Todo parece excesivo para Nathy Peluso menos el control de su propia carrera: quiere englobar a todas las latinas y llevar al límite el buen gusto mientras le perrean el corazón en igual medida que la cuestionan
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La uña larga de acrílico blanco en degradé a verde flúo de Nathy Peluso escarba un huevo revuelto sobre una tostada. Busca el “aguacate” del sándwich de palta que pidió en un café de Núñez. No lo encuentra. “Esto no es huevo, es como un preparado”, dice con cara de asco, pero mira sobre su hombro y ve unas trabajadoras desbordadas por clientes que reclaman. Se da por vencida y se come el sándwich que, de verdad, luce mal. Ese será el único alimento por las siguientes horas para la nueva estrella latina que prepara su secreto ascenso desde el sur al mercado anglosajón. “Todo es orgánico en mi carrera, nada es forzado”, repite varias veces en las entrevistas. Nathy parece una piba porteña de los 2000, a la que le cuelga un osito de peluche de la riñonera y se cubre media cara con una gorra que dice cries in spanish, pero en un par de horas se transformará en una mujer de negocios que controlará su imagen de mujer sensual hasta el último milímetro de su cuerpo en la sesión de fotos para la tapa de Rolling Stone. Una verdadera business woman en función del personaje que interpreta esta temporada. Tal vez la tercera Nathy Peluso que dio a conocer hasta ahora.
Si esto fuera una película tipo documental sobre su carrera, acá vendría un corte. La escena que sigue incluye a Nathy, que está a pocas horas de subirse a un avión para viajar a Miami a los Premios Lo Nuestro, donde está nominada a mejor artista femenina revelación, categoría que terminará ganando Nicki Nicole, la artista de tapa de RS en enero pasado. Aprovecha el viaje y se queda unas semanas, empieza a grabar cosas que mantiene en secreto. A los pocos días se muestra en Instagram con el colombiano J Balvin, la megaestrella de la música urbana latina. Cardi B lo festeja en las redes. Algo está tramando, pero no quiere decir nada. “La onda realmente es conquistar el mundo, ¿vos te podés llegar a imaginar que yo sea conocida mundialmente? Sería algo raro, ¿no? Que una mujer como yo… sería una mujer muy famosa sin los dientes hechos”, y larga la carcajada.
Corte. Su ascenso meteórico comenzó en 2018, cuando juntó un par de canciones en un disco, Esmeralda, y casi en simultáneo sacó el single “Corashe”, que las pibas argentinas eligieron como un himno feminista sin que ella tuviera noción de la marea verde que crecía en su país natal. El éxito de esa canción la hizo volver a Buenos Aires después de muchos años, tantos que no puede sacar la cuenta porque no se acuerda bien. Es que nació en Luján, creció en el barrio porteño de Saavedra, pero emigró a España con su familia a los diez años, y luego solo volvió una vez en la pubertad, en esa época donde no prestaba mucha atención a lo que pasaba, y el recuerdo es borroso. Pero es 2018 y su primera fecha en su país es en Niceto Club, que agotó las entradas en cuestión de horas. Entonces lanzó un Groove, que explotó más rápido, y luego un Ciudad Cultural Konex. Comenzó el fenómeno Nathy Peluso en Argentina. Y volvió a España, triunfante, como profeta en su tierra.
Otra escena, esta vez en pandemia. Nathy está en su casa en Barcelona y todo el contacto con la realidad externa pasa por el teléfono. Le llega la noticia: “Nasty girl”, como le dice a la BZRP Session #36 que hizo con el productor Bizarrap, el artista argentino más escuchado en las plataformas digitales, alcanzó los 100 millones de reproducciones en YouTube (al cierre de esta edición está cerca de los 190) y se convirtió en el hit más grande de su carrera. Como en “Corashe”, otra vez con su lírica corre al macho que arruga frente a sus curvas, su decisión, su deseo, y se vuelve como un himno. Casi 750.000 reversiones de la Session con Bizarrap fueron hechas en TikTok. Su cuenta de Instagram triplicó sus seguidores en los dos meses siguientes. “Este culo es natural, no plastic”, es la bandera de la temporada, y así, entró en el circuito mainstream del trap local y, sobre todo, metió un hit global.
Último corte. En la cúpula del Centro Cultural Kirchner se graba en vivo la participación en los Grammy Latinos 2020. Fito Páez está de saco rojo sobre un piano blanco y ella aparece como en una escena de Flashdance, con mallas y calzas color fucsia, mientras da vueltas como un carrusel sobre el parquet. Frena, dramática y mojada, y mirando a cámara canta la versión tanguera de su hit “Buenos Aires”, ese que grabó en La Diosa Salvaje, el estudio del Flaco Spinetta, y con sus músicos. La canción, que es parte de su segundo disco, Calambre, cruza las fronteras generacionales y de su repertorio es la que más les gusta a los rockeros. “Ella es una artista imponente”, dice Fito consultado por Rolling Stone. “Es difícil de adjetivar porque es una rara avis, es una artista sin miedos, una mujer con visiones muy claras, es audaz, está permanentemente fuera del lugar común de la corrección política”. A Nathy ya la conocen todos.
Pero, ¿quién es Nathy Peluso? Una porteña que dice que Madrid le dio todo. Una joven artista de 26 años que habla como argentina y canta con modismos caribeños y centroamericanos, como si fuera todas las latinas en una y lo latino fuera unificable. “Yo soy la mulata, tengo la boca de plata”, canta en “Corashe”, el primer personaje que dio a conocer. El que le siguió, en 2018, fue el de la polémica. Con el EP La Sandunguera, se convirtió en una cubana llorona y en “Natikillah” se hizo unas trenzas afro y la piel más oscura. Apropiación cultural, blackface, racismo y acusaciones de plagio a Hurricane G, la rapera boricua de los 90, son algunas de las conversaciones que hay en las redes cada vez que saca una canción. Su cuerpo, sus decisiones estéticas, su vocabulario, su relación gozosa con la comida y el sexo, su control y autoexigencia, todos parecen flancos válidos para asomarse a su mundo. ¿Son personajes de ficción o es un exceso de inspiración performática? ¿Es respeto o marketing con la identidad de otros? ¿A los hombres se les exige lo mismo que a ella? ¿Qué es real en Nathy Peluso? La pasión con la que encara el escenario es proporcional al amor de sus fans y a las críticas que recibe. Ese carácter popular que encarna, entre el desborde de opulencia y la vulgaridad, la coloca en el filo, en el borde de muchos límites sociales. Parece estar a punto de ser cancelada y a punto de ser endiosada de manera constante y en simultáneo.
Baja con cara de cansada del loft que está alquilando por unos días en Recoleta. Cada vez viene por más tiempo a trabajar a Buenos Aires, aunque su contacto con Argentina parece haber estado suspendido durante su niñez y adolescencia. Habla como porteña, vosea, dice “viste”, alarga las eses y mete algún “boludo”. Son las once de la mañana de un domingo caluroso de febrero, tarda bastante pero baja. “Perdón, me quedé trabajando hasta muy tarde”, dice, y se vuelve a disculpar porque va a poner música desde su teléfono para relajarse. Está estresada por la agenda del día. En el viaje nos enteramos de la muerte del expresidente Carlos Menem, googlea su cara, como si no la tuviera presente, “qué barba más rara”, dice ante las clásicas patillas noventeras del riojano. Suena “Llorarás”, de uno de los máximos referentes de la salsa, el venezolano Oscar D’León. La playlist de música caribeña va a sonar por las siguientes ocho horas, no importa dónde esté o si hay otra música ambiente. Fuera del personaje, Nathy es Natalia Peluso. Tiene el pelo planchado y luce como una chica de barrio, nadie la reconoce. Como una boxeadora, va tomando agua mineral con una bombilla gruesa que parece una manguera, y hace burbujas dentro de la botella. La Session #36 con Bizarrap es un éxito mundial y su disco Calambre gana críticas positivas y escuchas de parte del público, pero ella no parece sorprendida. Habla con un discurso de seguridad como si todo lo que le pasara fuera el único resultado posible de su disciplina de trabajo.
“Mi carrera se viene fraguando desde que soy muy chiquita y fue algo premeditado”, dice en la camioneta que nos lleva al café de Núñez. Cada tanto pispea para afuera y pregunta dónde estamos y dice qué linda esta zona tan arbolada. Creció en Saavedra y, aunque afirma no tener muchos recuerdos, cuenta de su perseverancia para agarrar la sortija de la calesita y seguir dando vueltas, de la casa de pastas donde su mamá compraba los ravioles y los ñoquis de colores, de algunas cuadras que caminaban todos los días. En su casa había discos y más discos, sus padres escuchaban tangos, boleros, rock nacional, y música de todas partes del mundo. “Una vez hicimos un viaje a Brasil y flasheamos con la música, yo era chiquita pero me acuerdo. Caetano Veloso y João Gilberto fueron muy importantes para mí”. En 2004, cuando ella tenía 10 años, su papá, un psicólogo que nunca ejerció y que trabajaba en YPF, y su mamá decidieron emigrar a España con ella y su hermana seis años menor.
“Para conservar mi historia más íntima te lo voy a resumir”, y así adelanta que el control lo va a tener siempre ella, que todas las respuestas ya las tiene pensadas. “Fuimos probando suerte por distintas provincias de España hasta que yo me enraicé cultural y vitalmente cuando pude irme a Madrid, ahí hice mi carrera y empecé con mi proyecto seriamente, para mí esa es la ciudad que me dio la oportunidad”. Pero antes de eso estudió. Primero fue Comunicación Audiovisual en Murcia, una ciudad universitaria en el sureste de España. De esa época se puede ver en YouTube el video de su canción “Tu raíz”. Natalia está en un monte con unos compañeros de la facultad, uno con la guitarra acústica y otro que la acompaña con una percusión. Es una canción de reggae de su época de cantautora, cuando componía con guitarra y ahí se puede ver el germen de su forma de cantar, un tímido rapeo, unas partes en inglés, y lo teatral en su rostro de adolescente. Es Murcia pero podría ser Tilcara. Su look de falda larga y pelo natural hasta la cintura es el típico de jovencita que está en la facultad y podría ser la de Filosofía y Letras de la UBA, aunque no. “Ves, no fue de un día para el otro”, dice. El video es de 2014 y hay otros de esa época en su canal: ejercicios de canto, covers de Ella Fitzgerald, Patsy Cline, Ray Charles.
Se equivocó con esa carrera, y se fue a vivir a Madrid a estudiar Pedagogía de las Artes Visuales y la Danza en la Universidad Rey Juan Carlos, lo que ella llama “teatro físico”. Natalia pensaba que esa carrera le iba a permitir tener una vida artística con una buena salida laboral como docente, pero rápidamente todo cambió. Para pagarse los estudios, que no llegó a terminar porque se hizo conocida antes, trabajaba cantando en hoteles y restaurantes. “Sin saberlo ahí ya me estaba instruyendo a mí misma, mi presencia, mis dinámicas en el escenario. Fue muy sacrificado, eran muchas horas arriba de unos tacos, me hacían vestirme sexy, era muy incómodo. Ahí yo medio me curtí, y luego la carrera es fundamental porque ahí desarrollo mi máximo potencial individual”. Habla de lo orgánico, de la pureza artística, de su niña interior, y de cómo esa carrera fue crucial para proyectar la seguridad que ya tenía.
“Es de las pocas formaciones que tuve, siempre fui muy autodidacta”, y cuenta que nunca tomó clases de canto, aunque sí participó de un coro. “Yo soy mi propia maestra, me aprendo a mí misma, no hay nadie mejor, me doy cuenta de lo que me funciona. Hay muchos maestros en la vida, para mí el escenario es un maestro, hacer una gira de 200 shows me curtió más que cualquier clase”.
En Madrid, la ciudad del agite, como le dice ella, se juntó con una crew de raperos con quienes empezó a probar algunas cosas, un flow que había adquirido cuando escribía poesía instantánea con una máquina de escribir Olivetti en la calle y en el subte. Así se ganaba unos euros: la gente le daba una palabra y ella le vendía un poema que le surgía en el momento. “Con eso yo me di cuenta de que era super buena escribiendo en verso, y a mí siempre me había gustado el hip-hop pero nunca me había planteado ser rapera, para nada. Empecé a jugar con mis versos, a improvisar sobre bases bastante low-fi de Internet y me di cuenta de que era buena”. Eso la llevó a conectarse con algunos productores, a armar sus propias canciones, como “Trenzas bolivianas” o “Keomumu”, que están subidas en su canal de YouTube, y que son canciones muy independientes. “Las producía con palitos y ramitas, luego ya supe para dónde quería ir y me empezó a producir otra gente”.
La primera canción conocida fue “Esmeralda”, que tiene ese video pulpfictioano donde está rapeando en cámara lenta frente a un café y sostiene un paraguas que la ilumina desde adentro, en un callejón oscuro. Llamó la atención con su estilo de fraseo, su descaro en las letras, su spanglish, entonces siguió probando, jugando con nuevas canciones como “Sandía”, “Oreen Ishi” y “Alabame”, las recopiló todas y sacó su primer disco en 2017. “Flasheaba una rarísima, pero me encanta”, dice sobre esa primera Nathy Peluso, mientras mira los videos desde el teléfono en la entrevista para su primera tapa de Rolling Stone. “Ese fue como un salto al mainstream, muy chiquito, independiente, pero la gente me conoció, me levanté la remera, un revuelo, en esa época había un movimiento mucho más light en torno a la mujer, viste, parece que fue hace mucho pero no fue hace tanto, fue hace 5 años, ¿puede ser? 4 o 5 años”. A los meses sacó “Corashe”.
‘La imagen y el gran pop son indisociables”, dice el crítico musical Mark Fisher. Para él, los conceptos sin una representación sensual carecen de valor tanto en el pop como en el arte, y Nathy de alguna forma lo sabe y lo domina. Arriba del escenario Natalia Peluso se transforma en las mil caras que ella le crea a Nathy Peluso. El 28 de noviembre de 2018, se subía a su tercera fecha en Buenos Aires, tres miércoles seguidos de agotar entradas. En el Abasto las pibas venían con el glitter y la euforia de una marcha, pero iban a ver a su nueva estrella. Nathy pidió que taparan todo el acceso al escenario del patio para aparecer desde el medio sin ser vista, que la fantasía pop estallara ni bien saliera con su vestido amarillo. Nathy sabe del artificio del pop. Bailó y cantó como si no hubiera mañana. Una pierna la revoleó para allá y un brazo para arriba, el culo parecía en modo centrifugado del lavarropas. Las 2.350 pibas gritaban “te hace falta corashe” y levantaban el pañuelo verde que pedía por el aborto legal sobre la canción que se convirtió en un himno casual de la generación más joven de feministas. Nathy llora, como lo hizo en Niceto y en Groove durante la semana. “No tenía ni idea. Me tiraron el pañuelo verde y lo levanté. Y no me voy a olvidar nunca lo que sentí, fue un grito muy fuerte”, dice en el café de Núñez mientras con la yema de los dedos agarra los cubiertos de plástico para cortar el sándwich de palta sin palta. “Sí sabía de qué era, pero no era consciente de la data que tenía adentro, sabía que representaba algo pero no sabía el fenómeno que había atrás, de fuerza, la pasión que conllevaba”. Sin el movimiento Ni una menos que nació en Argentina en 2015 y con el aborto legalizado desde 2010, en España no había una marea verde como acá, el feminismo logró una masividad ese 2018 con las huelgas por el 8M y más vinculado al #MeToo.
Nathy no planifica, dice ser una catalizadora, una especie de comunicadora o mensajera de lo que su público está sintiendo. Que escribe y canta sobre los mismos temas que podría hablar con una amiga mientras toma mate en el living de su casa, y pareciera que las discusiones sociales no llegan del todo a su radar. Tampoco está tan al tanto de la música nueva o de los referentes que aparecen, dice que trabaja todo el día y no tiene tiempo ni para hacerse amigos nuevos ni para investigar mucho. No quiere perder la concentración, está enfocada en el trabajo, en dar el mejor show posible. Si su canción fue un himno de algo, no generó en ella una curiosidad sobre el tema. “No, no investigué sobre el feminismo, simplemente viví, lo disfruté. Nunca hice esa canción con ese objetivo… pero aprendí un montón hablando, me empapé de mi público, equivocándome, viendo lo que sentían las mujeres con mis letras, hablando con ellas, siguiendo sus discursos. No soy una persona que se instruya de una manera clásica, no soy una persona que le guste leer muchos libros, me instruyo a través de la vida, esa es mi manera, mi filosofía. Me gusta vivir y equivocarme y que alguien me corrija, y charlar, preguntar por qué, argumentar, escupir, y ahí aprendo”.
“¿Tenés miedo de equivocarte y que te cancelen?”, pregunto. Ella contesta rápido, con naturalidad: “¿Qué es que te cancelen?”. Su respuesta me toma por sorpresa e intento explicarle. Recuerdo una nota de 2019 en Futurock donde Noelia Custodio le pregunta algo sobre las personas no binaries y Nathy le pregunta qué es ser no binarie, a qué se refiere, con la misma naturalidad. Tartamudeo con los ejemplos y le cuento que es una nueva modalidad virtual donde los fans retiran su apoyo y les hacen un vacío digital a las personas que incurren en alguna acción que pueda ser leída como homo-transfóbica, racista, misógina, gordofóbica o clasista. “¿Y por qué me cancelarían a mí?”, me responde. El aire acondicionado está fuerte, pero siento el calor que genera explicarle algo así a alguien que jamás escuchó hablar de esto, como cuando hay que responder las preguntas sobre redes sociales de los padres. “Yo soy muy respetuosa, siento que si una se guía por su instinto y bajo sus principios, y si es respetuosa con lo que la rodea y no se va a la mierda…”, dice pero se queda pensando. Yo también. Sigue: “El triunfo es ejercer una carrera y recordar que somos humanos, que nos podemos equivocar. O sea realmente hay que entender que los artistas tenemos equivocaciones también, estamos aprendiendo. La gente es muy exigente. Siempre va a haber alguien que lo entienda. A mí eso de que me dejen de escuchar no me da miedo porque sé que no va a ocurrir, o sea porque sé que mis principios son puros y que no tengo maldad, sé que hago esto por amor y que es mi función en la vida. O sea, ojalá nunca pase, no me gustaría, me pondría muy triste”.
Hay una mención solapada a las críticas que recibe de manera constante por el lenguaje que utiliza en su música y las personificaciones estéticas en sus videos, lleno de modismos propios de Cuba, Puerto Rico, Estados Unidos, Venezuela, como una coctelera idiomática-identitaria, que muchas activistas reconocen como apropiación cultural, incluso algunas lo llaman racismo. “Ahora ya no me importa, porque me di cuenta de cuál es el discurso”, afirma sin dudar ante la pregunta sobre esos cuestionamientos. “Esos argumentos no tienen mucho sentido porque realmente soy latina y la apropiación cultural es algo que para mí es limitante en el arte, porque la cultura es algo que –siempre que se haga bajo el fundamento del respeto– me parece que hay que compartirla y hay que aprenderla, hay que gritarla, hay que hacerla conocer para que no quede solo bajo una frontera. La música es humana, es natural, convive y se aprende, se fusiona. Es una pena, pero son discursos limitantes”, dice en un speech que parece preparado para responder esa pregunta.
Sabe y reconoce haberse equivocado en el pasado, “por ignorancia o inocencia, pero ya rectifiqué y aprendí del discurso de mi público, así como aprendí del feminismo, aprendí también de eso y de dónde están los límites”. No lo menciona porque no quiere darle ruido, pero habla de cuando publicó el video de “Natikillah” en 2019 y usó las clásicas trenzas timini de la cultura afro. “Hago lo que hago porque me apasiona la música y ya está, no pretendo más nada, si alguien se ofende es porque quizás es malpensado. No me puedo hacer cargo de malpensar todas las posibilidades que puede haber en el mundo con lo que yo haga, porque si no no haría nada”.
Nathy dice que se trata de personajes que se le aparecen a la hora de componer las canciones, que es pura ficción, y que esas referencias, tanto en el lenguaje como estéticas, vienen de todos sus consumos culturales: las películas de Lynch, Tarantino y Almodóvar, las inflexiones en la voz de las cantantes de jazz, de salsa y tango, del fashion y la moda, de todos los acentos de sus amigos inmigrantes en España. La coctelera de links que conforman a Natalia y que la ayudan a componer a sus múltiples Nathys.
En 2004, el año en el que los Peluso se fueron del país, según el Instituto Nacional de Estadística de España, hubo 130.000 personas que emigraron desde Argentina, un número en crecimiento desde la crisis de 2001. La cifra asciende a 1.219.000 de personas si se tienen en cuenta los migrantes de Latinoamérica y el Caribe. Como una familia de clase media trabajadora, los espacios de socialización estaban llenos de latinos. “Cuando fuimos acabé en un lugar donde había muchos inmigrantes, casi más que españoles, porque fue una época en la que hubo una marea de inmigración de peruanos, ecuatorianos, colombianos, boricuas y argentinos”.
La joven Natalia aprendió a bailar salsa con un noviecito colombiano que tenía de piba. Los latinos convivían con la gran masa de inmigrantes rumanos que pueblan España, y en ese ambiente creció desde los 10 años cuando con su familia decidieron probar suerte en el viejo continente. “Todo eso me re influyó, fui a la escuela con todos latinos, casi ningún español, y todo eso convive en mí como una belleza que yo amo, que me pertenece, que es mi vida, son mis recuerdos y mi cultura”. El exilio, en un punto, exacerba una idea de latinoamericanismo Uno de los elementos más importantes para ella es la salsa y Cuba, aunque nunca fue a la isla, pero sí la estudió con pasión en sus años de carrera universitaria, con la profesora Alicia Alonso, bailarina cubana internacional, los compañeros cubanos del coro, las maestras que tuvo en la escuela. “Y también tuve a mis hombres cubanos, mis amoríos”, dice.
Ni bien apoyó un pie en el set para la tapa de Rolling Stone, Nathy cambió totalmente. La salsa seguía sonando pero esta vez desde un parlante y ella evaluaba todas las propuestas de vestuario, maquillaje, y peinado con estricto criterio. “Esto es demasiado femenino”, descartaba. “Esto puede ser”, y se lo probaba. No quería que la vieran, quería decidir sola, sin interrupciones. Ya frente a la cámara de Inés Auquer, el dominio sobre su cuerpo y su estética era total. Le pidió a alguien que sostuviera un espejo bien cerca de la lente así podía hacerse una idea de lo que la fotógrafa estaba viendo. Se doblaba como una pitonisa en una calza amarilla y sus curvas brillaban como su boca. Una semana después, y por videollamada desde Miami –aunque ella no prendió la cámara porque estaba recién levantada después de una noche de fiesta en lo de Christina Aguilera–, se explica: “Es que soy capricornio”. No da excusas, se reconoce como una hinchapelotas del control. “Forma parte de mi creación, ¿quién mejor que yo sabe lo que yo quiero dar? ¿y quién mejor que yo sabe cómo quiero darlo? La que mejor lo conoce soy yo, entonces no quiero que se quede a medias, quiero que sea hasta el final, sacar el mejor partido de la situación, y eso solo va a ocurrir si yo estoy liderando”.
Se pliega y se retuerce, mantiene la pose, los músculos apretados, se mira al espejo, mira a la cámara, Inés dispara. “Nathy sabe exactamente lo que quiere, pero también confía, y cuando confía se abre a la propuesta. Sabe lo que no quiere, lo que no va, al toque”, dice Diego Fraile, su peinador, su amigo, a quien busca en la sesión de fotos para preguntarle qué piensa, para cuchichear, para reírse. Frente a la cámara se convierte en una mujer-animal sensual, hipnotizante, una gacela o una serpiente, que genera miedo y atracción en partes iguales. Todos la miran y ella se concentra, busca sus curvas, saca sus piernas, la boca a la cámara.
“Claro, yo tengo una percepción de mi cuerpo que quizás no es la misma con la que me ven los demás”, dice por Zoom, y suena como una chica cualquiera con sus complejos de piernas demasiado grandes para los estándares de delgadez. “Cuando crecí, y gracias a toda esa búsqueda interna que hago, me di cuenta de que era algo super sexy, pero porque una tiene que girar la tortilla a su favor mami, o sea si hay algo que nos incomoda tenemos que darnos cuenta de que la única manera de vencer a eso es enfrentarse como si eso fuera nuestro amigo. Entonces, ¡mirá esta pierna mamá!”, grita en el primer momento de relajación de la entrevista. Del cuerpo y el empoderamiento sí le gusta hablar.
En esta especie de personaje más urbano que interpreta ahora, hay algo que Nathy Peluso no deja de lado. Un carácter excesivo, popular y gozoso. Como si fuera una neo Coca Sarli que los domingos te prepara unos fideos a la bolognesa, se ríe a carcajadas que retumban por el PH porteño, se repliega en una sonrisita picarona, te baila en bombacha sobre el parqué y te deja lista para la siesta. “Es que es eso, la cremosidad del queso”, dice y afirma la analogía. “Puede parecer algo de mal gusto hablar de eso, o de sexo explícitamente, hablar del placer, de cosas que está mal visto hablar, pero yo creo que pasadas por la elegancia, por el descaro también… ¡alguien tiene que decir esto, porque si no vivimos muy preocupados! Ya te digo, no lo hago conscientemente, es mi manera de ser, es como vivo la vida”.
Su comportamiento es como el de una amiga: quiere desabrocharse el primer botón del pantalón después de comer, hablar con sinceridad del sexo y el amor, comer un chocolate, dejar de fingir públicamente que la vida íntima de las mujeres es pura contención, “eso sí que no es real, es como tener un corset de imposiciones que no te dejan disfrutar”.
Y eso lo sufre. Que sus dientes son chuecos, que su nariz no es pequeña, que vaya a un cirujano, que su culo es muy grande, que no diga eso, que no haga aquello. Desde un tiempo a esta parte forzó una característica más, un ojo más claro que el otro. “Me pasa cuando me da el disgusto”, dice y deja que la fantasía corra.
“La realidad de la milanesa es que no les gusta que las mujeres tengamos una voz propia y seamos vanguardistas y propongamos puntos de fuga sociales y tengamos una voz con carácter que dice cosas serias y que les mueve el piso, porque eso se supone que lo hacen lo hombres, y si lo hace una mujer provoca desconfianza… ¡No! ¡Hay que callarla! ¡No! ¡Que no hable!”, y rápidamente se calla. Le da mucha bronca hablar sobre eso, sobre las imposiciones que siente desde las redes sociales y desde el mercado. Respira, cuenta hasta diez, y dice: “¿Sabés qué pasa? Yo tampoco lo hago como un deber, simplemente es mi insistencia, lo hago porque no sé hacer otra cosa, entonces me la banco. Me la banco porque esto es mi pasión, entonces no hay nada que me vaya a frenar, nada, absolutamente nada, solo que me lleven en contra de mi voluntad”.
Esa decisión no es solo estética, Nathy tiene completo dominio sobre su universo creativo-musical. En Internet, por ejemplo, se puede ver a Bizarrap charlar con el streamer Coscu sobre la creación de la Session #36. El productor más importante del trap local le muestra el mensaje de audio que recibió de ella como respuesta al beat que le había mandado días antes. Nathy, en un minuto, improvisó una melodía que es exacta a la que quedó. Se los ve a los dos flashear con lo preciso y rápido de su creación, una construcción que puede demorar mucho tiempo, ella lo hizo en un mensaje de voz por WhatsApp. Consultado por esto, Bizarrap dice que entre los dos hicieron “una combinación épica”. La canción se convirtió en el segundo gran hit de la carrera de ambos, con frases repetidas como figuritas por toda Internet, como: “Qué buena vista tenés cuando me ponés a cuatro patas”, “Pa’ decir la verdad no necesito estar borracha/ Tu honestidad barata no me baja la bombacha” o “Que te guste es normal/ Me buscaste, lo vi en tu historial”.
Para Bizarrap, que el ritmo haya sido un boombap y que no tenga el clásico hi-hat del trap fue clave desde lo musical para que resalte, que suene como un hip-hop de los 2000. “El comentario con más likes de la canción dice ‘me sentí una mujer empoderada y soy hombre’, yo creo que todas las mujeres que escucharon ese tema se sintieron identificadas y es un tema para dedicar y bailar a la vez”, dice el productor. El dato más interesante es que ese segundo estribillo que está al final, donde dice “I’m a nasty girl, fantastic”, no estaba incluido en el tema. “Entró por la ventana y terminó siendo lo que hizo que la canción sea un hit mundial, lo que la gente más canta y repite”.
El hit fue tan grande que propulsó a Nathy en los charts globales y despertó el interés por su disco recién salido, Calambre. El primer larga duración que grabó con Sony Music y la convirtió en una de sus grandes apuestas internacionales. Grabado entre Miami, Los Ángeles, Buenos Aires, Madrid y Barcelona, entre géneros como el hip-hop, la salsa, el jazz y la cumbia, el disco tiene un poquito para cada público, un salpicadito de todo lo que puede hacer ella con su voz y con su flow. Compuestas todas por ella, contó con la producción del trece veces ganador de Grammy, Rafa Arcaute, productor también de Lali, Illya Kuryaki & The Valderramas, Calle 13, Aterciopelados, Diego Torres, Babasónicos, Andrés Calamaro y Luis Alberto Spinetta. La proyección al mercado anglosajón parece impostergable, sobre todo cuando los charts son cada vez más poblados de artistas latinos y porque ella ya llamó la atención de músicos como Nicky Jam, quien dijo públicamente que quería trabajar con Nathy, o Cardi B, que se considera fan y sube videos cantando sus canciones. “Me gustaría, tipo, hacerme muy conocida en Estados Unidos”, dice con su acento y modismos porteños. Los featurings parecen el paso inevitable y esa foto en su Instagram con J Balvin se lee como una promesa. Ante la pregunta, insistente, no quiere contar nada de sus próximos pasos, porque no quiere develar la sorpresa, no confía o por cábala para que salga.
Nathy arma cada canción como una pieza de ajedrez de su carrera musical: quiere hacer una de cada estilo, fundar su marca, que la gente la reconozca en cada una de sus propuestas para después poder hacer colaboraciones y divertirse más, cuando su público ya conozca su personalidad. Después de componer la melodía, se las lleva a sus “manos derechas musicales”, como llama a sus productores, para que le den forma. Quisiera saber tocar todos los instrumentos, pero se da maña con la guitarra y el piano, aunque su instrumento es la voz. Se graba notas en el celular cantando las melodías y trabaja mucho sobre la improvisación, después les dedica días a las letras, a ajustar las métricas.
Cuando la canción va hacia algún ritmo en particular, es ahí cuando arma “el altar musical” para cada una de ellas, como dice. Eso quiere decir que busca pequeños lujos para sus canciones, que llama a representantes de cada género, a los mejores músicos de sus culturas para que la ayuden en el armado del tema. “Puro veneno”, la salsa del disco, está grabada en Puerto Rico y arreglada por el legendario Ramón Sánchez. “Buenos Aires”, por una selección de músicos que acompañaron a Spinetta como Javier Malosetti, Guillermo Arrom y Sergio Verdinelli. “Lo hago con mucho respeto, para mí la música es el bien más preciado entonces la quiero cuidar, también la quiero acercar, entonces es la balanza de crear y también rodearse de gente de la que aprender de eso”.
En la presentación de los Premios Goya 2021, Nathy cantó “La violetera” de Sara Montiel junto a la Orquesta Sinfónica de Málaga, un cuplé muy famoso español que la estrella de cine eternizó en 1958. Nathy, envuelta en un vestido de raso con apliques de gardenias, hizo una reversión de esta balada que dejó atónito al público español. Su versatilidad es su marca. Se inspira, reversiona, toma de otras artistas los elementos que necesita para hacer su performance.
No hay que navegar demasiado Internet para llegar a las acusaciones de plagio. Hurricane G, una rapera boricua de los noventa, es el caso más notorio. Su canción “El barrio” suena muy cercano a “La Sandunguera”. No tanto por la canción en sí, sino por la inflexión en su voz, el fraseo y las acentuaciones que Nathy usó en ese segundo personaje que dio a conocer. El personaje y la identidad sonora son tan cercanos que se confunden. En la edición española de la revista Vanity Fair, en 2018, ella dijo: “Lo cierto es que cuando empecé a rapear hace dos años Dano, otro artista argentino que es como mi hermano, me dijo qué le recordaba y me puso una canción suya. (...), dio la casualidad de que nuestros timbres coincidían. Reconozco que el salero también es parecido, pero si fuera una inspiración no tendría ningún problema en admitirlo. Soy consciente del talento que tengo y no me hace falta copiar a nadie. Puedo reinventarme continuamente sin tener que imitar a otros”.
En 2021, desde Miami, al consultarle sobre esto, cambia el tono de voz. La incomodidad reaparece, y me dice: “¿En serio me hacés esta pregunta?”, y le habla a alguien más que está en la habitación y no puedo ver porque tiene la cámara apagada. “Me están preguntando por lo del plagio de Hurricane G, no era para nada necesario esto, no me gusta nada”, le dice a quien la acompaña. Se enoja, y me hace dudar. ¿Está mal que le pregunte sobre esto? ¿Les pregunto a los raperos o traperos argentinos si lo copian a Tupac o a cualquier otro referente del hip-hop de Estados Unidos de las décadas anteriores? ¿En las redes los acusan de plagio como lo hacen con ella? Hay un componente machista, seguro, y tal vez porque ella sea mujer y se diga feminista la presión sea mayor. Lo que es cierto es que al escuchar esa canción de la rapera boricua es imposible no escucharla a Nathy Peluso y, si ella lo sabe, ¿no es invisibilizar a otra música? Es la primera vez en las entrevistas que compartimos que la escucho hablar sin el tono casete de haber pensado todas las respuestas previamente. “Lo único que tengo para decirte de eso es que yo les tengo mucho respeto a todas mis compañeras y nunca le faltaría el respeto a ninguna, y para nada es real todo lo que la gente dice de mí, no me conocen”.
Le digo que está bien, que es algo que le tengo que preguntar y que ella puede elegir no responder o cómo contestarlo. La noto molesta, aunque baja el tono. Me dice que le apena, que le baja el nivel a la entrevista que había sido tan buena. Que es la tapa de Rolling Stone. Antes de cortar le pregunto si quiere decir algo más. Me dice que no, que hablamos de todo.
Siempre al borde, Nathy recibe críticas de manera constante por esto y por los personajes que crea, interpretando culturas que no le son propias. Si bien demostró con su versatilidad –y, sobre todo, en la pasión de su escenario– que es una artista de un amplio rango, su estilo parece ser siempre leído como una provocación. La figura de Nathy Peluso es pura contradicción e incomodidad, es una piba donde el impulso y lo espontáneo pareciera que la rigen, y al mismo tiempo tiene todo pensado y bajo control. Es una estrella sudamericana criada en Europa, de 26 años, a punto de pegarla en el mercado mundial. Todo puede pasar. El artificio del pop y el espectáculo están en juego, ¿por qué tiene que ser real una fantasía?