Hippie, moderno, porteño, criollo, rockero y tanguero. Vida y obra del líder de Don Cornelio y La Zona y Los Visitantes, un músico inasible
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“Para los santos, vida es transformación” (“Niña de metal”, del disco Transformación, 2016).
Cinco años atrás, Roberto “Palo” Pandolfo encontró en la palabra “transformación” no solo el eje conceptual de su nuevo álbum, sino la clave poética-metafísica de toda su carrera. “Transformer, transformismo, la dualidad, el lado femenino. La transformación puede remitir a mil cosas y yo tuve muchas transformaciones a lo largo de 30 años arriba de los escenarios. Y también abajo, como persona. Hace muchos años escribí: ‘Cuando la vida deja de ser un comenzar, deja de ser vida’. Siempre hay que darle una vuelta de tuerca a la vida”. Palo Pandolfo fue un transformista desde siempre. Del hippismo a la modernidad sin escalas, de la ciudad al campo y de la poesía porteña al criollismo. Poeta del amor y de la muerte, del delirio y de la espiritualidad, del rock y del tango. “Lo que pasa es que yo soy un artista como inclasificable. Soy medio inasible. Yo soy cantor, hago canciones para desencasillarme, para diferenciarme de toda la mediocridad que percibo desde chiquito, de la gente maleducada. Cuando era chiquito a mí la violencia me parecía algo raro, algo que no estaba bien. Pero lo entendí mucho después. Yo iba por el amor. Y al amor es difícil llegar, porque la idea del amor es complicada, porque está el estigma de que si te abrís demasiado, te lastiman, como la metáfora de Jesús”.
El 22 de julio Palo Pandolfo, a los 56 años, se desvaneció en Díaz Vélez al 5200. Había salido a caminar y aprovechaba la salida para hacer un trámite, como en sus tiempos de cadete, cuando creaba reglas mnemotécnicas para recordar el orden y los nombres de las calles del barrio de Once: MeSa, BulMa, BilliBus, AguAn, JeEcu. Primeras letras de Medrano, Salguero, Bulnes, Mario Bravo, Billinghurst, Bulnes, Agüero, Anchorena, Jean Jaurès y Ecuador, que años más tarde convertiría en mantra punk para el tema “Castro Barros – Miserere (Norte)”, de Los Visitantes. Nunca más correcto aquello de poeta de la calle.
De los Beatles a The Clash, del tango a la psicodelia y del folclore al rock nacional, desde la década del 80 y hasta el día de su muerte, Palo fue el eslabón perdido de la música popular argentina. Practicó el oficio del cantor, el que sabe abrazar placer y también dolor, porque cantar es un gesto de valor, para comunicar locura y esplendor, y creó su propia filosofía psicobolche-punk-nacionalista-criolla, con la libertad y la poesía como único eje estable. Un pensamiento en constante movimiento y una lírica desbocada, fértil, plagada de referencias y metáforas políticas, sociales y culturales.
“La primera canción que escribí fue a los 12 años, en inglés… por Dios… Esto es una confesión”, me dijo hace mucho tiempo ya. “Escuchaba todos los días a los Beatles y traducía las letras. Era una canción que no me acuerdo cómo se llamaba. Estaba buena, siempre me acuerdo de la melodía, era totalmente infantil. No sé, fue en 1977, sería por la música beat, me entraba por los Beatles. Igual, es el único tema que compuse en inglés. Nunca más lo hice, fue algo único e infantil. Ya el segundo tema que hice fue con la música de ‘Libros sapienciales’, de Spinetta. Agarré esa música y le puse letra, en castellano, que calzaba en el molde perfecto de la rítmica y lo tocaba con la guitarra. Litto Nebbia hacía eso antes de componer en castellano. Es algo totalmente intuitivo. Cuando ibas a dar exámenes a Sadaic te hacían eso, te daban un tema y vos tenías que cambiarle la letra. Este de ‘Libros sapienciales’ empezaba diciendo: ‘Desolación, cataclismo ya cerca está. Todos los hombres se arrepentirán de sus maldades y su ansiedad, todos los hombres desearán ser como en su niñez y serán felices por pequeñeces’, y después me iba volviendo loco y tenía un coro que gritaba: ‘Loco, este hombre está loco, loco’, era como que lo acusaban. Era un tipo que decía todas esas cosas proféticas y lo mataban a piedrazos y en el final había como un lamento. ¡Tenía 12, 13 años!”.
El pequeño Roberto Pandolfo vivía en el barrio de Flores, en Rivera Indarte y Laferrere, y por esos años el objeto más preciado de su casa era el Winco que tenía su familia de clase media, en donde escuchaba una y otra vez los álbumes Sgt. Pepper’s Lonely Heart Club Band y Revolver, y también los simples de “Hey Jude”, “Revolution” y “The Long and Winding Road”, todos de The Beatles, propiedad de sus hermanas mayores, Laura y Alicia. Revolviendo la discoteca familiar, cada tanto también ponía en el tocadiscos el simple de “Lo mismo que a usted”, de Palito Ortega, o “The House of the Rising Sun”. “Mis hermanas me llevaban a lo de la vecina de enfrente, que tenía el simple de ‘Twist & Shout’, para que me vuelva loco, y cante y baile. Lo ponían y yo entraba en éxtasis y me ponía a cantar como un muñecote y las chicas gritaban: ‘¡¡Ahhh!!’. Y ese fue mi sino y lo mejor es que me acuerdo. De alguna manera, vivo de eso, vivo de esa casa de Nilda, en la calle Rivera Indarte, a la que cruzaba para ponerme loco y que las chicas me lo festejaran”.
Al amor por los Beatles heredado de sus hermanas, Robertito le sumó el repertorio folclórico con el que aprendió a tocar la guitarra (“Zamba de mi esperanza”, “Paisaje de Catamarca”, “Yo vendo mis ojos negros”, “Zamba del grillo”, “Rosario Vega”) y el gusto popular de sus padres (de “Vagabundo vuelve”, de Tormenta, a “La montaña” de Roberto Carlos), para preparar el cóctel del que pronto bebería para exorcizar sus demonios. “Ya con eso daba para empezar a componer, con La mayor, Re y Mi”.
Durante su adolescencia Palo comenzó a componer canciones. Pero lo hacía solo los domingos, como una suerte de ritual y antídoto contra la depresión. “Los domingos no veía a mis amigos, había que ir a la escuela el lunes y entonces me deprimía y componía. Era un melancólico adolescente mal. Y encima la dictadura estaba en la calle”.
Así las cosas, con la llegada de la democracia al país y tras crear su primera banda de amigos, Sempiterno, Palo sufrió su primera transformación y el espíritu moderno de época se adueñó de su ser. “El primer tema que hice para Don Cornelio se llamaba ‘No’, era modernísimo para mí, fue como un quiebre. Era como un pop rioplatense. No sé qué carajo era, pero era como algo moderno y decía: ‘No quiero la sangre...’. Don Cornelio eran temas con guitarras eléctricas queriendo sonar como sintetizadores. No sé, como Devo. Veníamos de Sempiterno, que tenía todavía el huso del rock nacional clásico. Pero con la democracia vino una transformación tremenda de ética y de estética. Pasamos de ser hippies a punks”.
“Hay un túnel, una luz, una salida. Hay tres pájaros, espejos en caída. Un sabor que nace de tu respiración. Amargo amor, cenizas y diamantes, pasión”, cantaba en “Cenizas y diamantes”, en su primera incursión en un estudio de grabación, bajo la producción de un joven Andrés Calamaro, quien le puso brillo y edulcoró su voz en el debut discográfico de Don Cornelio y entonces el punk hizo pop y Palo sonó por primera (¿y única?) vez en alta rotación radial. “Ella vendrá”, sí, pero también aquello de “lugarteniente cabizbajo, doctor en medicinas, experimentando cuerpos, comidos por escarabajos. Un anaquel con escalpelos sin sangre y dentaduras postizas. Con enervaduras en el sarro, dentaduras postizas”, de “Tazas de té chino”. O inclusive ironizando sobre la laberíntica historia de Montoneros en “El rosario en el muro” con versos como el de “Aquella mañana la calle tembló, destruir tu cuerpo es liberación”.
Desde ese mismo instante iniciático y catártico, Palo se convirtió en poeta del rock, uno de los pocos encasillamientos que aceptó de buena gana a lo largo de su vida. “Es algo que siempre me dijeron y si me tuviera que vender, me vendería así: poeta del rock. Eventualmente me interesa ese mote. ¿Por qué? Porque soy un lector neto. Cultivo la lectura y entiendo que lo que escribo le haga vibrar cosas a cierta gente”.
Bradbury, Schopenhauer, Alberdi, Platón, todos los poetas malditos, Piglia, Onetti, Borges, Sabato y tantos más. Todas sus lecturas atraviesan su obra. Porque más allá de su técnica de escritura autómata, esa que lo llevaba a vomitar poesía sin respiro en alguno de sus tantos cuadernos/diarios −indefectiblemente con una birome Bic−, Palo también hizo de sus lecturas canciones. O mejor, relecturas de sus lecturas hechas letras. Desde su visión de “Réplica de un hombre muerto”, de Horacio Quiroga, en “Catarata de amor”, del primer disco de Los Visitantes (1993), hasta su versión de Orlando, de Virginia Woolf, en “Un reflejo”, de su último álbum junto a La Hermandad (2016). O como cuando se transformaba en una suerte de Osvaldo Bayer rockero y después de haber leído y releído Ferroviarios. Sinfonía de acero y lucha, de Juan Carlos Cena, sobre la historia del sindicalismo ferroviario argentino entre 1877 y 1992, escribió “La rebelde”: “El inglés es la ley, duerme ya el burgués/ Una vez, cuna de cielos abiertos/ Hoy, huella de muerte, sin sentido y sin honor del asesino/ Canto de la pampa envenenada, de la pampa mancillada/ Del dolor y la pasión austera y europea/ Esa especie tan colgada de los huevos de la corona británica/ Y el campo cuidador de las estrellas, ahogado por la furia de su voz/ Mirando para atrás, veo caminos negros sobre el mar/ El inglés es la ley, duerme ya el burgués”.
En 1988 Palo sufrió su segunda transformación pública, expresada sin anestesia en el asfixiante Patria o muerte, el segundo y último disco de Don Cornelio y la Zona. “El primer disco de Don Cornelio está más enmarcado en lo que es Soda Stereo, Spinetta y Echo & the Bunnymen. En cambio Patria o muerte es un disco más… no sé qué carajo es: post punk criollo, algo que todavía no existía. Es un disco rupturista y también un milagro. Porque la compañía discográfica no lo quería editar. Desde Patria o muerte hasta Espiritango (1995, segundo disco de Los Visitantes) es todo un proceso de mi vida de catarsis creativa y conocimiento de abismos y experimentación, de todo lo más extremo del rock and roll, si se quiere”.
Por entonces, Patria o muerte se consideró un autoboicot del joven Pandolfo, un tanto agobiado por el hit “Ella vendrá”, pero lo cierto es que Palo estaba otra vez a la vanguardia, adelantándose tres años a la explosión del grunge. Y algo similar le pasaría con Los Visitantes, abriendo el camino de la fusión entre el folclore y el rock que muy pronto sería la estrella de la industria musical latinoamericana; o incluyendo el candombe rioplatense y las raíces rítimicas africanas, que poco después llevarían a la masividad a grupos como Los Piojos o Bersuit Vergarabat. “El arte tiene un dejo de clarividencia. Dicen que el artista puede ver el futuro, que tiene una intuición de lo que va a venir y yo creo que en mis canciones siempre hubo cierta clarividencia. Yo escribí canciones sobre cosas que me pasaron tres o cuatro años después. En un momento hasta llegué a bromear: compongamos canciones ahora para saber qué me va a pasar dentro de dos años, ji, ji, ji”, decía y reía Palo con su risa de Patán, unos años atrás.
Cómo no pensar a Palo como un artista adelantado a su tiempo, una y otra vez, si hasta se animó a revolver el cuchillo en la herida del tango, que por aquellos primeros años 90 daban por muerto, para influenciar a toda la generación de jóvenes tangueros que resucitaron y actualizaron el género a partir de 2000, de Acho Estol a la Fernández Fierro y de 34 Puñaladas al “Tape” Rubín. “En esa época nosotros no sabíamos que éramos tangueros”, dice Alejandro Guyot, cantante de la agrupación 34 Puñaladas, recientemente rebautizada Bombay Buenos Aires. “Pero la primera vez que vimos a Los Visitantes, en La Luna, fue una experiencia que nos sumió en lo que desde entonces se iba a convertir en una eterna pregunta orientadora, que, a manera de brújula, apuntaría siempre hacia el sur. La música de Los Visitantes abrevaba de manera exprofesa en la poética tanguera como un manifiesto de resistencia cultural, contando historias sórdidas ambientadas en el Albergue Warnes, en un viaje claustrofóbico de la línea E, en el corazón de plaza Flores y también revisitando el repertorio más salvaje del mítico disco que hizo implosionar a Don Cornelio, Patria o muerte. ¿O me van a decir que no era tango cuando el bajo de Ghazarossian interpretaba ‘El visitante’ y evocaba al contrabajo piazzolleano de Kicho Díaz de ‘Buenos Aires hora cero’? ¿O acaso no era tango cuando Palo entonaba eso de ‘Hoy encontré tu olor fugándose en la casa y se rompió la cara del silencio’? En esas noches nos dimos cuenta de que, en una operación inversa al milagro obrado por Moisés en el mar Muerto, Palo estaba uniendo las aguas de la música popular argentina para que sean parte de un mismo mar, para fabricar el elixir más delicioso y derramarlo en las aguas del río de la canción urbana de donde todos los tangueros del siglo XXI fuimos a beber”.
Para Palo, nada de esto fue buscado. “Cuando paramos con Don Cornelio yo ya venía haciendo canciones que, sin querer, empezaban a ser como tangueras. Yo cantaba tangos desde los 9 años, cuando mi maestra de música, Porota, me enseñó a cantar ‘Sur’ y ‘Vida mía’, pero en ese momento creativo de mi vida tuve un acercamiento más profundo y real. Temas de Los Visitantes como ‘Sangre’, ‘Tanta trampa’, ‘Guerra tras guerra’, son canciones urbanas. Siempre pensé, como desafío personal, en generar una canción contemporánea de Buenos Aires que representara a la cultura como la vivimos la gente de mi generación. Porque, de alguna manera, yo estoy en la vereda de enfrente del tango en algunas cosas. Especialmente con la parte más conservadora, con el machismo, con el tango que se suicidó por negar a Piazzolla, que era la revolución y el futuro. Piazzolla era al tango lo que Jimi Hendrix fue al blues. Por eso a mí más que en el tango me gusta plantarme en lo rioplatense. El tango como única vertiente me parece agobiante, le falta un poco de África. Nosotros estamos acostumbrados al rock & roll y al blues, que son netamente de raíz africana. El tango acá es como muy italiano. Y el candombe aporta justamente lo que nos falta a los porteños y tangueros, lo que habría hecho que la ciudad crezca culturalmente si no hubieran muerto todos los negros con la fiebre amarilla. Por eso cuando compongo hago una fusión, no hago tango. Cuando me sale un tango es sin querer, como un milagro, como que estoy poseído por un espíritu de un tanguero que está por ahí. Y siempre me salen con rítmicas piazzollescas, de tres-tres-dos, con candombe detrás, o milongas. Todo eso, en los 90, fue raro, pero yo no lo había ido a buscar, yo estaba haciendo canciones y salió”.
Y entonces llegó el Palo criollo. “Observándome desde afuera, hay una poética personal que, en los 90, encarna en el criollismo, y que me parece un aporte. Me lo dicen Pablo Dacal, Tomi Lebrero, Lisandro Aristimuño, los cancionistas del Río de la Plata. Toda esa Gran Bretaña, de los Beatles a Joy Division, que está en Don Cornelio, de repente, a fuerza de la vida misma, se convirtió en ese criollaje con el que tanto me curtí: el tango, el folclore, el 6 x 8, la negra con puntillo, el tumbado afrocriollo. En el 2000 largué un proyecto solista, que era reciclarme completamente, hacerme de abajo. Fue lo mejor que me pasó, salí con la guitarrita, encontré el campo del judío trashumante, el juglar perdido en el desierto. Recorrí toda la Argentina en un momento donde era imposible sobrevivir, porque el disco salió en 2001. Ahí siento que me hice también como persona. Pude reciclarme energéticamente, porque fui mi propio manager, mi asistente, mi arreglador, mi relaciones públicas, mi prensa. Salía con una mochilita y mi guitarra criolla, la Takamine, y con eso construí un emporio, mi emporio personal. Sin plata, pero un emporio que es mi nombre. Palo Pandolfo es como una figura que toma su propio vuelo. Claramente por fin separé el personaje de la persona, porque en un momento lo tenía todo junto y era divertido, pero sobre todo, en 1998, me convertí en un pelotudo, ji, ji, ji… y todo se caía a pedazos a mi alrededor”.
Pablo Dacal se enteró de la muerte de su amigo Palo pocas horas después, mientras estaba yendo a cantar a un centro cultural. Como pudo, a los gritos, cantó “El ente” y “Catarata de amor”. Una semana después, escribió para el blog Payola, que acaba de lanzar junto al periodista Martín Graziano: “Poder gritar como un niño enfurecido, sobre un tablado, es una de esas posibilidades que Palo abrió con su voz. A ese gesto estilizado lo volvió mueca, requiebro, impostura, gracia y estilo. Lo reconfiguró hasta extraer su propia perla: esa entonación ondulante y danzarina que rearmaba, con los embates de su expresión, un nuevo escenario para los sentimientos. Ni hablar ni cantar: dejarse poseer por las emociones, que alteran todo a su paso, hasta liberar en la boca del sonido una pasión desenfrenada”.
“Siempre pienso que, si tengo una misión, es cantarle al espíritu y sacar de encima de lo espiritual toda esa sombra de religión que lo único que hizo a través de los siglos fue conseguir la división de la gente, separar a los pueblos y crear conflictos religiosos”. Palo, dragón de fuego, con el paso de los años llevó su curiosidad espiritual al centro de su obra. “Porque hay que buscar símbolos. Si te vas a quedar diciendo no existe nada, te vas a morir y ni siquiera te vas a dar cuenta. Hay que tratar de ver más allá. No importa si sos agnóstico, materialista, capitalista, budista o evangelista. Hay otras naturalezas al lado tuyo, no estás solo, se puede ver más allá. Discuto mucho con la gente este tema. Ver más allá significa el sexto sentido o reconocer que la única manera de zafar es la sabiduría, el aprendizaje en las escuelas, el estudio, aprender a sembrar los campos. No importa si le das un vuelo místico o materialista, por donde lo mires hay que abrir, buscar el lado interior del conocimiento”.
Su última transformación lo había devuelto a cierta electricidad, acompañado por el grupo La Hermandad, en búsqueda de un reconocimiento masivo que invariablemente le había sido esquivo. “Siempre fui la eterna promesa del rock nacional”, me dijo Palo veinte años atrás, casi llegando a los 40. Por aquellos días, Palo había grabado su versión en castellano de “Karma Police”, de Radiohead: “Di todo lo que pude, no es suficiente. Di todo lo que pude, pero seguimos estando en la lista de espera”, cantaba. “El tema expresa cosas que las siento tan personales y tan mías como yo nunca podría decirlas. Me queda mejor a mí que a Thom Yorke. La eterna promesa del rock nacional, Palo Pandolfo. Ji, ji, ji”.
“La muerte no existe”, cantaba Palo en los años 90, en el tema “La musa”, de Los Visitantes, y hoy ese verso suena a arrullo mántrico para el rock argentino. Porque Palo es patria. Palo o muerte.
Este artículo fue publicado originalmente en la edición impresa de Rolling Stone Argentina, como parte de la producción de la nota de tapa.