En ‘Un canto por México vol. 2’, la artista refuerza su conexión con el cancionero mexicano y la identidad latinoamericana
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Una joven se para en el centro del plano, sosteniendo un micrófono y con mariachis a cada costado. Tocan una de Juan Gabriel, y ella luce absorta en su vocalización, como quien exterioriza una verdad desde lo más hondo. Esta imagen podría ser del concierto que brindó Natalia Lafourcade el 4 de noviembre de 2019 en el Auditorio Nacional de Ciudad de México, una fecha que inspiró la totalidad de su nuevo proyecto Un canto por México e incluyó una versión de “Ya no puedo vivir”, interpretada para un público de 10.000 asistentes.
Sin embargo, aunque la escena pertenece a Natalia, se trata de una fotografía datada de 1994 que su madre, María del Carmen Silva, desempolvó recientemente. Es un registro de su primera aparición en vivo, frente a un puñado de peatones. “Esta soy yo con diez años, la primera vez que me subí al escenario”, cuenta a ROLLING STONE por videollamada desde su casa en Veracruz. “Canté una canción de José Alfredo Giménez y una de Juan Gabriel. Me moría de nervios, pero la sensación a la mitad fue de entender que yo me quería quedar ahí para siempre. Supe que me iba a dedicar a cantar”.
Lafourcade, de 37, ha compartido la foto durante toda la rueda de prensa de Un canto por México, vol. 2, publicado el 28 de mayo pasado. La misma pone en descubierto que, contrariamente a lo que sugiere su mito de origen (una migración del alternativo al folclore), Natalia tuvo su comienzo en la música vernácula.
La última entrega de Un canto por México representa así un momento circular para la aclamada cantautora: la culminación de sus recientes travesías en la música folclórica. “Este proyecto me empujó a hacer música de una manera que nunca había intentado: en comunidad. Con mis proyectos anteriores, mi comunidad terminaba siendo mi banda; pero en este disco tuve dos créditos y vas a ver más de cincuenta personas involucradas. Son orquestones”.
En el octavo disco de Lafourcade, las orquestas despliegan un repertorio horizontal donde géneros como el son y el bolero pueden convivir, con organicidad, junto a la música mariachi y la ranchera. Es, en palabras de Lafourcade, lo más ambicioso en lo que trabajó: “Es la cosa más grande que he grabado en términos del proyecto, del porqué, de hacia dónde vamos y qué queremos lograr. Es enorme”. Instrumentos tradicionales como la vihuela y la tarima son arreglados de modo tal que portan emocionalidad e intención, además de funcionar como significantes texturales que remiten a la costa atlántica mexicana.
Natalia Lafourcade nació en Ciudad de México el 26 de febrero de 1984, pero creció en la ciudad portuaria de Veracruz cuando sus padres, Silva y el clavecinista chileno Gastón Lafourcade, se separaron. Fue criada por su madre, la musicoterapeuta detrás del método Macarsi, técnica que practicó en Natalia cuando la patada de un caballo comprometió toda su motricidad a los seis años. La experiencia imprimió en ella una marca mucho más profunda que la cicatriz de su frente: contra todo pronóstico, se rehabilitó mediante sesiones de piano.
“A los diez, ya estaba exigiéndole a mi madre que me llevara a cantinas a cantar. Ella me exigió estudiar música antes de tomar ninguna decisión”. Acordaron, entonces, mudarse al DF, donde Natalia recibió una formación académica. En 1998, quedó en un casting para un grupo de niñas llamado Twist, pero Lafourcade no congeniaba con la idea de hacer playback y la disolución de la banda fue inminente. La presentaron subsecuentemente a directivos de Sony México, quienes fijaron un plazo de dos semanas para la recepción de demos. Natalia los entregó y firmaron. La cinta contenía el material que conformaría su debut homónimo, lanzado en 2002 y propulsado al éxito a fuerza de “En el 2000”, su himno adolescente.
Lafourcade irrumpió sobre la escena mexicana como una descarga eléctrica que recorrió toda la cultura. Su singularidad autoral, que reconciliaba el sonido del indie con la bossa nova, se presentó como una alternativa fresca, colorida y lúdica a la primacía que sostenían el reggaetón y la banda sinaloense en los tempranos 2000.
Sofocada por la atención que recibió con Casa, lanzado en 2005 bajo el nombre de Natalia y la Forquetina, Lafourcade se mudó brevemente a Canadá con la intención de dejar la música. Terminó alquilando un cuarto en un inmueble habitado por artistas e instrumentos y, como por fuerza mayor, empezó a escribir lo que sería Hu hu hu (2009), álbum que compuso y produjo de forma integral y que representó un cierre simbólico al primer período de su carrera.
De vuelta en México, Lafourcade se halló en un proceso de reinvención y búsqueda de su sentido del yo. Lo encontró en sus raíces. El punto de inflexión fue Mujer Divina, un homenaje al bolerista Agustín Lara que publicó en 2012. “Es curioso porque volteo para atrás y me doy cuenta de que mi mia siempre ha sido ir en la dirección opuesta a la de mis compañeras”, explica sobre las implicancias de ir a contracorriente del mercado. Aplica también a sus comienzos en el alternativo: “Buscaba mezclarme con géneros que no se escuchaban en la radio de México. Tal vez si eso lo hubiera hecho en esta época hubiese sido otra historia, porque ahora está todo más abierto a lo experimental. En ese entonces sí me sentía muy sola”.
Del proceder artístico de Agustín Lara Lafourcade derivó las máximas de desnudez emocional que informarían su siguiente álbum, el celebrado Hasta la raíz (2015), donde procesó el duelo de una ruptura de relación al sonido de arpegios cálidos y ritmos calmos. La veracidad sentimental hizo de Hasta la raíz el disco más escuchado de Natalia Lafourcade en plataformas de streaming. Fue también su última colección de canciones originales.
Desde entonces, Natalia se ha mantenido ocupada actualizando tradiciones, reversionando el gran cancionero latinoamericano y celebrando el arraigo para, en el proceso, preservar nuestra herencia. Esta intención encontró su expresión entre 2017 y 2018, cuando Lafourcade publicó la serie acústica Musas, grabada junto a Los Macorinos, guitarristas de Chavela Vargas. Serpenteando entre temas propios y lecturas de clásicos populares, Musas aseveró el lugar de igual que Lafourcade merece dentro de su canon homenajeado.
Irónicamente, ir en contra del imperativo comercial ha devenido en el súmmum de popularidad para Natalia Lafourcade. “Recuérdame”, su contribución vocal al soundtrack de Coco (2017), ganó el Óscar a Mejor Canción Original. Allí compartió escenario con su compatriota, el actor Gael García Bernal. “Fue tan bonito saber que éramos los mexicanos caminando en esa alfombra. Fue tan lindo conmigo. Yo no conocía a nadie y me dijo: ‘ven, quiero que camines de mi brazo, vente conmigo a caminar esta alfombra juntos’”.
La audiencia internacional de Lafourcade se expandió todavía más cuando el segundo volumen de Musas fue recomendado por The Needle Drop, un polémico pero influyente youtuber que recomienda música y retiene la capacidad de dictar aquello que se escucha o deja de escucharse. Natalia no se preocupa: “Tuve la necesidad de conectar con el español. Ya no quise pensar en qué iba a cantar en inglés si hacía crossover. Quiero conocer de México, de mi idioma, quiero mezclar mi cultura con mi música. Quiero que mi música se sienta, que huela, que sepa”.
“Este disco sabe a mole”, señala en referencia a Un canto por México, su más reciente incursión creativa: “Sabe a tamal, a maíz; huele a tierra mojada, a Veracruz; se siente como estar descalzo caminando sobre la tierra, las playas o el bosque de México. Es México”.
Aquel concierto de 2019 en el Auditorio Nacional, que inspiró Un canto por México, era un show a beneficio, una iniciativa de Lafourcade y cuyos fondos recaudados fueron destinados a la reconstrucción del Centro de Documentación del Son Jarocho, destruido tras el azote de un sismo en 2017. “Me encontré haciendo el primer proyecto altruista de mi carrera. Ahora estoy junto a varias organizaciones: Pienza Sostenible, los arquitectos del taller ADG, Nido Social, el Fideicomiso Fuerza México”. Si la música le devolvió la motricidad a Lafourcade, ella respondió a la cortesía.
La setlist del recital suministró el suficiente material como para completar dos volúmenes, que fueron grabados junto a Los Cojolites y una extensa serie de colaboradores. “Es la primera vez que se me complementa la inquietud artística con la inquietud de la causa. Terminó mezclándose y siendo Un canto por México, que al final viene a ser música”.
Si el primer volumen se destinó a la protesta social, el segundo contrasta por su alta concentración de canciones de amor y duetos junto a otras artistas femeninas, entre ellas Mon Laferte (“La trenza”/”Amor completo”) y Aída Cuevas (“Luz de luna”). Porque para Lafourcade, el folclore solo puede preservar frescura en 2021 tomando conciencia del carácter múltiple de la identidad latinoamericana. “Un canto por México es muchos cantos; no solamente el de la felicidad, el amor y el desamor; sino también del dolor, de la vida, de la muerte, de la protesta. Es el canto de la comunidad con todo lo que conlleva”.
“He ido desarrollando la capacidad de diálogo hacia el mundo masculino”, dice Natalia sobre lo que sintió al interpretar una tradición que ha sido históricamente masculina. Lo ilustra con un ejemplo de un ensayo de su última gira por Estados Unidos, para la que contrataron una banda de allá. “Los estoy escuchando tocar increíble, y el director me pregunta cómo lo veo. Le digo: ‘Realmente está muy padre, pero hay demasiada testosterona’. Todos se empezaron a reír. Es que no había un término musical para poder explicarles lo que estaba viendo. ¿Dónde está la ternura? ¿Dónde la sutileza? ¿Dónde los espacios, la cadencia, la sensualidad? No tuve que hablar de notas ni compases, hablé de equilibrar energías. Y fue tan interesante ver el cambio drástico”.
De momento, el cancionero mexicano no es lo único que está siendo repasado. Su madre se encuentra a punto de editar una serie de memorias donde recuenta su propia biografía intercalada con la de Lafourcade. “Ella ahorita está emocionada. El libro está en corrección de estilo. Me ha pasado de todo leyéndolo”.
Lafourcade, por su parte, tiene sus propios planes a futuro: “Yo había dicho que no iba a hacer giras por un tiempo; bueno, planeo volver en 2023”. Pero tiene la mira en el presente. Y si hay una canción que destaca de Un canto por México, vol. 2, es “Nada es verdad”, la denuncia de Los Cojolites al mandato de Javier Duarte. “Habla de cómo no podemos creer la verdad que nos han dicho hasta ahora. Yo tengo que construir mi propia verdad para poder de aquí florecer y renacer. Es una fotografía del contexto de esta historia”.
Esa fotografía de autenticidad es una versión amplificada de aquella de Natalia Lafourcade a los diez, presentándose en vivo por primera vez, mariachis a cada costado. “Ese día yo dije ‘es esto’. Y hasta ahora es lo que amo hacer. Fui cantando música vernácula y fui cantando música tradicional mexicana. Después vinieron las vueltas de la vida, y seguirán viniendo. Porque no planeo quedarme en este estilo de música. Todo el tiempo estoy cambiando”.
Este artículo fue originalmente publicado en al edición de junio de Rolling Stone Argentina.