A los 5 años, Eugenia López marcó a una generación a partir de un comercial lleno de ternura; hoy, a los 36, está al frente de La Liga de la Ciencia
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Eugenia López tenía 5 años cuando se convirtió en una de las nenas más famosas de la televisión. En 1991 protagonizó “Confusión”, el comercial donde, teléfono en mano, le pasaba a su mamá los mensajes de su papá generando un sinfín de malentendidos. Al final, con una sonrisa muy pícara, remataba con un latiguillo que tuvo eco en el público: “Dice que a todo le pongas mucha Hellmann’s”.
Curiosa e inquieta, con el mismo pelo lacio pero sin flequillo, la chica que untaba grisines con mayonesa hoy es una reconocida científica que después de 30 años volvió a pararse frente a las cámaras. Al frente de La Liga de la Ciencia, el programa de divulgación que conduce por la TV Pública junto al físico Andrés Rieznik, Eugenia (36) destrabó un nuevo nivel de interés: contagiar curiosidad de una manera divertida.
Es licenciada en Biología por la Universidad de Buenos Aires y realizó una maestría en Neurociencia y Educación en la Universidad de Columbia en Nueva York. Fan del cerebro, la naturaleza y la comida rica, Eugenia también condujo Ciencia a la Carta, con el cocinero Juan Braceli, un ciclo que se emitió por TEC, la señal del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Nación, el organismo donde actualmente desarrolla contenidos científico educativos.
Ahora, con mucha ternura, recuerda sus días como “la chica de la publicidad”.
-¿Qué recuerdos tenés de las grabaciones de la publicidad?
-Me divertí mucho, fue como un juego. Se grabó en un galpón gigante lleno de objetos y escenografías. Yo jugaba por todos lados, me trataban súper bien. El director, Guillermo Lobo, fue muy amable, me proponía cosas que me divertían. Ahora, de grande, me doy cuenta lo importante que fue el input de los adultos para lograr esa espontaneidad. Pero sobre todo, lo que más me interesaba era hacer lo mismo que mi hermana mayor.
-¿Te reconocían por la calle?
-Fue un impacto, llenaron las calles con carteles con mi cara y la gente me empezaba a reconocer. Más de una vez, cuando a mi mamá le preguntaban si era la nena de la publicidad ella decía que no, que era muy parecida.
-¿Qué pasó en la la escuela?
-Me decían “mayonesa”. Pero en ese momento no lo viví como un bullying activo. Al poco tiempo, con mi familia nos mudamos a Montevideo... ¡y me pasó lo mismo! En Uruguay también se emitía el comercial. Ahí me llamaban, directamente, “Hellmann’s”. Era “Hola, Hellmann’s”, “Vení, Hellmann’s”, “¿Cómo estás, Hellmann’s?”...
-Después de semejante exposición, ¿fantaseaste con la idea de ser actriz?
-Era un juego, no registraba que se trataba de un trabajo. Nunca quise ser actriz: a mí me gustaba trepar, jugar, leer... Era la época de la novela Nano (donde Araceli González interpretaba a una chica muda que se enamoraba de Gabriel Bermúdez, que personificaba al director de un parque acuático) y decía que de grande quería ser entrenadora de orcas.
-De Mundo Marino al laboratorio científico... y ahora de vuelta a la TV, ¿Cómo fue ese camino?
-Llegué a la ciencia por mis padres, que estudiaron biología. En casa había muchos libros de ciencia, bichos, insectos, gusanitos de seda. Teníamos un perro Beagle al que apodamos Darwin, por Charles, el naturalista. Me volvía loca que mis compañeritos pensaran que habíamos elegido el nombre por un dibujito animado que se llamaba así. A los 11 años mi papá tuvo un tumor cerebral y ahí empecé a empaparme de terminología científica. Quedó ciego y me obsesioné por entender cómo era no ver. Y después me dediqué a las neurociencias.
-Evidentemente, la enfermedad de tu padre te marcó y definió tu futuro.
-Sí, para toda la familia fue durísimo porque murió al poco tiempo. Otro hito clave fue el campamento Expedición Ciencia. Tenía 16 años y viajé a Villa La Angostura con 50 chicos y chicas de todo el país. Fue una experiencia increíble, muy recomendable. Estar en contacto con científicos y educadores que promueven y extienden el entusiasmo por la ciencia y el pensamiento científico fue revelador. Entre los coordinadores tuve el privilegio de estar con Diego Golombeck (doctor en Ciencias Biológicas), que además tocaba la guitarra muy bien. Y Melina Furman (Bióloga y Doctora en Educación), muy copada. Descubrí que los científicos eran personas normales, divertidas, interesantes.
-¿Qué es lo que más te gusta de las neurociencias?
-Comunicar, divulgar, aportar mi granito de arena a la educación por la ciencia. La clave es el estudio del cerebro y el sistema nervioso. Es fascinante explicar cómo se comunican las neuronas, qué función cumplen las células y los circuitos nerviosos. Porque hay mucha “neurochantada” en el medio. Es tentador usar la palabra y aplicarla en distintas terapias que no están basadas en la evidencia.
-¿Cómo volviste a la televisión, 30 años de la publicidad?
-Me convocaron para armar la señal TEC (ex TECtv), el canal de ciencia del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación. Puntualmente, para un programa de cocina y ciencia que se llamó “Ciencia a la Carta”. Aprendí un montón, me divertí y confirmé que ese ritmo vertiginoso me encanta. Venía de trabajar en el laboratorio de Neurobiología con uno de los padres de la neurociencia argentina, el maestro Osvaldo Uchitel. Pero matar ratones me daba pesadillas y me aburría un poco el cotidiano tan solitario. El lugar era oscuro, además, porque mi trabajo era investigar la comunicación entre las neuronas a partir de moléculas que brillaban en la oscuridad.
-Ahora que sumaste horas de vuelo frente a cámaras, ¿cómo recordás las primeras grabaciones?
-En el primer programa no tenía que mirar a cámara, el formato era el de un reality. Pero al principio, en La Liga de la Ciencia (desde 2017 por la TV Pública) me costó un poco adaptarme al ritmo. No puedo ni ver esos programas. Además, tenía que anteponerme al hecho de ser mujer, hablar bien, estar bien vestida, tener prolijas las uñas, ser simpática pero en su punto justo... ¡Mucha presión! Si me ponía firme con algún contenido específico era una loca o una hincha... Ahora, de a poco, eso está cambiando.
-¿Cómo encaraste el armado de las “salas de escape científicas”?
-El proyecto para el Centro Cultural de la Ciencia fue muy entretenido: diseñamos acertijos y actividades lúdicas con el fin de convocar a adolescentes al museo, una misión imposible casi que resultó muy bien. Ahí proponíamos resolver problemas, detectar patrones, trabajar en equipo y hasta cotejar muestras de ADN para desmitificar un poco las escenas de las series de detectives donde ponen un pelo un tubo y creen que así descubren al asesino. Colaborar, cumplir metas y divertirse fue el gran experimento.