A los 84 años, falleció el autor de “Cómo vino la mano” (1977), un libro indispensable, con entrevistas a Moris, Litto Nebbia y Luis Alberto Spinetta, entre otros artistas fundacionales
- 7 minutos de lectura'
“El rock & roll me atrapó en sus redes cuando yo cumplía 16 años, en la casa de mis viejos a través de la emisora de onda corta instalada en el «combinado» (radio+tocadiscos) existente en el comedor, usual en todos los hogares porteños de clase media. Sintonizaba de noche el Hit Parade de The Voice of America, y posteriormente durante el día a dos disc-jockeys de la época: Hugo Guerrero Marthineitz por Radio Carve de Montevideo, y Raúl Matas por una estación chilena. El estreno en 1955 de la película Semilla de maldad, con Bill Halley y sus cometas en la banda sonora vista por multitudes juveniles en un cine de la calle Lavalle, incendió mis neuronas. Todavía no había LPs de vinilo, compraba los discos de pasta en 78 RPM: en especial Little Richard, Chuck Berry y poco después Elvis Presley. Sentía el comienzo de una nueva época. No más artistas adultos como Doris Day, Frankie Laine y Rosemary Clooney, no más bandas de swing de la Segunda Guerra Mundial. Músicos jóvenes, una nueva generación de artistas. El bajo eléctrico pegaba en la barriga y el diástole-sístole del corazón respondía.” Así relataba Miguel Grinberg su contacto inicial con el género musical que provocaría una revolución cultural en el libro 80 preguntas a Miguel Grinberg , que la editorial Gourmet Musical lanzó en 2017, para celebrar el octogésimo aniversario de este poeta, pionero de la crónica de rock, fundador de revistas y activista de la prensa underground y contracultural, crítico de cine, promotor de la ecología y divulgador del pensamiento espiritual alternativo, entre otras actividades que lo transformaron en un referente de varias generaciones de músicos, periodistas, poetas y activistas que hoy se entristecen con la noticia de su muerte, a los 84 años.
El disparador del texto con el que iniciamos esta despedida es la pregunta del periodista, músico y poeta Daniel Amiano, que no sólo indagaba en las consecuencias inmediatas del iniciático choque cultural con el rock & roll, sino que también rastreaba en los orígenes de su preocupación por el desbarajuste ecológico.
“En una ráfaga de claridad, mi mamá me hizo cursar completo el Liceo Británico. De ahí que soy bilingüe: manejo cómodo el inglés. Como editor de la revista Eco Contemporáneo (que salió entre 1961 y 1969) entré en contacto postal con medios de la prensa alternativa de Estados Unidos, y así descubrí la eco-militancia y los manifiestos de un ecologista pionero: Marty Jezer. Sostenía que el hombre está destruyendo sistemáticamente su entorno. Ya en los sesenta había biólogos que hacían sonar alarmas: el río Rin envenedado con pesticidas, el lago Erie emponzoñado al punto de que la vida allí se tornaba insostenible. El DDT y otros venenos emponzoñando el agua corriente, el aire de las ciudades volviéndose nocivo: «se produce tanta basura y chatarra que resulta difícil eliminarlas. Se destruye desenfrandamente el campo vírgen y con ello se genera un serio quebranto del ecosistema, a menudo con desastrosas consecuencias para la gente». En 1980 inicié una revista centrada en las consciencia verde: Mutantia. Dos años después entré al circuito de la ONU y trabajé con los creadores de la cumbre Eco 92 en Río de Janeiro. En 1988 recibí el premio Global 500 de Naciones Unidas. Mi libro más reciente en la materia se titula Nuestro futuro indómito.”
Como toda mitología, la historia oficial de los orígenes del rock argentino tiene su propia geografía, y muchas veces parece quedar resumida en ese corredor que va desde La Cueva -av. Pueyrredón 1723, donde actualmente funciona un estacionamiento-, hasta La Perla de Once, en la esquina de Pueyrredón y Rivadavia. O, más específicamente, hasta el baño de La Perla de Once. Donde, dice la leyenda, José Antonio Iglesias, Tanguito, compuso “La balsa”.
Sin embargo, a pocas cuadras de esa ruta, en el barrio porteño del Abasto, a metros del viejo mercado, funcionaba -aún funciona- el Teatro de la Fábula. Fue allí, durante tres noches de 1966, que Miguel Grinberg organizó Aquí, allá y en todas partes. “Con Susana Salzamendi y Carlos Mellino (también parte del cuarteto The Seasons) pensamos en hacer un espectáculo-concierto en alguna sala pequeña, como historia del rock and roll”, recordaba Grinberg. En el Reducto de la Flor Solar (Lambaré 1080) funcionaba la revista Eco Contemporáneo. Ese depósito de cueros del taller de marroquinería familiar, pasó a ser la sala de ensayos para el concierto. Bautizado como el tema de Los Beatles, el festival tuvo sus primeros nombres: Moris, Tanguito y Javier Martínez fueron los primeros convocados.
“No recuerdo quién trajo a Bob Vincent (Alberto Pezzi) que cantaba los temas de Bob Dylan”, relató Grinberg. “Como Morgan X yo aportaba folk-songs de la lucha por los derechos civiles de los negros en Estados Unidos. Melloni trajo a Susana Renzulli que cantaba como Joan Baez, pero que estrenó los temas de Facundo Cabral (ex Indio Gasparino). Alquilamos el teatro por tres fechas y nos largamos a pegar cartelitos en todas las librerías céntricas y muchas columnas de alumbrado callejero.”
Poco antes de los conciertos, Javier Martínez se dio de baja. Grinberg pretendía que ensaye y el baterista, cantante y compositor se ofendió: “Los genios no ensayan”, argumentó antes de mandarse a mudar. Se perdió la sesión de fotos de prensa que Booby Curto realizó un mediodía en la Plaza Roma, ubicada junto al Luna Park.
“Teníamos todo el tiempo la vivencia de que estábamos dándole el puntapié inicial a algo importante”, evocó Grinberg. Sin embargo, sólo dos críticos fueron de la partida. Edmundo Eichelbaum del diario El Mundo (que, según recordaba Grinberg, les había tomado un poco el pelo) y Bonnie Tucker, del Buenos Aires Herald, que ponderó el espectáculo de principio a fin. “Además de los habitués cueveros, vinieron a escucharnos chicos y chicas que estaban en sintonía con la beatlemanía y no podían creer que hubiera gente en la Capital sintonizada con algo de corte generacional. La consigna fue: «Debemos dar nuestro amor únicamente a seres fértiles»”, concluyó.
Pero entre las decenas de publicaciones que aportó en su increíble vida, hay una que se despega como uno de los libros iniciáticos, fundamentales e indispensables para una historiografía del rock argentino: Cómo vino la mano, publicado originalmente en 1977, incluye entrevistas con Moris, Litto Nebbia, Luis Alberto Spinetta, Claudio Gabis, Gustavo Santaolalla, León Gieco y Charly García; y también con el poeta y periodista Pipo Lernoud y el productor y editor Jorge Alvarez. En su cuarta edición, revisada y aumentada en 2008 para Gourmet Musical Ediciones, se incluyeron un nuevo prólogo y numerosas notas aclaratorias, nuevas entrevistas con Miguel Cantilo y Rodolfo García; fotos inéditas y dos manifiestos, de Claudio Gabis y Pablo Dacal. Además de un extenso apéndice con la transcripción de otros artículos sobre el rock, su cultura y su industria publicados por el autor en las revistas La bella gente y Prensario de los espectáculos entre 1971 y 1977.
En 1984, el legendario poeta beat Allen Ginsberg escribió el prólogo de La generación de la paz 1955-1984 (editorial Galerna). “No he leído este libro de Miguel Grinberg, pero hemos intercambiado poemas y prosa durante varias décadas, nos reunimos, y nos dimos uno a otro noticias frescas del planeta , noticas frescas del planeta y noticias hechas en casa”, expresaba el autor de “Aullido” al inicio de su texto.
De alguna manera, esas líneas sirven como muestra de la real dimensión de Miguel Grinberg, un adelantado, un renacentista de la contemporaneidad, un faro indispensable que, a pesar de su partida, seguirá iluminando un mundo cada vez más sombrío.