Producida por el legendario Roger Corman, el detrás de escena de una película que suena mejor de lo que se ve
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Rock’n’roll High School no es una película punk: es más bien la película sobre cómo imaginaba el punk un hombre de 50 años que quería lucrar con él. Figurémonos un Gen X, que haya vivido a pleno el grunge y el rock alternativo, filmando hoy sobre el fanatismo de los adolescentes por el trap en tono de comedia, tratando de mantener un sello de ATP, sin prejuicios rancios, pero tampoco tanta data: saldría algo más parecido a una caricatura que a una postal de época. El cineasta trasladaría algunos rasgos de lo que entiende por ser joven (es decir: lo que era ser joven cuando él lo era), con lo que el resultado sería un pastiche con salpicones de realidad y anacronismo.
Acá pasa algo parecido: el vandalismo de los Ramones –protagonistas musicales del film– y sus seguidores no pasa de vestirse distinto del mariscal de campo y la porrista, escuchar música bardera y desobedecer a la rectora del colegio. De drogarse con pegamento (“I Just Wanna Sniff Some Glue”) o prostituirse por heroína (“53 & 3rd”) y tocar para cien marginales en sótanos meados, ni noticias.
El primer rock ‘n’ roll, el de Bill Haley, Chuck Berry, Elvis Presley y Little Richard, no solo se difundía por la radio: películas que mandaban al frente el quiebre generacional (como Blackboard Jungle en 1955 o Rock Around the Clock, en 1956) y planteaban una “guerra” entre adultos amargos y adolescentes onderos eran un vehículo para los artistas y los sellos. Entre escena y escena alguien se cantaba un tema, a los chicos y las chicas se les alborotaban las hormonas y al final ganaban los buenos.
El hombre de 50 años que intenta volver a esto dos décadas después con Rock’n’roll High School no es el director Allan Arkush, que apenas tenía 30 y sí había sido contemporáneo del punk y público de los Ramones. El responsable es el productor: nada menos que Roger Corman, arquitecto de incontables gemas de la berretada, famoso por filmar con presupuestos que no alcanzaban ni para los sanguchitos del elenco y así y todo lograr éxitos de taquilla (y a veces hasta de crítica) con películas como El cuervo o La caída de la casa Usher. Corman venía de su fase de thrillers con vehículos (Grand Theft Auto, Deathsport) y amenazas de la naturaleza (Piranha, Avalanche), y se le ocurrió que lo que se venía era el revival del musical estudiantil, probablemente tratando de montarse el éxito de Grease (1978), con John Travolta y Olivia Newton-John.
Primero Corman tenía otra exploitation en mente: el guion se llamaba Disco High y pretendía aprovechar las olas que había hecho Fiebre de sábado por la noche. Sin embargo, el gusto rockero de Arkush y la recaudación de Grease inclinaron la balanza por un musical más duro. Por suerte para los involucrados, teniendo en cuenta que la música disco pasó de moda en tiempo récord durante 1979.
Algo de disco (y casi nada de punk) quedó en el vestuario de Riff Randell (P. J. Soles), la rockera del colegio que lidera la juventud rebelde (ma non troppo) que enfrenta a la directora Evelyn Togar (Mary Woronov) y sus métodos autoritarios. Como para que no queden dudas de quién es la buena y quién la mala, Togar llama al último acto de su guerra contra el rock’n’roll “la solución final”).
Riff es fanática de los Ramones pero tampoco se desbanda mucho más allá de escuchar Road to Ruin con auriculares o –en una escena que orilla el surrealismo– fantasear con Joey, quien le parece “alto y elegante como un poema”. En la escena “hot” (nótense las comillas) Joey le canta “I Want You Around” mientras sus compañeros de banda oscilan entre aguantar la risa (Dee Dee, Marky) y aguantar las ganas de trompear a quien se le hubiera ocurrido que los Ramones hicieran semejante pavada (Johnny, obviamente).
Sobre el final, la ropa de Riff vuelve a hablar: recién se la ve caracterizada con atuendo ramonero oficial (campera de cuero, jeans ajados, zapatillas) cuando se convierte en una forajida auténtica al volar el techo de la Vince Lombardi High. Como si se sacara de encima la ingenuidad y todo terminara en una graduación, no en la academia, sino en el delito. Riff es punk y fiel observadora de los estándares de belleza de la época, como el cien por ciento de sus compañeras. Igual de linda es su amiga Kate Rambeau (Dey Young), la nerd que se enamora de Tom Roberts (Vince Van Patten), el adonis deportista y popular que al mismo tiempo es terrible ñoño e incapaz de relacionarse con las mujeres. Simultáneamente, Tom está interesado en Riff, y ese triángulo es todo un tema en la película, hasta que de repente ya no tanto. La subtrama de Kate y Tom copa la parada unos veinte minutos en los que uno se olvida de Togar porque ni asoma por la pantalla, y la comedia pasa de grotesco a absurdo (el gag del ratón de laboratorio que se hace rockero y va a un show podría explicarse por la participación de Jerry Zucker, el de ¿Dónde está el piloto? y La pistola desnuda como director de segunda unidad) y los pifies de timing actoral y de edición abundan, pero ¿a quién le importa, si todo termina con los Ramones tocando?
Otra muestra de que Corman fumaba abajo del agua: a los extras del concierto con el que (casi) termina la película les cobró entrada. Lo que se encontraron estuvo a años luz de un recital punk: el rodaje se interrumpía cada cinco minutos, nada que ver con el vértigo ramonero. La secuencia se filmó en el Roxy de Los Ángeles, pero los camarines eran los del Whisky a Go Go. El portero que revisa a todos los protagonistas al entrar (y al ratón rockero y al profesor pelado que empieza la película escuchando Beethoven y termina cooptado por la música del diablo) es el director Allan Arkush. Los monchos hacen pedacitos de “Blitzkrieg Bop”, “Teenage Lobotomy”, “California Sun”, “Pinhead” y “She’s the One” y la trama se resuelve, pero… ¿no faltaba algo? Ah sí, todo el tema de la directora nazi.
Acá es donde todo explota (literalmente) y el cuarteto de Queens toca “Rock’n’roll High School”, que terminaría incluida en End of the Century (1980). La división de fuerzas es clara: los pibes (Riff a la cabeza) y los Ramones de un lado, rectora y policía del otro. No hace falta decir quién gana: basta con haber visto otras películas de estudiantina de la época –como Porky’s (1981) o La venganza de los nerds (1984)– o ser un poco avispado para darse cuenta de que ningún director o productor mostraría derrotado al público que le pagó la entrada.
Este artículo fue originalmente publicada en el bookazine Rolling Stone Rock’n’film, dedicado al cine musical, las biopics y los rockumentales.