple Corona y ex presidente de la Asociación Argentina de Polo. Los viajes que antes la llevaban por los desfiles de Valentino, John Galliano y Chanel cambiaron de sentido. Y de destino. Hoy, a los 50 años, Astrid recorre el país en zapatillas y ropa cómoda. “Soy muy cuatro por cuatro. Si tengo que dormir en el piso no me hago problema. En Argentina eché raíces por primera vez en mi vida”, dice.
Con Eduardo, que ya era padre de tres hijos cuando se conocieron, tuvieron a Tristán, que tiene 4 años. Ahora Astrid está al frente de Curatoria, una tienda de diseño que busca fortalecer lazos con comunidades de artesanos de todo el país. Mapea el territorio argentino junto a su socia Marcela Molinari para seleccionar los mejores materiales. Y deslumbra a visitantes extranjeros y al público que se acerca a ver el Abierto de Argentino de Polo de Palermo, donde instalaron un concept store hasta fin de año. Ponchos, alfombras, indumentaria, joyería, mobiliario y accesorios con sello artesanal conviven también en un local de Pilar (Avenida 12 de Octubre 1595, Km 40 Colectora Panamericana), y, hasta fines de enero, en el Hotel Four Seasons.
Es feriado, llueve y Astrid está con calzas y buzo deportivo en su estudio de La Aguada, el campo familiar de la familia Novillo Astrada en Open Door. Ya hizo galletitas de dinosaurios y pancakes con Tristán. “Es que estos últimos fines de semana estuve sumergida en el Abierto, tenía muchas ganas de pasar un día con él”, dice.
–¿Le ves pasta de polista a Tristán?
–Para la desgracia de mi marido, Tristán es alérgico al pelo de caballo y se brota todo cuando está cerca de los animales. Lo estamos tratando con alergistas. Aunque nació con un taquito bajo el brazo todavía es chiquito, veremos cómo se dan las cosas.
–¿Cómo definirías tu pasión por la Argentina?
–De Argentina me enamoré y me crecieron raíces cuando me mudé acá. Creo que tiene que ver con mi vida nómade. Por trabajo viajaba a París, Nueva York, Londres y Milán. Pero cuando descubrí la riqueza histórica, patrimonial y ancestral de la artesanía argentina supe que era mi lugar. Y además, claro, armé una familia. Mi mamá era artesana, fue criada por monjas que le enseñaban a bordar y tejer. Todas las mujeres de mi familia son muy habilidosas, muchas tallan la madera o diseñan mosaicos. Por eso para mí la ancestralidad es el punto de partida, me conecta con muchas generaciones.
–¿De tu vida de supermodelo extrañás algo?
–Los vínculos, nada más. No extraño ni el modelaje ni la fotografía de moda. Hoy estoy donde tengo que estar, en una etapa de dar. Recibí mucho y ahora toca retribuir. Cuando veo las colecciones de los diseñadores las siento bastante alejadas, sobre todo del mundo pospandemia. Hoy, el verdadero valor está en la huella humana detrás del proyecto. La historia que cuenta esa pieza, el tiempo que dedicó el artesano y la energía que puso para realizar esa obra de arte.
–¿Y los viajes tampoco se extrañan?
–Ahora mis viajes tienen otro sentido, viajo de otra manera, más sencilla. Puedo estar en París, en tacos, pero también dormir en cualquier lado. Mis vuelos son para recorrer el país. Como dijo el artista Joaquín Torres García (pintor, escultor y teórico uruguayo): “Nuestro Norte es el Sur”. Cada tanto me invitan a Europa, voy a Madrid a dar un seminario en los próximos meses. Y el año que viene, a París, para presentarle el proyecto a ciertas personalidades.
–¿Te quedaron amigos y amigas de la época de los mega desfiles?
–¡Muchos! El peluquero Sam McKnight, el estilista de las estrellas, que siempre me comenta las historias en las redes. También tengo relación con Mario Testino (fotógrafo top), soy amiga de Eugenia Silva (española) y Elisa Sednaoui (italiana). Y además soy la madrina del hijo de Natalia Vodiánova (supermodelo rusa, casada con Antoine Arnault). Son todas increíbles, mujeres luchadoras y muy trabajadoras, nos apoyamos mucho. Por la buena relación que tenemos estoy planeando llevar a Curatoria por el mundo. Los extranjeros aman las artesanías argentinas de calidad.
–¿Qué tipo de piezas les interesa?
–Admiran la joyería, las prendas de vicuña y fibras naturales sin importar la estación del año. Los entiendo, yo también soy una apasionada de nuestras fibras. Somos el quinto productor de lana merino, considerada la mejor del mundo por su mínimo grosor. Pero además de la calidad de nuestra materia prima aman conocer la historia detrás de una manta, un cesto o un accesorio. Y no pueden creer que se tarde casi 8 meses en hacer un poncho de vicuña, por ejemplo. Hoy la artesanía es el nuevo lujo.
–¿Cuál es tu rol en Curatoria?
–Funciono como un puente entre el diseño, las comunidades artesanas y el desarrollo comercial. Como empecé joven con la moda tengo el ojo entrenado. Los viajes inmersivos son la mejor parte, ya que tenemos la posibilidad de llevar innovación, pero también, de sentarnos horas a conversar con los artesanos y escuchar sus historias. Y sus necesidades. Aprendo muchísimo de ellos, se me llena el alma.
–¿Cuáles son tus accesorios favoritos?
–Todo lo que sea chaguar, de las comunidades wichí. Me vestiría íntegramente con estas fibras y amo su aroma. También uso cinturones, pulseras y piezas de protección, de poder. Piedras en bruto, sin tallar, bien rústicas. Cuando me pongo mis brazaletes me siento la Mujer Maravilla. Tengo predilección por el ónix, que es autóctono, la turmalina y las maderas fosilizadas. Siempre combino algún accesorio tribal.
–¿Cómo definirías tu relación con las comunidades de artesanos y artesanas?
–La relación con la comunidad El Potrillo, de Formosa, es cada vez más estrecha. Son 450 mujeres con las que mantenemos un vínculo muy unido. El año pasado me puse al frente de la colaboración para que agrandaran su taller. Lo hice con la ayuda que gestioné entre las mujeres del polo, que no dudaron en apoyarnos. Sobre todo porque la dinámica tradicional de las familias del polo es la unión. El motor del proyecto es ayudar y sostener a esta comunidad y otras. También estuvimos en Jujuy y en Catamarca, con talleres de diseño e innovación. Siento urgencia con este proyecto. Es una misión. No me levanté un día y dije ‘quiero tener una tienda’. Lo que yo quiero es visibilizar el talento argentino, que es increíble.
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