Nacido en Corrientes, Francisco Gómez es un autodidacta que llegó a la Capital, creó una marca dedicada a la indumentaria masculina y logró posicionarse como un referente en la moda de la región
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“Me parecía que no era para mí, que no iba a durar ni una semana”, recuerda Francisco Gómez cuando habla de la fábrica de uniformes de su Corrientes natal donde dio sus primeros pasos. Sin embargo, al mes, descubrió que le apasionaba la costura y comenzó a quedarse más horas una vez terminada la jornada laboral con el propósito de aprender todos los pormenores implicados en el desarrollo de una prenda. Ese fue el preámbulo para lo que vino después, cuando se fundió la empresa y le otorgaron unas máquinas como forma de pago. Fue entonces cuando comenzó a interiorizarse, como autodidacta, en el diseño de indumentaria: estudió el cuerpo mediante cursos de moldería, creó una línea ready to wear en tela de punto (camisas, remeras y pantalones) y decidió venir a la gran ciudad. Hoy, este correntino de 38 años no sólo revitalizó el oficio de la sastrería sino que con su marca de indumentaria, Franciscano Sastre, le dio visibilidad en el mapa de la moda de la región.
Frecuentado por jóvenes profesionales y algunos famosos que, por pudor, prefiere no nombrar, Francisco trabaja en su estudio en el centro porteño –en un edificio de más de 100 años en Esmeralda al 900– donde todo lo expuesto, incluido el mobiliario y los objetos decorativos, está a la venta. O sea: un cliente puede entrar con la idea de hacerse un traje y salir inesperadamente con un juego de ajedrez, un sillón de estilo inglés o una mesa ratona de vidrio.
Hijo de un albañil y una empleada doméstica, Francisco llegó a Buenos Aires hace una década, a vivir a un departamento prestado, con 250 pesos en el bolsillo y una certeza: él iba a enfocarse en el negocio de la ropa masculina para todo tipo de cuerpos. “Me di cuenta de que todo estaba apuntado para la mujer, que el mundo del hombre estaba dejado de lado”, reflexiona. También aprovechó los conocimientos que tenía de marketing para hacer hincapié en la sastrería, algo novedoso y al mismo tiempo, valga la paradoja, ancestral.
Formado por el maestro de sastres Natalio Argento, Francisco comenta que el hit de sus diseños sartoriales es un pantalón que tiene ajustes con hebillas laterales y un tiro más alto que corta en la cintura en lugar de la cadera. Hace las piezas que le pidan: las más recientes fueron un esmoquin para un jugador de básquet y un frac celeste para una boda en la playa.
“Me convertí en el sastre de los nuevos niños ricos que aspiran a ser grandes empresarios”, señala sobre los jóvenes sub-40 que llegan en busca de sus conocimientos y pretenden que su ropa esté en el mismo rango que un reloj, un auto o los lugares de lujo que frecuentan. “No pueden llevar un traje de mala calidad, necesitan que esté todo a la misma altura”, enfatiza.
Su prestigio creció bastante cuando, en 2021, le encargaron una réplica exacta del traje épico de su coterráneo José de San Martín. “Me enalteció hacerlo”, asegura sobre el trabajo que realizó para el Museo Histórico en Yapeyú al confeccionar una verdadera mímesis del traje del prócer. Para la reconstrucción, se basó en el relato oral de historiadores y uniformólogos y así pudo desarrollar el frac militar, el pantalón, la banda, el cinturón y las botas restauradas, incluso una copia del sombrero Falucho –similar al de Napoleón– que llevó San Martín cuando cruzó los Andes. “Creo que no voy a volver a hacer la vestimenta de nadie tan importante”, añade Francisco, aunque confiesa que también le gustaría realizar el atuendo de Martín Miguel de Güemes, otro prócer imprescindible.
Volviendo al presente, admite: “Todos quieren saber cómo funciona un sastre en pleno 2022″. Y cuenta que es cada vez más frecuente que aparezcan los que desean vestirse como los personajes de series emblemáticas que se caracterizan por su ropa sastrera. Los más pedidos son los que emulan a los hermanos Shelby de la británica Peaky Blinders, además de los recordados publicistas neoyorquinos Don Draper y Roger Sterling, entre otros personajes de la ficción Mad Men.
Respecto de masculinidad en la moda, Francisco cree que “el hombre comenzó a tomar protagonismo en lo que antes le daba pudor usar, entonces se arriesga más”. Alude a los pantalones más cortos, los zapatos en punta, también a los sacos abreviados en el largo y las solapas más anchas. ¿Y qué define la vestimenta de los porteños? “Buenos Aires sigue siendo una ciudad muy elegante, existen detalles que todavía se conservan: la gente usa pañuelo, corbata y buenas medias”, analiza. “Tenemos una cultura muy italiana del vestir, y nos podemos creer señoritos ingleses, pero tenemos cuerpo y gusto de españoles”.
De acá a unos veinte años, según Francisco, la vestimenta seguirá en la dinámica cíclica, propia de la moda, que entre otras cosas logra que se esté dejando de usar la corbata, un accesorio que tal vez se reinvente bajo la forma de un pañuelo o símil, anudado al cuello. “Lo que sí puedo decir es que la sastrería nunca va a desaparecer ni estará mal vista”, valora. “El pantalón, el saco y el chaleco, nunca van a morir”.