Se hizo famosa gracias a dos muñequitos azul y rojo que, espalda con espalda, aparecían estampados en cientos de remeras, buzos, tazas y carpetas; en la década del 90 tuvo sus años más difíciles y buscó resurgir, pero su último local cerró en 2019
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Nació en 1969 como una marroquinería en plena Recoleta. Vendió prendas propias y otras de las marcas más ‘chetas’ de Buenos Aires. Tuvo 170 empleados y 17 locales propios. Llegó a facturar 1.200.000 dólares por mes hasta que en 1995 llamó a una convocatoria de acreedores. Ensayó una vuelta a toda orquesta en 2004 y en 2019 cerró su último local. Prácticamente no hay persona que haya transitado su niñez y juventud en los años 80 que no recuerde a Hendy, la marca de Los Carolitos (esos muñequitos azul y rojo que, espalda con espalda, aparecían estampados en remeras, buzos, carpetas, cartucheras y tazas). Un ícono que marcó una época y vistió a una generación de niñas y adolescentes.
“La marca la hicimos con mi hermano. En esa época, yo tenía 19 años y había todo un furor por lo hippie. Empezamos a hacer chalecos de gamuza, cinturones y zapatitos indios. Nuestra familia vivía en Recoleta, en Juncal y Callao, y se nos ocurrió alquilar un local cerca de casa, en Rodríguez Peña y Arenales, en lugar de ponernos un puesto en plaza Francia, que era lo que hacían muchos”, cuenta Enrique Cordovero, fundador y dueño de la marca que se transformaría en un referente de la moda juvenil argentina. Los hermanos llevaron a trabajar a su papá, que venía algo golpeado por temas laborales (un negocio de telas que se fundió) y juntos decidieron el nombre: “Como se llamaba Enrique, como yo, le pusimos Henry al local. Vendíamos más que nada marroquinería”. El negocio empezó a funcionar muy bien hasta que apareció una persona y dijo que Henry lo tenía registrado. “Nos miramos y el viejo le contesta: ‘No hay problema, le cambiamos una letra. Le ponemos Hendy. Y así quedó el nombre”, cuenta Enrique acerca de ese pequeño gran cambio en la marca, que con los años empezó a crecer y transformarse.
Aquel chaleco con flecos
La que le dio un verdadero impulso fue una periodista de la revista Para Ti que pasaba por el local de la calle Rodríguez Peña y quedó impactada con una prenda de la vidriera. “Era un chaleco de gamuza con flecos largos hasta la rodilla. La chica entra y me dice: ‘¿Puedo mandar a sacarle una foto?’ Y a partir de ahí fue un boom”, recuerda Cordovero, que siempre tuvo habilidad para innovar y redoblar la apuesta. “Teníamos un amigo en la calle Riobamba y Arenales que hacía jeans a medida. Todo el conchetaje de Bario Norte y Recoleta se iba a hacer los jeans a lo de ‘el francés’. Un día hablamos con él y le pedimos que nos diera jeans para vender en Hendy. Y fue un éxito. Nos pusimos de moda de la nada”, reconoce el empresario textil.
Pero en realidad los hermanos se preocuparon siempre por hacer cosas disruptivas. Y a pesar de que ninguno sabía lo que era el marketing (ambos venían del universo de la arquitectura) hicieron de todo para posicionar a Hendy como marca de culto. “Los sábados, por ejemplo, eran una fiesta. Poníamos un heladero de Laponia adentro del local que regalaba helados; también solía ir un pirilulero o una banda en vivo. Y siempre había un mimo en la vidriera. Hasta sorteamos estadías en Club Med. Tuvimos que cortar la calle, armamos un despelote bárbaro”, recuerda el empresario, que supo competir mano a mano con otras marcas que fueron un boom en aquella época como John L. Cook y Osh Kosh.
El niño malcriado y Los Carolitos
Cordovero cuenta que a principios de los 80 apareció por el local “un niño malcriado de avenida Libertador”, que le mostró unas remeras muy llamativas. “Era Alan Faena, con Via Vai. Vi la mercadería y la verdad era buena, así que empezamos a vender eso también. Después apareció Maggio Rossetto con sus carteras. Nos fuimos agrandando y empezamos a hacer ropa de niños –dice Cordovero–. Incorporamos el local de al lado y tomamos otro más grande que fue en el que años después funcionó el bar The Shamrock. En ese momento era plena Guerra de Malvinas. La gente estaba mal, pero nosotros vendíamos un montón, tenía que frenar a las clientas para que no me empujaran para comprar un par de botas tejanas blancas”, cuenta sobre aquellos buenos tiempos, que coinciden con el surgimiento del ícono de la marca: Los Carolitos.
“Surgen en el año 1982, o tal vez un poco antes. Teníamos una chica que trabajaba en el equipo de diseño que se llamaba Carola González. Un día trae su libretita del colegio y me muestra las famosas letras con un corazón adentro de la H. Hicimos unas remeras y tuvieron un éxito bárbaro. Y un día hojeando la libretita le pregunto: ‘¿Y estos muñecos?’ Me contestó que eran unos bichitos que dibujaba ella desde siempre y le digo: ‘Los quiero estampar’. Y los estampamos. Fueron un boom. Les puse Los Carolitos por Carola. A ella la hicimos partícipe de las ganancias en todo lo que tuviera el estampado de los muñecos. Después se casó y se fue a vivir a España. Y cuando se fue me dijo: ‘Te los dejo a vos’. Pero Argentina nos pegó un cachetazo”.
Golpe, resurrección y final
Cordovero se refiere a la década del 90 como la más crítica para su empresa. “Todo empresario que estaba más o menos bien importaba porque era más barato y la mano de obra de afuera era mejor –describe–. Pero nosotros teníamos 170 empleados, fábricas y talleres propios. Insistimos en lo nacional y nos fue mal. Tuve 170 empleados y 170 juicios. No se vendía bien porque era un producto nacional caro. Los negocios de los shoppings se fundían y nos dejaban pilas de deudas –asegura–. Con mi hermano y mi papá tuvimos una reunión y dijimos: ‘Pagamos todo’. Y bueno, quedamos en la lona total. Vendí mi departamento de Libertador frente al Hipódromo para pagar deudas, caímos en desgracia y después seguimos, pero de manera muy chiquita.”
En 2004 hubo un intento de vuelta, en el mismo local de Rodríguez Peña 1216 donde Hendy abrió por primera vez. Era un proyecto ambicioso, pero el entusiasmo inicial se fue diluyendo. Aunque ya no tiene locales a la calle, hoy Hendy sigue existiendo, no solo en la memoria emotiva de los que crecieron con la marca, sino en los papeles. “La seguí peleando hasta que llegué al límite de mi salud. Ahora estoy trabajando para la marca Gilbert (asociada al rugby). Hendy está ahí, stand by. Pero siempre estoy abierto a que vengan y me digan que quieren armar algo.”
Casi al final de la charla, Enrique reflexiona acerca de lo que significó ser empresario textil en la Argentina: “Durante 25 años acumulé capital, llegamos a facturar 1.200.000 dólares por mes. Y de un día para el otro me encontré con que no me había quedado nada –confiesa–. Me achiqué mucho, me fui a vivir a Martínez, mi hermano se fue a España y le va bárbaro como arquitecto”. Para cerrar, Cordovero hace un paralelismo con una marca internacional, fundada también por dos hermanos. “En 1969 creamos la empresa. Dos años después, los Benetton fundaron la suya. Ellos tuvieron Fórmula 1, 6000 locales y compraron media Patagonia. Nosotros nacimos en Argentina. Ellos, en Italia. Esa es la conclusión. Say no more”.