El músico argentino, que murió el domingo pasado a sus 55 años, dedicó su vida y obra a derribar mitos y etiquetas
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Es imposible seguir a Willy Crook. No pueden existir tantas vidas en tan solo 55 años. Como Luca Prodan o Miguel Abuelo, el primer saxofonista de Los Redondos era un maestro en el arte de la fuga permanente. Criado en un espacio de amplios horizontes como la antigua Villa Gesell, sabía de primera mano que había que trabajar mucho durante el verano para luego tirar el resto del año. Sus padres se dedicaban a la venta de piezas únicas de cuero y plata, pero el negocio de bijouterie empezó a decaer y probaron suerte en España. Antes del exilio por razones económicas, Willy aprendió el abc del rock argentino gracias a varios amigos y amigas más grandes: los discos de Vox Dei, Sui Generis, León Gieco, Caetano Veloso, The Beatles y los Rolling marcaron la etapa de la educación sentimental que sumó una experiencia traumática con dos temporadas en el Liceo Naval de Río Santiago: “Una isla horrible, la verdadera isla del diablo”, dice Crook en Memorias improbables, su estupenda autobiografía editada en 2017.
En Málaga comienza el auténtico raid de Willy. Primeras escapadas clandestinas a Ibiza, el descubrimiento del hachís y la fuga definitiva a París siendo menor de edad. Como vendedor de helados en una playa nudista, trabajador de la vendimia o improvisado músico callejero, cualquier opción era bienvenida para seguir en la ruta. Problemas con drogas pesadas, algunas detenciones y falta de recursos devolvieron al chico de las mil vidas a la casa natal de Torremolinos, en Málaga. En esos años agitados, aparece el saxofón y como no podía ser de otro modo a través de la formación asistemática: “Aprendí a tocar el saxo de caña solo, practicando en los aljibes de Ibiza… El instrumento estaba hecho en madera de Bambú de la India y tenía una notable precisión. Misteriosamente, se partió en dos cuando pude hacerme de mi primer saxo de metal: un Riboni Benicchio que era tan grande como un calefón”.
De vuelta en Argentina, hasta el país se parecía al pasajero en tránsito Willy Crook. Es el fin de la dictadura y la democracia es una esperanza en ciernes. Un amigo le comenta que una banda nueva está probando saxofonistas y ahí va el músico cachorro a la guarida de Patricio Rey. Skay Beilinson y la Negra Poli lo adoptan de inmediato. “Es un poco el hijo de todos”, es la frase favorita en esa sala de ensayo con varios integrantes que ya superan los treinta. El Indio Solari tardará un poco más en incorporarlo a sus afectos. Serán cuatro años de shows calientes rociados de fernet y charlas existenciales con los hermanos mayores. “Entre a los Redondos a los dieciocho años y estuve cuatro. Si lo pensamos así, pasé con ellos la cuarta parte de mi vida. No hubo matrimonio ni relación sentimental que me dure tanto. En todas me quedé el tiempo necesario para garantizar la catástrofe”, dice en su autobiografía.
Los embates sonoros y los cortes rítmicos de Crook tanto en Gulp (85) como en Oktubre (86) son marcas claras de identidad en la primera etapa de la banda platense. El sonido para “Puticlub” y el marcado tono berlinés de ópera urbana mala onda también salían de sus pulmones. Mientras duró fue genial, pero las exigencias internas para un grupo independiente en claro ascenso determinaron la salida espontánea del saxofonista. “Me fui de Los Redondos por razones de una sensatez lunática”, dijo. Con el pase libre, Crook tocó con todos: desde Riff a Los Encargados, pasando por el Fontova Trío, Los Cadillacs y un momento único como integrante de Mimilocos. “En la calle suena una música solo para mí. Hay notas que explican que tu ausencia ya está aquí”, canta Willy en su debut absoluto como cantante para una canción incluida en el casete debut de la banda, una formación de synth-pop avanzado y banda estrella del sello Catálogo Incierto liderado por Daniel Melero. Todavía hoy “Entre sí” sorprende por el entramado electrónico de guitarras destartaladas, sintetizadores y cajas de ritmo junto a la voz grave de Crook uniendo todas las piezas futuristas.
Una vez más el destino es España porque la década del 80 terminó antes en Argentina. La muerte de Luca, Miguel Abuelo y Federico Moura en poco menos de un año cargaron de incertidumbre el futuro del rock argentino. En Madrid, en cambio, Willy renació: toca y graba a un ritmo vertiginoso. Trabaja como DJ en discotecas, acompaña a los Toreros Muertos, registra su saxo en el primer disco de Pachuco Cadáver y es un actor activo del proyecto más ambicioso en el que le haya tocado participar. “Si Patricio Rey fue fundamental en lo espiritual, Lions in Love fue igual en lo artístico para lo que soy ahora. Con ellos aprendí a perderle el miedo a tocar y componer cualquier cosa, a tener una libertad de estilos”, escribió Willy Crook en “Memorias improbables”. Lions In Love fue la invención de Daniel Melingo, Stefanie Ringes y Pablo Guadalupe que solo grabó dos discos pero marcó un hito en materia de riesgo artístico. En la península y más allá también, nadie se animaba a cruzar electrónica con música flamenca. El menjunje no descuidaba la agilidad pop de las canciones o la cadencia reggae, una mezcla brava de apropiación de géneros y total ausencia de prejuicios. Allí Willy Crook realizó su posgrado en derribar mitos y etiquetas. Sin el álbum homónimo Lions in Love (91), como el imprescindible Psicofonías (93), no se entiende Big Bombo Mamma (95), el debut solista de Crook producido por Melingo, ni el resto de la carrera solista del músico nómade. “Por ahora sigo manoseando honradamente todos los estilos ya existentes”, dijo con su verborragia habitual capaz de invocar a Borges, Nietzsche o Dean Martin en una misma frase.
Con su banda Los Funky Torinos reveló discos de alto vuelo en materia de elegancia instrumental y seducción escénica. Sin duda Eco (98) permanece como uno de los puntos más altos en un trayecto en solitario que abarcó más de 25 años. No hay que olvidar el disco homónimo de 1997 y trabajos como Fuego amigo (04) o sus discos de recuperación personal enmarcados en una especie de trilogía: X (16), Lotophagy (19) y Reworker (20) son álbumes poco difundidos más allá de las nominaciones a los premios Gardel y otras contradicciones de la industria.
El día que se conoció la noticia del fallecimiento de Willy Crook, el frío del día caló más hondo y comenzaron a replicarse historias del músico noble, altivo e insumiso, reapareció su humor elegante y a veces muy corrosivo, y también episodios propios de una película de Pedro Almodóvar. Entre los varios tuits que escribió Carlos Solari quedó evidenciado una verdad final llena de belleza y dolor. “Sin fijarse si el Club de Catadores de Sustancias Poderosas iba detrás de él respaldándolo. Así también creo que su cuerpo bonito no quiso participar de ese futuro de apariencias injustas. Porque él tampoco servía para viejo. Repito... cariño, lndio”.