Mujer de Jorge Guinzburg y madre de dos de sus hijos, la productora se luce como directora del célebre teatro
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Por sus venas corren teatro y televisión. Y una historia conmovedora que tiene que ver con el exilio de su padre, la herencia de un apellido con mucho peso y luego un matrimonio que la obligó a aceptar la popularidad porque bueno, ser la mujer de Jorge Guinzburg no fue un detalle menor. Sin dudas, trabajar codo a codo con un ídolo indiscutido terminó de formatearla: templanza no le falta. Hoy, Andrea Stivel es una productora reconocida, directora y socia del Teatro Astros, una mujer comprometida con la cultura que asegura que “sentarse a ver una obra es descansar un poco de todo”.
–Escapar un rato de la locura: no es poco.
–Estoy convencida de que el teatro nos ayuda a salvarnos. Es esa conexión con la emoción, que resulta fundamental. Porque tiene que ver con lo que uno escucha, lo que se dice, la identificación, la identidad, el sentir una historia cercana que llega al alma. El fenómeno del teatro es muy importante, sobre todo el que está fuera del circuito comercial, que hoy tiene una impronta enorme. Eso me emociona mucho.
–O sea, si fueras médica recetarías teatro.
–Sin dudas. ¿Por qué? Porque cuando uno va a ver una buena obra y sale modificado, ya eso se transforma en alimento. Sucede también con la música, con un buen libro. Transcurren las generaciones, pero nos siguen moviendo las mismas cosas. Por supuesto estoy hablando desde un lugar en el que las necesidades básicas deberían estar satisfechas. Porque después empiezan con aquello de polemizar y decir el disparate “comida versus cultura”. Para mí van en dos caminos paralelos. No debería dejarse de invertir en lo cultural creyendo que eso es quitarle comida a una criatura. Son dos cosas distintas.
–Pero lo cierto es que hoy existe otro discurso al respecto.
–Yo no me meto en política. Solo digo que una cosa no compite con la otra. La cultura es otra manera de alimento. Obviamente no estoy diciendo sáquenle la comida a un chico para hacer una obra de teatro. Sería ridículo. Pero cada acción hace al ser humano. Hay un montón de cosas que dignifican. El derecho al plato de comida no se discute, pero también están la educación, el trabajo, la salud. Y, por qué no, poder sentarte y vivir el milagro de que alguien en un escenario te toque el alma y te haga un poco más feliz.
–¿Sos romántica? ¿Estás en pareja?
–Estoy bien, acompañada. No creo que hagan falta los detalles. Sí me parece lindo contar que tengo dos hijos hermosos con quienes disfruto mil cosas y que la relación es realmente genial. Porque además de ser buena gente tienen sentido del humor. Me hacen bien al alma. Sacha, el mayor, que tiene 36, vive en Miami. Ian, de 34, está acá en Buenos Aires. Pero los tres nos vemos mucho.
–Miami era la posibilidad del año sabático que siempre mencionaba Jorge, pero nunca llegó a concretar. ¿Es así?
–Era su fantasía, pero jamás sucedió porque cada vez trabajaba más. Es loco que ahora tenemos un hijo viviendo ahí porque aparece más fuerte la memoria. Pasamos por determinados lugares y recordamos anécdotas, situaciones. Miami era un lugar que Jorge frecuentaba porque se sentía muy cómodo ahí.
–¿Sos de encontrar el lado místico en determinadas situaciones?
–Lo que creo es que hay una conexión que no se va, que jamás desaparece. No lo tengo decodificado porque son situaciones no provocadas, pero que aparecen. Pasa mucho con mis hijos. Yo lo que soy, esencialmente, es una mujer fruto del psicoanálisis. Lo hice toda mi vida, desde los cuatro años. Creo que si paré una o dos veces es mucho. Cuando sos chica vas obligada, pero de adulta ya se convierte en necesidad. Me gusta trabajar sobre mí, tener una mirada sobre mis propios temas.
–Tampoco tuviste una infancia tipo. Tu padre exilado, creciste en los teatros...
–Mi padre, David Stivel, tuvo que irse en el año 76 porque estaba amenazado por la Triple A. Se instaló en Colombia porque Bárbara Mujica, que era su mujer, estaba haciendo una novela allá. Vivió en Bogotá hasta su muerte. Pero volviendo a mi niñez, claro, fue todo muy especial. Como hija de padres separados, siempre había planes diferentes. Por ejemplo: los fines de semana los pasaba en el teatro, con mi padre, viviendo entre artistas y camarines que eran una tentación. Algo que me resultaba absolutamente natural, desde ya. Siempre me recuerdan la anécdota de Norma Aleandro y yo, con cinco años, postulándome para hacer su papel en El rehén. ¡Es que sabía la letra de memoria!
–Con su mirada aguda, tu padre marcó un antes y un después en la televisión argentina. Y después te casaste con otro hombre que dejó huella en la escena televisiva nacional.
–Evidentemente, todo lo que me gusta o enorgullece va por ahí. Mi padre, con Cosa juzgada, el emblemático ciclo protagonizado por el grupo de excelencia reunido en Gente de Teatro, hizo una especie de revolución. Algunos dicen que fueron como Los Beatles en la música. Había talento artístico, libretos, ideología, profundidad, emoción, sentido social. Y todo eso se hizo en un medio tan masivo como es, o era, la televisión. Hoy por desgracia eso no existe. La verdad es que duele que esas cosas no vuelvan a pasar. Y Jorge, bueno. Nadie lo puede olvidar.
–¿Por qué será que el público tardó tanto en digerir su partida?
–Primero por la cercanía, la popularidad y ese estilo único, pícaro, afilado, que no hace falta que lo explique. Y también la frecuencia. El hacía Mañanas informales; fue muy fuerte porque todos los días entraba a la casa de la gente. Eran tres horas en vivo, un montón.
–¿Es cierto que cuando empezaron a tratarse él te dejaba mensajes escritos a máquina?
–En ese entonces él hacía La Noticia Rebelde y yo Mesa de Noticias. Las oficinas eran compartidas y en la mía, la de producción, había más calma. Así que la usaba para tipear los cuestionarios que él previamente escribía a mano. Así nos conocimos. Venía a un horario en el que había poca gente y sí, algunas veces me dejaba alguna cosita escrita con la máquina. Empezó todo como un juego, riéndonos. Nunca pensamos que el destino nos iba a unir de esa manera. La verdad es que la vida me sorprendió siempre. No soy de planear ni de evaluar. En general las evaluaciones las hago después.
–¿Cuáles son tus planes?
–Ser feliz, y eso significa trabajar con gente que me gusta. Seguimos en el Teatro Astros con Lo que el río hace, La Pilarcita y Yo no duermo la siesta, obras de las hermanas Paula y María Marull. Yo soy fiel a las chicas porque todo lo que hacen me encanta y me conmueve. En el verano haremos un parate, pero habrá varias cosas muy buenas. A mí, lo que me produce felicidad es lograr que el teatro tenga una identidad interesante. Y eso lo estamos logrando. Así que mi plan es seguir construyendo en esa dirección.
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