En exclusiva, para la tapa de Rolling Stone, Wos habla de su nuevo disco, de aprender a sobrevivir a la fama y de lo que significó grabar con Ricardo Mollo
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Si creen que no hay nada más viejo que el diario de ayer, prueben con la grilla de un festival de 2019. Hace apenas tres veranos, Wos estrenaba su proyecto solista en el Espacio Alternativo del Cosquín Rock, una carpa secundaria del festival cordobés donde los números fuertes eran Indios y Miss Bolivia. Al año siguiente, luego de cerrar la temporada en pantalones cortos y camisa hawaiana en el Luna Park a lomo de “Canguro”, una multitud gritaba sus versos frente al escenario principal. A la luz del día, Wos caminaba la tarima del Cosquín 2020 como un joven veterano. Llevaba varios años actuando en batallas de rap, disciplina que había dominado hasta alcanzar lo más alto –en 2018 fue campeón internacional de Red Bull a los 20–, y había tenido experiencias con bandas, pero la explosión de su carrera solista durante ese 2019 registra pocos antecedentes en la historia de la música argentina. Sobre todo si tenemos en cuenta las características singulares de Valentín Oliva: un rapper con formación rockera que emergió de la escena urbana sin cuadrar del todo en las corrientes que dominaban los rankings (básicamente, el trap y el reggaetón). Con un hit que capturó la tensión política del momento, Wos apareció como un conector de culturas y generaciones, un ídolo centennial digerible para padres fogueados en el grunge. Y en ese ascenso supersónico estaba cuando llegó el apagón: un año y medio sobre el que deberíamos tender una piadosa elipsis si no fuera porque es imposible borrar el confinamiento de la ecuación para entender a este nuevo Wos, que es muy parecido a aquel solo que un poco más grande y plantado, convencido de sus fortalezas y a cargo de sus contradicciones. Como dice un verso de “Introducción al éxtasis”, el rap que abre su segundo álbum, Wos sabe que está “flotando entre el pochoclo y el mensaje”, que es un entretenedor juvenil con espíritu de trovador díscolo, y que en el despliegue de esos contrastes está la esencia de su carácter.
Una tarde de primavera, en un chalet sobre una avenida del barrio porteño de Villa Urquiza donde vive su manager, Wos deambula con una mezcla de cansancio y ansiedad. Con las restricciones de aforo recién levantadas, el músico de 23 años reparte su energía física y mental en dos frentes: la gira por México y España para cerrar la era Caravana después de la burbuja del coronavirus y la preparación de los shows de estreno de Oscuro éxtasis, una serie en el estadio Obras en la última quincena de 2021. Para enfrentar las exigencias del regreso, desde hace un tiempo está entrenando box. “La pandemia me permitió armar ciertas rutinas, porque antes mi rutina era la no-rutina, el quilombo. La disciplina es algo que me cuesta en general, aunque entiendo la importancia de la disciplina en el arte del cuerpo”, dice Wos y se ríe con un estertor repentino, el arranque de un motor fuera de borda que cada tanto corta su flujo de voz suave y vacilante, lejos del registro volcánico que exhibe en los escenarios. No es de las grandes definiciones, ni de mitificar su historia, ni mucho menos un tirabombas, pero es demasiado amable como para esquivar preguntas. Reflexiona en voz baja sobre los temas que se le proponen y, cuando llega a una idea más o menos nítida, le resta importancia o la matiza con algún comentario ligero. No puede imaginar qué clase de disco habría hecho si el furor de Caravana no hubiera experimentado una pausa forzada. “Quizás –dice– hubiese chocado el auto contra la pared y me hubiese vuelto loco, qué sé yo. Porque fue mucho lo que pasó en ese par de años, 2018, 2019, y por algo pasan las cosas”.
Hubo, por supuesto, momentos de oscuridad. Primero encontró algo de inspiración en el encierro. “Era componer desde otro lugar, otro contacto con la realidad, conmigo mismo, estar solo, no ver gente por un tiempo, algo que era impensado”. Pero duró lo que nos duró la voluntad de amasar pan. “Esa inspiración se fue agotando y ya empezó a ser un hartazgo total, unas ganas de romper todo. No tenía ni ganas de hacer música. Al mismo tiempo siento que lo mío… No soy alguien que empezó desde el estudio y eso lo llevó al vivo, sino al revés. Por más que tenga poca experiencia, desde siempre la cosa era salir, rapear. Arranqué en ese lugar. Crear sin eso otro... siempre me daba la sensación de que me faltaba una pata. Venía armando un disco a principios de 2020 y lo paré porque no me imaginaba un disco sin poder presentarlo en vivo. Todo eso me fue haciendo cambiar. Fue un proceso que a nivel personal me ha servido un montón, pero ya está, ya aprendimos. Suficiente. Yo de por sí soy introspectivo, si encima me tirás ahí...”
Grabado a comienzos de 2020 durante un viaje a Villa La Angostura junto a su productor Facundo Yalve (Evlay), el EP Tres puntos suspensivos –atravesado por un tono de incertidumbre y melancolía, y finalmente lanzado en la primera fase de la cuarentena– marcó el comienzo de una etapa que se consolidó en Oscuro éxtasis. Wos cantando una balada hip-hop cruzada por un espíritu spinetteano (“Alma dinamita”) en esa casa increíble de madera y vidrio en medio de un bosque patagónico fue uno de los momentos musicales del primer encierro. “La casa había sido un estudio de arquitectura y lo estaban alquilando como Airbnb”, cuenta Wos. “Llegamos sin saber muy bien qué onda, nos instalamos y en un momento, rancheando con unos amigos de ahí que se dedican al audiovisual, dijimos ‘che esta cúpula acá está buena para armar algo’. Primero la idea era un freestyle, pero después salieron las versiones, y lo hicimos sin siquiera pensar qué íbamos a hacer con eso. Cuando lo vimos nos encantó y dijimos ‘bueno, esto se sube’. Fue muy espontáneo. Hay algo que me pasa a mí con lo que se va dando que me va mejor que lo que es muy planificado”.
De aquel retiro salió también la base de “Mirá mamá”, una canción que refleja el ánimo de Wos después del estallido de su popularidad. “Estábamos bajando de toda la intensidad de 2019 y salió ese estribillo. Pero quedó ahí, como muchas de las cosas que surgieron en ese lugar. Cuando retomamos la idea del disco, le escribí una letra y tomó una fuerza que nos encantó”.
–Leía recién comentarios de fans a los que les pegó eso de “mirá mamá, estoy arriba”. Decían: “Qué lindo poder decirle algún día a mi mamá ‘estoy arriba’”, cuando el tema parece sugerir casi lo contrario.
–Muchos lo tomaron así, como de estar arriba y decírselo a sus viejos y que se sientan orgullosos de eso. Hay algo muy fuerte en la idea de mostrarle la casa a tu mamá, creo que desde siempre. Yo iba más con eso de “mirá mamá, estoy arriba”, esa expresión que uno tiene cuando es chiquito y se sube a un tobogán. Ahora está muy instalado eso de estar arriba, el estar pegado. Lo mío era decir: “No hay tal arriba”.
–¿Cómo te impactó la experiencia de la fama?
–Fue un cambio fuerte. Tuvo su proceso, pero lo más fuerte sucedió casi que en dos años, tres ahora. Los primeros dos años fueron… Sí, te cambia la vida, las relaciones, tu vínculo con todo el mundo, y a mí de por sí ya me parece una locura la fama en otros, la cosa de los ídolos, así que cuando me pasó a mí… es difícil de analizar mientras lo estás viviendo, pero es un cambio rotundo. Por suerte pude mantener un montón de cosas de siempre. De hecho la pandemia me ayudó a recuperar un montón de cosas que yo pensé que había perdido por la fama. Como que creía que era el costo a pagar, por todo lo otro bueno que te trae. Y un poco la pandemia me hizo bajar un cambio. Poder usar barbijo y visera me sirvió bastante. Yo ya lo incorporé, ya está, voy a ser el único boludo con barbijo de acá a dos años. Me ayudó a volver a salir de otra manera, sentirme más resguardado, estar en contacto con el barrio, rancheando con la gente, volver a ir a un teatro… Me hizo sentir que quizás no era tan así, que puedo volver a tomar contacto con cosas que creía que había perdido. Y después, desde lo emocional... sí, se pierde la estabilidad. Es un proceso que se va acomodando.
–En “Que se mejoren” decís: “Sé que soy funcional al mal que digo que aborrezco”. ¿Cuánto te merodea esa mirada autocrítica sobre el lugar que ocupás?
–Todo el tiempo me aparecen un montón de dudas: desde dónde hablo, cuándo, para qué, para quién, por qué estoy diciendo esto. Siempre además me siento expuesto, cada vez que estoy por sacar algo aparece un vértigo que sé que es parte de la cosa, y en algún punto uno busca eso. Supongo que, si no te pasa, hay algo que se pierde. Pero sí es algo que aparece un montón. Para qué hablo, qué gano, qué pierdo, en qué estoy… Pero después es más fuerte otra cosa: las ganas de hacerlo, la necesidad de sacarlo y de compartirlo, y siempre termina siendo algo que mucha gente agradece o que yo disfruto y puedo compartir. Desde ese lugar digo: si genera lo que genera, está bueno, no me lo voy a preguntar tanto. Ya está.
–La inseguridad desaparece en el momento en que te lo sacás de encima.
–Es que en un punto es eso, está ahí, ya lo dije todo, no me quedó nada. Es como que agarro todos estos enrosques, les ponemos un par de adornos, lo tiramos y ya quedó ahí afuera. Después soy otra cosa. Y esto de ser funcional al mal es porque obviamente no hablo como alguien que está afuera, sino alguien que está adentro, en la misma situación que los demás. Cuando en “Púrpura” hablo de vivir consumiendo es porque yo también soy una persona que consume, no justamente porque me crea por fuera de eso. Y es plantear cosas que uno ve pero no ponerme en un lugar de acusar con el dedo a nadie, porque no tiene mucho sentido. Y al mismo tiempo, bardear cuando tenga que bardear.
–En esa dualidad de pertenecer y criticar, ¿cómo lidiás con la parte del negocio, en un momento tan potente de la industria musical, tan de cambio?
–Se va viendo qué hacer casi minuto a minuto. Mantener la independencia y ser dueño de mis cosas es lo que más tranquilo me deja. Y ser dueño de mis tiempos, de mis decisiones. Por suerte tengo un equipo que piensa lo mismo que yo, que va en la misma dirección. Todo lo demás se da como consecuencia de las creaciones que hacemos y del flash artístico en el que estamos. Estoy ahí, convivo, pero lo que trato todo el tiempo es de encontrar mi manera de hacer las cosas dentro de esta industria, mi camino, que creo que lo vas aprendiendo constantemente, vas y venís. Pero la búsqueda es esa, y en ese lugar me siento bien.
–Primero fue la explosión del negocio del freestyle, y ese fenómeno generacional de muchos referentes de tu camada que pasaron de las batallas a la música. ¿Cómo viviste eso?
–Cuando arranqué, y durante varios años, no había tal negocio, ni famosos, ni una cosa tan popular. Me acuerdo de la primera vez que vi que le pedían una foto a alguien en una competencia, yo no lo podía creer. Si no me equivoco fue a MKS, o a Duki, en el Quinto Escalón. Yo había dejado de ir, volví y había mucha más gente que no conocía, y a un par de compañeros con los que había rapeado siempre les estaban pidiendo fotos. Yo me acuerdo de que me enojaba: pero qué es esto, decía, un recital de no sé qué, tiraba, loco, esto es rap, es una competencia de freestyle. El enojo de cuando empieza a crecer el lugar al que pertenecés. Ah, ahora resulta que todo el mundo rapea. Después entendí el crecimiento y a lo que llevaba, que era lo que siempre quisimos: ser escuchados, que los pibes se puedan expresar y alguien les ponga la oreja. Fue un flash. La primera vez que me fui de gira… Al principio nos volvíamos locos cuando nos ganábamos un vino por rapear. Nos volvíamos genuinamente locos, no es para hacerme el nada: era increíble. En una de las primeras compes pagas me gané 500 pesos, después 800, después mil…
–Ya te estabas ganando el pan rapeando.
–Algo que nunca había imaginado. Siempre era más gastar plata que ganarla. Fue fuerte el proceso. Y al mismo tiempo pibes que conozco hace un montón de años… El otro día me crucé a Klan en España, y a Duki, los conozco desde los 14 años. Competimos mil veces, pasaron como nueve años de la primera vez, y de repente encontrarnos de vuelta y estar rapeando ahí en Madrid con Klan, que es un ultra rapper... Por más que dejás de verte, hay algo fuerte que se comparte y que está ahí. Somos los mismos de aquel momento y de repente está pasando todo lo que está pasando.
–¿Qué creés que pasó para que tantos freestylers argentinos sean hoy artistas de éxito internacional?
–No sé, creo que es algo de este país, que también ha pasado con el rock, no sé qué es pero los artistas de Argentina generan un atractivo en otros países. El argentino en el freestyle va a cualquier lugar y muchas veces es de los favoritos. Tanto los freestylers como los músicos, la gente les tomó mucho cariño y se armó toda una escena que podés ir a cualquier lugar y la gente nos conoce y quiere como propios. Es algo cultural de acá, no sé.
–¿Cómo recordás ese último choque con Aczino en 2019, la batalla de rap más vista del mundo? Te habías retirado de las competencias pero se te veía disfrutándolo, a diferencia de tus finales anteriores.
–Yo había ganado en 2018 en Argentina y era ir a defender el título, sentía que lo tenía que hacer, que era parte de mí, y también por la gente que me bancó en ese mundo, que quería ver eso. Aparte tenía ganas de ir a España. En la previa lo sufrí un montón porque, bueno, por algo había dejado las competencias, así que fue volver a ese estrés, fue un poco agotador, porque encima a los diez días tenía los Luna Park. Así que tenía la cabeza en otro lugar. Pero estuvo bueno ir y hacerlo. Se dio algo divertido. Sentía que estaba suelto, que no tenía la presión de otros momentos en que estaba solamente en el freestyle, con la presión de ganar. Creo que se soltó algo, y a veces siento que hubiese estado bueno tener eso más tiempo en la cabeza para disfrutarlo, ese no necesitar ganar. Pero bueno, eso pasa cuando te alejás un poco.
–Cuando ya no necesitás ganar, justamente.
–Claro. Igual fui a ganar. Yo no soy de los que no salen a ganar, pero sí sacarle ese peso tan resultadista.
–Desde entonces se especula con tu regreso al freestyle, al menos por un rato.
–Nunca dije “yo me retiro de esto”, simplemente supe que no podía poner la cabeza en tantas cosas a la vez. Pero no sé cómo voy a estar de acá a no sé cuánto, ni qué me va a pintar, ni si me darán ganas. No es algo que tenga en mente ahora, estoy pensando en la música, en los shows, pero cuando digo que no lo descarto es que no lo sé. Somos los primeros que mostramos este camino, con muchos que vienen antes que yo, y estamos viendo cómo se hacen las cosas minuto a minuto. Capaz que a todos nos pinta volver de acá a tres años, qué sé yo. Es algo que me gusta, entonces siempre va a estar ahí.
–Hay artistas de tu camada que en la pandemia se instalaron en Miami, vos mientras tanto te fuiste a grabar al Sur. ¿Te preguntás si deberías estar en otro lado?
–No mucho. Me gusta estar en Argentina, tengo mucha gente y cosas acá. También me encanta viajar, pero creo que se va a ir dando. Quiero conocer otros países pero que se dé por la situación de tener un motivo más claro para ir. Me encantaría conocer Estados Unidos, curtir la cultura de allá, de donde salió el rap, pero tampoco me lo pregunto demasiado, por ahora sé que estoy bien acá.
El crecimiento masivo de Wos ocurrió durante los últimos dos años del gobierno de Mauricio Macri. Aun antes de ser conocido por sus canciones, y a diferencia de muchos colegas de su generación, Wos expresaba sus posturas políticas en público, tanto en rimas improvisadas como en el mensaje que dio tras ganar la final nacional de Red Bull Batalla de los Gallos en 2018, cuando pidió por la aparición con vida de Santiago Maldonado y por los trabajadores despedidos. Valentín tenía 20 años y había egresado del Mariano Acosta, uno de los colegios secundarios con mayor actividad política de la ciudad de Buenos Aires. Después del triunfo en el Luna Park, le dijo a Juan Ortelli en Rolling Stone: “El rap nació de la protesta social y siento que es necesario que se hable, que no nos callemos”.
Al año siguiente “Canguro”, además de romper récords de reproducciones, sintonizó con el ascenso de un nuevo activismo juvenil protagonizado por el movimiento feminista. Sumada a la tónica antiliberal del hit, la cercanía personal de Wos con referentes como Ofelia Fernández –una ex líder estudiantil que con 19 años fue elegida legisladora porteña– lo puso en el radar de los líderes del kirchnerismo. Fue mencionado en un acto público por la vicepresidenta Cristina Fernández (“yo de los raperos lo conozco personalmente a Wos, nada más”) y por Axel Kicillof (durante su campaña para la gobernación bonaerense citó el verso contra la meritocracia), mientras que el presidente Alberto Fernández, en la entrevista que le hizo Julio Leiva para Caja Negra en agosto, lo elogió “por sus letras, por el compromiso, porque no es complaciente”.
No está claro si a Wos le sientan cómodos esos coqueteos ahora que es un artista popular consolidado y que el kirchnerismo, a diferencia de 2018/2019, está de vuelta en el poder. Cuando le pregunto por la coyuntura política me dice que no está muy conectado, pero comenta que de algún lado salen canciones como “Que se mejoren”, un track que suena a Rage Against the Machine y habla de la tensión social creciente. “Por momentos la situación genera un hartazgo, o una impotencia de ver cómo están las cosas, lo difícil que está, todo cuesta un huevo. Y genera una sensación bastante chota, triste. Pero, como ves, no estoy haciendo grandes análisis”, se ríe.
–¿Cómo manejás las propuestas que te llegan de la política, que deben ser frecuentes?
–Me pasa desde hace un montón, pero en general sé decir que no. No me gusta estar atrás de ningún tipo de bandera. Es ir viendo con qué gente juntarse a pensar, a hablar, a hacer, vincularse con eso, elegir determinados espacios donde uno se siente cómodo. Las cosas más independientes, no partidarias.
–¿Lo partidario es un límite para vos?
–Sí. No es un límite que pienso, pero siento que lo que hago no tiene relación con lo partidario. Sí con lo político, obviamente, pero no con lo partidario.
–¿De dónde viene tu mirada política?
–En realidad ni sé cuál es mi mirada política.
–Bueno, las ideas que aparecen en tu música.
–Sí, obvio. Lo que digo es que uno lo va teniendo más naturalizado. No sé de dónde sale. Es la vida misma, tu entorno, lo que uno va absorbiendo. Siempre mi participación fue muy desde el arte, incluso cuando iba al colegio y el centro de estudiantes armaba algo, lo mío era rapear en un evento en la ex ESMA, o en una villa en el Día del Niño. Siempre me gustó aportar con lo que sé hacer, lo artístico.
–De todas las cosas que conforman tu imagen pública, ¿hay alguna que creas totalmente equivocada?
–En general no creo que haya algo muy errado, tampoco expongo demasiado. Sí obviamente siempre se proyectan cosas en mí que supongo que no son tan así, son del que proyecta y uno no se puede hacer cargo de todo. Eso a veces genera cierto sufrimiento, para bien o para mal. Es un sufrimiento mutuo, del que endiosa y el que es endiosado. El que endiosa dice “por qué no seré como estos ídolos”. Y el endiosado dice “no, pará, yo nunca voy a llegar a esa imagen perfecta”. Y después otros que pensarán que soy terrible gil, qué sé yo, hay de todo. Tampoco se puede controlar.
Algunas semanas después de nuestra primera charla, cuando nos vemos en las oficinas de su productora y sello Doguito Records, en el barrio de Colegiales, Wos parece algo más estresado. Se cortó el pelo al ras y se lo tiñó de un rubio grisáceo. Lleva puestos una remera negra del PSG, una cadena pesada, pantalones anchos y unas Air Jordan negras, un look 100% rapero. El buzz por el lanzamiento de Oscuro éxtasis viene creciendo. Desde hace unas horas en las redes circulan especulaciones: Wos y Nicki Nicole publicaron, cada uno por su lado, una historia en el mismo extraño lugar, el paisaje apocalíptico de un sector en ruinas del antiguo Parque de la Ciudad, en Villa Soldati. Los fans de ambos se preguntan si grabaron algo juntos. Días después saldrá a la luz el video de “Cambiando la piel”, la primera colaboración entre el porteño y la rosarina que llegó a cantar en el programa de Jimmy Fallon. Cuando le pregunto a Wos si vio las reacciones, o si la publicación simultánea había sido una acción estratégica, se muestra sorprendido, ríe y dice “qué boludo, ni me di cuenta”. Se suponía que iba a ser una sorpresa.
El de Nicki es uno de los tres feats del disco: los otros son “Culpa” con Ricardo Mollo y “Niño gordo flaco”, con CA7RIEL. Al igual que en Caravana, el proceso creativo de Oscuro éxtasis fue un trabajo colaborativo entre Wos y Evlay, el joven productor estrella que además es el guitarrista de su banda. A fines de noviembre pasado, durante la gira por España, Evlay dice que los shows ahí son “un delirio a otro level”. “Hay temas en los que yo no toco casi nada, como en ‘Mirá mamá’, y me cuelgo mirando a la gente y es tremendo cómo la flashan con la letra”, dice.
Si Caravana fue el registro en tiempo real de una explosión, Oscuro éxtasis es la crónica del día después, un relato agridulce sobre la fama, el vacío y la necesidad de resurgir. Ese arco que se dibuja en el disco –de la tensión y la tristeza a la excitación y el baile– corresponde también a distintas etapas de composición. En eso que Evlay llama “juntas de aislamiento”, entre retiros en La Angostura y Roque Pérez –una ciudad bonaerense a 140 kilómetros de la Capital– y las sesiones hogareñas en Villa Urquiza, iban apareciendo las canciones. “Fueron cinco, seis etapas de composición. Real que para sacar esas trece canciones debíamos tener más de treinta”, dice Evlay. “En el medio salió el EP, y de esa idea surgió mucho del audio del disco”. Con respecto al crecimiento autoral de Wos, el productor dice: “Él es un deforme escribiendo, siempre lo fue y siento que maduró bastante como para yo poder entender dónde puede tirar toda esa data que tiene. Él es muy de estar atrás de la base. Es una bestia. Escribía algo en un avión, por ejemplo, y se convertía en un tema”.
A la playlist omnívora que comparten, Evlay había agregado varios tracks de Fatboy Slim, uno de sus favoritos. En un viaje en camioneta sonaba “Praise You”, con ese piano que Norman Cook sampleó de una histórica sesión de prueba de la marca JBL, y Wos se puso a rapear encima. Cuando el tema cobró forma pensaron en CA7RIEL, partícipe de la primera etapa solista de Wos y un amigo con el que se admiran mutuamente desde el día en que se conocieron en plaza Mafalda y terminaron tirando freestyle. “Conectamos al toque”, dice CA7RIEL. “Él tiene alma de niño y yo soy un boludazo total también”. CA7RIEL ya era una sensación de la escena urbana cuando Wos le pidió ayuda para montar su show y producir su primer disco. “Tenía miedo de enfrentarse al condenser”, dice Cato en alusión al micrófono. “No había escrito una verga nunca, todo salía de su cerebro en un instante, algo inusualmente zarpado. Así que mi rol como productor fue ponerlo enfrente de un micrófono y decirle a Yalve: ‘Metele Autotune’. Le pegué unas cachetadas para que grite y no hice nada más. El chabón es un puto genio, qué más voy a hacer. Fue como quien anda en bici por primera vez. El Autotune son las rueditas. Yo lo empujé un poco y después él mismo se sacó las rueditas. Qué me voy a andar metiendo yo en la mente de ese animal”.
Cuando Wos y Evlay le mostraron el boceto de “Niño gordo flaco”, CA7RIELse quedó tildado. “Los primeros tres acordes me quería matar, qué acordes de mierda, pensé. Pero después me di cuenta de que era una genialidad, a mí nunca se me hubiera ocurrido. Y después se hace muy fácil con el Wosito metiéndote en el mood. Es como cuando tocaba con él. El Wosito es muy fácil de conquistar energéticamente, lo podés llevar para cualquier lado. Es una persona tan sensible y empática que basta una miradita para que se contagie: vos saltás y él salta, te ponés triste y él se pone triste. A veces pienso que fue fácil ese gran crecimiento que tuvo en un tiempo tan pequeño, y después me doy cuenta de que no, que no fue fácil una mierda. No es fácil ser el Wosito, es un bardo: demasiada gente mirándote. A la vez, siento que le chupa un huevo todo y hace lo que quiere. Él es el rey del rap, él no traiciona su sentir, sus canciones se escuchan tal como él se siente. A todos nos importan los números, pero el Wosito está tan inserto en la industria que puede hacer lo que quiera y la gente lo va a respetar. Tiene likes y tiene respeto, que es lo más difícil de conseguir”.
Métricas aparte, la colaboración más relevante del disco es la de Ricardo Mollo. En su retiro patagónico, Evlay y Wos habían escuchado mucho Atahualpa Yupanqui, del que terminaron sampleando unos versos para el final de “Gato negro”. “Tiene algo muy rapero el chabón”, dice Wos. “Te las clava todas, tres punchlines seguidos y ni se alteró el hijo de puta”. “Culpa” surgió de la búsqueda de ese sonido de raíz folclórica y de la inclusión de Omar Varela, el productor responsable del “Loca” de Duki, big bang del trap argentino. “Lo armamos con esa viola de cuerdas de nylon lo-fi, el bombo legüero, le agregamos una datita de baile funk y ahí salió el estribillo”, dice Evlay como quien describe una receta. “La sesión con Mollo fue un delirio, top 3 de las mejores de mi vida. Nos decía: ‘Ustedes pídanme lo que quieran las veces que quieran, ustedes mandan acá’. ¡Era el fucking Mollo!”.
“Culpa” es también la cristalización del vínculo profundo de Wos con el rock nacional. Hijo de Alejandro Oliva (director de La Bomba de Tiempo) y de la cantante y actriz de improvisación Maia Mónaco, Valentín se crio cerca de los escenarios y los sets. A los 13 apareció en el canal público infantil PakaPaka probando el lenguaje de señas de percusión que había creado su padre, y a los 20 estrenó su primer protagónico en la película independiente Las Vegas. De chico tocó la batería en Los Mostacholis, una banda que hacía covers de los Strokes y los Redondos. Años después, sus citas ricoteras en “Canguro” y “Luz delito” le valieron la venia del Indio Solari. Ese es Valentín: un hijo pródigo de la bohemia que, mientras rapeaba con sus amigos en la plaza, iba a ver a Divididos al Luna Park y pensaba “ah, la concha de su madre, es la aplanadora de verdad”. Por un tiempo, recuerda, usó el ticket de ese show como imagen de perfil en sus redes. Años después compartió cartel con el trío en el festival MASTAI y, en cuarentena, rapeó desde su casa para una versión remota de “Sábado”. “Mollo es un referente –dice Wos–, alguien con el que siempre pensé que me gustaría compartir lo que sea. Cuando surgió ‘Culpa’ imaginé su voz entrando ahí, y una vez que apareció la idea dije ‘tiene que ser’. Le escribí y por suerte dijo que sí”.
Con su prólogo de rap vieja escuela, su recorrido climático y su eje conceptual, Oscuro éxtasis es un álbum en la acepción más clásica. Aunque la época imponga la lógica de los singles y las playlists, la cosecha de estos últimos meses de la escena urbana local –CA7RIEL, Paco Amoroso, Dillom, Duki, Wos, por nombrar solo algunos– constata la vigencia del disco de larga duración como forma creativa. “A mí el álbum me aparece como necesidad para crear”, dice Wos. “Me empezó a pasar que me quedaba corta la idea de hacer un single que no tenga su contexto. Cada vez me interesa más mostrar etapas o bloques y momentos en los que uno está creando y todo lo que pasa ahí adentro. En un video de tres minutos podés contar mucho menos de lo te está sucediendo, lo que estás experimentando, y el disco no te presiona a esa efectividad que propone un single. Es más abierto”.
–El tema que grabaste el año pasado con tu hermano (Manuel Oliva), “40″, tiene esa cosa medio punkie-stone. ¿Ves ahí una línea compositiva que podrías desarrollar más?
–No sé si lo puedo desarrollar más, pero me gusta hacerlo, salió así. Fue una toma, grabamos una vez y quedaron hasta las risas. Me gusta la libertad de poder probar de todo. La forma de producción de la época te permite eso, probar infinitamente. Son experimentos, y a veces creo que está bueno mostrarlos y no mostrar solo lo que estás seguro, lo que sabés que te sale. También está bueno mostrar cosas que ni uno entiende bien por qué hizo.
–¿Habías podido ver bastante rap en vivo antes de salir a tocar?
–Sí, por un lado, bastantes shows under de raperos de Argentina. Después, a Kase.O lo fui a ver tres veces. Fueron los shows que más he disfrutado. De España también había visto a Foyone. A Eminem en el Lollapalooza, que me quedé con ganas de verlo a él solo, porque estaba como a diez cuadras. A Kendrick también. Anderson .Paak, Nathy Peluso, que también es medio fusión. Ese tipo de cosas. Y después artistas que veía de chico del rap puro y duro, más del under.
–¿Canserbero es un artista importante para vos?
–Sí, muy importante. Es de los primeros raperos de habla hispana que escuché y me volaron la cabeza. Claramente uno de los referentes número 1. Nos abrió a mí y a todos un mundo en cuanto a la lírica muy zarpado, y esa voz... Lo quise ir a ver en vivo y me lo perdí. Cuando el chabón murió fue algo muy shockeante.
–¿Cómo te llevás con el trap? Tu primer tema conocido, “Púrpura”, tenía algo de eso, pero después no es un sonido que hayas cultivado mucho.
–A mí el trap nunca me enganchó demasiado, nunca fue un género que me haya gustado mucho hacer ni tampoco encontrado artistas que me vuelvan loco. Obviamente escuché todo lo que sacaron los pibes, mis colegas, y por esa cercanía se vuelve más propio y le encuentro el gusto, pero no es algo que sienta que tenga mucho para investigar desde mi lado. Capaz que estoy equivocado. Si bien “Púrpura” tiene una base con cadencia de trap, no sé si lo definiría como un típico trap. Después creo que lo mío fue decantando solo hacia algo cada vez más alejado, de poca a nula incidencia de eso. Tampoco sé qué evolución tendrá el género. Creo que muchos artistas de trap están mutando.
–¿Qué te orienta a la hora de tomar decisiones sobre tu carrera?
–Siempre es difícil, pero en general priorizo lo que tenga que ver con el largo plazo, recordar que es un camino y no tirar todas las balas ahora. Nunca lo vi como hacer lo más grande que pueda lo antes posible, mostrar por mostrar, siempre buscamos que tenga un sentido en relación al camino que pensamos, con lo que me siento más representado, más a gusto, y mechar con cosas que quizás no son las que siento como mi ideal, pero que también está bueno hacer y generan cierta apertura y visibilidad para otros lados. Creo que lo principal es mantener cierta coherencia con uno mismo, con lo que te gusta hacer y la historia que querés contar para adelante.
–¿Proyectás mucho a futuro?
–Lo pensamos. Sobre todo en este parate, que hubo mucho tiempo para pensar. En 2019 no tenía tiempo para nada y todo se iba dando en el recontra momento y me iba sorprendiendo minuto a minuto. Ahora se dio un tiempo para sentarse, planificar, básicamente porque era lo único que podíamos hacer (risas). Lo que no me gusta es el futurismo al pedo, proyectar cosas gigantes, me gusta más vivirla e ir sorprendiéndome con lo que suceda durante el camino. Siempre está bueno trazar un camino con una lógica y que se pueda ir modificando sobre la marcha. No estar atado al gran plan. Está bueno dejarse cierta libertad de acción.
–¿Qué tan competitivo sos en tu carrera musical, viniendo de un ámbito tan puramente competitivo como las batallas de rap?
–Está un poco esa cuestión, es medio inherente al humano, además de que, como decís, vengo de un lugar competitivo. Creo que con la música es distinto porque justamente lo que se genera es algo muy propio, no tiene mucho que ver con lo que haga o deje de hacer otro, a diferencia de las competencias, que son contra un otro y necesitás ganar para seguir. Acá tiene más que ver con competir con tus expectativas, con uno y con la propia cabeza. Inevitablemente se generan expectativas importantes, sí. Pero porque es lo que me apasiona y lo siento así, como algo grande.