Tras años de convivir con la belleza y el caos en la banda de Charly García, la cantante volvió a poner su voz y su carrera en primer plano
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“Algo se destrabó”, dice Rosario Ortega sobre el lanzamiento de Otro lado (2020), el disco que presentó casi una década después de su álbum debut, Viento y sombra (2012). Sentada en el camarín de un estudio en el barrio porteño de Barracas, después de grabar durante doce horas el show en vivo con el que presentará su último material, la cantautora le explica a Rolling Stone que ese limbo discográfico salpicado de algunos EP no significa otra cosa que la energía puesta en otro proyecto. “No me lo cuestiono tanto porque es algo que me sucedió, cuando una tiene unas ganas marcadas de hacer algo, todo lo demás queda en un segundo plano”, dice. Las ganas, durante esos ocho años, estuvieron puestas en su rol como vocalista en la banda de Charly García, con todo lo que eso implica, que para Rosario se puede resumir en dos palabras: belleza y caos.
El hecho de que su proyecto personal volviera a ser su prioridad tuvo todo que ver con el primer año de confinamiento. Por un lado, el universo García quedó pausado en marzo de 2020 y eso dejó más tiempo y atención disponibles para las canciones de Otro lado, que para ese entonces empezaban a tomar forma de disco. Por el otro, el reset de la rutina sumergió a Ortega en una suerte de introspección forzada ya muy nombrada a esta altura de la cuarentena, pero que por trillada no es menos cierta. “Creo que a muchos nos pasó algo así”, dice sobre esos meses difíciles de definir a partir de generalidades, teniendo en cuenta la paleta diversa de realidades que sacudió la pandemia. “En mi caso, fue un poco emprender una búsqueda interna. Y con eso, empezar a hacerme preguntas sobre lo que quería hacer”.
Con las malas nuevas de 2020 dándole un empujón final hacia sus propias canciones, Otro lado terminó siendo una foto de cierta madurez artística de Ortega. Entre ambos discos se encuentran con facilidad algunas continuidades: la presencia de canciones de amor y desencuentros románticos o letras que describen paisajes en relación con lo sensorial sobreviven al salto que Ortega da entre un disco y el otro. Por lo demás, la evolución se convierte en rupturas sutiles entre esas dos instancias. De aquel disco de sonido folk que produjo Jesse Harris (el neoyorquino que trabajó con artistas como Norah Jones) a Otro lado, el disco que fue nominado a los Premios Gardel 2021 en la categoría Pop Alternativo, la voz de Ortega se robustece con elegancia para lucirse en géneros como el R&B.
Ese nuevo carácter aparece no solo en la ejecución de su voz como instrumento, sino también en el de la voz que enuncia. Casi una década atrás Rosario cantaba “tanto amor lastima” en uno de los versos de “Corazón de cristal” que mejor resumen cierta ingenuidad de sus primeras letras, cuando tenía apenas 19 años. “Había algo aniñado en ese disco, que hoy lo escucho y me genera ternura”, dice. “Es en parte el sonido y en parte lo que se dice: si bien nunca dejé de cantarle al amor, que creo que es algo a lo que no se le puede escapar jamás, me parece que en Viento y sombra había una mirada mucho más inocente sobre el tema”.
Para Santiago Martínez, tecladista que la acompaña desde hace cinco años –cuando empezaron en un formato minimalista de piano y voz–, hubo otro clic que tuvo que ver con haber tomado por completo las riendas de su disco. “Fue un proceso interno suyo muy importante de empezar a buscar con quiénes quería trabajar, aprovechar viajes para conocer artistas y productores e involucrarse con un nivel de detalle altísimo en eso”, explica el músico. En paralelo a la producción de Otro lado, Rosario fue también probando formatos para sus shows en vivo. Primero con Martínez e invitados, luego con un grupo algo más estable, que por la cancelación de los shows el año pasado podrá verse en su totalidad, por primera vez, en el show virtual que estrenará en las próximas semanas.
En eso está un viernes de julio horas antes de sentarse a conversar con Rolling Stone: grabar la presentación de su último disco con la banda que armó concienzudamente en los últimos años. La acompañan músicos con recorrido propio en la escena nacional de la última década: además de Martínez, Francisco Nicholson (de Silvestre y La Naranja), Martina Fontana (baterista de Marilina Bertoldi), Justo Scipioni (Barco), Joaquín Waiman y Conce Soares, percusionista de Actitud María Marta.
A lo largo del show, músicos invitados entran y salen de la escena como si fuera un sueño: nadie se presenta, nadie se despide. La idea del espectáculo no es presentar un formato en vivo tradicional, sino algo que se parezca más a una película en la que suena todo el disco. “Cada canción tiene su mundo y un cierto ánimo que nos interesaba plasmar desde lo cromático”, explica Rosario. Rodeada de paneles LED y de una pantalla traslúcida sobre la que se hace mapping, el show vuelve sobre la atmósfera de Otro lado, con canciones que te llevan y traen por distintos lugares sin solución de continuidad. En ese sentido, el video de la canción que bautiza el disco y que grabó junto al cantautor mexicano Caloncho funciona como un teaser de este show: filmado poco antes de que empiece la cuarentena con una cámara de mano, Ortega aparece como un pop up en distintos lugares que visitó en 2020, como Okinawa, Tokio y Guadalajara.
Crecer en la familia Ortega te puede significar que una tarde abras la puerta del living y te encuentres a Luis Miguel o que un día acompañes a tu papá al trabajo y termines conociendo a Andrés Calamaro. De lo primero hay un registro fotográfico: en 1992, durante la primera gestión de Palito como gobernador de Tucumán, el mexicano visitó la casa de los Ortega. Rosario, que por entonces tenía siete años, fue una de las protagonistas de la imagen con la que la prensa ilustró el paso del cantante por la provincia y la afinidad entre el artista y el dirigente político. “Asado a la madrugada” fue el titular de La Gaceta de Tucumán en diciembre de ese año, en el que “Rosarito” aparece junto a Luis Miguel, con un gesto de timidez que todavía conserva. Lo segundo pasó años más tarde, cuando a fines de los 90, Rosario transitó la secundaria escribiendo las letras del Salmón en el banco de la escuela. Al final de esa década, cuando Palito colaboró en los coros de “Elvis está vivo” en Alta suciedad (1997), Rosario conoció al músico siendo una adolescente. Era algo más que los flashes de las celebridades latinoamericanas de los 90: por la casa de los Ortega pasaba gente interesante.
También se daba una situación particular, que tenía que ver con que ese hogar no siempre estaba en el mismo lugar. Rosario nació en 1985, vivió sus primeros cinco años en Estados Unidos y toda su vida se trianguló entre Miami, Buenos Aires y Tucumán. “Esas situaciones te marcan a full”, dice Ortega sobre las particularidades que tiene haber crecido en su familia. “Creo que esa cantidad de estímulos, estar expuesta a gente diferente todo el tiempo, obviamente te despierta cierta curiosidad y te marca una apertura a lo diverso”.
Puertas adentro, como hija de dos figuras de la cultura popular argentina y hermana menor de Martín, Julieta, Sebastián, Emanuel y Luis –otros cinco referentes de la TV, el cine y la música locales–, los cruces entre los mundos de los Ortega nunca dejaron de tejerse. Durante su infancia, los primeros juegos con Palito consistían en grabar duetos en una doble casetera y, más entrada en la adolescencia, la gran colección de vinilos de Martín, el mayor de los hermanos, estuvo a mano para descubrir artistas como Dr. Dre, Eminem, Run DMC y Beastie Boys. En los últimos años, Rosario también tuvo participaciones más musicales que actorales en algunas de las tiras de Underground, la productora argentina que fundó Sebastián.
“Ese interés común con mi familia es algo muy especial”, dice Rosario, que es una de las invitadas en Te llevo bajo mi piel, el último disco de Palito Ortega en el que versiona clásicos del swing. Aunque ambos compartieron escenario en otros shows, en el último año entraron juntos al estudio para grabar “Algo tonto”, una versión en español de “Something stupid”, en la que como unos Frank y Nancy locales reversionaron uno de los mayores hits que Sinatra interpretó con su hija. “Si bien somos todos de generaciones muy diferentes, la música es un punto de encuentro muy fuerte. En particular, poder compartirlo con mi papá es algo que no tiene precio”.
A mediados de los 2000, mientras trabajaba en sus primeras canciones, Rosario tuvo la oportunidad de interpretar tres tracks para la banda de sonido de The Hottest State (2006), dirigida por Ethan Hawke, con Jesse Harris como el encargado de producir y escribir todas las canciones. De la invitación, que surgió luego de que el productor visitara Argentina para telonear a Norah Jones en un show que dio en diciembre de 2004, surgió un soundtrack que también incluye a The Black Keys, Willie Nelson y Cat Power. Más tarde, en 2008, Sebastián Carreras la convocó para ser vocalista de Entre Ríos y, en 2011, mientras trabajaba en su primer disco solista, Charly García la invitó a ser la voz femenina de su banda.
En principio, la invitación constaba de un par de shows: un Cosquín Rock y algunas fechas por venir que iban a funcionar a modo de prueba. En ese entonces, su voz era un coro que se escuchaba algo en el fondo y su figura tenía una presencia secundaria, muy distinta a la que se pudo ver en algunos de los últimos shows que la banda dio en vivo. En diciembre de 2019, por caso, poco antes de que se cancelaran los espectáculos presenciales, Charly y Rosario se ubicaron en el frente del escenario, a unos pocos metros de distancia. Las voces de los dos, acompañándose desde el contraste y la presencia de la cantante en el escenario, tuvieron poco que ver con lo que se planteaba en los shows de una década atrás.
“Fue todo un proceso, al principio estaba bastante inhibida”, se acuerda Rosario sobre los primeros ensayos con Charly García. “No soy alguien que vaya a ser avasallante apenas me conocés, sobre todo si acaba de pasar, así que lo tomé con mucho respeto, pero con el respeto justo”, suma. Esa medida exacta no es algo a lo que personalidades como las de Charly, usual y justificadamente veneradas están acostumbradas en el contacto con otros. “Me di cuenta enseguida de que la manera de tener una conexión con él no era desde el lado de la devoción y tratándolo como si fuera un dios”, explica. “Fue muy genuino, pero a mí no me salió ponerme en esa posición, primero porque no era una fanática suya: él no estaba entre mis músicos argentinos más escuchados y eso creo que me ayudó”. De hecho, Rosario terminó de descubrir la discografía de Charly durante las primeras presentaciones de la banda, y canciones como “Total interferencia” y “Pubis angelical” se convirtieron en sus favoritas.
Por qué el trabajo con Charly podría ser caótico y hermoso no parece necesitar demasiadas explicaciones. “Es una agenda que puede cambiar constantemente, incluso una vez que te subiste al escenario”, amplía la vocalista. Eso mismo pasó en el último Luna Park, en el que la banda se retiró para una pausa y el público esperó durante 40 minutos. Finalmente, el show se dio por terminado. Ese tipo de cambios y otros formaron parte de la rutina de Rosario hasta que llegó el Covid-19. “Vos podés planear algo un montón, pero siempre es susceptible de desarmarse. De repente quiere parar un show, cortar a la mitad, creo que en estar atenta a esos momentos y saber acompañarlos está el mayor desafío”.
En todo eso que Rosario considera un privilegio, que es la parte más gratificante de su rol en la banda aparecen situaciones ya típicas de sus shows, como ver familias enteras cantando las mismas canciones, gente totalmente emocionada, generaciones nuevas que lo descubren y otras más grandes que conectaron esa música con distintas etapas personales y la nostalgia les explota en la cara en pleno show. “Recibís una energía muy impresionante, cosas que no ves en otros recitales”, explica Rosario. También, se dan otros momentos menos rutinarios pero igual o más alucinantes: “La posibilidad de ver desde el costado del escenario a Charly tocando ‘Desarma y sangra’ no tiene comparación con nada”, cuenta sobre la noche de diciembre de 2019 en el Luna Park. “Esa noche se me acalambró el corazón”.
En un segundo encuentro con Rolling Stone, a principios de agosto, la cantante se acuerda de cómo empezó su trabajo vocal. “Cuando sos chica intentás cantar como, que es la forma en la que todos empiezan”, dice Ortega desde el estudio de grabación del productor Mariano Otero. “A mí me encantaban Aretha Franklin, Billie Holliday, esas voces increíbles. Obviamente no cantaba como ellas, pero en esa etapa forzaba un poco la voz, estaba tratando de averiguar cómo cantaba o generar una impronta mía”.
Sentada frente a un gran monitor, Rosario busca y reproduce los demos de Versiones, su próximo EP que saldrá a fines de 2021, y que incluirá canciones de los 90 de artistas de habla hispana como Illya Kuryaki, Café Tacvba, Fito Páez, Andrés Calamaro y Shakira. “Buscamos canciones que tengan carácter y que puedan llevarse al sonido de Rosario”, dice Otero, con quien lleva semanas trabajando. “Aunque su forma de cantar es cool y en las melodías suaves encuentra su mejor color, logramos algo que se adapta muy bien y se aleja de discos tipo Bossa’n’Stones en el que se busca ablandar algo y lo que tenés al final es música para tener de fondo”, explica.
La selección de temas que estarán en Versiones no respondió exclusivamente al recorte temporal o al atractivo que pudiera tener descubrirlas en la voz de Ortega, sino también a buscar una comodidad para esa nueva voz que se consolidó en Otro lado. “Quería sentirme cómoda con lo que estuviera interpretando y creo que en los últimos años paré mucho la oreja respecto de lo que canto, el lugar que ocupo en un escenario y los sentidos que eso construye”, dice. Esa voz, como instrumento y como canal, para Rosario, apareció en el encuentro con otros músicos y el trabajo con nuevos productores. “Tocando con otras personas vas corrigiendo cosas, adaptando tu voz a lo que necesita la música, planteándote qué decís y cómo lo decís cada vez. En ese sentido, todas las bandas y los músicos con los que trabajé fueron una escuela”. Ahora, en Versiones, a diferencia de esos primeros ensayos en los que su voz se adaptaba a las canciones ajenas en la búsqueda del sello propio, va a ser la música la que se arrime a su manera de cantar.
Este artículo fue publicado en la edición impresa de septiembre de 2021 de Rolling Stone Argentina.