Agustín Aristarán adaptó uno de sus premiados espectáculos teatrales para contar en televisión cómo llegó a la comedia cuando él estaba buscando otra cosa
- 5 minutos de lectura'
“¿Qué es esa palabra tan linda?”, preguntó Agustín Aristarán, humorista argentino, cuando escuchó que Luisina, su mano derecha, decía que, lo de él, su historia y su devenir, su suerte y sus compases, era una “serendipia”. En lo formal, una serendipia es un descubrimiento o hallazgo afortunado e inesperado que se produce cuando se está buscando otra cosa distinta. Y este es, justamente, el nudo de Serendipia, su segundo show de comedia, de reciente estreno, en Netflix tras Soy Rada: un guiso personal y emocional de anécdotas graciosas, nostálgicas y azarosas que terminan de configurar su ADN artístico.
“Dejé de querer ser el mejor mago y busqué ser el mejor Rada. Miré para los costados buscando caminos por la comedia, mirando qué hacer con las redes sociales, teniendo una hija y que se transforme en un amor descontrolado”, cuenta. Su show, que repasa desde algunos percances con los Reyes Magos hasta un viaje fumón de sus viejos, juega con la cercanía sin ponerse introspectivo, ni dogmático, ni mucho menos oracular. “Siento que todo esto le está pasando a otro chabón”, reconoce.
En poco más de una hora, este especial de comedia tiene la particularidad de no estar acompañado por el público en vivo. Si bien estaba pautado para grabarse antes de la pandemia de Covid-19, Rada decidió grabarlo sin la complicidad directa de los espectadores. Y las risas que se escuchan no provienen de una base de datos cual sitcom, sino que fueron registradas posteriormente con personas que vieron el show y se rieron genuinamente. “Sin público, se te baja la energía. Pero se lo propuse a Netflix y me dijeron que sí. Al toque pensé: ‘Qué cagada me mandé’”, bromea.
En el especial, Rada vuelve hasta sus 12 años. Allí, mientras cursaba el colegio, su profesora de escritura y su psicopedagoga lo convencieron de hacer un show de magia. Y, desde entonces, no paró: empezó a echar fuego por la boca en las esquinas y plazas de Bahía Blanca y, enseguida, bajo la tutela de su madre, Agustín viajó a Buenos Aires para ganarse la vida como mago o como lo que pintara. Sin un peso y con la siempre persistente sombra de Manuel, su talentoso hermano programador de sistemas, Radagast (un alias que homenajeaba a uno de los magos de El Señor de los Anillos) saltaba de cibercafé en cibercafé mandando mails para tratar de hacer algo de plata. No la tenía fácil, pero de alguna manera se las ingenió.
“A la anécdota que cuento sobre mi viejo le tuve que sacar un poco de condimento. Se fumó un porro que era una Kryptonita. Terminó en cualquiera porque fumó de más. Mi vieja me llamó llorando por teléfono porque pensaba que se le moría el marido. Pero se comía un bocadito y se le pasaba todo. Eso no lo conté porque tampoco quería dejarlo pintado como los de Trainspotting”, dice.
Con reconocimientos y dos shows de comedia en Netflix, Rada siente que le queda algo de aquel pibe que se paraba en las esquinas a escupir fuego. “Tengo la misma intensidad a la hora de soñar”, dice.
Hacer humor con sus propios bemoles le resultó sanador. Y, sin solución de continuidad, una carretera que une, a mil kilómetros por hora, los ataques de pánico con su presente ominoso. “Creo que contar esas cosas y realmente cagarme de la risa es haberlas sanado. Muchas historias forman parte de mi vida, pero solo queda la cicatriz”. Lejano al humor de observación y de los clásicos yeites del stand-up, Rada comprime cierta calidez simpsoniana: desde la pirueta infantil hasta el guiño adulto.
Curiosamente, como el tatuador sin tatuajes o el peluquero pelado, Rada es de los comediantes que no curten su propio palo. De su boca: “Consumo muy poco de lo que hago. Me embolo. Vi el show de Chris Rock, el de Bo Burnham, y no necesité más. Tampoco consumo tantas redes sociales. De hecho, la que más consumo es la que menos uso: Twitter. Eso sí, miro muchas pelis”.
Por su parte, la versión televisiva de Serendipia proviene de una reinterpretación de su obra teatral, que también cuenta con la dirección de Pablo Fábregas y que ya tenía en sus espaldas algunos premios (dos Hugo, un Carlos). Además, tuvo algunas ediciones veraniegas en Villa Carlos Paz. “Ahora, de pronto, entro a Netflix y en ‘contenido sugerido para vos’ está mi cara. Es rarísimo todo esto”, confiesa.
Y Rada, que conoció mil veces la viralidad gracias a sus personajes (Chuny, Cristóbal Joropo y Simba), a los temitas juguetones con Dread Mar I (el más famoso: el cover de “¿Y si hacemos un muñeco?”, de la película Frozen) y a un gag playero junto a Fernanda Metilli (“¡Hay churro, churro!”), sigue buscando el gol.
“Siento que todavía no hice nada”, tira, mientras prepara un nuevo disco con Soy Rada and the Colibriquis, va a grabar una nueva temporada de Radahouse (su programa de entrevistas) y pretende retomar su gira por Europa. Y pensar que todo esto pasó porque, cuando chico, pidió un Scalextric y le trajeron un equipo de magia. “Mi vida es una serendipia”.