El delicado presente del músico, detenido desde hace tres años en Ezeiza, acusado de homicidio agravado
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Todas las semanas, en el pabellón psiquiátrico que la cárcel de Ezeiza tiene en el sector del Programa Integral de Salud Mental Argentino (PRISMA), mientras espera que la justicia civil determine el tratamiento y el lugar para continuar la internación –fuera de la órbita del Servicio Penitenciario Federal–, Cristian Pity Álvarez recibe la visita de su madre, Cristina Congiú, y se comunica por teléfono con su hija Blondie, de 9 años.
“El contacto es permanente”, dice María Giovannone, expareja de Pity y madre de Blondie, desde Capilla del Monte, Córdoba, ciudad que eligió para mudarse el año pasado en busca de un poco de tranquilidad para su hija. “Ellos hablan de su vida personal, de lo que hicieron en la semana o en el día, de lo que comieron, de las películas que vieron y de si hicieron amigos nuevos, entre otras cosas. Siempre, antes de cortar, Blondie le dice que no se olvide de llamarla, que lo quiere, que se cuide y que pronto se verán en un lugar mejor”.
Detenido desde el 13 de julio de 2018 en el Complejo Penitenciario Federal Número 1 de Ezeiza, acusado de homicidio agravado por el uso de arma de fuego por haber asesinado de cuatro disparos a Cristian Díaz, en el barrio Samoré, de Villa Lugano, los días en la cárcel para Pity han sido un calvario. A lo largo de estos tres años, el líder de Viejas Locas e Intoxicados ha tenido que superar distintos problemas de salud y, según denunció en diferentes entrevistas la madre, ha llegado a sufrir el hostigamiento de algunos compañeros de pabellón.
El 28 de junio, Pity cumplió 49 años. Un tanto mejor de ánimo que en los primeros meses de encierro, recibió en el comedor del penal la visita del padre César Scicchitano, conocido públicamente como el “cura rockero”, que no lo veía desde hacía casi dos meses debido a una serie de casos de Covid-19 detectados entre los internos del penal. Su amigo y acompañante espiritual le llevó de regalo una remera estampada con la imagen de Jimi Hendrix y, entre otras cosas, conversaron un rato acerca de la reciente muerte de otro músico, Willy Crook, por la que Álvarez se mostró muy apenado. “Cada vez que lo veo es una celebración y me dice que es una alegría, o que quiere que vuelva”, dice César. “Pero no puedo decir nada sobre su estado de ánimo o de salud, porque él no quiere que hable de su vida. Lo que puedo contar es que siempre agradece de forma muy educada cada una de las cartas que le envían los fans o los saludos de algunos colegas (Fito Páez, Juanse, Jorge Rossi y Andrés Calamaro, que en 2019 le dedicó un concierto en Madrid, siempre están atentos a la salud de Pity). Debo ser discreto, pero siempre hemos tenido charlas muy profundas sobre temas espirituales y metafísicos. A veces hablamos de Tesla o de cómo se van creando los virus. Estar con él nunca es un aburrimiento”.
Apenas ingresó al pabellón psiquiátrico del penal de Ezeiza, un ejército de doce profesionales (médicos, psicólogos, psiquiatras y enfermeras) comenzó a monitorear de cerca el accionar de Pity. Durante las primeras horas de encierro, lo sometieron a todo tipo de estudios. “Al principio fue durísimo para él, pero con el tiempo se empezó a acostumbrar. Hizo algunas amistades con otros presos, comenzó a ver películas, estaba escribiendo y leyendo. Todos pensamos que se moría de la abstinencia: verlo dormido transpirando como en las películas…”, dice una fuente muy cercana al músico que prefiere que su nombre no sea publicado. “Después se puso gordito, estabilizado. Pero al principio hasta en el juzgado pensaron que se podía morir”.
Sumergido en una crisis nerviosa en la que hasta llegó a arrancarse el cabello, durante las primeras horas de arresto, Pity se negó a contarle a su entonces abogado y amigo Sebastián Queijeiro los detalles del incidente que había tenido con Cristian Díaz. Tampoco, debido a su estado emocional, pudo declarar en la primera audiencia ante el juez Martín Yadarola y le fue asignado el defensor oficial Santiago Ottaviano, que estuvo presente en su lugar.
Una semana después del asesinato de Díaz, Yadarola ordenó procesar con prisión preventiva a Pity, al considerarlo “autor del delito de homicidio agravado” por uso de arma de fuego, y lo embargó en un millón de pesos. Además, decidió que se arbitraran los medios para poner a su disposición los tratamientos terapéuticos brindándole “la asistencia integral al consumo problemático de sustancias psicoactivas en el que se encuentra inmerso”. A esa altura de las cosas, todo el círculo cercano sabía que la ayuda más importante que necesitaba Pity no era en términos legales, sino en el aspecto médico.
El abogado Claudio Calabresi, que asesora a la madre, contó en Canal 13 que cuando Pity llegó a Ezeiza tenía 800 de glucemia, estaba en coma diabético, y como no recibía ningún tipo de atención médica en el penal, Cristina Congiú tuvo que llamar al defensor público para que presentara un escrito y recibiera atención médica urgente. Pity no veía de un ojo y tenía problemas de razonamiento.
Sedado con la dosis necesaria como para calmar a un león enfadado, en estado de abstinencia por su adicción al consumo de sustancias, cuando sus amigos y familiares pudieron visitarlo en el penal, unos días después de su detención, Pity parecía un personaje desconocido. Deprimido, de andar lento, hinchado, con 20 kilos de más, al principio algunas mañanas no quería salir de su celda, ubicada en el primer piso del pabellón PRISMA, y prefería quedarse durmiendo. “Lo veo tranquilo, de a poco siento como que está bajando algunos cambios. De todas maneras, la mayor cantidad del tiempo está medicado y muchas veces, deprimido. Hay días en los que casi no habla con nadie”, contaba el padre César a pocas semanas de su detención.
Al mismo tiempo, la madre explicaba que Pity andaba con altibajos. “Cuando vive situaciones estresantes, se duerme o se hace el que duerme, se abstrae. Quizás sea un mecanismo de defensa. Me preocupa porque está muy aislado y eso es perjudicial para su salud”, decía Cristina, que llegó a verlo lagrimear en varias visitas, y en una entrevista televisiva revelaba que, antes de entregarse, su hijo le había confesado en un audio de WhatsApp que no iba a poder soportar la situación y prefería estar muerto.
El informe del Cuerpo Médico Forense, fechado el 28 de octubre de 2018, dictaminó que el músico presentaba un “trastorno por consumo de sustancias grave y un trastorno de personalidad”, aunque no se podía determinar si esa condición le impedía “la comprensión y dirección de su accionar al momento del hecho” que terminó con la muerte de Díaz, y si estaba “en condiciones de estar en juicio”.
Por el lado de la familia de Pity contrataron como perito de parte al prestigioso psiquiatra forense Mariano Castex –reconocido por su trabajo en los casos del fiscal Alberto Nisman, Ricardo Barreda y el padre Grassi, entre otros–, que en su informe aportado a la justicia determinó que el músico no comprendió la criminalidad de sus actos y que requería un tratamiento por su poliadicción.
El encierro y el tratamiento de desintoxicación que inició en PRISMA fortalecieron los vínculos familiares con su círculo íntimo. La relación con la madre, que desde hacía más de diez años estaba rota, comenzó a fortalecerse con las visitas que Cristina realizaba hasta tres veces por semana para llevarle ropa limpia, películas en DVD y libros. “El encierro le hizo replantearse un montón de cosas y comenzó a acercarse a su hija”, dice una fuente cercana al músico. “Nunca fue una persona que se interesara mucho por temas de actualidad como el valor del dólar o la inseguridad, por eso de lo que pasaba afuera del penal no quería saber mucho. Pero una de las cosas que pedía apenas entró a Ezeiza eran cigarrillos, porque es la moneda de cambio que se maneja en todos los penales para comprar cosas, y tarjetas de teléfono para comunicarse con Blondie”.
Además de Blondie, el padre César, Cristina y Patricia –una amiga de la madre que suele acompañarla al penal–, el pequeño grupo autorizado que desde los primeros días y de forma constante visitaba a Pity hasta las restricciones impuestas en 2020 por el Covid-19 se completaba con su ex pareja, María Giovannone.
“Por consejo de la psicóloga de Blondie, desde que Cristian entró a Ezeiza, la llevé todas las semanas a visitarlo y hasta en algunas oportunidades dos veces a la semana”, explica María. “Los lazos con su papá tenían que ser cada vez mejores por el bien de los dos, ya que su relación de padre e hija comenzó en el penal, visita tras visita”.
El padre César dice que cuando Pity ingresó al penal, en Ezeiza “todos pensaban que llegaba un bardo”, pero se encontraron con una persona muy educada que le escapaba a cualquier conflicto. “Cristian es muy compañero de los que están ahí, siempre se sintió uno más”, dice César. “Es un muchacho con un mundo interior muy grande y eso es lo que saca a relucir en su vida, por eso tiene ese vuelo tan característico”.
A lo largo de estos tres años que lleva en el penal de Ezeiza, Pity no ha tenido prácticamente contacto con la música. Los primeros meses tuvo a su disposición una guitarra, pero al tratarse de una persona pública, las autoridades del penal finalmente decidieron evitar cualquier situación que pudiera ser considerada de privilegio. En una ocasión participó del taller de percusión dirigido por el ex baterista de Callejeros, Eduardo Vázquez (condenado a perpetua por el crimen de su pareja Wanda Taddei), y el 21 de septiembre de 2018 ofreció una zapada en la que tocó con la guitarra “Homero” y otros dos temas de Viejas Locas para todos los familiares que visitaban a los detenidos.
“Ese fue un buen momento porque él pudo conectar con lo que más ama, que es la música”, explicaba la madre, que presenció ese instante. “Pero estoy muy preocupada por la salud de mi hijo. Lo ideal sería que pudiera hacer un tratamiento. Lo necesita. Si bien estaba conforme con el PRISMA, estas cosas que están sucediendo, como la falta de atención y recortes de presupuesto, me preocupan mucho. Lo están sufriendo todos los internos. Sacarlo de ahí y hacerle un tratamiento para contenerlo sería lo ideal. Para mí, Cristian se volvió como un nene que necesita atención”.
Alejado de la música, Pity rechazó todo tipo de pedidos de entrevistas de la prensa local e internacional, y les pidió a sus allegados que no hablaran de su vida en los medios de comunicación. Comenzó a escribir cuentos e historias, y hasta llegó a fantasear con la idea de armar el guion de una serie documental autobiográfica por la que, antes de quedar detenido, había tenido varios acercamientos con dos productoras vinculadas con Netflix.
Pity ha compartido el pabellón de PRISMA con otros presos cuyos casos policiales han tenido una gran repercusión mediática como Emmanuel Ioselli –conocido como Camus Hacker por filtrar en las redes sociales fotos privadas de famosos–, el anestesista Gerardo Billiris –sentenciado por haber drogado, abusado y haber querido matar a una joven en 2017–, Martín Ríos –el Tirador de Belgrano declarado inimputable por el homicidio en 2006 de un estudiante que caminaba por la avenida Cabildo–, entre otros personajes. Por eso antes de las restricciones impuestas por la pandemia, en el comedor del penal era habitual que en el horario de visitas algunos de estos detenidos “conocidos” y sus familiares coincidieran y compartieran charlas, rondas de facturas o partidos de truco.
Más allá de su estado de ánimo y de su problema de adicción a las drogas, desde el primer día que Pity llegó al penal, aseguran que tuvo un comportamiento ejemplar. Motivo por el que, dentro del programa de resocialización carcelaria de PRISMA y ante ciertos problemas de convivencia grupal que se venían produciendo en una parte del pabellón, en septiembre de 2018 fue trasladado junto a otros dos compañeros del primer piso a la planta baja, en la que se alojan algunos presos con problemas de conducta. La mudanza, sin embargo, derivó en que comenzara a sufrir el hostigamiento de otros internos.
“Estoy muy preocupada, no veo nada bien a mi hijo”, declaraba Cristina a la prensa por aquellos días. “Pero Cristian me dice: ‘No te preocupes que yo voy a estar bien’. Me saca de la situación y de la conversación. Le pone fin para no preocuparme. Solo intenta subsistir, no molesta a nadie. Pero, sin embargo, sé que padece allí –junto con los otros internos que pasaron con él–, situaciones de permanente acoso y hostigamiento. Es como si se repitiese lo que le pasaba en el barrio con esta ‘bandita’ que lo acosaba. No le respetan la intimidad. Él es muy respetuoso en ese sentido”.
Unos días después, la denuncia mediática de Cristina surtió efecto: Pity regresó al primer piso del pabellón de PRISMA.
Cuando Pity quedó detenido, “estábamos en el horno económicamente. Charly García y su mujer, mi gran amiga Mecha Iñigo, fueron los únicos que nos dieron una mano. Todos los demás opinaron y lo juzgaron, y hasta a algunos les vino bárbaro que Cristian saliera de escena para tener un poquito más de trabajo, pero nadie pensó que había una nena que podía estar necesitando algo”, relata María, que en agosto de 2020 decidió mudarse a Córdoba, de común acuerdo con Álvarez, para alejar un poco a Blondie de todas las cosas que se decían de su padre.
“Su hija lo ama así: tal cual es, sin importarle absolutamente nada. A pesar de saber todo de su papá. Yo siempre fui muy clara con ella y le expliqué sobre las adicciones desde que tiene cinco años, junto a su terapeuta, desde un lugar de amor y respeto, solo para que no sufra tanto cuando ve o lee cosas que no están buenas en redes sociales”.
Mientras se esperaba que la justicia dispusiera la fecha de comienzo del juicio oral, un estudio realizado el 20 de marzo de 2020 por dos peritos del Cuerpo Médico Forense indicó que Pity presentaba “indicadores de déficit cognitivo” y “un trastorno por consumo de múltiples sustancias”, aunque “sin afectar su capacidad para comprender y dirigir sus actos”. Cinco meses después, otro informe del personal de PRISMA determinó como resultado de una serie de estudios realizados el 26 de agosto que el músico presentaba obesidad mórbida y ello afectaba considerablemente su estado de ánimo. Además, indicaron que sufría enfermedad pulmonar obstructiva crónica, además de un cuadro de hipertensión, y le detectaron hepatitis C.
El estado de angustia que atravesaba Pity por el encierro se potenció con el comienzo de la pandemia y la imposibilidad de recibir visitas. En noviembre pasado, cuando el músico ingresó al Hospital Interzonal de Ezeiza Dr. Alberto A. Eurnekian, de Ezeiza, por un delicado cuadro de diabetes después de sufrir un pico glucémico, se detectó también que tenía Covid-19 y tuvo que recibir tratamiento médico durante 20 días en la unidad Nº 21, Centro Penitenciario de Enfermedades Infecciosas.
“Hace un año me comuniqué con él por carta, a través de María, y estaba bajoneado, esperando ver qué pasaba con todo esto [de la causa], que no avanza mucho”, dice Jorge Rossi, ex compañero de Intoxicados. “Me envió un mensaje por WhatsApp agradeciendo y muchas cosas más. María me había dicho que Pity no estaba bien, que andaba triste y que le había sorprendido porque se puso contento al recibir los mensajes”.
En febrero, el Tribunal Oral en lo Criminal y Correccional Nº 29 decidió suspender el inicio del juicio, programado para el lunes 1º de marzo. La decisión de los jueces Gustavo Goerner y María Cecilia Maiza estuvo basada en el informe realizado por el Cuerpo Médico Forense, que determinó que el músico estaba en una situación de “incapacidad sobreviniente” y el estrés de un juicio oral podría agravar su condición.
Dos meses después el mismo tribunal rechazó el pedido de sobreseimiento que había realizado en marzo el nuevo defensor oficial de Pity, Javier Marino, en el que argumentaba que el músico presentaba una afección compatible con síndrome depresivo, antecedentes de uso y dependencia de sustancias, trastorno cognitivo y antecedente de trastorno psicótico. Al mismo tiempo, el juzgado consideró que el músico no estaba en condiciones psíquicas de afrontar un juicio oral, dispuso la suspensión del proceso y giró el expediente a la justicia civil para que determine el tratamiento y lugar apropiado para su internación de acuerdo a las patologías que presenta.
En julio, Pity cumplió el plazo máximo de tres años estipulado por ley para una prisión preventiva sin sentencia. Y mientras por estos días espera en su celda del PRISMA la orden de traslado a una clínica privada para continuar con su tratamiento fuera del penal, el sello PopArt se encuentra terminando los últimos detalles para oficializar la salida de un disco doble con material inédito de Intoxicados: un registro de la banda en vivo del show que el 22 de diciembre de 2005 ofrecieron en el estadio Luna Park como parte de la presentación de Otro día en el planeta Tierra (la primera parte, denominada Episodio I, se encuentra disponible solo en plataformas digitales).
“Toda la movida del disco nuevo la iniciaron Juanchi y Alberto (Moles) de PopArt”, explica Rossi. “Lo primero que hicieron fue contactar a la madre para que le preguntara a Pity si lo quería hacer, y dijeron que sí. Después nos preguntaron al resto de los integrantes de Intoxicados y enseguida dijimos que, si él había dado el okey, nosotros estábamos de acuerdo. La idea era poder editar la segunda parte con el disco físico para el 28 de junio, que Pity cumplió años, pero se retrasó el trabajo”.