En forma independiente o a través de agrupaciones, dedican su tiempo libre a salvar perros, gatos, aves y caballos del maltrato: cuáles son las razones que los mueven y qué hacen a diario
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Karina tenía 16 años cuando liberó un caballo que llevaba tres días atado a un carro; Clara caminaba por Palermo esa tarde de sol en la que levantó por primera vez un pichón de paloma caído de un árbol; Franco comenzó a los 13 años su camino de voluntario en una ONG que rescata perros en situación de calle y María José, a los 20, empezó a sacar a pasear a los perros que estaban alojados en el edificio del Centro Municipal de Zoonosis de San Fernando, muchos de los cuales habían pasado años dentro de jaulas.
Rescatistas de animales. Así se definen Karina Dotto, Clara Correa, Franco Sánchez y María José Sierra. Cuatro historias que ilustran cómo se hace para no darles la espalda a los miles de animales que padecen el abandono o el maltrato humano en nuestro país. Los cuatro son apenas una muestra de lo que hacen muchísimos argentinos a diario: dedicar su vida a salvar y recuperar otras.
Voluntarios
No hay forma de conocer el número exacto de personas que se dedican a rescatar animales en la Argentina, porque la mayoría actúa de manera independiente o a través de grupos u organizaciones no gubernamentales. Son mujeres y hombres que de manera voluntaria –y sin recursos monetarios más que donaciones de particulares– cobijan, rehabilitan y le buscan hogar a pájaros, caballos, perros y gatos en situación de maltrato y abandono. Los alojan en santuarios y refugios especialmente creados para ellos o, en el caso de los animales domésticos, cuentan con la solidaridad de quienes se ofrecen a darles un hogar temporario hasta lograr una adopción definitiva.
María José, por ejemplo, nació y creció en América, un pueblo a 500 kilómetros de la Capital, rodeada de animales. A los 20 años, cuando se fue a vivir a Buenos Aires, sintió la necesidad de conectar con los perros. “Era lo que más extrañaba de mi casa –dice–. Ahí empecé como voluntaria a sacar a los perros de las jaulas del centro de zoonosis. Llegan ahí por conflictos con humanos o por alguna enfermedad, pero no tienen una familia ni un lugar a donde volver. Eso fue lo más fuerte que viví, me quedaba varios días en cama, llorando. Había perros que no habían salido de la jaula en la que vivían durante años. Los paseabas y era tristísimo volver a encerrarlos después. Para poder ayudar tenés que estar fuerte. Es difícil, cuesta, por muchos factores: económicos, sociales y sobre todo, emocionales”, explica Majo, que hoy tiene 43 años y dedica todo su tiempo libre a Santa Ramona, el grupo de rescate de perros que creó en honor a una perra que salvó de la muerte en la villa Ramón Carrillo del Bajo Flores.
Pero, ¿de dónde salen todos esos perros que rescatan? El último informe de Acumar (Autoridad de Cuenca Matanza Riachuelo) reveló que seis millones de perros y gatos deambulaban por las calles del conurbano, y casi 14 millones en todo el país. La reproducción sin control debido a la inexistencia de campañas de esterilización masivas, gratuitas y constantes en el tiempo, más la compra de animales de compañía es la causa principal de estos números impactantes. Además, la mayoría de los criaderos que venden perros y gatos no tienen control ni regulación del Estado, con lo cual suelen desechar a los animales que ya no se pueden reproducir.
La “loca de las palomas”
“Yo no tenía en el radar de mi vida el tema de los animales. Hasta que nos rescatamos mutuamente con un pichón de paloma. Puede sonar raro, pero hoy siento que ese primer contacto me despertó del adormecimiento que tenemos los seres humanos por vivir de espaldas a la naturaleza. Aquel rescate terminó en la muerte del pájaro, porque no supe cómo ayudarlo y tampoco encontré respuestas para mis pedidos de colaboración”, recuerda Clara Correa, directora de Pájaros Caídos, la organización que fundó cumpliendo la promesa que se hizo 18 años atrás, cuando intentó ayudar a ese pichón caído del nido. “Voy a tratar de que futuros pichones y personas como yo, no terminen en este mismo resultado”, pensó, y armó un blog contando su experiencia y compartiendo información para cuidar a los pájaros. Unos años después nació la asociación civil que hoy es referente en rescate, asistencia y protección de aves.
Para esta exrelacionista pública, actual enfermera veterinaria con posgrado en Fauna Silvestre, los rescatistas tienen todo en contra: sin ayuda oficial, solo contando con la solidaridad y los aportes de otros ciudadanos, y siempre al borde de colapsar. “Pero de ese 90% de cosas negativas que tiene esta tarea, el 10% que queda, compensa todo. Es la famosa ‘misión’, yo la encontré en el rescate animal. Ellos abarcan muchos aspectos, porque en la vida siempre hay un otro que te observa, cuando hacés lo bueno y lo malo. Además de que se sabe que el primer grado de la violencia humana empieza con el maltrato animal. Por eso creo que, a pesar de que cuando empecé era para muchos ‘la loca de las palomas’, valió la pena, porque hoy cada vez hay más gente que rescata”, reflexiona la presidenta de Pájaros Caídos que, en los últimos seis meses, recibió casi 50 consultas de personas que habían rescatado un ave y no sabían qué hacer.
“Mi contexto cambió completamente, yo vivía en un entorno superficial, totalmente materialista. Hoy siento que dejé de estar sola, pero en el amplio aspecto de la palabra, que tiene que ver con las emociones compartidas, y eso cubre todas mis expectativas”.
Amor animal
El primer rescate de la profesora de literatura Karina Dotto sucedió sin que se diera cuenta de que se trataba de un rescate. Ella era una adolescente de 16 años que, a la salida de su clase de patín en el club Deportivo Berazategui, decidió llevarse el caballo que vio atado en la puerta de la comisaría que estaba frente al club. Esa noche, Karina dejó al animal en el terreno de un vecino, cerca de su casa. Al día siguiente, lo encontró muerto. “Obviamente llegó la policía y tuvo que responder mi papá. El caballo era de un carrero que había estado cinco días detenido. Vino un veterinario de la policía y le practicó la necropsia. Yo nunca había visto algo así: del intestino sacaron restos de bolsas de nylon. Morir se iba a morir, pero había estado con cólicos atado al carro durante tres días. Finalmente mi papá declaró en la comisaría, con el informe veterinario, y eso hizo que no me imputaran por robo”, relata la mujer de 50 años que a partir de entonces dedicó su vida a rescatar, curar y rehabilitar caballos de carro. Hace una década, Karina creó la fundación Caballos de Quilmes para que, como ella misma afirma, puedan dar batalla a una realidad de maltrato y explotación: en su ciudad, al sur del Gran Buenos Aires, muere un caballo cada ocho horas.
“Lo que más valoro de esta tarea es cuando veo a los animales liberarse del tormento, cuando en el mejor de los casos llegan en pie al refugio, pueden mirar la inmensidad del campo, pastar o recibir una caricia en medio de un tratamiento, y noto su calma. Lamentablemente sé que salvamos a uno, pero quedan miles esperando ser liberados del dolor”.
La vida de los rescatistas incluye entonces este constante balance entre la alegría de salvar vidas y la angustia de no llegar a tiempo o no encontrar soluciones para evitar el padecimiento de los animales. Si bien lo que motoriza sus acciones es, principalmente, la empatía hacía esos seres que consideran con los mismos derechos que los humanos, lo que reclaman es más herramientas y presencia estatal para combatir y terminar con el maltrato y el abandono.
En la Argentina existe desde 1954 la ley penal nacional 14.346 que establece penas para quienes maltraten o hagan víctimas de actos de crueldad a los animales, a partir de la cual se pueden hacer denuncias a la fiscalía o a la comisaría correspondiente. Sin embargo, en la práctica y según explican los rescatistas, las intervenciones son lentas y engorrosas, ya que requieren pruebas fotográficas o audiovisuales y testigos de los hechos, con lo cual las condenas efectivas para los maltratadores son, en verdad, muy pocas.
“Yo creo que invertir tu tiempo es una herramienta de transformación de una realidad que no te gusta, en este caso, del sufrimiento de los animales –reflexiona Franco Sánchez, voluntario de la ONG Proyecto 4 Patas de San Antonio de Padua–. La parte gratificante de esta tarea es lo palpable de la acción directa, como salvar una vida o ver la recuperación de un animal. Sin embargo, la sensación también es que se trata de una causa inabarcable, entonces lo que hagas siempre va a ser un aporte chico en proporción a todo lo que queda por hacer. Sin contar que estamos en contacto con el sufrimiento y con la muerte constantemente...”
Franco recuerda que en su casa familiar siempre hubo animales a los cuales trataron con mucho amor. Y también dice que la problemática de los perros en la calle, descuidados o abandonados, estuvo presente durante su infancia como parte de la realidad de vivir en el conurbano. Así, con solo 13 años, se ofreció para ser voluntario porque quería involucrarse y colaborar en la causa. Por casualidad se enteró de la existencia de una organización animalista y empezó a participar en los rescates, las campañas de castración de perros y gatos en zonas vulnerables, el cuidado y la rehabilitación de los perros del refugio y el proceso de adopción. “Hoy tengo casi 27 años y todavía estoy acá”, sonríe orgulloso, con la esperanza de que cada vez más gente se sume a su causa.