El guitarrista repasa la primera etapa de la banda y su ascenso a la fama con un “camino inverso al normal”
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Out of context. Sentado en un bar con mesas en la calle, a metros nomás de en donde 30 años atrás se erigía la embajada de Israel y hoy la reemplaza una plaza conmemorativa del atentado perpetrado en marzo de 1992, un siempre amable Mariano Domínguez tira sobre la mesa, justo al lado de la media medialuna que está desayunando, el concepto “fuera de contexto”. “Hoy vivimos en una era en la que todo está fuera de contexto. El famoso out of context. No se puede contextualizar nada. Toda la música tiene una referencia, pero sin el contexto las cosas no son”, dice y vuelve sobre la media medialuna que queda. Hace rato que venimos hablando de Babasónicos, la banda de la que él es guitarrista desde hace casi tres décadas, con la excusa de recordar los inicios del grupo, los años 90, antes de que alcanzara el estatus de popularidad que aún hoy mantiene. Y para hablar de esos años definitivamente es necesario el contexto.
En la imposible biopic babasónica, la década del 90 (en este caso del 92 al 99, desde la quinta que gestó Pasto hasta la grabación de Miami) sería la primera temporada. La que muestra cómo un grupo de jóvenes bonaerenses de clase media intenta esquivar un destino profesional o burocrático y ganarse la vida haciendo rock. Sería de esas primeras temporadas con final abierto. “Cuando se acuerden del rock de los años 90, se van a acordar de La Renga, de 2 Minutos, de Los Piojos. Nosotros ni siquiera creo que tengamos un sonido 90, porque, en ese caso, hubiésemos tenido una repercusión mayor. Okey, hicimos todo durante esta década, pero quizás seamos más 2000 y la década que viene tengamos otro acercamiento al entendimiento masivo”, me dijo Gabo Manelli, de manera profética, mientras transcurrían los últimos días del siglo XX.
Y tenía razón. No solo porque en los 2000 finalmente la banda se hizo masiva, sino porque en la década del 90 Babasónicos lo hizo todo. O casi.
Entonces, el contexto.
Pensemos la infame serie babasónica como un ejercicio de estilo de principio a fin, en la que el primer episodio transcurre en el verano del 92 (más allá de algún que otro flashback). En una quinta alquilada en el barrio El Trébol, en Ezeiza, un grupo de diez jóvenes amigos, todos ellos músicos entusiastas y determinados, se proponen componer un disco sin haber siquiera hecho un solo show juntos. Algunos de ellos apenas se conocen incluso, como el guitarrista Mariano “Roger” Domínguez, que acaba de sumarse a la troupe como único integrante no perteneciente a la casta del sur bonaerense y que, además de saber tocar “el serrucho” metalero que la protobanda soñaba como identidad musical, tiene el plus de ser propietario de un automóvil ideal para poder cargar instrumentos y equipos.
Así las cosas, se podría decir que el contexto –la escenografía, la ambientación- en el que se gestó Pasto fue: un verano caluroso, una quinta con pileta, quincho, un equipo de música, una variada colección de CD y vinilos (de NWA a Black Sabbath y de Sonic Youth a Sandro), un televisor blanco y negro, un garaje convertido en sala de ensayo, extensas fiestas de fin de semana, zapadas con una banda amiga que ya había logrado grabar su primer disco (Los Brujos), chicas que van y vienen, convivencia de espíritu hippie y mucho, pero mucho porro.
“Mientras estábamos preparando el disco en la quinta, salió lo de firmar contrato con el sello Abraxas (que poco después se desprendería del grupo), una compañía independiente que tenía música tecno del momento, como The Sacados y Loco Mía”, continúa Mariano. “Pero tuvimos suerte, porque en esos años era difícil ingresar a ese engranaje de la industria musical, que encima lo manejaba gente que no entendía nada. Cuando fuimos finalmente al estudio a grabar las canciones de Pasto, había como cierta guardia vieja que te trataba como si fueras un estorbo y te decían cómo hacer las cosas. El marco para experimentar era muy limitado. Pero nosotros éramos atrevidos, con alma de productores. De hecho, fuimos coproductores de todos nuestros discos”.
Por esos días Daniel Melero ya era parte del contexto babasónico. “Con ellos nos unía una amistad desde hacía mucho tiempo. A Diego Tuñón lo conocí cuando tenía 9 años y ya mayor había colaborado conmigo en la grabación de Cámara. Y a Adrián [Dárgelos] lo conocí en la calle… Me acuerdo de que me paró cerca de la galería Bond Street y tenía bajo el brazo un disco de los Residents. Yo siempre digo: cómo no te vas a detener a hablar con alguien que tiene un disco de los Residents. Los vi tocar en vivo con Rosa del Diluvio, el grupo anterior de los chicos, y habíamos compartido charlas sobre música, conocía la identidad artística que tenían”. Fue Melero el que acercó a la banda a Gustavo Cerati y también fue el puente que dejó a Babasónicos en la puerta de Sony Music, la compañía discográfica más importante del momento. “Ellos habían hecho una sesión de fotos antes de terminar el disco y al poco tiempo se las llevé a Sony. No eran fotos así nomás, ahí estaba clarísimo todo y eso alcanzó para que la compañía accediera a firmarles un contrato”, recuerda Melero, quien en 1992 acababa de grabar el disco Colores santos junto a Cerati.
Babasónicos no había hecho ni un show, pero ya tenían fotos de prensa. Y una gacetilla escrita por el periodista y escritor Pablo Schanton, responsable de la primera entrevista publicada sobre la banda en la revista Pan y Circo, en la que decían cosas como: “Crecimos en el proceso y no nos dimos cuenta. Nosotros éramos los chicos que esperaban ver crecer a sus Sea Monkeys (...) Hasta hace poco se sufría horrores por cualquier cosa. En los 70 fue la revolución; en los 80, lo dark y la transgresión. Nosotros somos de los 90, somos optimistas. Somos buenos, queremos a nuestros padres. Ya no nos quejamos: total, hoy todo da lo mismo. Mataron las ideologías; y lo del sida, por ejemplo, no es tan terrible. Tomá las precauciones necesarias. Tratá de no morir”.
En julio de aquel año iniciático, Dárgelos, Diego Uma, Uma T, Panza, Mariano Roger y Gabo Manelli se subieron por primera vez a un escenario. “Hicimos un recorrido inverso al normal en esa época”, dice Mariano. “Grabamos un disco y después empezamos a pulirnos como banda en vivo. Y encima en diciembre de ese año Soda Stereo nos invita para que fuésemos uno de los teloneros de la presentación de Dynamo, en Obras. Habíamos hecho cuatro shows antes y el público nos trató bastante mal”.
“Vivimos en un revival continuo, con muchas reediciones monotemáticas del boogie-woogie, desde los Redonditos de Ricota hasta los Ratones Paranoicos. Ahora se está gestando algo distinto, con gente como los Babasónicos, Martes Menta, Tía Newton, Juana la Loca. La idea es llamar a esos grupos para que sean teloneros de nuestros conciertos”, le había dicho Cerati a la revista La Maga pocos días antes de la presentación.
“Más allá de la generosidad de Soda de compartir su infraestructura con grupos como nosotros, recuerdo que en esos días también tocaba Serú Girán en River, en su regreso después de muchos años, y para nosotros era como ser parte de una situación extraña, de cambio generacional. En un sentido fue como un punto de quiebre del rock nacional”, dijo Mariano años atrás. “Porque a mi generación/ no le importa tu opinión/ Porque a mi generación/ algo le pasa/ Porque mi generación/ hoy se caga en tu opinión”.
Babasónicos tocó como telonero de Soda el 19 de diciembre, el mismo día que Sony finalmente editó Pasto, luego de dilatar su salida por varios meses. El álbum, además de su himno generacional “D-Generación”, contó con la voz, los teclados, la guitarra y los coros de Melero en varios temas, los solos de guitarra de Cerati (“todo lo que hizo fue increíble”, coinciden los músicos) y la colaboración de Ariel Minimal, integrante de Martes Menta, otro de los grupos “sónicos” que participaron de aquellos shows de Soda Stereo.
“No es que existiera una movida, pero sí teníamos fechas compartidas con todos ellos. Éramos amigos, Gabo había tocado con Los Brujos. Fue la escena del momento y después etiquetada por la prensa con eso de ‘la movida sónica’”, sigue Mariano. Por ahí dando vueltas también estaba un flaco y desgarbado guitarrista conocido como Carca. “Nos conocimos por Melero, pero también era algo inevitable. Éramos caras bastante particulares”, dice Carca ahora. “A Diego y a Adrián los conocía desde antes de Babasónicos y cuando Adri viene un día con Pasto en un casete, para escucharlo en su casa, él todavía vivía en Lanús, me dio una ilusión tremenda, de esas de las lindas, las que tienen que ver con la realidad concreta y no con la esperanza de algo que va a venir no sé de dónde. Porque la esperanza es una cosa horrenda, es lo más involuntario o que más desgano implica: esperar que alguien te cambie el rumbo. Nosotros queríamos cambiar el rumbo por nuestra cuenta y por suerte conocimos muchas personas que han colaborado en esa tesitud, que nos ayudaron a juntar fuerzas y siempre ir para adelante con la convicción de saber que lo que uno hace es bueno, más allá de la calidad o la ejecución. Porque algo bueno es algo que te vuela la cabeza, no importan los conceptos ortodoxos que se puedan aplicar sobre la música. Nunca me interesaron, y menos en esa época en que la juventud te brota por los poros. Uno va más contra la corriente con más fuerza aún”, concluye el guitarrista que por entonces comandaba al grupo Tía Newton y muy pronto se sumaría como colaborador cotidiano del grupo y, ya después de la muerte de Gabo, en 2008, se ganaría el título de miembro babasónico oficial.
“Pasto es un disco importantísimo en el punto en el que se constituye dentro de la historia del rock argentino como un disco bisagra, aunque no me guste mucho la palabra”, insiste con su inconfundible gruesa voz. “Hay un antes y un después de Pasto, incluso en la moda, en formas de vivir, culturalmente fue muy pero muy influyente, determinante te diría. Creo que Pasto es los 90. No hay otro álbum que se haya convertido en algo tan determinantemente iconoclasta como Pasto”.
Desde el grito primal que abre el álbum, ese de la arenga “¡Eleven sus mentes y dejen que su instinto fluya!” hasta el cierre con la versión trash de “DGeneración”, el debut de Babasónicos es un crisol sonoro-cultural. “En ese momento absorbíamos todo lo que nos quedaba absorber. Para nosotros era muy definitivo todo, porque no había mañana. Se hacía un disco sin saber que ibas a poder hacer otro. Era definitorio, se sacaba un disco y dejabas ahí todas tus referencias, la música que te había cambiado la vida, todo y Pasto tenía eso. Era la fiesta de todos los sentidos. En esa época ya estaba el CD también, y fue algo maravilloso en cuanto a toda la música que nos apareció. Música que ya conocíamos y música que no o que conocíamos poco. Podíamos volver a disfrutar cosas de antaño, el easy listening de los 50 o 60, que era música que estaba agarrada muy fuerte de una corriente artística que incluía cine, artes plásticas y todo lo que se te ocurra. En ese contexto se hizo Pasto”.
El segundo episodio de la serie podría arrancar en un primer piso en la esquina de Deán Funes y Chiclana, en San Cristóbal. “En 1993 empezamos a tener nuestra propia sala, donde algunos del grupo vivían, y se convirtió en nuestro cuartel, nuestra guarida, algo que nos marcó como banda. Un lugar donde, aparte de tocar, podíamos hangear. La idea de alquilar quintas también iba por ahí y empezamos a tomarle el gusto a eso de tener nuestro centro de operaciones. Ensayábamos y teníamos nuestro lugar”, cuenta Mariano.
En un principio, el próximo movimiento babasónico iba a tener como norte a uno de sus mayores referentes, Sly Stone. Pero no fue así. “Hicimos como un disco fallido, del que no hablamos mucho en todos estos años”, revela el guitarrista. “Era una música más lenta, medio Sly Stone, los Bee Gees, pero después descubrimos que esa música, no sé, no llegaba a cerrar y terminamos yendo para otro lado. Era algo más funk, medio loco, pero no funcionó y nos fuimos hacia algo más rockero y más hip-hop. Un lugar único en nuestra discografía, un espectro de sonido que tuvo en Trance Zomba su debut y despedida, nunca más lo retomamos. Pero bueno, no sé, éramos jóvenes y la situación y la época nos llevaron ahí. Ese viraje a una música más rockera creo que tuvo que ver con nuestros shows en vivo, porque en esos días el under era más rockero, tocábamos en Die Schule, en Bambalinas, en el Parakultural, estábamos empapados de esa situación”.
Ese mismo año inició sus transmisiones MTV Latino, pieza fundamental para la industria y el mercado del rock y el pop en la región en la década del 90. La cadena de videos marcó los parámetros de una línea estética para lo que estaba por venir. Pero Babasónicos ya había pensado en ello y tenía su propia idea al respecto. Tapados de piel naranja, chicas con polleras cortas, rollers, el autódromo de Buenos Aires, una bandeja de DJ, pelucas aquí y allá, trajes futuristas a lo Kiss primera época, plateados, dorados, rosas, y una banda de inadaptados que desde dentro de un auto de carreras gritaba eso de “malón malón malón malón diabólico”. “Autogestionábamos nuestros propios videos, los guionábamos y dirigíamos nosotros y eso era algo extraño para el momento, donde todas las bandas tenían clips dirigidos por publicistas”.
Con apenas dos discos, los Babasónicos habían logrado diferenciarse con una estética, un lenguaje y un sonido que no eran iguales a nada de lo que había a su alrededor. “En los 90, Babasónicos reflejó la imaginación de la época y también la transformación que distinguió de inmediato las cuotas de fantasía que el grupo incorporaba a su narrativa, siempre con un espíritu de experimentación que impregnaban los sonidos, más su particular interés hacia la moda”, escribe la periodista Lorena Pérez acerca de la relación entre el grupo y la moda. “En esta década apoyaron a los jóvenes diseñadores independientes reunidos en la galería Bond Street. Se vestían con las prendas de los desfiles y, como una sinergia, la moda se influenciaba de la música y viceversa. Fue el momento del surgimiento de la música y la ropa independiente, en paralelo de la MTV”.
Por esos días se definían como “villeros glam” y, arrogante como siempre, Dárgelos se despachaba ante la prensa con discursos antiestablishment rockero: “Nunca vamos a entrar en la radio con un hit de ese funk grasa estilo Cachorro López o con un rock and roll. Odiamos la receta típica para hacer un tema exitoso que Fito Páez le enseñó a Antonio Birabent, la vieja historia del rockero perdido al que lo rescata un ángel con forma de mujer”.
“Cuando uno es joven intenta despegarse de lo establecido y, si puede hablar mal de quienes están arriba, habla mal”, se excusa Mariano hoy. “A mediados de los 90 había un establishment muy marcado, en donde a nosotros nos consideraban los alternativos, o el nuevo rock argentino. Había una separación. Me acuerdo de una nota que nos hicieron que la titularon ‘Odiamos a Charly García’. Qué sé yo, éramos una banda de jóvenes que salía a romper con los dinosaurios del establishment”.
Para el tercer episodio, por primera vez babasónicos decidió llamar a un codirector/coproductor. “Entendimos que teníamos muchas ideas, pero que no lográbamos concretarlas de manera efectiva. Entonces nos pusimos a buscar un productor, alguien que nos ayudara a tener una mirada más objetiva de la música. A través de un disco de Ween que nos gustaba mucho, Pure Guava, llegamos a su productor, Andrew Weiss. Lo llamamos y se copó tanto que vino a Buenos Aires a grabar Dopádromo, que era un disco que no tenía nada que ver con Trance Zomba, que tenía otras búsquedas, con un single rarísimo como ‘Viva Satana’, que tenía una orquesta y que terminó siendo como una suerte de primer hit menor. Estábamos dando pasos paulatinos, muy a pesar de que los 90 no eran una época fácil para una banda que recién empezaba”.
“A ellos les gusta meterse con varias cosas a la vez, un poco de metal, otro de boleros, otro de música dance”, me dijo años atrás Weiss, en una de sus tantas visitas al país para producir a Babasónicos. “Desde la primera vez que los escuché, lo que me gustó de ellos es su originalidad y también, por supuesto, su estética”.
Para Mariano, “la aparición de Andrew fue clave, porque era un tipo que no nos quería llevar por su camino, sino que canalizaba nuestro caos. Aprendimos un montón y por eso después de tanto tiempo seguimos confiando en él. Desde el primer día fuimos muy celosos de nuestra independencia creativa, no permitíamos que viniera alguien a ayudarnos a ordenarlas. Siempre pensamos que ese otro iba a venir a cambiarnos, era el enemigo, nos comportábamos medio de manera facciosa. Al mismo tiempo, por eso nos mantuvimos auténticos a lo que queríamos, y también medio desordenados, caóticos, pero bueno, éramos nosotros. Andrew logró cruzar esa barrera y, sin cambiar nuestra identidad, logró encauzar las ideas que teníamos”.
En Dopádromo, también, Dárgelos consolida la esencia del lenguaje babasónico, ese que conjuga palabras poco (o nada) utilizadas en el rock (o en la música popular en general) con neologismos de lo más personales. Zodiacal, eunuco, zafarrancho, lacustres, alud, topografía, urracas, poniente, egocélula y también cybernecia, prosti-dimensiones, calmática, Coyarama y gronchótica. Un universo sintáctico que le sirvió al cantante y letrista desfachatado para articular un concepto que venía elaborando desde adolescente y que lo acompaña hasta estos días: la dicotomía entre el bien y el mal y entre la muerte y la vida.
¿Se veían a ustedes mismos como bichos raros en ese momento?
Nosotros vivíamos en la nuestra y veíamos que crecíamos, no era fácil. Sony no sabía bien qué hacer con nosotros, no había demasiado apoyo. Pero siempre tuvimos nuestra burbuja y eso nos ayudó a enfrentar la situación por más que no ganáramos dinero.
El cuarto episodio cierra la primera temporada babasónica a puro rock duro y satanismo. “Babasónica (1997) es un disco insólito, pero lo recuerdo con cariño. Es un capricho del que estoy a favor. Están esperando algo de vos y te vas para otro lado. Había cierta expectativa de que podíamos entregar otro tipo de música, Sony esperaba un disco más hitero, ya que Dopádromo había sugerido que tal vez teníamos un hit radial. Y le dimos un disco pesado, con dos baladas”, recuerda divertido Mariano. “Igual, a partir de ahí empezamos a tocar en lugares más grandes. De hecho, la presentación la hicimos en el Broadway. Un disco de rock fuerte nos servía para tocar en vivo y éramos una banda potente en el escenario. A la distancia, como me pasa con todos los discos de los 90, pienso que podríamos haberlo hecho de otra manera, pero éramos jóvenes y, como te decía antes, uno es producto de su época, del contexto”.
Sigue Mariano: “Después de Babasónica empezamos a condensarnos un poco y a entender que no éramos una banda de estilo, que había varias bandas adentro. Y también nos dimos cuenta de qué cosas no queríamos tocar. Eso lo aprendí con Melero: que es más importante lo que una banda no toca que lo que toca. Qué es lo que no querés hacer, que termina siendo una suerte de declaración de principios. Evitar los clichés y especialmente en esa época, que había cierto formato de tema exitoso y radial. Nosotros siempre evitamos la cosa fácil. Una síntesis nuestra de los 90 es que teníamos muchas ideas, pero no sabíamos bien cómo concretarlas… que es a lo que llegamos finalmente entre Miami y Jessico, poder administrar nuestras ideas y concretándolas de una manera efectiva, no siendo expansivos. Los 90 fueron nuestra etapa de aprendizaje, de ser un grupo de entusiastas con muchas ideas, pero no saber bien cómo llegar a un lugar para que esas ideas sean productivas. Fueron años en los que luchamos bastante, no fue fácil, fueron años en los que no ganábamos plata. Hasta Jessico fue así, y no era fácil que una banda se sostuviera tantos años sin ver un peso. Creo que eso, a la vez, nos hizo bastante duros, saber que seguíamos igual a pesar de que al cuarto disco seguíamos tocando en Cemento”.
¿Y en esas circunstancias nunca se les pasó por la cabeza disolver la banda?
El año 2000 fue muy raro para nosotros, post Miami nos quedamos sin contrato, nos desprendimos del DJ, se fue nuestro manager y eso desembocó en un nuevo comienzo. Creo que nos hicimos más fuertes en la adversidad. Fueron años de mierda para todos y para el rock especialmente, hubo muchas devoluciones de contratos. Pero después pasó lo de Jessico, algo que realmente nunca imaginamos que iba a pasar. Porque además fue un disco hecho en condiciones raras, no teníamos temas. Pasamos dos meses enteros con solo dos o tres temas. Estábamos ya en la quinta de Tortuguitas y hacía calor, todo era cuesta arriba, no había aire, era el verano de 2001 y estaba todo mal. De ese lugar incómodo empezamos a componer y nada nos hacía prever que fuera a pasar lo que pasó con ese disco. Yo nunca me lo imaginé, me parecía ridículo que un tema como “El loco” fuera un tema radial. Pero más allá de eso, después de 30 años creo que lo que nos mantiene unidos es el lugar que cada uno tiene dentro de la banda, que está bastante delimitado y todos aportan lo que tienen que aportar. En Babasónicos existe esa situación de que todos tienen que apoyarse en el otro. Medio milagro, ¿no?