Foo Fighters - Medicine at Midnight - cuatro estrellas
Foo Fighters ha sido una institución confiable del rock alternativo durante más de 25 años. Una banda con ese tipo de historial podría aburrirse o volverse complaciente con su trabajo. Pero Dave Grohl y compañía siguen avanzando alegremente, sacando discos que van de sólidos a excelentes, satisfaciendo a su enorme base de fanáticos con espectáculos en estadios, manteniendo las cosas frescas con conceptos interesantes (como su serie documental de HBO 2014/álbum Sonic Highways) y descartando el camino fácil de las colaboraciones con amigos como Justin Timberlake, Rick Astley o Serj Tankian.
El décimo álbum de Foo Fighters es optimista incluso para sus estándares excepcionalmente bien ajustados y vuelve al sonido central de rock alternativo de los 90, sin trucos, desvíos o travesuras. Desde la primera canción, “Making a Fire”, el álbum es más brillante y optimista que cualquier otra cosa que hayan hecho. Mientras Grohl dirige un resbaladizo riff de guitarra que asciende hacia los cielos, un coro de mujeres canta un alegre estribillo “na-na-na”, acompañados por unos aplausos góspel y una última confesión: “Esperé toda una vida para vivir”. Luego hay aún más na-na-na, que, dicho sea de paso, no son de un coro, sino de la invitada más notable del LP, la hija adolescente de Dave, Violet, que grabó sus propias armonías.
Ya sea por un sentimiento de orgullo paterno o pura determinación, Grohl suena revitalizado, y ese entusiasmo es la luz que guía al grupo en el disco. Aunque Grohl ha pasado gran parte de su carrera posterior a Nirvana emulando a sus ídolos del rock de los años 70, Medicine at Midnight evidencia una vena pop que apenas había insinuado antes. Al igual que con su último álbum, Concrete and Gold, de 2017, Foo Fighters se asoció con el productor de Adele y Kelly Clarkson, Greg Kurstin, quien les ha ayudado a perfeccionar su sensibilidad melodiosa. En la canción que le da nombre al álbum mezclan loops de disco funky y guitarra acústica sin perder su filo, y la serena balada “Chasing Birds” tiene una melodía que perdura mucho después de su acorde final. Incluso las canciones de rock más duro rebosan dulzura. La banda prueba un cencerro de “Low Rider” en “Cloudspotter”, incursiona con sonidos láser de videojuegos y voces góspel en el tema punky antibélico “No Son of Mine” e intenta un eco vocal similar al de Freddie Mercury y ritmos extravagantes en “Holding Poison”. La banda terminó Medicine antes de la pandemia de Covid-19, lo que puede explicar su estado de ánimo optimista. Solo el primer corte, “Shame Shame”, suena fuera de lugar, un tanto deprimente, pero hay momentos más que suficientes para compensarlo.