El director Adam McKay está tan indignado con el estado de las cosas que no se detiene en sutilezas, a pesar de contar con un elenco estelar para su film sobre el fin del mundo
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Adam McKay sabe que estás muy enojado. Él también está enojado. El guionista y director responsable de algunas de las mejores comedias del siglo XXI (¿y no es la comedia una forma socialmente aceptable de la ira?) está furioso por el presente de Estados Unidos, del hemisferio norte, del mundo. McKay está enojado con el discurso de los medios, la forma en que las noticias se han reducido a infoentretenimiento de calorías huecas, se enfurece al notar cómo una catástrofe como una pandemia se politiza hasta llegar a la muerte (a más de 800.000 muertes, digamos). Odia las redes sociales, aunque en realidad, ¿quién podría culparlo? Le preocupa ver que el clickbait y la cultura de las celebridades lo han infectado todo. Detesta que el concepto de realidad en sí se haya convertido en una cuestión partidista. Y si se trata de nuestra respuesta colectiva al cambio climático y de la forma en que la ciencia se ha vuelto un discurso tan fácilmente descartado por tantos, McKay se transforma en uno de esos personajes de dibujos animados de cuyos oídos sale vapor, se le pone roja la cara y hace un sonido como el silbato de un tren.
Don’t Look Up, la nueva película de este autoproclamado “profeta de la rabia”, que llegó a Netflix por estos días, gira en torno a un cometa que se dirige hacia la Tierra. Es un poco más grande que el meteorito que acabó con los dinosaurios. Su trayectoria indica que va a chocar con nuestro planeta en aproximadamente seis meses y causar un evento de extinción hipermasivo, según quienes lo descubrieron: una estudiante de doctorado de la universidad del estado de Michigan, Kate Diabiasky (Jennifer Lawrence) y su profesor, el Dr. Randall Mindy (Leonardo DiCaprio). Toda la población del planeta azul desaparecerá: finito, adiós humanidad. Se trata de uno de tantos eventos extremos que podríamos tener que enfrentar; McKay eligió la hipótesis del cometa chocador. El resultado, sugiere, es el mismo, ya se trate de una ecocatástrofe, de un virus asesino o de algún peligro externo que amenace nuestra existencia colectiva. Somos una especie tonta y condenada, demasiado distraídos, mal informados y crédulos para soportarlo. El mundo no termina con un estallido sino con un meme, algunos jajaja y un poco de preocupación, no por el mundo, sino por la historia de no sé qué estrella pop que se acaba de separar. Y también, si esta película es un augurio, con una perorata justiciera de dos horas apenas disfrazada de sátira.
En el fondo, no importa si pensás que el mundo que ves al salir a la calle, y que se transmite a todas tus pantallas, es tan ridículo de por sí que cualquier intento de satirizarlo sería nulo y sin valor. En algún lugar, alguien puede estar elaborando un mosaico de cinismo absurdo estilo Viajes de Gulliver para retratar la espiral de muerte que es nuestra época. Pero Don’t Look Up ciertamente no es eso. Tan atrapada en su propio chillido histérico que ahoga cualquier risa, ironía, o el mismo comentario que podría estar tratando de hacer, la película de McKay imagina la respuesta que recibiría una noticia tan espantosa en este momento.
Primero los líderes como la presidente Orlean, interpretada por Meryl Streep como una jefa de estado compuesta por una parte de Hillary, tres partes de Trump, una pizca de Miranda Priestly (su villanesco personaje en El diablo viste a la moda) y otra de un mono impaciente que solo da aullidos, sopesando cómo el anuncio de semejante catástrofe afectaría a su partido en las elecciones de medio término. Después, cuando un escándalo amenace su posición política, su administración explotará el tema del asteroide en nombre del espectáculo patriótico. La industria de las Big Tech se involucra a través de Mark Rylance, un multimillonario socialmente torpe de Silicon Valley. Entonces, los márgenes de ganancia prevalecen sobre la idea de salvar a los pobres, es decir, al 99,9 por ciento de la población. Naturalmente, algunos piensan que todo es un engaño, incluso cuando visiblemente el cometa se les viene encima. Y obviamente: todos pegados a sus teléfonos, nadie se toma nada en serio.
Hay más, por supuesto: Jonah Hill es el hijo parásito de la presidente Orlean (un guiño radioactivo a la vulgaridad de Donald Trump Jr. y al oportunismo de Jared Kushner); Cate Blanchett y Tyler Perry son los presentadores de un programa matutino conocido como The Daily Rip, que reduce todo a una charla sin sentido y casi de autoayuda; Timothée Chalamet es un skater nihilista que, sin embargo, tiene fe en un poder superior; los actores de reparto (caracteristas natos como Rob Morgan, Ron Perlman y Melanie Lynskey) interpretan a un funcionario del gobierno, un piloto de misión de rescate y una esposa sufrida, respectivamente. En cuanto a DiCaprio y Lawrence, ambos se turnan para canalizar la voz del creador de la película, gritando, aullando y perdiendo la calma repetidamente porque nadie parece entender el punto de que un cometa va a terminar con la vida en la tierra si no hacemos nada. Y seguimos desperdiciando las pequeñas posibilidades que tenemos de solucionar el problema. Es un sentimiento familiar para muchos de nosotros, tanto que, en cierto punto, podrías pasarte gritándole a la pantalla al mismo volumen de voz: “no necesito que me recuerden una y otra vez lo mismo a los gritos, ¡gracias!”
El giro de McKay de las risas a granel estilo humor televisivo no fue el típico “quiero que me tomen en serio” (lamento tan frecuente entre comediantes y humoristas). El director está más que dispuesto a convertir la irreverencia cómica en un arma legítima, si se trata de perseguir un objetivo más grande que lograr la carcajada de las masas. Su visión de la crisis financiera de fines de los años 2000, The Big Short (2015) es una película brillante y a la vez casi sobrevalorada; Vice (2018), un retrato audaz del vicepresidente Dick Cheney, en cambio no es tan horrible como todos afirmaron, y como reflexión sobre el giro a la derecha en la actualidad está muy subestimada.
Esta nueva película también surge de la necesidad desesperada de abordar la forma en que las cosas en nuestro mundo han cambiado , pero nunca encuentra la manera de salir de su propia desesperación profunda. Nuestro annus horribilis en continua metástasis no necesita de un ingenio distante, un ironista supremo que destile veneno sobre lo jodidos que estamos. Y podría beneficiarse más de un Terry Southern que de un Jonathan Swift. Don’t Look Up es un instrumento de contusión más que una navaja afilada, y aunque McKay pueda creer que la sutileza ya no importa, no significa que el grito rabioso de un hombre que se despierta mirando al abismo sea divertido, perspicaz, ni siquiera mirable. Esta es una película de desastres en más de un sentido. En el caso de que mires hacia arriba, es posible que te sorprendas al encontrar más que una bomba de rabia cayéndote encima, con un elenco de primer nivel.