Un puñado de músicos lograron hacerse oír inspirados en películas y videojuegos
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Durante una noche veraniega de fines de 2021, en algún rincón del barrio de Constitución suena algo muy distinto a la habitual mezcla de cumbia, trap y reggeatón que emana de bares, pizzerías y automóviles de la zona. La sala de la calle Rincón parece haber sido copada por una tribu diferente. Con su tosca iluminación bajo la sombra de la autopista 25 de Mayo, el local parece un agonizante Chevrolet del conurbano. Los que hacen puerta, hablando, fumando o esperando turno para entrar a tocar, comparten códigos que van desde el pelo platinado hasta las remeras con estampados de Ghostbusters. Como si, en un imaginario multiverso, algún reducto de la decadente Berlín post-punk hubiera reaparecido en Buenos Aires.
Adentro, todo es más confuso y también seductor. Como en el episodio “San Junípero” de Black Mirror, dependiendo de qué sector se atraviese o qué música suene, un intruso podría tener la impresión de estar viviendo en los años ochenta o inicios de los noventa. En formato de solista o a dúo (donde habitualmente uno provee la música y el otro proyecta gráficos o fragmentos de films en una pantalla), cada intérprete cubre, a su manera, diversos géneros y subgéneros electrónicos de esas décadas: oscuro chill-out, la disco robótica de Giorgio Moroder, las bandas sonoras de Vangelis y Tangerine Dream. Pero lo más llamativo es que, en una franja que va de los 25 a los 40 años, ninguno de ellos vivió en las eras que esos estilos musicalizaron.
Aquella media docena de intérpretes no está sola. Son adictos al synthwave, un estilo/movimiento internacional que, desde el amateurismo, va dejando su impronta. Diferente a un revival tradicional, su estética revisita el período en todo su contexto (no sólo en la música, sino también en el cine, el cómic, el animé y los videojuegos), con los músicos relegados al anonimato de un seudónimo. Todo pasa por subirse a las ondas del sintetizador y dejarse llevar.
“Empezamos contactándonos en foros de Internet, a inicios de 2017″, dice Accura Dreams, seudónimo de Guillermo Ibarra. Todos coinciden en que un factor aglutinante fueron los compilados Summer Waves e Invierno Nuclear realizados por el productor Geometra para su página Synthwave Argentina. “Después pasamos a encontrarnos en bares para escuchar esta música, compartir y divulgar a productores de afuera como Perturbator, Power Glove y Mega Drive”, agrega Accura, uno de los más activos de la movida local.
Con experiencia previa en management de festivales de rock, Accura congregó al resto de los “productores” (como se aluden mutuamente los músicos de synthwave) en la Buenos Aires Outrun, el evento local más importante, realizado cada dos o tres meses en The Roxy. Outrun es un término a menudo usado como seudónimo de synthwave, y es una contracción de Out Run: un popular juego arcade de carreras de autos lanzado en 1986, cuyos gráficos y sonidos de ocho bits resultaron tan inspiradores como los films de culto y las bandas sonoras de la época. El aura de los arcades es tan relevante que la Metatrón, una fiesta eventual y ampliada de la Outrun, incluye un sector con juegos de estética arcade especialmente diseñados por un colectivo de desarrolladores locales.
“Todo está atravesado por un vuelco a la nostalgia”, enfatiza Polara, del dúo Nuevo Tokyo. “Los primeros desarrolladores empezaron a nuclearse en el ciclo Muere Monstruo Muere”, dice sobre el desprendimiento de Buenos Aires Rojo Sangre que incluye bandas de rock, cine bizarro, desfile de máscaras y hasta famosos ex luchadores de catch, con epicentro en el barrio de San Cristóbal. “Es una movida prima de BAO y resultó un lugar de referencia para todo el movimiento”.
“El público conecta con esos puntos: arcade, cine retro, cine bizarro y synthwave”, dice Sebastián da Vinn, señalado como archivista de la movida, que documenta con videos en su canal de YouTube. Da Vinn arrancó militando en el vaporwave, un antecedente del synthwave cuya nota principal es la parodia a la cultura consumista de fin de siglo. En sus videos, la estética incluye imágenes de la Nintendo 64, la PlayStation 1, la interfaz de Windows 95 e imaginería grecorromana que alude al estándar de belleza occidental. Musicalmente, es aún más simple. “Agarrás un tema de Phil Collins, le bajás los bpm y el pitch, le ponés reverb, y ahí tenés el vaporwave de Phil Collins”, dice Da Vinn. “Hacerlo es tan fácil como pararte frente a un bar, pedir la contraseña de wifi y editar una canción”, agrega Ibarra. “Entonces un pibe con una mentalidad irónica, cyberpunk, tomaba cuatro o cinco temas y en media hora los subía, cambiando los nombres con caracteres cirílicos o japoneses. Generaba dinero con algo que tiene copyright. En ese sentido, hay una idea política”.
Da Vinn documentaba las noches de la Vapor Crew en el bar de música electrónica Atom, en el barrio de San Telmo. Pero todo cambió en 2011 del modo menos pensado. Ese año, el danés Nicolas Winding Refn lograba afirmarse en Hollywood con el violento thriller noir Drive, protagonizado por Ryan Gosling, Carey Milligan y una banda sonora tan evocativa como sus incandescentes filtros ocre, violeta y luces de neón. El soundtrack incluyó música de Cliff Martínez y la neo ítalo disco de Chromatics, estrellas del momento; en el medio, dos temas descendientes del french house (Cassius, Daft Punk) se robaron el show. “A Real Hero”, de College y Electric Youth, y “Nightcall”, de Kavinsky, habían salido un par de años atrás pero inmersos en el film –el primero como tema central, el segundo en los títulos– terminaron de anclar una estética retro que llega hasta el presente, con el film de ciencia ficción Come True (2020) musicalizado por Electric Youth.
“Drive y el tema de Kavinsky fueron para el synthwave lo que Semilla de maldad y Bill Haley fueron para el rockabilly”, sentencia Daniel González alias Nostromo, cuyos sets incluyen proyecciones de films y llevan la impronta de los soundtracks del cine clase B y los clásicos de ciencia ficción. “Cuando ves Terminator o Blade Runner, cuando escuchás esas bandas sonoras, es indudable que hay una riqueza ahí, en esos sintetizadores que promueven una idea de futuro. El synthwave es más que la idealización de todo eso. Es como hacer paleontología del futuro pasado”.
El romance con el futuro distópico de esos films cala hondo en los productores. Con poco más de veinte años, Marcelo Romero es uno de los más jóvenes del grupo y absorbió la cultura ochenta de sus padres. “Me nutrí más de eso que de lo que era popular en los 2000″, dice Romero, alias Masked, cuyos enérgicos sets, una síntesis de tecno industrial y metal, se encuadran en la vertiente del darkwave. Aunque los límites son difusos. “El synthwave no tiene reglas”, afirma. “Además, ya no se nutre tanto de los ochenta como de su propia estética. Por ejemplo, Kavinsky está influenciado por Daft Punk y Justice. Pero mi música ya toma como referencia a gente del synthwave como Carpenter Brut, Perturbator, Megadrive. Lo mío es el horror, terror de los ochenta y películas de acción, ultraviolentas”.
Si el año cero del synthwave es Drive, para Nostromo hay que leer las Sagradas Escrituras en los clásicos giallo de Darío Argento, con música de Goblin, El exorcista, con Tubular Bells, de Mike Oldfield, y por supuesto, el arrabal de sintetizadores en los films de John Carpenter. “Lo copado de Carpenter es que comenzó haciendo la música de sus películas para reducir costos”, reflexiona. “Era más barato hacer música con un sintetizador que contratar a John Williams, por ejemplo. Y esa actitud generó una estética que repercute en la actualidad, cuando muchos hacen música con una computadora y un controlador MIDI. Yo incluso empecé a bajar sintetizadores libres. Esa filosofía DIY es fuerte y está muy presente. El condicionamiento material también crea una estética”.
La relevancia de Carpenter es tal que los productores de synthwave lo nombraron tácitamente padrino del género. En The Rise Of The Synths, un documental de 2019 que se presentó en el último BAFICI y da cuenta de la movida en Europa y los Estados Unidos, el director de La niebla oficia como MC hablando en penumbras desde una especie de búnker antinuclear. Entre los protagonistas aparece la glamorosa cantante alemana NINA, que arrancó su carrera en 2009 con temas compuestos y producción de Laura Fares, alias LAU: una argentina residente en Europa.
Luego de trabajar en Londres como baterista para grupos indie y estrellas como Ricky Martin, doce años atrás LAU fundó Aztec Records, uno de los primeros sellos que comercializó al movimiento emergente –por entonces reducido a plataformas como MySpace– mediante lanzamientos en formato digital, vinilos, CD y casetes. “Logramos posicionar a NINA como una de las pocas cantantes en una escena dominada mayormente por hombres”, dice LAU, cuyos dos álbumes con NINA, Sleepwalking y Synthian, son referentes obligados del synthwave vocal. “Hicimos giras donde llegamos a abrir para Erasure y notamos que muchos rockeros se volcaban al synthwave, cambiando sus guitarras por sintetizadores”. Varios años después, junto a los productores Oscillian y Sunglasses Kid, LAU remixó la banda sonora de Drive y la publicó en Aztec Records en formato EP como Control.
“El synthwave es un género predominantemente instrumental y muy fílmico, pero a mí me atrae el reto de convertirlo en canciones, con letras, armonías y estructuras tradicionales”, dice LAU, cuyas últimas producciones están más ligadas al synthpop. Su vuelco coincide con recientes incursiones en el synthwave de Miley Cyrus (“Midnight Sky”), The Weeknd (“Blinding Lights”), Dua Lipa (“Physical”) y hasta Taylor Swift (“Style”).
El género está dejando su huella en el mainstream. ¿Se volverá vocal? “Me llegan decenas de demos a diario y la mayoría son instrumentales”, dice LAU. “Creo que eso no va a cambiar, pero es evidente que el synthwave muta. Es un estilo atemporal que sonará bien a través de los años, así como los grandes artistas de los ochenta siguen sonando increíbles hoy”.