20 años después, Rudie Martínez, Fabio Rey y Sergio Pángaro se reencontraron y volvieron a grabar en medio de la cuarentena
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El trío más atípico del rock argentino de los noventa duró un suspiro: en menos de un año, Rudie Martínez (Audioperú), Fabio Rey (Los Brujos) y Sergio Pángaro crearon un repertorio de escenografías móviles, canciones sobre la vida lounge, boleros electrónicos o la mejor ambientación para una película de misterio que convivían perfectamente en los shows de San Martín Vampire. Gustavo Cerati era un fan confeso, la prensa musical los adoraba y hasta fueron elegidos como la banda revelación de 1999 en la clásica encuesta que el suplemento Sí de Clarín realizaba todos los años. Pero ni todo el oro adulador pudo detener el final del grupo. San Martín Vampire apareció y se desvaneció, como una estrella fugaz que maravilló solo a aquellos que pudieron verla en el momento justo. Rudie y Fabio sumaron a Ciudadano Toto para formar Adicta y Pángaro se lanzó como solista asociado al frente de Baccarat. Y de su pasado como San Martín Vampire solo quedó Debut y despedida, un disco armado con grabaciones encontradas, demos y ejercicios de laboratorio. Hasta ahora.
“Había demasiadas contradicciones personales, sobre todo con Sergio. Tenemos puntos de vista muy distintos en la manera de encarar las cosas. Él es absolutamente filosófico y yo soy cosófico. A mí me importan los objetos, las cosas, lo fáctico y no me gusta hablar, no me gusta teorizar. Me bajo de cualquier discusión”, explica ahora Rudie a propósito de la disolución. Después de poco más de veinte años, el cumpleaños de un amigo en común volvió a juntar a los viejos colegas criados en La Plata, y la cuarentena prolongada logró el resto. “El hecho de ponernos a trabajar en un proyecto define la química que hay entre los tres. El tipo de trabajo, el contenido, es el mismo de hace veinte años. Es decir, experimentación y diversión. Los roles van intercambiándose. Circula el trabajo. No hay prejuicios, no hay preconceptos”, define Pángaro.
La pieza que completa el triángulo es un guitarrista notable y también un amigable componedor. “La diferencia es que en este disco hay un hilo conductor y una estética definida en el pasaje de las canciones, la letra y la música tienen homogeneidad. El disco anterior en realidad no es un disco, son todos demos”, dice Fabio en referencia a Aspic, el flamante segundo álbum del trío, editado en febrero pasado.
“Creo que sin la pandemia no hubiera habido SMV, así que algo bueno se hizo virus además de darle nombre a la mejor banda de Argentina, y la verdad es que el disco lo hicimos por WhatsApp”, agrega Martínez.
“Día veinte, me baja la fiebre. Me subo el cierre, acción del Redoxón”, canta Pángaro en el arranque como un crooner que viene del futuro: “Carhué Cuarenta (Heathcliff, It’s Me)” es un trip bailable, pura elegancia para combatir la incertidumbre de los tiempos pandémicos y casi una síntesis del ideario del trío.
Romántico (“Perlas”), mordaz (“Agua helada”) y por momentos oscuro (“Café Japón”, “Fórmica”), el disco mejora la idea de los laboratorios pop de la última década y hasta crea un puente hacia la mirada de Federico Moura en materia de belleza y provocación.
“Aspic es una gelatina para embellecer platos. Viene de Rusia, pero se hizo muy popular en la cocina francesa de la década del 50”, dice Rudie, el dueño de las programaciones, dando detalles de dónde salió el nombre que le pusieron a este álbum regreso. “No necesariamente es rico. Es para un paladar entrenado o gente aventurera. Por eso nos gustó la definición de que sea algo hermoso pero difícil de digerir. Ese efecto hermoso oculta debajo un montón de requechos que no sabés si estaban por vencerse. Me gustó la onda perecedera del abajo y la parte lujosa y sofisticada del arriba. Eso es un poco el disco”.