Cómo es ´Los años salvajes’, el nuevo álbum con el que el músico rosarino abre una trilogía de lanzamientos
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¿Todavía se escucha un disco completo? Es posible. Al menos cabe pensar que sí lo hacen quienes estén leyendo esta reseña sobre el nuevo y sustancioso álbum de Fito Páez, un ícono del rock argentino. Más aún: un músico popular trascendente para varias generaciones de sus compatriotas, que atesoran en sus cabezas y corazones, una buena colección de canciones-clásicos con su firma.
A saber: Los años salvajes está provisto de 10 canciones que retratan el tiempo de la pandemia con distinto ritmo -de la marcha funk-rocker del inicio a la cadencia beatle que casi siempre todo lo cubre-. Hay, además, diversidad de historias para contar, públicas y privadas. La potencia del contenido general del disco pensado como unidad temática -quedan todavía- descansa en buena parte, en las letras: una catarata de sentencias, confesiones y llamamientos, escritos por un hombre en la plenitud de su mediana edad. Alguien capaz de mirar hacia atrás con lucidez (con la pizca necesaria de nostalgia) y que, a la vez, mantiene el impulso vital de este momento. Su momento.
Más que la crónica de un período de tiempo vivido a toda velocidad como parece indicar el título (y la foto del joven rosarino en la flor de su juventud), visto en perspectiva, este nuevo álbum es un cuaderno de bitácora sobre la cuarentena. Aquí están sus miedos, obsesiones, opiniones y recuerdos sobre sí mismo, los años vividos, el país, el mundo. Será por eso que es capaz de enumerar, salteados, personajes como Marielle Franco (la militante feminista brasileña asesinada en 2018), Maradona, Gandhi y sus tíos más queridos, Charly García y Luis Alberto Spinetta. Será por eso que transmite en el arranque la idea de que “esto se va a terminar” y un rato después, en otra canción, que “vamos a salir de esta”. Así como también es capaz de afirmar que “la vida no vale nada sin luchar”. O mejor, que hay que “actuar y filosofar”.
Por cierto, eso es bastante de lo que hay a la vez que reafirma su condición de hábil orfebre de canciones. Cada una de las diez, parece un pequeño mundo por descubrir. “Lo mejor de nuestras vidas” es puro rock and roll en donde saltan más sentencias del tipo “Mi país es una herida que no para de sangrar”. “Caballo de Troya” es una bella canción pop -en la mejor tradición de “Circo Beat”- en la que define “si algo aprendimos en este encierro de locos, es que la peste la inventamos entre todos, en el tiempo”. “Sin mi en vos” es (una más y van), otra de sus canciones de amor de las que perduran en el tiempo. Y “Lili and Drake”, vaya historia, retrata un disparatado amor transgénero que viaja directo de Almirante Brown a Nueva York a pleno funk-stone. En el plano más confesional posible, está “Encuentros cercanos”, la crónica de su amor con Fabiana Cantilo (“el amor antes del amor”, sagaz figura retórica).
Hay más. “La música de los sueños de tu juventud”, dylaniana y melancólica, es una inspirada reflexión sobre todos estos años de gente porque... “Me voy esfumando en el viento, nos vamos flotando en el tiempo”. Por supuesto, la perla del disco es la colaboración de Elvis Costello, nada menos. “Beer blues” es, literal, un blues cervecero que suena a encantador work in progress, capaz de vincular a Londres y Rosario en el pequeño cuentito de cómo Fito conoció a… Elvis. Ahí está Elvis y su inconfundible voz: una perla que brilla con luz propia en una canción que bien podría ser menor pero que, con semejante intervención vocal, cobra otro vuelo. Notable.
La canción final, “Los años salvajes”, merece un párrafo aparte porque es el hueso de la obra y a la vez, firme candidata a clásico. En más de seis minutos desarrolla un relato autobiográfico sobre su vida en los márgenes (la etapa Bukowski) y que ahora vive para contarlo. La progresión instrumental acompaña el poder de la palabra: es una canción relatada en donde una frase (“muerto tu padre, ya no sabés dónde estás”) es capaz de conmover. Esa primera parte es casi la segunda parte de “La rueda mágica”: la historia del pibe que llegó de Rosario con el sueño del rock y ya en Buenos Aires, vivió su propio rock and roll en plena efervescencia de los años 80.
El recuerdo sepia de la locura vivida se termina a los 3:39. Ahí comienza una coda rockera que ambienta todo lo que Fito Páez tiene para contar de sí mismo, aquí y ahora, a esta altura del partido. “Te juro, casi la quedo”. “No me arrepiento de nada, hoy casi soy un abuelo”. “Estos son mis años salvajes, el infinito está ahí afuera, ya estoy curioso del vuelo”. Say no more.