Casada con el reconocido periodista, la abogada habla de su historia de amor y de su novedoso esquema de convivencia
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La cita se da al mediodía en su flamante estudio de la calle Arroyo, unos pocos días antes de su incursión en la televisión como panelista de DDM, el programa que el próximo 17 de julio marcará la vuelta de Mariana Fabbiani a la pantalla chica. Elba Marcovecchio (46) es abogada, nació en La Plata y tiene dos hijos: Valentino (15) y Allegra (13). En los últimos años, se hizo conocida por su relación con Jorge Lanata (62), a quien le dio el sí el 23 de abril de 2022, después de dos años de un romance “hermoso”, como lo describe ella, y de bajísimo perfil. Apasionada de su trabajo, Elba está a full con una demanda contra los productores de la serie Sandro de América. En la causa, representa a Silvia Camerucci, hija de Julia Visciani, la primera novia de Roberto Sánchez, que en la serie es retratada “de una manera muy poco favorable”, según explica la abogada. Elba, de hecho, acaba de pasar toda la mañana revisando un acta junto a una testigo, y si bien está cansada, recibe a sábado en su estudio con una sonrisa.
–Hace poco cumplieron con Jorge un año de casados. ¿Festejaron?
–Sí, lo festejamos en Punta del Este, fuimos a La Bourgogne a comer. Nos sacamos una foto, pero no la publicamos. Jorge aprovechó para escribir (está escribiendo un libro) y yo para avanzar con mi tesis. Estoy haciendo un máster en Derecho en la Universidad Austral y la tesis es sobre life rights, la explotación de los derechos de vida. Mi intención es publicarla.
–¿Podemos saber algo más de tu tesis?
–A mí me apasionan los temas nuevos, en los que no hay jurisprudencia aún. Como abogada, estoy especializándome en derechos de imagen. Me interesa qué pasa cuando se utiliza y se ficcionaliza la vida de una persona con fines comerciales, algo que suele darse en las biopics y las bioseries, como la de Sandro. Mi postura es que la explotación de la vida ajena en un contexto comercial excede la libertad artística.
–El tema roza el derecho a informar.
–Una cosa es el derecho a informar, que es parte de la labor periodística y está basado en la verdad y el interés público, y otra cosa es que tu vida se convierta en ficción. Esa parte es la que me interesa a mí.
–¿Qué descubriste de tu flamante marido a lo largo de este primer año de casados?
–Me maravilló el vínculo que tiene con sus amigos. Antes también lo veía, pero me gustó descubrir cómo es con sus amigos y cómo son ellos con él. Amé ver cómo Jorge quiere y es querido.
–Como figura pública, Lanata genera sentimientos contrapuestos. No hay medias tintas con él.
–Lo que pasa es que Jorge es una persona coherente. Cuanto más coherente sos, menos ambiguo resultás y, por ende, menos posibilidades tenés de satisfacer a todos. Es como que vos digas que sos simpatizante de todos los clubes de fútbol. Podés serlo, pero es una actitud complaciente. ¿Cuánto de genuino tiene ser complaciente? Para mí, poco. Yo prefiero a las personas genuinas, aunque no comparta su visión.
–¿Qué genera Lanata cuando sale a la calle?
–La primera vez que salimos a comer afuera juntos, durante la pandemia, la gente lo aplaudió.
–¿Cómo fue esa primera salida pública?
–Fuimos a Dashi, de Figueroa Alcorta, a comer. No me acuerdo la fecha exacta, pero fue en 2020 porque solo te permitían comer en la calle. Me agarró de la mano y yo le pregunté: “¿Se puede?”, y él me dijo: “¿Tenés algo que esconder?”.
–Tu marido es el inventor del concepto “la grieta”.
–Jorge le puso un nombre a algo que estaba sucediendo y en esa realidad entramos todos. Lo que yo siento es que, cuando pasan cosas graves, la solidaridad emerge, aun cuando hay fisuras. Lo viví en la inundación de La Plata, que fue una tragedia. Ahí no importó el color político. ¿Quién va a dejar de ayudar a alguien porque tiene otras ideas, aunque sean antagónicas? ¡Nadie!
–¿Existe una grieta entre ustedes?
–Una grieta importante, no. Pavadas, sí. El fútbol es una: a mí me encanta y a Jorge no, por ejemplo. Me gusta la pasión que genera ver un partido y la unión que sentís con los otros cuando hinchás por tu club.
–Cuando se casaron, contaron que no iban a convivir. “Mismo edificio, departamentos distintos”, dijo Lanata. ¿Esto sigue así?
–Sí, cada uno tiene sus ritmos, sus horarios, sus rutinas...
–¿Cómo llegaron a este acuerdo?
–De casualidad. Al poco tiempo de ponernos de novios, yo me fui a vivir al mismo edificio con los chicos y fue idea de Jorge vivir “cuasi juntos”, sin afectar ciertas dinámicas. Cuando me propuso casamiento, decidimos seguir en este esquema.
–¿Cómo es la dinámica?
–Por lo general, la que lo visita soy yo. Comemos juntos en su casa. A veces solos, otras veces con los chicos. El otro día, Valen, el mayor, hizo una juntada en casa y Jorge vino. Estuvimos un rato y después nos cruzamos al otro departamento. Se quedó mi mamá, supervisando [se ríe]. Lo importante no es estar bajo el mismo techo, sino sentir que ambas casas son nuestras.
–¿Y qué dice la ley sobre esto?
– Muy buena pregunta. El Código Civil actual no impone la cohabitación. De lo que habla es de un término que viene del derecho español, que a mí me encanta, y es el consuno. El consuno es estar unidos, en comunión. Es la intención de estar juntos más allá de compartir, o no, una mesa. Y cuando hablo de mesa, no hablo de compartir un almuerzo, sino de ser dueños del mueble mesa.
–¿Duermen juntos?
–La mayoría de las noches duermo con Jorge, y las que duermo en casa miro las clases del posgrado, feliz.
–¿Recomendás este método?
–Es un buen método, pero también conviviría con Jorge, eh. Cuando vamos a Uruguay, vivimos bajo el mismo techo. Los dos somos fáciles para la convivencia y tenemos una buena dinámica juntos.
–Cuando se conocieron, él era tu contraparte, ¿verdad?
-Fuimos contrapartes en un caso donde nosotros [habla del momento en que trabajaba en el estudio de Fernando Burlando] representamos a Florencia de la V. Florencia y Jorge se habían demandado mutuamente por calumnias e injurias.
–¿Es común enamorarse de la contraparte?
–Yo ahí estaba “en rol”. No lo vi como hombre, sino como un adversario… Un adversario brillante, por cierto. Dos años después del caso, lo contacté y ahí sí lo vi.
–¿Por qué lo contactaste?
–Cuando tuvimos la mediación, tuve al mejor oponente en libertad de expresión. Yo había arrancado a investigar sobre biopics, derechos de imagen y vida privada, y mi mayor contrapunto en estos temas es la libertad de expresión. Pensé: “Este señor la tiene clarísima, quiero entrevistarme con él” y le escribí. Me recibió en su casa y la conexión fue instantánea.
–Después del casamiento, tuviste un ida y vuelta mediático con Burlando. ¿Qué pasó?
–Dijo que yo era una malagradecida por irme de su estudio, cuando hacía un año que no me pagaba. ¿Qué habría sido ser agradecida? ¿Seguir trabajando sin cobrar? Fue raro porque hasta el momento en que él me dejó de pagar, las cosas estaban bien. Yo me fui callada de su estudio y cuando todo esto se hizo público, sentí que mi deber, como abogada y mujer, era defenderme.